CAPÍTULO XXVI (1ERA PARTE)
Tania terminó su
rutina de piernas en el gimnasio. Se reunió en el vestidor de damas con sus
amigas de entrenamientos. Eran dos hermanas un poco más jóvenes que ella y una
alta mujer de su misma edad. Luego de ducharse las cuatro se cambiaron en tanto
charlaban y se reían. Quien las oyese podría pensar que se trataba de un grupo
de alborotadas adolescentes. Tras salir del gimnasio se dirigieron a un
elegante restaurante. Ambos establecimientos quedaban dentro de un exclusivo
club privado. Almorzaron en una mesa al aire libre desde donde podía verse una
gran piscina y más al fondo un conjunto de canchas de tenis. Ya era primavera,
de modo que a pesar de que aún hacía algo de frío, ya había gente utilizando la
piscina. Al ver a tales gentes en traje de baño, Tania se preguntó a donde
podría irse a veranear en año nuevo. Llegó la hora de pagar la cuenta. Tania
abrió su maletín deportivo para buscar su billetera, pero entonces sintió nuevamente
un repentino escalofrío en el espinazo. Una vez más ella tenía la sensación de
que alguien la observaba con intensidad desde la distancia. Miró en todas
direcciones, y por un momento le pareció haber visto un rostro oculto tras el
palo de una sombrilla. Volvió a dirigir hacia allí la mirada, pero en esta
oportunidad no halló a nadie.
“¿Por qué me está
ocurriendo esto?”, ella se preguntó mientras conducía de regreso hacia su casa.
Subió el volumen de la radio. En ese momento sonaba una canción ochentera.
Tarareó la letra, aunque al poco rato desistió, pues la lengua se le enredaba y
la memoria le jugaba malas pasadas. Lo cierto es que en ese instante no podía
concentrarse en nada. “Era el rostro de él, estoy segura. Y me miraba con unos ojos
que más parecían dos tizones encendidos; con ellos me señalaba, con ellos me
acusaba por haberlo superado, por haberme desecho de su recuerdo, por ya no
seguir amándolo…”.
Cuando Tania entró
a su apartamento, se dirigió a la habitación de su hijo. Hace mucho que no
hablaba con él. Encontró a Nicolás en su habitación, sentado sobre su cama y
con la mirada dirigida al parque. La forma de comportarse de su hijo comenzaba
a preocuparle. Él nunca había sido un chico demasiado hablador, pero al menos
antes solía conversar con ella, contarle sus cosas, sonreír e incluso hacer
bromas de cuando en cuando. Ahora en cambio su hijo tenía todo el aspecto de un
muerto en vida. “Debo hacer algo por él. Es mi hijo, él me necesita…”, Tania
elevó el brazo con la intención de tocar la puerta y así avisarle a su hijo de
su presencia. Sin embargo, en el último segundo ella se detuvo. Y es que por un
instante le pareció ver que la sombra de su difunto esposo se proyectaba desde
su detrás. Aterrada, Tania giró y observó hacia ambos lados del pasillo. No
encontró nada, pero lamentablemente el daño ya estaba hecho. El miedo que
sintió había sido tan fuerte que le quitó todo animo de hablar con su hijo.
Había empezado a
beber desde hace como un mes. Después de los almuerzos con sus amigas ella se
dirigía a un pub cercano en donde se pedía un coctel tras otro hasta que caía
la noche. En dicho local Tania solía charlar con un grupo de chicas que acudían
hasta allí después de su trabajo. Ellas eran más jóvenes, aunque a simple vista
Tania lucía de su misma edad. Sus conversaciones generalmente versaban sobre
asuntos mundanos, en donde el tema de los hombres siempre solía tener un papel
preponderante. Tras oír las continuas charlas de sus amigas de copas, Tania
comenzó a percatarse con mayor ahínco de su soledad en el amor. Había tenido
salientes tras la muerte de su esposo, pero lo cierto es que con ninguno había
llegado a sentir la seguridad y confianza que ella suponía debía sentir una
mujer enamorada.
–Yo soy el único
que te ha concedido ese refugio que tanto anhelas –en medio de la oscuridad de
su habitación, Tania juró haber oído la voz de Randy. Se levantó sobresaltada
de su cama y encendió la lámpara de su mesa de noche. Una sombra casi le hizo
dar un infarto. Ella cerró los ojos con fuerza y así permaneció por un rato.
Durante este lapso de tiempo en la habitación únicamente se oyó el zumbido del
foco de su lámpara. Minutos después Tania por fin se atrevió a abrir los ojos.
Lentamente dirigió la vista hacia la sombra que tanto pavor le había provocado.
El alma le volvió al cuerpo cuando descubrió que dicha sombra en realidad
estaba siendo proyectada por una montaña de ropa sucia, y no por el cuerpo de
su difunto marido.
Tania entendió que
si no hacía algo para librarse de sus alucinaciones estas terminarían volviéndola
loca. Es así que ella comenzó a asistir a donde una terapeuta. –Con Randy
siempre creí que tenía el matrimonio perfecto. Él nunca se mostró violento
conmigo, siempre fue respetuoso y amable, ¡a veces incluso yo le reprochaba a
modo de broma, diciéndole que yo era una simple mortal como él, y que por favor
me trate como tal! Aun así, él nunca cambió, y, bueno, al final terminé
acostumbrándome. Era como Homero de los locos Addams, ¡ay! Y yo como su
Morticia, ¡que disparate! De todas formas, esa era nuestra vida y los recuerdos
que forjamos juntos fueron muy bonitos… –una tarde Tania le contó a la
especialista que la atendía.
–Me gustaría que
algún día te animes a pasar de este punto –la doctora le indicó.
–¿Eh? No entiendo a
qué se refiere, doctora.
–Todas las sesiones
me hablas de lo maravillosa que fue tu vida de casada junto a Randy, pero cuando
ya estas por terminar de hablar, siempre tengo la sensación de que vas a
agregar algo más, una clase de “sin embargo”. Pero al final siempre terminas
callando. Al principio no te dije nada, pues no estaba segura de si esto que te
cuento era una mera impresión mía. Pero los días han pasado y en cada ocasión
siempre he notado lo mismo. Por favor, si de verdad quieres que te ayude, debes
sincerarte conmigo y contármelo todo, Tania.
La aludida pasó
saliva. De pronto Tania empezó a mover su pierna derecha de forma compulsiva.
En ese momento ella tenía las piernas cruzadas, y la derecha era precisamente la
pierna que mantenía en alto, por lo que su continuo movimiento fue muy notorio.
–Tania, no tengas miedo de contármelo todo –cuando la doctora posó su mano
sobre la inquieta pierna de su paciente, Tania detuvo su movimiento de golpe, y
con ojos muy abiertos miró a la doctora. Al poco rato las lágrimas empezaron a
fluirle. La doctora la tranquilizó con amables palabras. Tras varios minutos de
lamento, finalmente Tania asintió.
–Tiene razón,
doctora, tiene mucha razón. Hay algo que no le digo. Pero entiéndame, no se lo
he ocultado porque quisiera. Simplemente yo tampoco lo sabía, o mejor dicho
nunca quise creerlo. La verdad es que yo, yo… por más que lo intenté, por más
que siempre traté… yo… yo nunca fui capaz de amar a mi esposo como lo amé a él…
–Cuéntame más –la
doctora se inclinó ligeramente hacia Tania.
–No me gusta hablar
de esto, fue una etapa muy dura de mi vida, después de todo. Incluso intenté
suicidarme… lo cierto es que antes de casarme con Randy yo estuve a punto de
casarme con otro hombre. Su nombre era Gustav, pero él murió, él murió y yo, y yo…
–llegada a este punto Tania se deshizo en llanto–. Yo nunca fui capaz de
superar su muerte, ahora lo sé… ¡oh, doctora! –Tania se llevó las manos al
rostro y soltó una serie de agónicos lamentos.
Luego de sincerarse
con la doctora transcurrieron algunas sesiones más en las que Tania comenzó a
evidenciar una considerable mejoría. La doctora se lo hizo saber y poco después
le redujo las sesiones a una por semana. Asimismo, la doctora le disminuyó a
menos de la mitad la dosis de medicamentos que hasta ese entonces le había
estado recetando.
Tania, con la
seguridad de ya encontrarse mejor, empezó a salir con su entrenador del
gimnasio. Ella intuyó que con él sí podría encontrar la estabilidad que tanto su
corazón anhelaba. Su entrenador era un hombre muy amable, y además muy culto y
maduro, a pesar de que era algunos años menor que ella. Tania realmente
disfrutaba de sus conversaciones con él. Así, poco a poco ella se fue animando
para abrirse más a su nueva pareja, de modo que empezó a contarle sobre sus
problemas más personales. Peter, así se llamaba el hombre, se interesó mucho
por ayudarla, al punto de que hasta le dijo que quería conocer a su hijo. –Sé
que no soy su padre, pero puedo intentar serlo. Lo que tu hijo necesita es
alguien que le brinde seguridad y confianza, que se convierta en un apoyo con
el que finalmente él pueda superar la traumática experiencia que le ha tocado
vivir.
Tania estuvo de
acuerdo con la idea. Ya habían pasado varios meses desde lo sucedido con Randy,
de modo que Nicolás posiblemente ya sería capaz de entender que ella había
superado a su padre. De todas formas, Tania le pidió a Peter que le dé algún
tiempo para pensarlo. Por mientras, esa misma noche ambos acudieron a una
discoteca. Bebieron un par de tragos mientras charlaban, luego bailaron y
después continuaron bebiendo y charlando.
–¿Bailamos? –una
vez más Peter la invitó. Ella gustosa aceptó.
Se dirigieron a la
pista de baile y comenzaron a bailar. Esta vez Peter se le acercó mucho más y
pronto los cuerpos de ambos estuvieron muy juntos. Hace mucho que Tania no se
sentía tan excitada. Ella se abrazó al cuello de su hombre, y dirigió sus
labios a los de él. Sin embargo, para desconcierto de Peter, el beso tan
anhelado nunca llegó a concretarse. En vez él se encontró con un rostro tan
pálido como la luna y con unos ojos tan abiertos que parecían estar a punto de
salirse de sus orbitas. Tania retrocedió inconscientemente un paso. “¿Cómo es
posible? Ya había superado esto, se supone que ya lo había superado…”, ella se
repitió con desesperación.
–¿Te encuentras
bien? ¿Ha sucedido algo? –Peter le preguntó en tanto con suavidad posó una de
sus manos en la mejilla derecha de Tania. Dicha mejilla él la sintió tan helada
como un bloque de hielo. Eso lo asustó.
“Era Randy, puedo
jurarlo. Me señaló y luego se llevó el dedo al cuello y me hizo el gesto de que
iba a degollarme. Está celoso, él está celoso y ya no puede soportarlo más.
¡Oh, Dios mío! ¿Es que nunca podré ser feliz?”, Tania de pronto comenzó a
llorar. Al verla en tal estado Peter se le acercó y la abrazó. Ella entonces
lloró de forma incontenible sobre su hombro.
El tiempo continuó
su curso y Tania fue empeorando. Peter pronto comprendió que la situación de su
pareja era algo que se le escapaba de las manos. Además, él nunca se sintió
cómodo con el hecho de saber que el difunto marido de su enamorada era el
infame asesino en serie Randy Velázquez. Y por si fuera poco estaba su hijo, el
tal Nicolás, que a todas luces parecía tratarse de un chico raro y con altas
probabilidades de convertirse en un monstruo tan sanguinario como su padre. O
al menos eso fue lo que creyó Peter. El hecho es que con tales pensamientos en su
cabeza él no tuvo el valor para continuar con la relación. Cuando Peter la
terminó, Tania sintió que había tocado fondo. La doctora tuvo que recetarle
medicamentos más fuertes para intentar ayudarla. La mayoría fueron sedantes que
tenían a Tania la mayor parte del día tendida sobre su cama.
Una mañana,
preocupado por el notorio decaimiento de su madre, Nicolás le preparó el
desayuno y se lo llevó a la habitación. En ese momento Tania tenía la mirada
perdida en el cielo que podía verse a través de la puerta de vidrio que daba acceso
al balcón de su cuarto. Cuando oyó pasos entrando a su cuarto ella supo que se
trataba de su hijo. Sin embargo, cuando volteó hacia la puerta y lo vio, Tania
tuvo la repentina impresión de que aquel no era Nicolás, sino Randy que había
regresado de entre los muertos para atormentarla. Su rostro de pronto adquirió
una palidez mortal. Nicolás se asustó al ver aquello y presto se acercó hacia
su madre con la intención de tomarle la temperatura con la mano.
–¡No me toques,
horrible asesino!! –Tania chilló en tanto se hizo para atrás. Nicolás la miró
completamente desencajado.
–Mamá, soy yo…
Nicolás, tu hijo –él le dijo con voz triste.
–¿Qué? –Tania de
pronto volvió a ser consciente de la realidad. Oír la voz de su hijo pareció
haberla despertado de su hipnosis.
–Oh, cuanto lo
siento, cuanto lo siento –Tania se disculpó. Ella levantó una mano con la
intención de posarla en la mano de su hijo, aunque al final desistió de su
propósito. Poco después Tania le agradeció a su hijo por el desayuno. Nicolás
respondió con un lacónico asentimiento, y acto seguido abandonó la habitación.
Por más que él intentó repetirse que aquello no había significado nada y que
debía comprender a su enferma madre, lo cierto es que la reacción que ella tuvo
con él sí que le afectó bastante. Poco después Nicolás salió al parque y
después de mucho tiempo retomó su asiento en la glorieta. Hasta muy tarde se la
pasó allí dibujando. Esta vez todos sus dibujos fueron versiones felinas de
Harleen, la única persona que se le acercó cuando el resto del mundo lo había
estigmatizado por culpa de los horribles crímenes de su padre. “Necesito que
cumplas con tu promesa, lo necesito más que nunca”, Nicolás llegó a murmurar en
tanto realizaba sus frenéticos trazos.

Comentarios
Publicar un comentario