CAPÍTULO IV (1ERA PARTE)
Harleen leyó una
vez más la nota del periódico. Era más de medianoche y ella permanecía sentada en
su cama, con su lámpara de escritorio como única iluminación. “N. Velázquez”,
la adolescente encerró con su lapicero un nombre. Se trataba del nombre del
estudiante de su colegio que era hijo del asesino serial. Desde lo ocurrido con
su progenitor, el joven en cuestión no había vuelto a asistir al colegio. Según
los rumores que Harleen oyó, su madre lo acababa de trasladar a un colegio poco
conocido con el fin de evitar que lo acosen la prensa y sus compañeros de aula.
Incluso, según recordaba que le contó Gina, la señora lo había registrado con
otro apellido para que así no se le pudiese relacionar con su infame padre.
–Pero yo te
encontraré, hijo de la bestia, y haré que me lo cuentes todo –Harleen se dijo
en tanto con su índice derecho señalaba al nombre que acababa de encerrar con
el lapicero.
Aquella noche
Harleen soñó que por primera vez ganaba el premio a mejor reportera del año del
periódico escolar. Se vio a sí misma dando su discurso ante todos los alumnos y
profesores que habían llenado el coliseo, de pie ante un atril y mirando a su
madre y a su tía, quienes muy orgullosas la observaban desde la primera fila.
También se percató de Kylian, su compañero de aula que además era su mayor
competidor en el rubro del periodismo escolar. De hecho, él había ganado el
premio a mejor periodista escolar del año desde que Harleen tenía memoria. Precisamente
por ello le resultaba tan satisfactorio verle su rostro desencajado y hasta
envidioso en tanto ella permanecía allí adelante, frente a todo mundo y
regodeándose de su gran victoria.
El repetitivo
pitido del despertador se encargó de acabar con su felicidad. Harleen se
despertó de mala gana y se restregó los ojos con las manos. –Fue un sueño tan
hermoso –ella se dijo en tono melancólico. “Pero no tiene por qué quedarse como
un sueño. Este año haré que se haga realidad, lo juro. Lo único que necesito es
encontrar al hijo de la bestia y entrevistarlo. Ya lo verás madre, ¡escribiré
una noticia digna de un Pulitzer!”, Harleen se dijo en tanto apretó su puño
derecho frente a su despeinado rostro.
El colegio acababa
a las tres y media de la tarde. Tras sonar el timbre de la salida, Harleen
abandonó su aula en compañía de su mejor amiga Gina. –No tienes porqué
acompañarme, Gina. Ya te dije que puedo hacer esto yo sola.
–No seas así, mi
huracán pecoso. Yo también quiero conocer al hijo de la bestia. No es por
morbo, claro que no… simplemente pues, pues… ¡creo que en el fondo yo también
tengo ese espíritu periodístico del que tanto hablas!
–Sí, como no
–Harleen dirigió a su amiga una mirada de soslayo.
Ambas chicas salieron
del colegio y poco después llegaron a un paradero cercano. No tuvieron que
aguardar mucho allí, pues en menos de un minuto pasó el bus que ellas
necesitaban. Una vez lo abordaron, las muchachas ocuparon los asientos de la
última fila. Una vez allí, ambas acomodaron sus mochilas sobre sus faldas.
–¿Cómo es que
conseguiste la dirección del nuevo colegio de nuestro amigo? –Gina preguntó sin
disimular su asombro.
–Un buen periodista
jamás revela sus fuentes, amiga –Harleen se jactó.
–¡Bah! Seguro
utilizaste alguno de los contactos que tu mamá tiene con la policía para
saberlo.
–¡Ja! Como si mi
madre fuese tan influyente. ¡Ella prácticamente vive en el extranjero, para que
te lo sepas!
–Pues entonces
dime, ¿Cómo lo conseguiste?
–Ay, pero que
fastidiosa. Ok, te lo diré, pero solo para que te calles y me dejes en paz.
A continuación,
Harleen le contó sobre cómo se había escabullido en el local de uno de los
diarios que había publicado la mayor cantidad de noticias sobre el asesino
serial, para a continuación ir en busca del autor de las mencionadas notas. Ya
con este al frente, ella le prometió brindarle el último libro autografiado de
su madre, a cambio de que él le indique la dirección a la que el hijo de la
bestia y su madre se acababan de mudar. –¿Para qué quieres saberlo? –le había
preguntado el periodista. –Solo quiero consolar a un viejo amigo. El pobre hijo
de tan temible asesino era un gran amigo mío, por si no lo sabías –Harleen
respondió de lo más natural. –Ah, pues menos mal. El fiscal del caso nos ha
prohibido seguir acosando a esa pobre familia. Oh, y, por cierto, si alguien te
pregunta sobre como conseguiste la dirección, tú no me conoces.
Gina observó a su
amiga. Harleen en ese momento tenía la cabeza apoyada contra la ventana del
bus. Con la mirada perdida en el gris atardecer, ella se mantenía absorta en
sus pensamientos. –Hemos llegado –de pronto Harleen se espabiló. Gina dio un
respingo, pues en ese momento estaba dormitando. Ambas bajaron del bus y se
encontraron ante un parque de árboles frondosos y con niños jugando en su parte
delantera. En este espacio había varios juegos infantiles instalados, tales
como resbalones, columpios, subibajas, etc.
Avanzaron por una
acera humedecida por la llovizna que solía caer en la ciudad durante aquella
época del año. Harleen sacó su celular y revisó una vez más la dirección.
Cruzaron el parque con la intención de llegar al otro extremo, pero a medio
camino Harleen de pronto se detuvo ante una glorieta con unas bancas en su
interior dispuestas en círculo.
–¿Qué sucede,
amiga? –Gina le preguntó.
–Es él, el hijo de
la bestia –Harleen respondió con un susurro.
–¿Cómo lo sabes?
–Me acuerdo de este
chico, es el que participó el año pasado en el concurso de dibujo que organizó
el colegio. Aunque no gano, todos recuerdan su obra: un chico limpiando el
esqueleto de un dragón. El dibujo era, ¿Cómo decirlo? Algo extraño, aunque a la
vez atrapante. Tal vez era debido a la pasión de los trazos, a la furia que
parecían tener… no lo sé.
–¿Crees que el
dragón en realidad era…? Ya sabes cómo son los artistas cuando quieren
representar algo mediante símbolos o cosas así; sus imágenes muestran una cosa,
pero en realidad estas quieren significar algo mucho más profundo…
–Entiendo lo que
tratas de decirme. Gina, quiero pedirte un favor.
–Dime.
–Déjame hablar a solas
con él. Espérame por allá, por los juegos. Por favor.
–Pero yo…
–Si nos ve a las
dos se espantará, ¿lo captas? Por favor.
–Ok, ok… ¡como sea!
–de mala gana Gina se alejó.
Harleen la siguió
con la mirada por algunos segundos. Luego volvió la vista hacia el chico. Él ni
se había fijado en la joven de las traviesas pecas, pues se mantenía muy
ocupado dibujando algo en su cuaderno.

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