CAPÍTULO XVII (1ERA PARTE)
Nicolás leyó más de
lo mismo en las numerosas páginas que siguieron en la agenda después de que se
mencionase por primera vez a Gustav, el chico alemán recién llegado. En todas
ellas su padre se dedicó a destilar la más pura envidia y odio, y en ocasiones
a tal grado de malicia llegaban sus palabras que Nicolás terminó optando por
pasar de largo todo el resto del párrafo, pues temía terminar envenenándose con
tanta ponzoña. Recién el texto se suavizó una vez Randy empezó a narrar su
nueva vida tras graduarse del colegio. Las nuevas preocupaciones tales como
ingresar a la universidad, escoger una carrera o estudiar para la prueba de
admisión sirvieron como un santo remedio para hacerle dejar de lado su
enfermiza actitud.
Poco después él empezó
con sus clases. Randy narró lo contento que se puso al recibir la buena nueva
de que había conseguido su ingreso a una importante universidad de la ciudad.
Así, poco después él ya se encontraba enfocado en sus estudios en la carrera de
economía. En esta parte de sus memorias Randy describió sus experiencias como
joven universitario: las fiestas, los trabajos grupales, los exámenes, los
chismes, las competiciones deportivas y los demás acontecimientos típicos de la
vida de un universitario promedio. Algo que a Nicolás le llamó la atención en
esta parte del texto fue que en ningún momento Tania fue mencionada.
Pero el olvido de su
primer amor fue en realidad algo aparente, tal y como algunas páginas después
Nicolás pudo comprobar. Por medio de un amigo del colegio Randy se enteró de que
Tania se acababa de comprometer con Gustav, y que la boda sería dentro de unos
meses. Randy recordó en las siguientes líneas como su relación con Tania fue
deteriorándose durante sus últimos años de colegio, al punto de que en el
quinto de secundaria con lo justo ambos se saludaban desde la distancia de
cuando en cuando. “Me convertí en su
confidente, en su mejor amigo, le abrí mi corazón y le di todo de mí. Pero ella
nunca se quitó la armadura, nunca me valoró. Por ello es que no me sorprendió
para nada el haber terminado siendo olvidado y enterrado. Aun así, como mínimo
yo esperaba que en una fecha tan importante para ella al menos tendría la
delicadeza de hacérmelo saber, de compartir conmigo la noticia… ¿tan poca cosa
significó nuestro tiempo de amistad? Yo nunca he podido olvidarla, aunque haya
deseado hacerlo con todas mis fuerzas, no he sido capaz. Su recuerdo siempre se
ha mantenido en mi cabeza como el sol durante un día nublado: oculto por las
nubes, pero siempre presente, siempre allí, a la espera de que el cielo se
despeje para así una vez más poder cegarme con su intensa luz…”, cuando
Nicolás leyó esta parte, en lo más hondo de su ser se sintió identificado, y
por un instante a su mente se asomó la imagen de aquella tarde en la glorieta,
cuando esa chica de su antiguo colegio, la de las coletas castañas y las
coquetas pecas en el rostro, se le acercó y admiró el dibujo que él acababa de
hacer de un gato negro. Hace mucho que ya no dibujaba a sus gatos negros.
Pero la amargura a
Randy no le duraría por mucho tiempo, pues un inesperado giro del destino
pronto se encargaría de devolverle la fe en el mundo y en la humanidad. Nicolás
se enteró del suceso un par de páginas después. Cuando leyó que Gustav había
muerto en un accidente de avión creyó en un comienzo que se trataba de otro de
los maliciosos desahogos de su padre. Sin embargo, en las líneas que siguieron
no hubo ninguna aclaración, ninguna lamentación de las que siempre solía poner
su padre en este tipo de arrebatos, tales como “¡ah, pero volviendo a mi desgraciada realidad, ese bastardo continúa
de lo más feliz al lado de mi amada Tania”. En vez, Randy se dedicó a
aclarar que él nunca quiso que esto pasase realmente, pero si el destino había
tomado la vida de Gustav esto debía ser por algo, el mensaje estaba bastante claro
para él. Poco después Tania terminó en el hospital, tras un fallido intento de
suicidio. “Sus padres la encontraron a
tiempo en la bañera. Ella había intentado quitarse la vida cortándose las
muñecas con una navaja de afeitar. Nunca les estaré lo suficientemente
agradecido a mis bien amados suegros por haberle salvado la vida. Cuando me
enteré de lo sucedido no lo pensé dos veces y fui al hospital. Permanecí
clavado día y noche en la sala de espera, juro que hasta estuve a punto de
desmayarme por no dormir ni comer. Los padres de Tania tuvieron que convencerme
de salir de allí. Me prometieron que apenas su hija recobrase el conocimiento
me avisarían. Así lo hicieron unos días después. Una mañana soleada llegó el
día, el día favorito de toda mi vida. Entré al hospital con un ramo de rosas,
estaba tan nervioso… los señores Martens me guiaron hacia su habitación. Ingresé,
levanté la mirada, y allí, sobre su cama y apoyada en el espaldar estaba ella,
iluminada por los rayos del sol que entraban desde la ventana de aquella
habitación de hospital. Recuerdo que me acerqué, y sin mediar palabra alguna
tomé su mano. En mi interior tenía muchísimo miedo, miedo de que ella no me
reconociera, de que dijera algo como “¿quién eres tú? o “¿de dónde te
conozco?”, pero para mi gran alivio de sus labios no salió ninguna de estas
preguntas. Ella simplemente me miró, y de sus labios salió mi nombre. ¡Ah! En
ese momento me sentí el hombre más afortunado del mundo. Nunca me había sentido
tan dichoso. Fue como si un ángel recién bajado del cielo me hubiera tendido su
mano y tras pronunciar mi nombre yo por primera vez hubiese levantado la vista
del agujero en el que permanecía prisionero, y entonces mis ojos comprobasen
por primera vez que el cielo también existe para mí… en ese preciso instante mi
corazón se llenó de luz y de esperanza, por primera vez en mucho tiempo yo tuve
fe en el futuro…”, Nicolás no pudo terminar de leer este párrafo, pues una
lágrima se le escapó y cayó sobre la hoja de la agenda. “De modo que si uno
espera lo suficiente en algún momento la vida te sonreirá”, él se dijo para sus
adentros. Poco después se secó las lágrimas y continuó con la lectura. Su padre
se hizo muy cercano a Tania, tanto como en sus mejores momentos durante la
secundaria. Pero esta vez él fue más allá, y desde un principio dejó ver muy claros
sus sentimientos. En esta ocasión Tania no se alejó, no lo dejó por otro
hombre. El sueño tan anhelado de Randy por primera vez se estaba haciendo
realidad. Nicolás esbozó una tenue sonrisa. Un año después su padre y su madre
se casaron. Si allí hubiesen terminado las memorias Nicolás hubiese sido muy
feliz. Sin embargo, todavía le quedaban muchas páginas por leer. Aquello lo
deprimió tremendamente, pues sabía que después de aquella calma se avecinaba la
estremecedora tormenta. Un vacío de angustia indescriptible terminó formándose
en su joven pecho.

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