CAPÍTULO XIII (2DA PARTE)
Harleen por muchos
días se sintió perdida y sin rumbo. ¿Qué era entregar el corazón? ¿Alguna vez
ella realmente había llegado a hacerlo? ¿Alguna vez alguien lo había hecho con
ella? Pensar en Nicolás le resultaba demasiado doloroso como para soportarlo.
Con el pasar de los días ella se volcó en su libreta y en sus apuntes. Esta vez
decidió ya no escribir para ser leída por alguien, sino que simplemente lo hizo
con el fin de extraer el lacerante veneno que le recorría las venas y que
amenazaba con alcanzar a su corazón. “No dejaré que mi corazón se paralice por
culpa del veneno del desengaño. Mis textos son vendas para aplicarme
torniquetes, son sueros para disolver sustancias dañinas…”, con dichas palabras
la joven inició con su viaje hacia un nuevo mañana.
Sin embargo, los
días transcurrieron y la medicina no pareció surtir efecto. Harleen se percató
de que su capacidad para escribir se hallaba anulada. Podía pasarse horas
frente a su libreta, y por más empeño que le pusiese al asunto al final la hoja
seguía en blanco. Sus pensamientos la arrastraban y la sumergían, no la dejaban
en paz ni por un segundo. Cuando la joven intentaba plasmar alguno de dichos
pensamientos en el papel, estos se multiplicaban de forma caótica y se
arremolinaban en su cabeza, al punto de que amenazaban con hacerla estallar.
Asimismo, un vacío creciente empezó a abrirse camino en su pecho. Por primera
vez Harleen se planteó seriamente la cuestión de si en el mundo existía alguien
a quien ella realmente le importase. Pensó en su tía, en su madre, las personas
más cercanas con las que contaba. Su tía se la pasaba casi todo el día
trabajando o en reuniones con sus amistades, su madre tenía como prioridad a su
trabajo como reportera y casi siempre paraba de viaje. “¿Existo para ser
carcomida por la soledad? ¿Para esto nací? Tal vez no deba continuar con tal
sinsentido, tal vez solo debería rendirme y acabar con todo…”, Harleen se
estremeció al tener este pensamiento. Un nuevo pesar acababa de sumarse a su
larga lista. A partir de este momento los pensamientos oscuros no pararon de
rondarla, de acosarla y de seducirla. Harleen jamás en toda su vida había
tenido tanto miedo. Y lo peor es que no hallaba ningún refugio para encontrar
consuelo. En este momento de su vida Harleen se sentía como un náufrago en
medio del agitado océano de una noche tormentosa.
Le pareció que
habían pasado años desde la última vez que hubo visto aquel afiche tan
misterioso en el panel de anuncios de su escuela. El afiche del club que
ofrecía “crecimiento mágico y espiritual” seguía allí clavado, tal cual y como
ella lo recordaba. Esta vez le pareció muy curioso su diseño. ¿Siempre había
sido tan enigmático y atrayente? Por varios segundos no pudo despegar la vista
de las estrellas de colores que caían de una aurora boreal situada en medio del
cielo nocturno que componía el afiche. “Este afiche… transmite un no sé qué
especial, como si fuese cosa de magia… ¿Magia? ¡¿Qué diablos?! ¿Desde cuándo yo
creo en la magia? Todo lo relacionado con aquella palabra siempre me ha sonado
a patrañas. ¿Tan desesperada estoy? Bueno… lo cierto es que a estas alturas ya
no tengo nada que perder”, de mala gana Harleen sacó su celular y le tomó una
foto al afiche.
El club no quedaba
en la universidad, sino en la parte trasera de una peculiar cafetería ubicada a
pocas cuadras del campus. El encargado del mostrador la miró con evidente
curiosidad cuando ella se le acercó. –Busco *Jesed (extrema compasión) –Harleen le dio la frase clave con la que
se identificaba como interesada en formar parte del club. En aquel momento ella
no tenía ni idea de lo que significaba la palabra que acababa de pronunciar.
–Misteriosos son
los caminos del todo, pero nunca sin significado. Bienvenida –el joven
encargado señaló con el pulgar hacia un costado, a una cortina azul y bordada
con medias lunas que cubría una entrada lateral. Por allí Harleen ingresó a una
extraña habitación con forma de octógono. En el lugar ya se encontraban tres
mujeres y dos hombres. No supo si era por sus abalorios, o por sus desgarbadas
prendas, o por sus estrafalarios cortes de cabello; lo cierto es que todos
ellos tenían algo que los hacía lucir como personajes sacados de una película
de magos o de brujas. Harleen sintió cierto temor y hasta se arrepintió de
haber ido a aquel lugar. Sin embargo, cuando los desconocidos se le acercaron y
la saludaron Harleen descubrió que ellos eran tan jóvenes como ella, y que su
forma de hablar y de desenvolverse era como la de cualquier joven común y
corriente. Aun así, algo en sus maneras y en sus gestos los delataba como
distintos. Harleen no sabía cómo explicarlo, era como si un aura de extraña
sabiduría los cubriese en todo momento.
–Qué bonito gato
traes contigo –una joven que se presentó como Shantal le señaló. En ese preciso
momento Harleen juró haber oído un maullido. Rápidamente ella viró hacia sus
costados y luego hacia atrás. Como se lo esperó, no encontró nada. Aunque lejos
de tranquilizarla aquello la perturbó aún más. Los recuerdos del gato negro de
los ojos oceánicos le volvieron con fuerza. Harleen fue rememorando todos los
momentos en los que tan misteriosa criatura la hubo “visitado”.
En el club
“Belladona del Amanecer” (recién una vez se unió se le reveló el nombre del
club), Harleen aprendió que el concepto de “magia” abarcaba muchísimo más que
los hechizos y las maldiciones. Aquí ella aprendió diversas corrientes de
filosofías de vida y del espíritu. Con el Tarot, por ejemplo, comprendió que
tal arte no se reducía únicamente a predecir el futuro, sino que su principal
valor radicaba en servir como una potente herramienta de autoconocimiento.
Asimismo, ella obtuvo una incontable bibliografía sobre diversos textos que
versaban sobre el sentido de la vida y del cómo asumirla. En el club había un
día exclusivamente dedicado para discutir sobre dichos textos, los viernes. Por
medio de estas discusiones la joven poco a poco comenzó a ver al mundo y a la
vida desde un enfoque muy distinto. Por ejemplo, aprendió sobre el I Ching, la
Cábala, la astrología, las runas, el tarot, el Feng Shui, los espíritus
familiares, el Tao, el plano astral y sobre otros muchos saberes más, varios de
los cuales poseían un marcado corte esotérico y ocultista. También aprendió
sobre la historia de la magia, sobre la brujería y sus numerosas variantes,
como la Wicca y la hechicería verde. Sin darse cuenta su mente comenzó a
abrirse, a dejar atrás lastres y prejuicios innecesarios. Aunque por encima de
todo, Harleen aprendió a tener paz, a alcanzarla por medio de la quietud, de singulares
ritos mágicos, y por medio de ciertas filosofías poco conocidas que la
conducían hacia un estilo de vida y de pensamiento que sus nuevos amigos
llamaban “el camino”.
Toda mi vida estuve perdida, pero ahora por fin pude
liberarme del *samsara. (*ciclo sin fin de sufrimiento promovido por la
ignorancia).
Algo que Harleen
apreció mucho de esta nueva etapa de su vida fue el aprender a contar con una
bitácora de sueños. En este libro ella escribía todo lo que soñaba, lo más
detalladamente posible, y luego compartía sus escritos con los demás miembros
del club. Tal actividad se realizaba los días lunes, y no solo se limitaba a
intercambiar los escritos de las bitácoras, sino que su principal función
versaba en intentar interpretar entre todos los miembros los distintos sueños
que se iban leyendo. Aunque allí no quedaba la cosa. En realidad, aprender a
interpretar los sueños era un ejercicio que permitía alcanzar algo muchísimo
mayor: los tan ansiados viajes astrales. Pero por supuesto, dichos viajes
tampoco eran la meta final. De hecho, nada de lo que Harleen aprendía y
practicaba en el club podía calificarse como una meta final. Simplemente, todo
aquello era un mero paso más en su continuo andar por la senda del *Tao (El
Camino). Y eso precisamente era lo que tanto le fascinaba del club y de su
temática a la joven.
El sentido de la vida es la travesía. La recompensa está
en cada paso, aunque no todos los peregrinos son capaces de descubrirlo.
“Noche del domingo...
de… del año…. Soñé una vez más con el gato negro de los ojos oceánicos. Él me
guiaba por una franja costera en medio de la noche. Cada paso que yo daba hacia
brillar una estrella en el firmamento. De cuando en cuando el gato maullaba,
como dándome una indicación, y entonces yo sabía que tenía que cavar en el
punto en el que el gato se había detenido. Lo hacía con mis manos desnudas, y
para mi sorpresa nunca me cansaba. En cada oportunidad encontraba un cofre de
distinta forma y tamaño, y siempre que lo abría, de este salía una mariposa que
se elevaba hasta convertirse en una nueva estrella en lo alto del cielo
nocturno. Así anduve por mucho tiempo, hasta que llegué a una zona rocosa. Miré
al gato como reprochándole por aquella broma de mal gusto, pero él no se movió.
Al final tuve que cavar allí, en medio de las duras rocas. Esta vez no pude
cavar ni un poquito, y darme cuenta de mi propia incapacidad me produjo una
desesperación atroz. Poco después desperté, justo tras el momento en el que las
uñas se me partieron por intentar con todas mis fuerzas atravesar una impenetrable
roca”, apenas se despertó Harleen escribió a toda prisa en su bitácora, tal y
como se lo habían recomendado sus amigos del club, para que así no olvide mencionar
ningún detalle de su experiencia onírica. Aquel día era lunes, de modo que esa
misma tarde su sueño sería interpretado durante la sesión del club. Ella esperó
con ansias dicho momento.
Eran cerca de las
dos de la tarde. Harleen se hallaba en la cafetería de la universidad almorzando.
Una vez más miró la hora en su celular. Ya faltaba poco para la reunión en el
club. “Me pregunto qué significado oculto tendrá ese sueño que tuve anoche.
Tiene un no sé qué que me resulta de lo más inquietante”, ella se dijo para sus
adentros. En eso sonó su celular. Se trataba de un número desconocido. Harleen
no hizo caso, pero ante la insistencia de la llamada ella no tuvo más remedio
que contestar. Una voz familiar le habló atropelladamente. Una angustia
palpable se hizo notar en cada una de sus palabras. La voz le suplicó que se
vean ese mismo día, pues necesitaba hablar con ella con urgencia.
–¿Gina? –Harleen
preguntó cuándo su interlocutora finalmente se calló. La joven de las coquetas
pecas en las mejillas en ese momento se encontraba sumamente sorprendida por la
inesperada llamada, sobre todo porque los recuerdos de la traición de su ex - amiga
de inmediato afloraron en su mente. Aun así, ella terminó aceptando la
invitación, a pesar de que para asistir tendría que perderse de la sesión del club
de aquel día. Si Harleen terminó tomando tal decisión, lo hizo así porque tomó
aquel encuentro con Gina como una significativa prueba del destino que le
permitiría comprobar el grado de madurez que había alcanzado su espíritu.
Misteriosos son los caminos del todo… pero nada es al
azar, todo es parte del *Pratītyasamutpāda. (*todo lo que
sucede se origina por relaciones de causa y efecto).

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