CAPÍTULO III (2DA PARTE)
Wanda quedó muy
impresionada cuando vio el cuaderno de dibujo de Nicolás. Luego de abordarlo y
de haberlo presentado con sus amigos, ella le insistió para que él le muestre
más de sus obras, pues la de los manifestantes con la policía le había
resultado bastante decente.
–Miren estos gatos
negros, ¡sus trazos son tan geniales! Y la composición… ¡dios mío! Cada imagen
logra transmitirte un sinfín de emociones, ¡y a la vez es tan enigmática! ¡Deja
abiertas las puertas para poder interpretar su simbología de las más diversas
maneras! –la joven del fornido cuerpo de amazona comentó con emoción. Mientras
tanto sus amigos se asomaron a sus costados para comprobar si en efecto tantos
elogios eran ciertos.
–¿Por qué dibujas
todo el tiempo gatos? –un chico moreno y de desordenado cabello negro que le
caía sobre el rostro preguntó.
–Es obvio que
porque le gustan los gatos, tonto –una joven de baja estatura, grandes ojos
cafés y de cabellera teñida de un escandaloso tono rojo y sujeta en una cola de
caballo con un rozón negro, intervino.
–Tracy y Kevin, los
dos son unos tontos –un chico con lentes de gruesa montura, con una mullida chalina
granate alrededor del cuello y con aires de intelectual, tomó la palabra–. Es
obvio que los gatos solo son la forma que nuestro amigo ha encontrado para
expresar mejor sus sentimientos y emociones. No hay mayor misterio, es tan
simple como eso.
–Ay, Ronaldo,
tienes un don increíble para quitarle toda su gracia a cualquier cosa con tus
explicaciones de sabiondo –Wanda se masajeó con los dedos el espacio entre sus
ojos.
–Por eso nunca
tendrás novia, Ronaldo tonto, ¡du! –Tracy le sacó la lengua.
–Pero bueno, a
pesar de su forma tan poco delicada para decir las cosas, Ronaldo no deja de
tener razón. Dime, Nicolás, ¿algún día me compartirás la fuente de tu
inspiración? –Wanda volvió su atención a su nuevo amigo.
–Casi siempre esa
famosa “fuente de inspiración” tiene nombre y apellido. Mejor pregúntale si
algún día te dirá el nombre de la afortunada –Ronaldo intervino.
–¡Y dale contigo!
¡Ya basta! –Wanda le reclamó a su amigo. El resto del grupo mientras tanto se
destornilló de la risa. Incluso Nicolás llegó a esbozar una sonrisa.
Aquella noche
Nicolás llegó de muy buen humor a su casa. Hasta se animó a tararear algunas de
las canciones que iba escuchando con sus audífonos. Abrió la puerta de su
apartamento e ingresó dando pequeños saltitos. Buscó con la mirada y aguzó el
oído. Tenía la esperanza de que su madre ya haya llegado a la casa y se
encuentre despierta. Él se moría de ganas por contarle sobre el gran día que
acababa de tener. Lamentablemente, su buen humor no le duró mucho, pues al
llegar a la cocina se percató de una hoja doblada bajo el florero del centro de
la mesa. Se trataba de una nota de su madre.
“Necesitaba despejarme un poco. Siento que mi
vida se ha vuelto un torbellino de incontables traumas y decepciones. Me fui en
un viaje de crucero que recorrerá distintas costas del mundo. Espero que los
nuevos aires consigan sanar mi golpeada alma. Te he dejado un sobre con dinero
para tus gastos del mes. Yo volveré dentro de ese tiempo, así que la suma te
será más que suficiente. Espero que al volver pueda volver a ser para ti la
madre que antes fui…”, Nicolás leyó en silencio la nota. Una vez finalizó la
lectura, buscó sobre la mesa de la cocina el mencionado sobre. Lo halló detrás
del florero. Él soltó una exhalación. Sin ánimos para contar el dinero que
había allí adentro, devolvió el sobre a su lugar y a continuación se retiró a
su cuarto. Ahora entendía el atareado estado de su madre durante los últimos
días. Aunque quería restarle importancia al asunto, lo cierto es que sí le
afectó el que su progenitora no le haya comunicado nada sobre su viaje hasta el
último momento. “Ni siquiera se tomó la molestia de despedirse de mí”, un
abatido Nicolás se lamentó.
Con la luz apagada
él miraba hacia el cielo nocturno, a través de la puerta de vidrio que daba a
su balcón. Una delgada neblina cubría el horizonte, aunque de todas formas
Nicolás fue capaz de distinguir una amarillenta luna llena que iluminaba la
ciudad desde lo alto del cielo con su pálido resplandor. Él ya se encontraba
con ropa de dormir y tapado en su cama. Pero no podía pegar pestaña, y por
algunos minutos en vano intentó conciliar el sueño. Finalmente desistió de su
inútil propósito y se puso de pie. Acto seguido encendió su lámpara y se
acomodó en su escritorio. De pronto le habían entrado ganas de dibujar. De un
cajón él sacó una hoja y un lápiz, y sin mayor pérdida de tiempo comenzó con su
labor.
Amaneció un nuevo
día en la ciudad. El cielo lucía gris y las calles cubiertas de humedad.
Nicolás por su parte dormía sobre su escritorio. A su lado yacía el dibujo que
durante la noche estuvo realizando. Este representaba a un grupo de gatos
negros jugueteando y distrayéndose con unas brillantes luciérnagas. Era la
primera vez que Nicolás dibujaba a más de un gato en una misma escena.

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