CAPÍTULO IX (1ERA PARTE)
Era una de las
típicas tardes de invierno en la ciudad, con aquel cielo gris y aburrido ensombreciéndolo
todo, y con las interminables gotitas de llovizna humedeciendo cada rincón del
paisaje citadino. Nicolás mantenía los brazos apoyados sobre la baranda
metálica del balcón de su habitación. Tras lo sucedido con su padre, él y su
madre se habían mudado al tercer piso de un edificio de apartamentos. Desde su
posición él podía ver todo el parque de la urbanización, aunque lo cierto es
que la mayor parte del tiempo su vista siempre solía mantenerse fija en un solo
punto: la glorieta.
Aquel hábito le
surgió una tarde indeterminada. Nicolás simplemente tenía demasiada flojera
como para salir hasta la glorieta para dibujar, de modo que esta vez prefirió
hacerlo desde la comodidad del balcón de su habitación. Desde su privilegiada
posición él solía interrumpir de cuando en cuando sus trazos para observar el
panorama. No se preguntó qué es lo que esperaba encontrar allá abajo hasta una
semana después, cuando mientras dibujaba uno de sus característicos gatos
negros de costumbre, optó por colorearle los ojos de otro color distinto al
azul oceánico de siempre. Fue demasiado tarde cuando se percató de que los
estaba pintando de color marrón claro.
–No es como si me importará –Nicolás tomó la
hoja con violencia y la estrujó con ambas manos. Luego la botó a un costado con
rabia. Con gesto embobado él contempló como la hoja arrugada comenzaba a
humedecerse y a deformarse tras entrar en contacto con el charco de agua sobre
el que había caído.
Sin embargo,
Nicolás no dejó que aquel arrebato le privara de continuar con su nueva rutina
durante los siguientes días. Una vez llegaba del colegio él dejaba sus cosas,
almorzaba y luego se dirigía al balcón de su habitación, en donde permanecía
observando el panorama y dibujando hasta que el cielo se oscurecía. Llegado
este momento él soltaba una exhalación y a continuación ingresaba a su
habitación para comenzar con sus deberes del colegio.
Había olvidado la
preocupación que le suscitaba el desanimado comportamiento de su madre. No lo
recordó hasta un sábado por la mañana, cuando luego de lavar el servicio esperó
en vano a que su progenitora saliera a preparar el desayuno. Decidió prepararlo
él. ¿Qué podría hacerle de desayuno a su madre? Algo ligero sería lo más
indicado, ya que probablemente ella no tendría mucha hambre, o, en todo caso, los
suficientes ánimos como para probar bocado.
Entró a la oscura
habitación con una bandeja sobre la que había una taza de café y una tostada
con mermelada. Se sorprendió cuando tras correr las cortinas y dejar que la luz
ingrese a la habitación, no halló a su madre por ningún lado. “¿Mamá?”, Nicolás
temió la peor. Dejó la bandeja sobre la mesa de noche de la habitación, y acto
seguido salió a buscar a su madre por todo el apartamento. Como se lo temía su
madre no estaba por ningún lado. “¿En qué momento salió? ¡¿Por qué no me
percaté?! Anoche yo estaba en el balcón, luego salí a cenar… ¿estaba mamá en el
comedor cuando comí?”, Nicolás de pronto se llevó una mano a la boca. Anoche
había estado tan abstraído en sus pensamientos que no se fijó en si su madre
estuvo presente durante la cena. ¿Ella le habría dicho algo? ¿En algún momento
le habría anunciado que saldría a algún lugar? Nicolás se devanó los sesos
intentando recordarlo, pero fue inútil.
Tarde del día
anterior. La señora Tania terminó de preparar la cena a eso de las seis de la tarde.
Se preguntó qué estaría haciendo su hijo en medio de tanto silencio. Se asomó a
su habitación. Por alguna razón se sintió disgustada cuando lo vio apoyado
sobre la baranda de su balcón y con la mirada perdida en algún rincón del
parque. Por un momento se sintió tentada a romper el estado de abstracción de
su hijo, aunque finalmente desistió. Volvió a su habitación y se dejó caer
sobre la cama. Permaneció con los ojos fijos en la mampara del techo durante
algunos minutos. De pronto su ensimismamiento fue interrumpido por el zumbido
de una mosca. Tania se puso de pie y fue en busca de un matamoscas a la cocina.
Sin embargo, cuando pasó por su tocador no pudo evitar detenerse en su reflejo.
A pesar de su descuido y de los años que le pesaban encima, ella se encontró
atractiva. Apreció sus negros bucles recogidos en una cola de caballo, sus
grandes ojos negros que tanto le habían gustado a él… de pronto esos bellos
ojos de ónice se le llenaron de lágrimas. “Esto no puede seguir así… estoy
viva, aun soy hermosa… ¡no pienso morirme como un maldito pájaro enjaulado en
los barrotes de su miseria!”, Tania de pronto odió su situación como nunca
antes lo había hecho. No esperó a que su ímpetu se le pasase, sino que de
inmediato se cambió y se arregló, tomó su cartera y con firme andar se dirigió hacia
la puerta de salida del apartamento. Nicolás no oyó cuando la puerta se cerró
tras la salida de su madre. Él continuaba embelesado en sus hojas de dibujo, en
sus gatos negros y en sus felinos ojos hipnóticos que parecían estar intentando
comunicarle alguna clase de secreto mensaje de carácter esotérico.
Tras no hallarla
por ningún lado del apartamento, Nicolas salió a la calle muy preocupado por su
madre. No se fijó en que no se había cambiado la ropa de dormir y en que seguía
con las pantuflas puestas. Buscó por todo el parque, por las calles aledañas.
Llegó a la avenida y se fijó en los carros que llegaban desde los distintos
carriles. “Ella no habrá… no, mamá no sería capaz, ella es fuerte, a pesar de
todo siempre se ha preocupado por mí, mamá no me dejaría solo y abandonado.
Ella simplemente no podría, mamá…”, Nicolás se secó las lágrimas que de pronto
comenzaron a brotarle. La gente que pasaba por allí se le quedaba mirando
extrañada. Lo cierto es que en aquel momento Nicolás tenía todo el aspecto de
un bicho raro recién escapado del manicomio.
“Debí haberme
preocupado más por mamá, sabía que tenía que hacer algo por ella. Yo… aun así,
a pesar de que era consciente de lo mal que ella estaba… ¡soy un maldito egoísta!
¿Qué es más importante que mamá? ¿Por qué le dedico tanto tiempo a mis
estúpidos pensamientos, a mis divagaciones sin sentido, a esos gatos negros
imaginarios, a esa esperanza tan estúpida…?”, Nicolás de pronto abrió los ojos
a más no poder. Comenzó a sentirse algo mareado. “¿A qué esperanza me refiero?
Pensé que hace mucho que yo ya había entendido que la soledad era mi único
camino posible. ¿Acaso no me juré ser fuerte y resistir? ¿Por qué ahora muestro
este rasgo tan evidente de debilidad? Mamá me necesitaba, fui tan estúpido, tan
débil…”, Nicolás se dejó caer sobre la banca del paradero. Allí permaneció por
un buen rato, sumido en sus reproches y lamentaciones.
–¿Hijo? –de pronto
una voz lo sacó de su estado de ensimismamiento. El joven de los negros bucles levantó
la vista y sus ojos se toparon con unos familiares ojos tan negros como los
gatos de sus sueños.
–¿Mamá? –Nicolás se
puso de pie. No podía entender lo que le mostraban sus ojos. Frente a él estaba
su madre, aunque no era la misma que él recordaba haber visto últimamente.
“¿Mamá siempre fue tan guapa?”, Nicolás se preguntó desconcertado.
–¡Nos vemos luego,
linda! –un tipo que Nicolás no quiso ver se subió a su auto y acto seguido se
despidió de su madre con un gesto de la mano.
–¡Nos vemos! ¡Y
gracias por traerme! –Tania le devolvió el gesto con una sonrisa. Nicolás
observó perplejo como aquel tipo antes de arrancar la dedicaba a su progenitora
un beso volado. Aquello le resultó tan irreal como sus más locos sueños. Movió
la cabeza hacia los lados, con la esperanza de que aquello le aclare la mente
lo suficiente como para entender lo que acababa de presenciar–. Vamos a la
casa, hijo. Dios santo, ¿qué haces en la calle con esas fachas? ¿Acaso has
estado bebiendo? –la señora Tania tomó a su hijo del brazo y empezó a guiarlo
hacia su casa. Nicolás simplemente se dejó arrastrar.
“No entiendo nada,
¿Cómo debería sentirme en este momento? ¿Mamá está bien? ¿Es esto lo que ella
realmente necesita? ¡¿Pero qué digo?! ¿Es que acaso tengo derecho a meterme en
sus asuntos? Yo ni siquiera me di cuenta de su ausencia hasta esta mañana, ¿qué
clase de hijo soy? Si tan solo, si yo tan solo fuera menos, si fuera más…”,
Nicolás no encontró las palabras adecuadas para completar su reflexión.
–¡Salud! –su madre
le dijo cuándo de improviso él estornudo, con una voz tan cándida y cristalina
como Nicolás no se la oía desde hace mucho tiempo.
–No pienses tanto
las cosas. Más bien aprende de tu madre, ella sí ha podido salir de ese fango
tan putrefacto en el que los dejó hundidos tu monstruoso padre –un gato negro
se apareció delante de Nicolás y le espetó con una voz femenina muy familiar.
Nicolás cerró los ojos, incapaz de dar crédito a lo que acababa de ver. Cuando
volvió a abrir los ojos sucedió lo que él ya se esperaba: el gato negro había
desaparecido, y por más que buscó no fue capaz de encontrarlo por ninguna
parte. Por supuesto, su madre no notó absolutamente nada de tan inusitado
suceso.

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