CAPÍTULO XX (1ERA PARTE)
Cuando Gina le
contó sobre su fortuito encuentro con Arthur a la salida del centro comercial,
Harleen no tenía claro cuál debía ser su reacción. ¿Acaso no se trataba de un
golpe de suerte el que su amiga hubiese podido encarar a su enamorado para
soltarle sus cuatro verdades? ¿Es que no era evidente que aquello era un golpe
de buena suerte? Por alguna razón que ella en ese momento no alcanzó a
comprender, no se sintió capaz de alegrarse con la noticia, aunque para guardar
las apariencias con su mejor amiga, respondió a su historia con una agradecida
sonrisa. Odiaba ser como era, ¿Por qué no podía ser tan positiva y buena onda
como Gina? Ella sí que sabía cómo sonreírle a la vida, siempre era capaz de ver
el vaso medio lleno. ¿Por qué no aprendía de su mejor amiga? ¿Por qué tenía que
ser siempre Harleen, la torrencial nube de pesimismo y fatalidad?
Aunque en un primer
momento Harleen se mantuvo dubitativa respecto a la charla de su mejor amiga
con Arthur, tras el paso de los días poco a poco empezó a tener una visión más
positiva del asunto. Resulta que Arthur dejó de insinuársele a cada momento, y
además él pasó a tratarla con mucha mayor delicadeza. Aunque lo que más le
agradó a Harleen fue que su chico se mostró ante ella sumamente arrepentido por
su anterior actuar. Tales cambios en su pareja agradaron mucho a Harleen, sobre
todo porque ahora ella sentía que por fin era amada, que por fin Arthur se
interesaba realmente en ella, en quien era. Podía hablarle de lo que sea y él
siempre se mostraba dispuesto a escucharla. Tales días fueron muy felices para
Harleen. La esperanza en el amor había tocado la puerta de su corazón.
Una mañana, durante
el primer recreo, Harleen se sentó en una banca cercana a la cancha de fútbol
para comer y charlar junto a su mejor amiga Gina. Aunque generalmente el cielo
se mantenía nublado, ya comenzaba a hacerse más repetitivo que por momentos las
nubes se despejen y dejen paso a los cálidos rayos del sol. El aroma a
primavera podía sentirse en el aire.
–Pues sí que te veo
bastante radiante, amiga –Gina codeó a Harleen en tanto soltó una risita con
picardía.
–Eso debería decir
yo de ti. Si pensaba que tú ya no podías ser más risas y sonrisas, pues, ¡que
equivocada estaba! Parece que te hubieran dado cuerda.
–¡Je! Pues, ¿qué te
puedo decir? ¡Amo a la vida y a sus continuas sorpresas!
–En serio que a
veces te tengo tanta envidia; como me encantaría contar con tu misma actitud.
–Es solo cuestión
de practicar, aunque aquí entre nos vas por buen camino. ¡Te digo que estás tan
radiante como el sol, tan floreciente como un jardín en primavera, tan…!
–¡Dios santo, ya
párale a tu carro que me vas a hacer dar un coma diabético! –Harleen se echó a
reír–. Pero tienes razón. Estos últimos días he sentido que soy otra. Y todo
gracias a ti –la joven de las llamativas pecas colocó su mano derecha sobre el
hombro de su amiga–, desde que pusiste a Arthur en su lugar él se ha vuelto
todo un caballero… ¡ah, hasta creo que empiezo a pensar que el amor de mis
novelas juveniles es tan real como tu elegante peinado de Cleopatra…
–¡Jajaja! –Gina se
llevó una mano a la boca–. ¡Hace mucho que no me molestabas con eso! ¡Esto
definitivamente es una señal de que tu vida por fin se está encaminando hacia
la felicidad, mi estimada!
Las amigas
charlaron durante un rato más, hasta que finalmente sonó el timbre que
anunciaba el final del recreo. Cuando regresaron a clases, Harleen creyó que
las paredes de los pabellones acababan de ser pintadas. Así se lo hizo saber a
su amiga. –¡Claro que no! Lo que pasa es que cuando uno está enamorado, el
mundo se vuelve para sus ojos una explosión de vivos colores. Te lo digo por
experiencia.
Harleen asintió
ante el comentario de su amiga. Era cierto. Ahora el mundo ya no le parecía un
lugar al que la humanidad había llegado únicamente para intentar sobrevivir. Pero
entonces recordó la última relación de su amiga. Teo se llamaba el chico, un
muchacho de su barrio al que Gina había conocido desde muy chica. Él se marchó
junto a sus padres a los Estados Unidos hace como un año. Gina en el momento de
la despedida no se mostró triste. Ella confiaba en la promesa que él le hizo de
que volvería lo más pronto posible, pues para él aquella tontería de sus padres
de conseguir el sueño americano era una patraña. Sin embargo, el tiempo pasó y
a pesar de los esfuerzos de Gina la relación empezó a enfriarse. Aun así, ella
en ningún momento se rindió ni mostró señales de hacerlo. Incluso siempre que
Harleen la veía, su amiga le comentaba que tenía planeado viajar a Los Ángeles
durante las vacaciones de verano para encontrarse con su amado. Pero cuando se
acercaba la navidad Teo le dio la peor noticia de todas: había encontrado el
amor en otra. Harleen lo odió desde lo más hondo de su ser por haber escogido
justo aquella fecha para arruinarle la vida a su mejor amiga. Durante días no
supo de Gina, y para colmo de males la última vez que hablaron por teléfono la había
notado decaída y con la voz a punto de quebrársele. Aquello para Harleen fue
mucho peor que verla llorar a moco tendido. Desde ese momento su desconfianza
hacia los hombres y su recelo hacia el mundo aumentaron considerablemente. Pero
ahora Gina había vuelto a ser la de siempre, e incluso se le notaba muchísimo
mejor. “No hay duda de que es cierta esa famosa frase que reza: lo que no te
mata te hace más fuerte”, Harleen reflexionó para sus adentros, y a
continuación dirigió la vista hacia su salón. Por primera vez el bullicio de
sus compañeros no le pareció algo molesto.
Pero tanta
felicidad no podía durar para siempre, o al menos así comenzó a sentirlo
Harleen cuando con el pasar de los días Arthur empezó a mostrarse más frío y
distante. Continuamente él le soltaba alguna excusa para alejarse: de que tenía
muchas tareas pendientes, o de que los entrenamientos en el futbol serían hasta
muy tarde. Las razones nunca le faltaban. De todas formas, Harleen en todo
momento mantuvo una actitud positiva y no le dijo nada. Y es que cómo podía
hacerlo, si su mejor amiga en esos momentos parecía ser la persona más feliz
sobre la tierra. Definitivamente no podía contagiarle su pesimismo y mala onda.
El solo pensar en tal posibilidad le resultaba un crimen imperdonable.
Junto a Arthur
había asistido a un par de fiestas más luego del fiasco sucedido detrás del
arbusto durante el quinceañero en el que su pareja se emborrachó. En las
mencionadas fiestas él se comportó a la altura y ella no tuvo ninguna queja.
Por ello es que se esperó que la fiesta de Halloween que Lorena (una compañera
del salón) había organizado no sería diferente.
Se miró en el
espejo del tocador de su habitación una vez más. Su disfraz de la Bruja Escarlata le quedaba pintado. Le
guiñó un ojo a su reflejo, luego tomó su abrigo de su armario, y finalmente se
marchó mientras silbaba la melodía de una canción de moda.
Su tía la dejó en
el auto. Harleen se despidió de ella con un beso en la mejilla. Le prometió que
se portaría bien, y que pronto le presentaría a su novio del que tanto le
hablaba últimamente.
Dentro de la casa
de Lorena, Harleen se tomó su tiempo para saludar a sus compañeros de clases. Muchos
se sorprendieron con su buen humor y con sus bromas, algo poco común en la
siempre seria y enfocada hija de una de las periodistas más famosas del mundo. Finalmente,
ella se encontró con su enamorado. Arthur acababa de llegar vestido del Guasón. La pareja se saludó con un pico.
En ese momento Harleen se sintió el centro del universo. Para sus adentros ella
confiaba plenamente en que ambos habían venido con los mejores disfraces de la
noche. Aunque tal percepción no le duró mucho tiempo. Cuando Gina llegó a la
fiesta, más de uno fue el que se quedó boquiabierto. Resulta que la siempre
sonriente Gina había venido caracterizada como Gatubela, pero como la Gatubela
más sexy de la que Harleen tuviese memoria. El ajustado traje negro le quedaba
perfectamente calzado a su esbelta figura, y los lentes de contacto azules
hacían resaltar increíblemente sus ojos en medio de su delicado rostro moreno.
A pesar de la desazón inicial, Harleen rápidamente la relegó hacia lo más hondo
de su ser, y en vez se dirigió hacia su amiga para saludarla. Gina le respondió
con un fuerte abrazo. Poco después se les acercó Arthur, y Gina lo saludó de
igual forma.
–Ay, Harleen, este
bobo a veces puede ser tan tierno. A pesar de todo tienes a un buen chico a tu
lado –Gina codeó a su mejor amiga.
–¿Cómo que “a pesar
de todo”? –Arthur se mostró ofendido, aunque al poco rato se echó a reír.
–¡Pues cuánta razón
tienes, mi sexy Gatubela! –Harleen se unió a la broma.
Rato después la
gente se puso a bailar. A pesar de la vigilante mirada de la madre de Lorena,
unos chicos se las arreglaron para llevar ron camuflado en latas de gaseosa.
Poco a poco el ambiente se fue haciendo más intenso.
Harleen salió del
baño. Buscó a Arthur, pero no lo vio por ningún lado. “Ese tonto, se supone que
iba a esperarme”, la joven partió en su búsqueda a grandes zancadas. Se abrió
paso por entre sus excitados compañeros. Las risas y la música comenzaron a
marearla. “Solo le di un sorbo a esa maldita lata. Arthur, ¿Por qué tuviste que
convencerme?”, Harleen se lamentó para sus adentros. Se asomó por la cocina,
allí también había mucha gente reunida. Avanzó hasta el otro lado, pero no vio
a Arthur por ningún lado. Se sacó un poco de papas fritas de un bol. En ese
momento tenía un hambre atroz. En eso se fijó en una puerta corrediza de vidrio
que daba al jardín trasero de la casa. Incluso allí sus impetuosos compañeros
de año se hallaban pasándosela en grande. Empezó a avanzar hacia el jardín,
cuando de pronto oyó unas explosivas risas que le resultaron muy familiares.
“¿Gina?”, Harleen se preguntó para sus adentros. Recién cayó en la cuenta de
que la había perdido de vista desde hace un buen rato. Esquivó a un grupo de
chicos que conversaban escandalosamente. No pudo avanzar más. Con los pies
sobre el húmedo pasto del jardín, Harleen sintió que se hundía hasta lo más
hondo de un abismo desolado. Sobre un largo columpio amoblado, Arthur y Gina
conversaban muy pegados el uno al otro. Ambos tenían los rostros enrojecidos y
se les notaba algo bebidos. Harleen no tuvo el valor para interrumpirlos, para
intentar aclarar las cosas y así salirse de cualquier duda. “Se les ve tan
felices”, en ese momento este fue su único pensamiento. Lo que más le dolió fue
percatarse de las miradas que se dirigían el uno al otro. Aquello le resultó
como una daga directo al corazón. De pronto el bullicio de la fiesta le pareció
un estruendo que le taladraba los oídos y la cabeza. Con violencia ella se dio
media vuelta y se internó en la cocina. Con desesperación buscó un lugar
apartado y solitario para poder dar rienda suelta a su desesperación. A pesar
de sus esfuerzos por contenerlas, las lágrimas terminaron desbordándole
profusamente.

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