CAPÍTULO XVI (1ERA PARTE)
En un bus todo el
tercero de secundaria salió rumbo a un destino campestre con el objetivo de
disfrutar de una mañana de esparcimiento y recreación por el día del
estudiante. Harleen este año no se sentó en compañía de su inseparable amiga
Gina, sino que lo hizo al lado de su flamante conquista, el atlético y bien
parecido Arthur. Antes de partir Harleen buscó con la mirada a su amiga. Gina
le mostró ambos pulgares apenas sus miradas se cruzaron. Harleen soltó una
exhalación y luego se enderezó en su asiento.
–¿Todo bien,
amorcito? –Arthur le preguntó–. Si gustas podemos cambiar de lugar, digo, si
quieres ir para el lado de la ventana. Harleen lo miró y luego contempló la
ventana. “Es tan detallista… odio no poder enojarme con él”, ella se dijo para
sus adentros, y con una sonrisa aceptó la proposición. Se levantó para ir hacia
el asiento de la ventana, pero en eso tropezó y cayó pesadamente sobre las
trabajadas piernas de Arthur, quien para colmo esa mañana vestía un short
deportivo. Sentir la dureza de sus músculos y el calor que emanaba de estos
provocó que Harleen fuese poseída por un repentino bochorno. Ella rápidamente
se incorporó y se escabulló hacia su asiento. Dirigió la mirada hacia la
ventana en tanto soltaba un rápido “lo siento” –. No tienes nada de qué
disculparte –Arthur le respondió de muy buen amor. Oír aquello provocó que la
pobre se sonrojase aún más de lo que ya estaba. Odiaba sentirse así, sin poder
controlar las reacciones de su cuerpo. Aquello la hacía percibirse como torpe y
vulnerable, y justamente tal percepción era lo que ella más odiaba en el mundo.
Mientras el bus se
abría paso por entre el tráfico capitalino, ajena a los bocinazos, al ruido de
los motores, de los silbatos y del murmullo de los transeúntes, Harleen
contemplaba su reflejo en el vidrio de la ventana con semblante abstraído. El
pequeño incidente del cambio de lugares le había hecho recordar muy vívidamente
cierto acontecimiento que acababa de experimentar junto a Arthur en una fiesta
a la que ambos habían acudido ya como pareja.
Era la fiesta de quince
años de la enamorada de un amigo de Arthur. El local quedaba en un acomodado
distrito de la ciudad. El lugar a Harleen le pareció muy elegante. Sobre todo,
le impresionó el amplio y bien cuidado jardín, y la artística pileta que bullía
de agua cristalina afuera del salón. Ambos dejaron atrás el jardín y entraron al
salón para unirse a la celebración. Allí Harleen se topó con muchos jóvenes de
su colegio, todos muy bien trajeados para la ocasión, y también con otros
chicos y chicas que no pudo reconocer. Al poco rato la pareja se unió a un
grupo de amigos de Arthur, quienes se encontraban también con sus respectivas
enamoradas.
Luego de conversar
por algunos minutos, uno de los chicos del grupo sacó de debajo de su terno una
botellita de ron, la cual al poco rato empezó a rotar de mano en mano para agregar
parte de su contenido a los vasos de gaseosa.
–¡Santo cielo! Qué
avezado es tu amigo. ¿Y si alguno de los adultos que han venido lo descubre? Además,
aun somos menores de edad, ¿tú tomarás también?
–No es la primera
vez que Pepe hace esto. Es nuestro proveedor oficial –Arthur rio por lo bajo.
–¿Ósea que antes ya has tomado con él?
–Supongo que los
futbolistas somos algo precoces en algunas cosas, je je –Arthur se encogió de
hombros.
–Serás… ¡mejor olvídalo!
¿Te parece si bailamos?
La pareja se puso a
bailar al ritmo de las mezclas de genero urbano que un dj instalado junto a la
barra de los bocaditos reproducía. Poco después volvieron con el grupo de
amigos de Arthur y los chicos brindaron por haber ganado la liga interescolar. Poco
después uno de los muchachos animó a su enamorada para que se una al brindis. No
pasó ni un minuto y todas las demás chicas del grupo decidieron unirse a la
celebración, bueno, todas con excepción de Harleen. Aunque esto solo fue en un
inicio, pues al poco rato Arthur y los demás se encargaron de convencerla. “¡Ah!
Al diablo. Si algo me ha enseñado mi casi siempre ausente madre es que para ser
una mujer de mundo a donde vayas debes adaptarte a lo que hay”, ella justificó con
este pensamiento su cambio de parecer. Sin embargo, debido a la falta de
costumbre, al poco rato la pobre terminó lamentando el haberse dejado convencer.
Arthur acompañó a
Harleen a los servicios cuando ella se sintió con nauseas. Al final no llegó a
vomitar, pero de todas formas los mareos continuaron atormentándola. Arthur le
propuso salir un rato al jardín para tomar aire fresco y así poder despejarse
un poco. Harleen asintió, y así ambos terminaron en el jardín. Sin embargo, ella
no supo explicarse cómo fue que ambos terminaron en el rincón más alejado del
jardín, justo detrás de un alto arbusto. En tan tentador escondite Arthur le
tomó la mano, y entonces ella sintió un irrefrenable impulso de besarlo. Harleen
no se lo pensó demasiado y sin más se lanzó a los brazos de Arthur y le dio un
tierno pico en los labios. Pero él no se conformó con eso y sin pérdida de
tiempo le devolvió el gesto en la forma de un apasionado beso. Para sorpresa de
Harleen, poco después, a pesar del frío, Arthur se quitó el saco y comenzó a
desabotonarse la camisa. Acto seguido, para mayor incredulidad de la muchacha,
las manos de su enamorado avanzaron hacia los pliegues de su vestido. El frío
que de pronto ella sintió en las piernas le despejó toda la calentura que en un
primer momento ella hubiese podido tener. Harleen se fijó en su alrededor, en
la húmeda vegetación del arbusto que los separaba de la fiesta y de su bullicio.
Arthur volvió a besarla y mientras tanto introdujo una de sus manos dentro de
las bragas de Harleen. Cuando la joven sintió el tacto de los dedos de su chico
contra una de sus nalgas entendió que aquello iba muy en serio, y que si no
hacía algo por detener a su fogoso enamorado la situación se terminaría
saliendo de control. “…debo ser fuerte, aunque una parte de mí quiere que
Arthur continúe, mi yo consciente no puede permitirlo. No es así como quiero
perder mi virginidad. Digo, ¿dónde quedó mi ilusión de que este momento sea algo
especial, un encuentro íntimo, delicado y mágico? Ambos apestamos a alcohol, estamos
bebidos, y nos encontramos en un frío y oscuro rincón… simplemente somos dos
adolescentes calenturientos que están a punto de fornicar a la intemperie cual
si fuésemos vulgares perros callejeros. No, definitivamente esto no es lo que
soñé, no es lo que quiero para mí…”, Harleen de pronto se alejó en tanto colocó
ambas manos sobre el pecho de Arthur. Él se mostró desconcertado en un
comienzo, quiso continuar, insistió, hasta llegó a hacer fuerza, pero Harleen
se mantuvo firme. Entonces sucedió algo que desconcertó a la joven. Arthur la
hizo a un lado, se acomodó su camisa y se puso su saco, y acto seguido se alejó
sin pronunciar palabra, dejándola así sola y abandonada en medio del frío aire
de aquel apartado rincón del jardín. Harleen por algunos segundos no entendió
lo que acababa de pasar, aunque poco después lo comprendió todo. Atribuyó tan
desconsiderada reacción al alcohol, en algo esto consiguió calmar sus irrefrenables
ganas de llorar. Partió en busca de Arthur, lo encontró a un costado de la
entrada del salón, tomando como un descocido en compañía de sus amigos. Harleen
se le acercó, quiso disculparse, aunque lo cierto es que no entendía por qué
ella tendría que disculparse con él. De todas formas, al final hizo a un lado a
su orgullo y lo hizo. Le habló con dulzura, le explicó lo sucedido con sumo
tacto y calma. Arthur en todo momento solo la miró. Una vez ella se cansó de
hablar, él cogió la pequeña botella que un amigo le alcanzó, y sin ningún
reparo se bebió lo que quedaba de esta directamente del pico.
–¿Hay más, esta vez
para aumentarle a mi vaso de gaseosa? –dijo él al poco rato, y se alejó
tambaleante hacia Pepe, quien acababa de sacar de debajo de su saco otra
botellita de ron. En ese momento Harleen se sintió terriblemente humillada, y
entendió que ya no tenía nada que hacer en aquel lugar. Al poco rato ella llamó
a su tía para que le pida un taxi, e instantes después se marchó el local sin
despedirse de nadie.
Harleen llegó a su
casa hirviendo de la rabia. Hasta muy tarde ella no fue capaz de dormir por
culpa de la ira que la embargaba. Sin embargo, su ira no le duró demasiado. Muy
temprano al día siguiente, era domingo, Arthur la llamó. Sonó tan arrepentido y
tan sincero que Harleen no tuvo corazón para reprocharle nada. Una vez más ella
atribuyó lo sucedido al alcohol. La jovencita de los almendrados ojos cafés le
hizo prometer a Arthur que nunca más volvería a beber como anoche. Él le juró
que así sería. –No sé lo que me pasó, yo nunca he sido así, no sé cómo pude
llegar a tal nivel de patanería… es que me tienes tan loco, de solo recordar
tus labios besando a los míos, a tus ardientes caderas moviéndose al ritmo del
dj cuando bailábamos… mejor no sigo. Perdóname, es todo cuanto te pido…
La cabeza de
Harleen chocó contra el vidrio del ómnibus cuando este pasó por un camino
empedrado. Ella acababa de volver al presente. Miró a su costado. Arthur
dormitaba con la cabeza pegada a su hombro desnudo. Resulta que para la ocasión
Harleen había optado por ir al paseo con un polo negro sin mangas. La joven
soltó una exhalación, pero para su mala suerte esta terminó despertando a
Arthur. Él la miró y le dedicó una simpática sonrisa. –Pronto pasaremos por el
túnel –al poco rato él le mostró un mapa en su celular, y al mismo tiempo movió
sus cejas en forma seductora.
–¿Y qué hay de
especial con eso? –Harleen no entendió la indirecta.
–Podrías sentarte
aquí, en mis piernas, y podríamos, no lo sé, besarnos quizá, amparados por la
oscuridad de nuestro buen amigo el túnel. Sería como nuestro túnel del amor
tercermundista. ¿Te animas a intentarlo? –tras su pregunta Arthur esbozó una
pícara sonrisa que a Harleen le elevó la temperatura de golpe. “Como odio
cuando me propone esta clase de cosas… pero, pero, aun así, aun así, yo no me
siento capaz de odiarlo… Arthur se me muestra tan inocente, como si a lo que me
incita fuese el más santo juego de niños”, la joven de las traviesas pecas,
aunque lo hizo de forma inconsciente, terminó frunciendo el ceño. A Arthur no
le pasó desapercibido dicho gesto, aunque lo disimuló muy bien–. Te estaré
aguardando, amorcito –él finalizó así su proposición, y acto seguido volvió a
apoyar su cabeza sobre el hombro de su enamorada para seguir dormitando.
Harleen regresó su
vista hacia la ventana. El bus se hallaba atravesando una larga curva. Recordó
las indicaciones del mapa, que al finalizar la presente curva se toparían con
el consabido túnel. En ese momento Harleen quiso que el tiempo pase muy lento,
que el bus se mueva muy lento. Su cabeza se llenó de dudas y de reflexiones, de
imaginaciones, fantasías y escenarios supuestos. De reojo observó las piernas
de Arthur, sus marcados músculos, su tersa piel. Quiso apartar la idea que
empezaba a asomársele en la cabeza, pero su voluntad tambaleó. Se imaginó
llegando al túnel y sentándose sobre las piernas de Arthur, acercando sus
labios a los de él para a continuación darle un apasionado beso. Pero allí no
terminó la cosa. Harleen odiaría rato después lo lejos que a veces podía llegar
su imaginación. Se imaginó que Arthur colocaba sus manos sobre los botones de
su pantalón, y que lentamente comenzaba a desabrochárselos. Luego sintió muy
vívidamente como los dedos de él se introducían por debajo de los pliegues de
su pantalón y comenzaban a hacerlo descender con suavidad, aunque a la vez con
firmeza. Cuando ella se imaginó sintiendo el calor del contacto de la piel de
su trasero con la de las torneadas piernas de Arthur, negó con violencia con la
cabeza e incluso se llegó a dar un par de lapos en las mejillas para recuperar
la compostura. Poco después el bus pasó debajo del túnel. Harleen en ningún
momento apartó su cabeza del vidrio de la ventana. Esta vez fue Arthur quien
soltó una exhalación.

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