CAPÍTULO XXIII (1ERA PARTE)

 


Con el pasar del tiempo su padre fue sistematizando su modus operandi. Tras la tercera víctima Randy cayó en la cuenta de que su número telefónico quedaba registrado en el historial de llamadas de sus víctimas y que eso podría generarle en algún momento dificultades. Por ello fue que decidió empezar a acudir a los antros de mala muerte más sórdidos de la ciudad con la intención de encontrarse en directo con sus víctimas y superar así el mencionado inconveniente. Una vez allí él le prometería a su presa elegida una inmensa suma de dinero si es que ella acudía a la hora acordada a un refinado hotel para un encuentro mucho más íntimo. En este sentido, su aspecto de empresario y de maduro galán ayudó bastante a que en la mayoría de los casos las incautas meretrices terminen confiando en él y por ende aceptando su tentadora propuesta. “…a menos pistas deje, con más tranquilidad podré seguir respirando”, leer una frase tan fría y desprovista de toda empatía o arrepentimiento hizo tragar saliva a Nicolás. Una vez más él se reprochó a sí mismo por haber decidido leer las memorias malditas de su padre.

A medida que fue pasando las páginas, las descripciones de las víctimas y de sus últimos momentos se fueron haciendo mucho más detalladas. Algo buscaba su padre en aquellas jovencitas, algo que por lo que fue leyendo Nicolás ni siquiera el mismo Randy sabía con exactitud.

“No trabajaba como prostituta, me lo aclaró desde un primer momento. Ella estaba allí solo como camarera. La obligaban a vestir una lencería que no dejaba nada a la imaginación, pero solo era para estar a tono con el ambiente de perdición que la rodeaba. –A veces converso con los clientes, es necesario para que sigan comprando cerveza. Pero cuando empiezan a calentarse llamo a una de las chicas y ella me reemplaza. El jefe dice que soy la más bonita de su local… yo la verdad que no lo sé, pues en caso sea cierto esto solo me ha complicado la existencia. La cuestión es que debido a mi supuesta belleza el jefe me obliga a salirme de mis funciones de camarera para servir de calienta cabezas. Hay veces en las que este caprichito del jefe se me ha escapado de las manos, en serio que hay tipos que son peores que animales. Pero ya no falta mucho para largarme de este basurero. Vera, no suelo contarles nada sobre mi vida a los tipos que atiendo, pero usted parece diferente. No lo sé, lo veo más civilizado, más educado, alguien que posiblemente pueda entenderme, o que en todo caso al menos intente hacerlo…–Rubí, la camarera, me dijo una vez. Últimamente yo solo venía a este antro para poder hablar con ella. Obviamente este no era su verdadero nombre, pero así se presentó conmigo. El nombre le quedaba muy bien, combinaba perfectamente con su rojiza cabellera, con el rojo resplandor que los focos del local reflejaban en su piel de marfil. Aunque lo que más me encantaba de ella eran sus penetrantes ojos negros, cada vez que los veía sentía que estos me abrazaban con violencia. Juro que cuando estaba muy ebrio llegué a pensar que sus ojos eran dos heraldos del infierno que se me habían presentado con la misión de mostrarme lo que me esperaba al morir. Como sea, más de dos meses habían pasado y yo seguía presentándome allí para hablar con ella. Sabía que esto era muy peligroso, bueno, en caso al final me decida a hacerla parte de mi colección, pero la cuestión es que no podía decidirme. Quería seguir oyéndola, su voz, sus historias, sus alegrías y sus penas… Rubí me contó que le faltaba muy poco para acabar la universidad. –Seré una futura abogada, si algún día tu esposa se entera de tus visitas a este antro de perdición y necesitas de alguien que evite que te desplume por completo, solo llámame y yo gustosa me encargaré de desplumarte antes de que lo haga tu mujer. Así no se saldrá con la suya, ¿eh? –Rubí me dijo en otra oportunidad. A veces la veía como a una hija, a veces como a una conquista; ¡Maldita sea, es que se veía tan joven a pesar de sus veintiún años! ¡Y, por el contrario, cuando me hablaba y me contaba sus cosas me parecía tan madura! Mierda, demasiado tarde me di cuenta de que aquella muchachita me había robado el corazón. Me hizo olvidarme de todo lo demás, de Tania, de mi obsesión con el marchitamiento de su belleza, del trabajo, de la culpa, de los asesinatos, de los terribles remordimientos que no me dejaban dormir por las noches… No, definitivamente no podía matarla, hacerlo me resultaba imposible. En vez, durante varios días una idea comenzó a rondarme por la cabeza: ¿Por qué no declararle mis sentimientos? Le propondría que nos fuéramos a vivir juntos a algún lugar lejano. Con mis ahorros podríamos largarnos a Europa o a los Estados Unidos y nunca más volveríamos a este desastroso país. Cumpliríamos con nuestros sueños, saldríamos adelante, ella sería una excelente abogada, nunca más tendría que rebajarse a trabajar en una pocilga tan humillante. Cuando en mi cabeza me imaginaba nuestra nueva vida juntos, yo me sentía muy seguro de mí mismo, muy decidido, y me juraba que esa misma noche le compartiría mi propuesta. Sin embargo, la noche llegaba, yo entraba al antro, hablábamos, ella me servía más cerveza, sus ojos me miraban, parecían burlarse de mí, y entonces yo me imaginaba que aquellos ojos me arrastraban hacia el infierno, y que me juzgaban ante las atentas miradas de mis víctimas… al final no me atrevía a confiarle mi anhelo, me resultaba imposible… y es que su mirada era a veces tan dura, sus ojos parecían estarme reclamando por atreverme a ser feliz, por querer empezar de nuevo; esos ojos parecían estarme reprochando por mi osadía de pretender manchar su inmaculada belleza con mi sacrílega presencia. Los días pasaron y esta maldita tortura se me hizo insoportable. Todo llegó a su fin una tarde en la que al pasar por el lugar la vi llegando en una moto, como copilota de un sujeto. Ella bajó y se despidió de él con un beso en la boca. Ver aquello me hizo estallar, en aquel momento odié al mundo, a Rubí, a aquel maldito imbécil que se había atrevido a posar sus labios en los de mi adorada doncella… en aquel momento yo quería que el mundo entero ardiese hasta las cenizas. No sé cómo conseguí contenerme lo suficiente como para no atropellarlos a ambos con mi carro. Al final me marché, pero me juré volver más tarde para acabar de una vez con todo. Ya no me importaba ser descubierto, qué mejor si me detenían. Hace mucho que ya le había perdido el gusto a mi horrendo estilo de vida, que más me daba podrirme en la cárcel… ¡mierda! ¡Mierda! ¡Mierda…!”, en esta parte el lapicero hizo un agujero en la hoja de tanto haber sido apretado. Nicolás aprovechó la pausa para ir al baño.

“Entré y allí estaba ella, sentada sobre las faldas de un tipo, hablándole tal y como solía hablarme a mí. ¿Cómo pude ser tan ciego? Todo lo que me dijo, lo que me contó… yo no era especial para Rubí, solo era un estúpido cliente más al que había que endulzar para que compre más cerveza. La llamé, al poco rato se me acercó y me saludó con un beso en la mejilla. Le dije que me traiga una cerveza y dos vasos. Ella asintió. Ahora le tocaba conversar conmigo. En esta oportunidad me habló una vez más de su familia, de sus padres separados, de su padre que nunca le dejó ni un duro ni a ella ni a su madre, y que para colmo se hizo el indignado cuando se enteró de que ella trabajaba en aquel antro. También me habló de su madre, de cómo la odiaba por haberla mandado a trabajar para aquel hombre que ahora era su jefe. –Para mi suerte él entendió que yo no era como las otras y que jamás aceptaría trabajar como una de sus perras. Aun así, mira lo que soy, estas prendas diminutas, las miradas depravadas que todos me dirigen… mi madre me condenó a esto, no, ella me quiso hacer trabajar de puta, dejemos las cosas en claro, no vio nada más en mí, no me tuvo fe, siempre se rio de que yo estudie una carrera, ¡maldita perra envidiosa, como la detesto! Hace más de tres años que ya no la he vuelto a ver. A veces llama al jefe para que la comunique conmigo, pero yo nunca he aceptado ninguna de sus llamadas. Menos mal que nunca se ha asomado por aquí. Sabe que le soltaría sus cuatro verdades, como ese día en el que llegué aquí por primera vez y me enteré de lo que mi mamá pretendía que hiciese para ganarme el pan –Rubí me dijo, y de pronto comenzó a sollozar. Sí, su vida era muy dura. Precisamente allí radicaba su encanto, lo que me hacía amarla con tanta locura. De todas formas, esta vez no me dejé engatusar. Seguí con el plan. Le propuse vernos el día de mañana en la noche, antes de que entre a su trabajo, pues le presentaría formalmente una propuesta laboral para que forme parte del equipo legal de mi empresa. Se puso tan contenta, juro que incluso me llegué a arrepentir, hasta quise decirle la verdad, que estaba enamorado y que quería vivir mi vida junto a ella. Pero al final no lo hice. Era momento de acabar con aquel estúpido circo. Después de todo, ella nunca me correspondería, y, por supuesto, eso yo ya lo sabía perfectamente…”.

Randy narró a continuación como se preparó para el encuentro final. Nicolás jamás había estado tan tenso como cuando leyó aquellas líneas. Y es que, por la descripción del nuevo crimen, Nicolás acababa de darse cuenta de que él había sido testigo presencial de este, bueno, en realidad solo de la parte final, cuando Rubí ya estaba adentro de la bolsa negra y su padre ya la estaba arrastrando hacia su auto. “Nos sentamos sobre una banca, le mostré un contrato que acababa de hacer aquella mañana. Mientras ella se hallaba distraída en la lectura, aproveché para cubrirle la boca y la nariz con un trapo empapado en cloroformo que previamente ya tenía preparado. Una vez Rubí perdió el conocimiento, rápidamente la llevé a lo más oculto del parque, en donde la metí dentro de una bolsa de basura y luego la subí a mi auto. Ah, estaba hecho, por más que siguiera con los arrepentimientos y los cargos de consciencia ya no podía volver atrás en el tiempo. Al menos esa noche me aseguré de disfrutar a mi trofeo como nunca antes lo hube hecho. Apenas llegué a la casa de mis padres la saqué del maletero y la arrastré hacia el sótano. Una vez estuvimos abajo, la coloqué sobre la mesa, abrí la bolsa y por unos segundos contemplé su belleza embelesado. Sin embargo, ella comenzó a recuperar la conciencia. No lo pensé dos veces y le inyecté una solución letal. Pronto Rubí moriría, así que si quería aprovechar su último aliento de vida al máximo tenía que ponerme de una buena vez manos a la obra. Así lo hice, oh, sí, vaya que así lo hice. La desvestí con salvajismo, como si no hubiese un mañana, y cual un animal fuera de control me le lancé encima y comencé a besarla apasionadamente. Oh, sus labios, sus tiernos y sonrosados labios; hace mucho que no me ponía así de cachondo. Y cuando con mi mano derecha toqué su tibia entrepierna, en ese momento yo…”, Nicolás cerró el libro de golpe. “Ella estaba viva cuando la vi dentro de la bolsa. Todavía se podía hacer algo, en ese momento aun podía ser salvada; si tan solo yo…”, Nicolás dejó a un lado la agenda y se dejó caer sobre su cama. Él quería convencerse de que su más reciente reflexión era lo que tan mal lo hacía sentirse. Sin embargo, en el fondo él sabía que no era así. La alarma se había encendido en su interior cuando comenzó a leer la descripción de la violación. Una parte de él había querido seguir leyendo aquello, había hallado placer en tan macabras líneas… una parte de él aún quería leer la infame continuación de la escena. El ser consciente de que este aspecto tan siniestro formaba parte de su persona fue lo que realmente lo puso tan preocupado y aterrado. Un repentino maullido largo y lastimero le hizo temblar de pies a cabeza y de forma incontrolable. Nicolás miró asustado hacia su balcón. Hace mucho que ya había anochecido.

Continua...


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