CAPÍTULO V (1ERA PARTE)
Cuando era pequeño,
Nicolás vio una película de fantasía que lo cautivo durante bastante tiempo. En
ella coexistían varias razas de criaturas junto a los humanos, y todas luchaban
juntas contra la oscuridad que un terrible villano con poderes sobrenaturales
quería imponer en la tierra media. De todas esas criaturas, él quedó anonadado
con una. Esta era una beldad de orejas puntiagudas y piel tan radiante como el
sol, quien además vestía etéreos ropajes que conjugados con su larga y dorada
cabellera le daban el aspecto de un ángel recién bajado del cielo.
La mujer-ángel,
Nicolás creyó en un primer momento estar viéndola cara a cara, como si ella
hubiese salido de sus recuerdos de la infancia para materializarse mágicamente
ante él. Sin embargo, cuando sus ojos por fin se acostumbraron a la luz del
fluorescente, lo que le fue revelado fue algo completamente distinto a lo que
su imaginación le había hecho creer en un principio.
Así como a los
siete años él había visto a un perro disecado en aquella habitación subterránea,
ahora tenía ante sus ojos a otro ser sin vida, pero que permanecía
inmortalizado en nuestro mundo mediante la misma técnica. Se acercó para
comprobar que sus ojos no le estuviesen jugando una mala pasada. Con sus manos
tocó la fría y pálida piel que tenía en su delante. Esta pertenecía a una
adolescente de rojiza cabellera. Su rostro permanecía inerte, como el de una
estatua, aunque en sus ojos apagados Nicolás pudo distinguir perfectamente el lejano
vestigio de la chispa de la vida que alguna vez los hubo animado.
Sintió una repentina
oleada de escalofríos. Miró en derredor para intentar despejarse un poco, pero
con horror se percató de que la adolescente pelirroja no era la única “doncella”
que habitaba el recinto. Pasó la vista de una a otra muchacha, todas desnudas,
todas brillando debido a una sustancia similar al barniz que les había sido
embadurnada sobre su joven piel.
–¿Qué es todo esto?
–Nicolás se tomó de la cabeza. Intentó por todos los medios convencerse de que
aquellas estatuas de jovencitas desnudas no eran más que muñecas hechas con un
muy detallado realismo. “Nunca han tenido vida, son simples seres inanimados
que papá ha hecho para expresar su arte. ¿Cómo podrían ser chicas reales,
chicas que alguna vez respiraron tal y como yo ahora mismo lo estoy haciendo?”,
el pobre en ese momento estaba desconcertado, con la mente hecha un caos. De
pronto perdió toda conexión con la realidad. De sus labios salió una repentina risa
involuntaria. Aquello lo estremeció hasta la medula–. No puede ser, es
imposible –él se repitió en tanto se apoyaba contra las paredes para no
derrumbarse. Casi le dio un colapso cuando por casualidad su mano cayó sobre el
seno de una de las jóvenes.
Nicolás retrocedió
espantado. Su espalda terminó chocando contra una mesa. Algo se cayó de esta.
Nicolás se agachó a recoger el objeto caído. Se trataba de un viejo folder.
Tuvo miedo de abrirlo, como si de antemano ya supiese lo que le aguardaba
detrás de aquella desgastada tapa. Al final no pudo resistirse más y lo abrió.
Sus ojos se le empañaron. El pobre no fue capaz de detener el flujo de sus
lágrimas. Se las secó en tanto continuaba observando la terrible verdad,
documentos de identificación de jovencitas pegados en las hojas de aquel folder
como si se tratasen de las fotos de un álbum coleccionable. Aunque eso no era
lo peor. Junto a cada documento había pegado un cabello y una gota de sangre, y
para empeorar todavía más las cosas, bajo tan macabras piezas de colección
había escrito un pequeño epitafio. Cuando Nicolás reconoció la letra de su
padre sintió que todo a su alrededor se derrumbaba. Tambaleando retrocedió con
el más crudo espanto reflejado en su rostro. Su espalda terminó chocando contra
una fría pared que tenía detrás suyo. En ese momento Nicolás se dejó caer y
poco después perdió el conocimiento.
Dos meses después.
La casa de Nicolás y su familia se encontraba rodeada por vehículos de policía.
En la sala su madre lloraba a más no poder, en tanto su padre era conducido
hacia la salida por dos efectivos. Afuera una multitud que se había reunido observaba
todo con incredulidad. El importante señor Randy Velázquez, el gerente de una
de las transnacionales más grandes del mundo, el respetado vecino de aquel
barrio de alcurnia… no, no podía ser, debía de haber un error. Sin embargo,
pronto los reporteros de diversos noticieros llegaron al lugar y por todos los
medios fue difundida la terrible verdad sobre el padre de Nicolás.
Durante aquella
noche, antes del arresto Nicolás se encontraba haciendo sus tareas del colegio
en el comedor, en tanto su madre veía la televisión en la sala. Su padre
mientras tanto se encontraba trabajando en su despacho. Nicolás jamás podría
olvidar toda la conmoción que se suscitó de un momento a otro: los gritos
histéricos de su madre abogando por la inocencia de su padre, incapaz la pobre de
dar crédito a los cargos que el oficial le leyó a su esposo; y la mirada
esquiva y pétrea de su progenitor al ser enmarrocado y luego conducido hacia la
patrulla. En un primer momento el joven no fue capaz de asimilar lo que estaba
sucediendo en su casa, lo cierto es que no quería hacerlo, pero entonces recordó
lo que hace dos meses había visto en el sótano de la casa de los abuelos. ¿Cómo
había podido olvidarlo? ¿Cómo podía haber seguido con su vida como si nada
hubiese pasado? Cuando su cabeza conectó aquel macabro recuerdo con lo del
arresto de su padre, su cabeza se vio sacudida por un devastador terremoto
mental.
Hasta más de
medianoche Nicolás no se atrevió a revisar su celular. Sabía lo que le esperaba
en la sección de noticias de sus redes sociales. Pero la ansiedad también lo
consumía a más no poder. Tenía que saber lo que estaba pasando, lo que
sucedería a partir de ese momento con su padre. Al final terminó leyendo de
forma maniática todas las noticias sobre lo sucedido que estuvieron a su
alcance. Fue entonces cuando un terrible sentimiento de culpa lo invadió. “Yo
sabía de esto, vi lo que hacía papá con esas pobres jóvenes. El monstruo de las muñecas macabras, así
lo han apodado los medios sensacionalistas. ¿Cuántas víctimas más habrá añadido
a su colección luego de que yo descubrí la verdad? ¿Cuántas vidas se perdieron
por mi culpa? ¿Por qué no lo delaté de inmediato con las autoridades? Yo… a
pesar de todo él es mi padre, ¡¿Cómo podría haberlo hecho?! Siempre traté de
buscar alguna excusa… ¡Es tan injusto! ¿Por qué papá tuvo que hacer esto? En
ese momento, cuando recuperé el conocimiento en la casa de los abuelos ya eran
más de las cinco de la tarde. Yo no quise seguir viendo nada, subí con
desesperación las escaleras, no miré hacia atrás en ningún momento. Cuando
cerré la puerta de la casa, ya en la calle, de pronto tuve la sensación de que
todo lo vivido se había tratado de un mal sueño, de un terrible malentendido.
Terminé convenciéndome de que todo se trató en realidad de una puesta en escena
que mi padre hizo por mero entretenimiento personal, alguna clase de fetiche
raro… ¡dios, cualquier cosa menos lo que a todas luces se me mostraba como la
cruda realidad! Desde ese día no pude dormir tranquilo. Y mucho menos fui capaz
de mantener la compostura cada vez que papá estaba cerca de mí. Comencé a
evitarlo, estoy seguro de que él lo notó, aunque a pesar de ello nunca me dijo
nada. Eso me hizo sentir muy mal. Papá siempre había sido tan bueno conmigo y
con mamá, tan comprensivo, tan culto y caballeroso… ¿Por qué tuvo que hacerlo?
¿Fue realmente papá quien mató y disecó a todas esas jovencitas? Además, ¿desde
cuándo comenzó con tal abominación? Cuando era pequeño allá abajo solo había
animales disecados… ¡¿Cómo es posible que ahora haya personas asesinadas,
chicas que tranquilamente podrían ser compañeras de mi salón?! ¡No puedo con
todo esto! Seguro que alguien me ha jugado una terrible broma, estoy soñando…
sí, esto no es más que una horrible pesadilla, ¡una maldita y grotesca pesadilla
de mal gusto!”.
Nicolás aferró con
fuerza su frazada y con esta se tapó la cara. De forma incontenible empezó a
sollozar. No supo cuánto tiempo pasó hasta que finalmente pudo ser capaz de
tranquilizarse. En ese momento su cuarto se encontraba sumido en un frío
silencio. Solo las manecillas de su despertador evitaban que este sea total.
Nicolás cerró los ojos y lentamente bajó su frazada. Cuando abrió los ojos miró
directo a su ventana, hacia la oscura noche estrellada.
“¡Miau!”, de
improviso un maullido lo sacó de su estado de abatimiento. Nicolás en un primer
momento creyó no haber oído bien. “¡Miau!”, sin embargo, otra vez el maullido
llegó a sus oídos. No supo por qué se salió de su cama y se dirigió a la
ventana. Arrastró la silla de su escritorio y se sentó. “¿Qué se supone que
estoy haciendo? No es como si viendo a ese gato todos mis problemas fueran a
solucionarse”, él se dijo, aunque de todas formas se empeñó en buscar al
minino. Lo encontró lamiéndose una de sus patas delanteras, posado sobre la
pared que dividía su jardín de la calle. Durante el resto de la noche se la
pasó allí, observando al gato y sin pensar en nada más. A la mañana siguiente
cuando despertó, el felino ya había desaparecido. Entonces Nicolás recordó lo
sucedido con su padre en toda su crudeza, y sin poder evitarlo una vez más se
echó a llorar.

Comentarios
Publicar un comentario