CAPÍTULO XXIV (1ERA PARTE)
Harleen siguió
asistiendo a clases como de costumbre. El primer día después de haber
presenciado el beso de la traición, Arthur se le acercó e intentó disculparse,
pero Harleen lo largo sin ningún miramiento. Él no volvió a insistir. Quien sí
persistió en su empresa fue Gina. Por momentos Harleen estuvo a punto de
decirle que la perdonaba, que no le importaba la traición, que no quería
perderla a ella también, pero su orgullo herido pudo más y en todo momento se
mostró esquiva y cortante. Tras una semana de insistir en vano finalmente Gina
también tiró la toalla. Harleen entendió que Gina no volvería a insistir más
cuando la vio soltar una profunda exhalación de desaliento y luego darse media
vuelta para comenzar a alejarse a pasos apresurados y sin mirar atrás. “Ahora
sí se ha terminado, estoy completamente sola”, Harleen se dijo para sus
adentros cuando su ex mejor amiga se perdió de vista entre el gentío tras salir
de la cafetería. En ese momento le dieron unas terribles ganas de llorar. Poco
después ella también abandonó la cafetería a toda velocidad. Terminó llorando
inconsolable dentro de una de las cabinas del baño del pabellón de la
secundaria.
“Conocí el arte de sufrir, respiro melancolía, mi sombra
entona una balada triste…”.
Los días que
siguieron Harleen se mostró más fría que nunca en el colegio. Poco a poco la
gente dejó de hablarle y de acercársele. Su fama de dedicada reportera escolar,
de ser la novia del capitán del equipo de fútbol… de un momento a otro todo
aquello quedó atrás y ella se volvió una excluida. Sin embargo, a pesar de
ello, las habladurías a su costa no cesaron. Constantemente Harleen oía las
murmuraciones sobre su ruptura con Arthur, sobre la traición de Gina, sobre lo
difícil que debía de ser para ella lidiar con todo eso. Aun así, nunca nadie se
acercó a consolarla.
Lo cierto es que
Harleen inspiraba temor en sus demás compañeros con su gélida forma de
comportarse y de mirar. Lamentablemente, ella en ningún momento llegó a ser
consciente de esto, de modo que al final terminó atribuyendo su creciente
distanciamiento de los demás a su detestable presencia, a su insoportable
personalidad, a que en el fondo todos siempre la habían odiado, pero que por lo
menos antes guardaban las apariencias debido a la presencia de Gina a su lado,
pues de alguna forma su simpática amiga conseguía mitigar, aunque sea en algo,
la horrible aura de su ser.
“Solo oigo tristes maullidos durante las noches, y mi
respiración solitaria resuena en mis oídos durante el día…”.
Noviembre era el
mes de las premiaciones para los distintos clubes del colegio. En el club de
periodismo se realizó la premiación al mejor periodista escolar del año. Para
su sorpresa, Harleen ganó por primera vez en su vida el anhelado premio. En el
coliseo y ante todos los estudiantes el profesor encargado del periódico
escolar le entregó la medalla con la que tanto ella había soñado. Sin embargo,
a Harleen los aplausos de la gente le parecieron fríos y desabridos. Como
hubiese querido que fueran al menos la mitad de efusivos de cómo lo fueron
cuando se entregó el premio a mejor solista del club de canto, o cuando se
entregó el premio a mejor ilustrador del club de dibujo. Pero lo que más la
desconcertó fue que incluso las felicitaciones de las autoridades escolares a
su persona le resultaron frías y poco entusiastas. ¿Es que era eso posible?
¿Realmente su horrible aura podía afectar incluso a los directivos de la
institución? ¿No sería que en verdad ella se estaba imaginando cosas? Poco
tiempo le duró la duda. Una vez volvió a su lugar y descubrió que nadie de los
alrededores le prestaba la más mínima atención, el velo gris que cubría su
percepción pasó a oscurecerse cual un eclipse total.
“Sobre la banca de un parque silencioso me pregunto
continuamente, ¿por qué me traicionaste, amiga mía?”.
Para Harleen las
clases nunca habían sido tan monótonas y aburridas. En ocasiones las ganas de ponerse
de pie y de largarse a pesar de que el profesor se halle en mitad de su dictado
eran tan grandes que ni ella misma entendía cómo es que al final conseguía
frenar su impulso. Pero lo cierto es que mucho peor que las clases le resultaban
los recreos. Aquí ella deambulaba a la deriva, cual un náufrago en mitad del
mar abierto. ¿Cómo es que antes los recreos le podían haber parecido tan
divertidos y esperados? Veía a estudiantes charlando en las bancas, en la
cafetería, en los pasillos, a chicos y a chicas soltando risas estúpidas ante
una broma aún más estúpida, veía la cancha repleta de chicos jugando fútbol o
sino correteando a las chicas y viceversa. Antes no se había tomado el tiempo
de encontrarle sentido a todo lo que ahora veían sus ojos. Lo cierto es que
antes ella jamás había necesitado hacerlo. Soltó una sonrisa melancólica al
recordar los tiempos en los que tenía las cosas claras y todo parecía estar
bajo control. Pensar en ello le resultó irónico: cuando nunca había ganado el
premio a mejor periodista escolar su vida era mucho más feliz, en cambio ahora
que lo acababa de conseguir no sentía nada positivo, y hasta odiaba el haberlo
ganado.
“Nunca creí que un beso dolería tanto, nunca me esperé
que tus labios pudiesen ser tan crueles…”.
Cuando se enteró de
que Gina y Arthur habían hecho oficial su relación se convenció a sí misma de
que aquello no le importaba en lo más mínimo. Aun así, la nueva oleada de
habladurías le resultó tan insoportable que hasta llegó a enfermarse. Dos días
faltó a clases, aunque al tercer día ya no pudo aguantar más la soledad y el silencio
de su casa, de modo que tuvo que resignarse a volver. Si al menos su tía
hubiese pedido licencia en el trabajo para cuidarla… pero no, aquello era
imposible. Ni su misma madre se daba tiempo para ella, así que, ¿Por qué su tía
sí tendría que hacerlo?
“¡Ah, amiga mía! Si estuvieras aquí a mi lado yo podría
contarte mis penas, tú me animarías como siempre lo has hecho, me consolarías y
me convencerías de que el mundo es de colores y no gris como siempre suelen
verlo mis tercos ojos de chica sombría…”.
Un sábado en el que
no tenía nada que hacer, Harleen salió a caminar y terminó deteniéndose en el
parque que quedaba a espaldas de su colegio. Este era un lugar silencioso y
poco concurrido a esas horas de la mañana. Era la primera vez que ella estaba
allí. Gina siempre le había dicho en broma que aquel era el parque de los
amantes, pues su ubicación y poca concurrencia hacían de este el lugar ideal
para dar rienda suelta a las más locas pasiones. “Loca eras tú, siempre lo
fuiste… ¿Por qué tuviste que hacerlo? ¿Por qué preferiste arruinar nuestra
amistad?”, Harleen se sentó sobre una banca, y al poco rato dirigió su rostro
hacia el cielo. Sus ojos se encontraron con la rama de un árbol en la que
retozaban un grupo de pajarillos. “¡Ah!”, Harleen soltó una larga exhalación.
Aquel lugar se terminó convirtiendo en su refugio. Con el pasar de los días
ella comenzó a ir hasta allí religiosamente luego de las clases. En este parque
ella pensaba y meditaba, reflexionaba y se cuestionaba su vida. Poco a poco sus
sentimientos fueron tomando forma, hasta que finalmente desbordaron de su
interior y ella no tuvo más remedio que plasmarlos en su blog.
“Conocí el arte de sufrir, respiro melancolía, mi sombra
entona una balada triste. / Solo oigo tristes maullidos durante las noches, y
mi respiración solitaria resuena en mis oídos durante el día. Sobre la banca de
un parque silencioso me pregunto continuamente, ¿por qué me traicionaste, amiga
mía? / Nunca creí que un beso dolería tanto, nunca me esperé que tus labios pudiesen
ser tan crueles. / ¡Ah, amiga mía! Si estuvieras aquí a mi lado yo podría
contarte mis penas, tú me animarías como siempre lo has hecho, me consolarías y
me convencerías de que el mundo es de colores y no gris como siempre suelen
verlo mis tercos ojos de chica sombría. / Iluminaste mi vida como el sol ilumina
el día, ahora solo vivo noches amargas que no tienen ni luna ni estrellas. / Ya
no puedo dormir, porque un gato de preciosos ojos marinos me atormenta con sus
maullidos lastimeros, maullidos que parecen reprocharme por vivir así, sola y
abatida, con rencor en el corazón y sin una pizca de perdón. / No tengo a
nadie, maldita sea, ¿Cómo quieres que viva de otra forma, gato insoportable? No
conozco una manera distinta, la tristeza me consume y yo no tengo más opción
que recibirla con los brazos abiertos. Mi tristeza es el amante que nunca nadie
debería tener, es barba azul, el innombrable, el terrible bandolero que asalta
durante las noches oscuras, que se introduce en mi habitación y me toma por la
fuerza. / Y a pesar de todo yo lo recibo con los brazos abiertos, y mientras
nos besamos ese gato maldito continúa maullando, es mi sombra entonando una
balada triste”.
Muchos fueron los
escritos que Harleen fue publicando en su blog. Abrir su corazón para derramar
sus sentimientos más íntimos sobre el teclado se convirtió en su mejor
medicina. Aunque lo cierto es que Harleen no se sintió para nada sana. Por el
contrario, con el pasar de los días ella empezó a sentir que descendía por una
espiral que la conducía hacia un oscuro vórtice del que emanaban los más
siniestros pensamientos. Aun así, ella siguió escribiendo, y cada vez con mayor
frecuencia.

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