PUNCH RAGE COCTAIL (3ERA PARTE)

 


La noche se derramaba como un velo de funeral sobre la ciudad. Arturo, un entusiasta universitario, caminaba hacia el club subterráneo donde la banda del momento, Punch Rage Cocktail, iba a tocar. La expectación corría como electricidad entre los asistentes. En cuanto a Arturo, la voz salvaje y apasionada de Keyla, la vocalista, había capturado su imaginación cual una caña de pescar al pez.

Cuando la banda subió al escenario, la multitud rugió. Keyla apareció corriendo y brincando, parecía una fiera desatada. Ella era una joven delgada, pero con un aura poderosa. Lucía con majestad una melena que por momentos más parecía una llamarada, y sus ojos eran tan vivos y brillantes como dos brasas en la penumbra. Una vez abrió la boca, su voz restalló cual un látigo que cortaba el aire, era un aullido ardiente que desde el primer instante conectó con algo profundo y visceral que dormía en Arturo. Asimismo, cada acorde de la guitarra, cada golpe del bajo, lo fue sumiendo en un trance febril. Cuando las luces se apagaron al final del concierto, Arturo dejó el lugar eufórico, con los ecos de las canciones taladrándole la mente.

Aquella noche soñó con Keyla. Fue un sueño muy vivido que a Arturo le hizo revivir la adrenalina del concierto. Despertó a la mañana siguiente contento y de buen humor. Así pasaron algunos días. Sin embargo, pronto esos sueños fueron adquiriendo un tinte más ominoso. En estos nuevos sueños, Keyla cantaba en un escenario situado en medio de una niebla negra como el abismo, aunque no estaba sola. Una sombra colosal se alzaba detrás de ella, una criatura monstruosa con un cuerpo humanoide completamente negro y con un apéndice de escorpión que se agitaba con un ritmo ominoso tras su lúgubre espalda. Asimismo, el rostro de esta criatura era la materialización de un horror incompleto: dientes rechinantes que parecían acumular la rabia de toda la eternidad, fuera de esto no había más rostro. Arturo despertó empapado en sudor, con el vago recuerdo de haber contemplado algo inhumano y muy aterrador.

Los días pasaron, pero las noches no le trajeron consuelo. Cada vez que cerraba los ojos, el demonio se materializaba, cada vez más nítido, y siempre ligado a la figura de Keyla, quien cantaba con una expresión de éxtasis impío. Al despertar, los recuerdos de dichos sueños se desvanecían como el humo, pero una sensación corrosiva de miedo y de rabia se iban aferrando cada vez más a su alma.

Entonces Arturo empezó a cambiar. Una furia desconocida comenzó a arder en su interior. Era como si su sangre hirviera bajo la piel, impulsándolo a repentinos estallidos de ira incontrolable. Una tarde, en medio de una discusión trivial con su novia, Arturo perdió el control. Sus manos actuaron como garras de águila famélica; su visión se volvió roja. Cuando volvió en sí, Jazmín, su chica, yacía inmóvil y con el rostro congelado en una máscara de pavor. Arturo retrocedió, horrorizado por lo que había hecho. Pero el remordimiento pronto se transformó en pánico, y el pánico en una necesidad desesperada de ocultar el crimen.

Enterró el cuerpo en un lugar apartado, un terreno baldío cerca de la torrentera. Luego, por algunos días vivió con la creciente angustia del que oculta un terrible secreto. Pero la policía pronto encontró el c4daver y no tardó en atar cabos. Lo arrestaron una noche tras presentarse en su casa. Estupefactos, sus padres lo veían con una mezcla de incredulidad y horror. Pero las pruebas eran contundentes. No pudieron hacer nada por detener a los agentes. Mientras lo subían a la patrulla, Arturo comenzó a gritar, con una voz cargada de un delirio febril:

—¡No fui yo! ¡Fue el demonio de la ira! ¡Es Keyla! ¡Ella vendió su alma por la maldita fama y ahora quiere ofrecer la mía! ¡Escuchen sus canciones! ¡Son antinaturales, un pacto con el infierno!

Pero sus palabras cayeron como agua a una cubeta agujereada. Los policías lo empujaron al asiento trasero, y acto seguido la puerta del vehículo se cerró con un golpe metálico.

En su celda, Arturo sintió que la oscuridad era un vivo espejo de su mente. Él sabía que su vida estaba arruinada, aunque eso no es lo que más lo angustiaba. Cada vez que cerraba los ojos, el demonio se aparecería ante él, rechinando los dientes en un ritmo frenético que Arturo no tardó en relacionar con los acordes de Punch Rage Cocktail. Mientras tanto, en algún rincón de la ciudad, Keyla subía a un nuevo escenario, con una sonrisa que destellaba como una brillante media luna.

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