CAPÍTULO VIII (1ERA PARTE)
Analizó todas sus
posibilidades. Por más que se esforzó no se sentía capaz de encontrar alguna
salida para la crítica situación en la que había terminado. Si movía su peón
izquierdo una casilla hacia adelante, su reina irremediablemente terminaría
siendo víctima del venenoso alfil con el que acababa de perder uno de los
peones de su enroque. ¿Por qué razón había tenido que refugiar a su pieza más
poderosa en aquel rincón tan nefasto? Pero eso no era lo peor, pues atrapado
entre su torre y su reina, su rey estaba a merced de la acechante torre que
apuntaba al peón central de su endeble enroque. Si al menos esa torre enemiga
hubiese estado sola ella habría podido intercambiar su reina y su peón por la
torre y el alfil, pero lamentablemente tras esa torre se hallaba lista para
tomar la posta la reina de su adversario. ¿Qué hacer? Se tomó de la cabeza con
ambas manos. Exhaló una, dos veces.
–Supongo que eso ha
sido todo –Harleen dio un suave capirotazo sobre su rey, y este se derrumbó
sobre su casilla. Su oponente asintió y le tendió la mano en gesto de buen
deportista–. Al menos fue mejor que las anteriores, ¿no lo crees, Eduardo?
–ella le estrechó la mano.
–Para ser alguien
que nunca antes en su vida había jugado al ajedrez déjame decirte que durante
esta semana y media has avanzado a pasos agigantados –Eduardo la felicitó.
–Me gusta esto del
ajedrez, gracias a que me has cedido algo de tu ocupado tiempo para enseñarme a
jugar es que he podido exprimentar en carne propia todo lo que me has ido
contando durante las entrevistas –Harleen le dedicó a su interlocutor una breve
inclinación de cabeza en gesto de gratitud.
–Eres una gran
periodista, Harleen –Eduardo indicó–. Tú… esto no lo digo por simple cortesía y
adulación. Es cierto, lo que te digo lo hago con la más absoluta sinceridad.
Verás, desde que comenzó mi ascenso en este deporte pude ir conociendo a
numerosos periodistas de distintos medios. Todos me entrevistaban por simple
compromiso, porque entrevistar al ganador del torneo tal era lo que tocaba para
llenar el espacio de su periódico, o porque había que poner de vez en cuando
algo distinto a las típicas noticias de futbol en la sección de deportes. ¡Ah!
Incluso hace poco, cuando nuestro equipo ganó el campeonato interescolar
nacional, ninguno de los reporteros que me entrevistó mostró la más mínima
pizca de interés por este deporte. Te lo digo en serio, para todos ellos cubrir
el acontecimiento de nuestro campeonato fue una simple noticia más del montón.
No importa que tanto fingieran, yo podía notar perfectamente que el ajedrez no
era de su interés, que si fuera por ellos preferirían estar cubriendo alguna
novedad del torneo local de fútbol o de cualquier otro deporte según ellos,
“más emocionante”. Tú has sido la primera que realmente se ha tomado en serio
su trabajo aquí. Por ello es que de todo corazón te digo: muchísimas gracias.
–Oh, pues no hay de
qué… es tan gratificante cuando alguien te hace notar que estás haciendo las
cosas bien…
Lo que Harleen dijo
después lo hizo en automático. Lo cierto es que su mente empezó a divagar, a
recorrer los recientes recuerdos de su incursión en aquel mundo de casillas y
de relojes, de miradas afiladas y de batallas silenciosas, pero tan brutales
como la más cruenta guerra. Poco después ella se despidió y salió del salón de
clases que durante las tardes los jóvenes ajedrecistas de su colegio utilizaban
para practicar.
El momento de darle
forma a todo lo que acababa de recopilar durante aquellos días había llegado.
Harleen se hallaba en su habitación, acomodada sobre la silla de su escritorio
y ante su laptop. En la pantalla una rayita parpadeaba en el inicio de un
documento en blanco. ¿Por dónde comenzar? Harleen dirigió la vista hacia su
ventana. De pronto el agonizante crepúsculo le pareció muy hermoso.
Algo que captó
vivamente el interés de la joven fue cierta información que el preparador de
Eduardo y del resto del equipo le había dado sobre la gran popularidad que el
ajedrez tuvo durante la guerra fría. Recordó lo que aquel bonachón anciano le
contó sobre el llamado “encuentro del siglo”, cuando el estadounidense Bobby
Fischer enfrentó en Reikiavik al hasta entonces campeón del mundo Boris Spaski.
Según René, así se llama el preparador, aquel enfrentamiento implicó mucho más
que un simple encuentro por el campeonato del mundo del ajedrez. “Fue un
enfrentamiento directo entre las dos mayores potencias del mundo, la única
forma que hallaron para poder saldar las cuentas pendientes que de otra forma
jamás habrían podido resolver, pues ello inevitablemente hubiese traído como
consecuencia la destrucción del mundo”.
Procrastinar no era
algo común en Harleen, pero lo cierto es que en aquel momento ella tenía mucho
en lo qué pensar. De las palabras de René ella sin percatarse pasó a enfocase
en sus propias dilucidaciones. “En la Unión soviética promovían el ajedrez
debido a que este permitía desarrollar en quienes lo practicaban el pensamiento
estratégico. Sus continuos éxitos en este deporte fueron utilizados por el
régimen para demostrar su superioridad frente a su eterno rival. En pocas
palabras, para ellos el ajedrez era tan importante a nivel propagandístico como
la misma carrera espacial. Debió haber sido un golpe muy duro para ellos el que
su campeón haya sido vencido por aquel joven prodigio estadounidense… sin
embargo, la obsesión, el insoportable temor a ser derrotado… el joven Fischer
inició su debacle inmediatamente después del acontecimiento que significó el
punto más alto de su carrera como ajedrecista profesional. La obsesión por ser
el mejor, sí, la entiendo perfectamente, ¿Cuál será el futuro que me depara?
¿Terminaré siendo consumida por esta mentalidad que me arrastra siempre a buscar
la victoria a como dé lugar? No, ¿pero qué cosas digo? No es como que yo fuera
una ganadora. Kylian siempre ha barrido el suelo conmigo. Sin embargo, si
alguna vez le ganara, si alguna vez yo… ¿en ese momento yo querría seguir
manteniéndome en el ruedo? ¿Me atrevería a defender mi victoria cuando se
presente el momento de hacerlo? ¿O terminaría obsesionándome con el miedo a
perder el reconocimiento ganado, con la terrible angustia de que en cualquier
momento llegaría alguien mejor que dejaría mi triunfo como un vetusto recuerdo
del pasado? Yo…”, Harleen poco a poco fue dejando atrás su laptop y su
escritorio, la realidad material que la rodeaba. Ella terminó durmiéndose sobre
sus brazos. En tanto, delante suyo la rayita del documento vacío continuó parpadeando
en la pantalla de su laptop.
El suelo bajo sus
pies era un tablero de ajedrez. Ella fijó la vista en su delante, en la última
columna. Allí, en medio de las piezas enemigas, se hallaba su meta, su tan
ansiado sueño de convertirse en reina. Era el turno de las negras. Harleen vio
con horror como un caballero de figura espectral saltaba sobre su compañero peón
y lo degollaba con su sable, para a continuación posicionarse en su casilla con
fría indiferencia. Fuera del gran tablero todo era negro y sombrío, solo sobre
las casillas del tablero caía una plateada iluminación, como si una luna llena
estuviese colgando encima a modo de gran reflector.
Era el turno de las
blancas. Harleen tenía que decidir si seguir adentrándose en territorio
enemigo, o si lo mejor sería reforzar su defensa. Miró las piezas que la
rodeaban, a sus compañeros de equipo. ¿Realmente convertirse en reina debía ser
su máxima prioridad? Acorralar al rey enemigo, esa era al final la única meta
importante. ¿Dónde estaba el rey enemigo? ¿Dónde estaba su propio rey? ¿Quién
era para empezar este rey a quien ella debía proteger con su vida? Si se
convirtiese en reina podría protegerlo mejor, su rey ya no tendría nada qué
temer. Analizar todas las posibilidades, fijarse en todo el tablero, no solo en
un único sector, tratar de leer los movimientos del enemigo, intentar predecir
lo que sucederá, jugar en pos de asegurar un objetivo concreto, así se tengan
que hacer muchos sacrificios o se tenga que tardar una eternidad; todo ello
hacía parte del pensamiento estratégico que tanto le habían dicho que se
desarrollaba con la práctica del ajedrez. Harleen apretó sus puños. Se hallaba
en medio de una encrucijada.
Al final decidió
seguir hacia adelante, hacia su meta personal de convertirse en reina. El juego
siguió su curso.
–¡Soy una reina,
finalmente lo logré! –Harleen celebró una vez se coronó. Por primera vez miró
hacia atrás. Allí, observando desde detrás del tablero vio a la enorme figura
de su madre. Ella lucía pensativa–. ¿Por qué no se ve feliz? ¡Soy una reina!
–Harleen se lamentó. Un par de jugadas después el rey blanco fue acorralado.
–¡Jaque mate! –una
gran sombra negra que hasta el momento Harleen no había visto sentenció con voz
tétrica. La madre de Harleen asintió, y con su mano derecha hizo caer a su rey.
Entonces Harleen lo vio por primera vez: El rey blanco era ella misma, pero en
su versión de seis años.
–¿Qué significa
esto? –Harleen se preguntó. Antes de que todo empiece a desmoronarse tuvo un
repentino flashback. Se vio a sí misma en su salón de clases de hace nueve
años, de pie y siendo el foco de atención de todos sus compañeritos de aula. Su
yo del pasado dudó un momento sobre qué responder ante la pregunta que acababa
de hacerle la maestra–. ¡Quiero ser una periodista tan famosa como mamá!
–finalmente su versión infantil respondió. En ese preciso instante un nuevo
tablero de ajedrez emergió de entre las ruinas del anterior. En este todas las
piezas ya estaban ordenadas para dar inicio a una nueva partida. Sin embargo,
el rey blanco, su versión infantil, esta vez fue sacada del tablero por la gran
mano de su madre, para a continuación ser reemplazada por un nuevo rey blanco:
ella misma. Ver a su madre como el nuevo rey sacó por completo de cuadro a Harleen.
Ya no pudo ser testigo del desenlace de esta nueva partida, pues en ese preciso
momento ella se despertó.
Se restregó los
ojos y a continuación soltó un largo bostezo. La pantalla de su laptop se había
apagado. Harleen movió el mouse y la pantalla volvió a iluminarse. Su brillo le
permitió ver en medio de la oscuridad de su habitación. Se fijó en la hora que
mostraba la pantalla de su laptop; era más de medianoche. –Rayos, por lo visto
me quedé dormida –Harleen se lamentó, aunque lo cierto es que al poco rato
volvió a adormilarse. Por algunos minutos se debatió entre el estado de sueño y
el de vigilia. Durante este breve periodo ella recordó que hace algún tiempo
había visto una serie que justamente trataba sobre el ajedrez. Su mente se
detuvo en el último capítulo, cuando la protagonista por fin salía victoriosa
contra el campeón que hasta entonces nunca había podido vencer. Luego de su
victoria Harleen recordó que la protagonista empezó a recorrer las calles de la
ciudad bajo un encapotado atardecer, y finalmente se sentó a jugar ajedrez
callejero con unos aficionados que se encontró en su camino. En ese momento final
a Harleen le pareció que la protagonista era muy feliz, incluso más que cuando
ganó el encuentro más decisivo de su carrera. Recordar aquello hizo que su
mente empiece a trabajar en la formulación de alguna especie de idea
aleccionadora sobre el final de la serie. Sin embargo, tal idea nunca llegó a
concretarse, pues cuando la joven de la castaña cabellera entreabrió los ojos tuvo
la impresión de haber visto algo de lo más extraño en su delante. Harleen
estaba segura de que durante aquel breve instante sus ojos habían enfocado
claramente a un gato negro de hipnóticos ojos azules que la observaba interrogativamente
desde el otro lado de su ventana. Aquello la desconcertó sobremanera, al punto
de que se terminó despertando por completo. Harleen miró una vez más hacia la
ventana de su habitación. No halló al mentado gato negro por ningún lado,
aunque de todas formas lo sucedido la dejó pensando. ¿En dónde había visto
antes a ese gato? Por más que se esforzó no fue capaz de recordarlo.

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