CAPÍTULO IV (2DA PARTE)

 


Cuando su tía se asomó a su habitación para anunciarle que ya había llegado, Harleen se encontraba muy concentrada frente a su laptop. Ella escribía, meditaba, borraba y volvía a escribir en lo que parecía tratarse de un ciclo interminable.

 –Traje la cena, linda. Ven a la cocina antes de que se enfríe –de todas formas, su tía le comunicó.

–Sí, en un segundo estoy allá, tía –Harleen respondió sin despegar la mirada de la pantalla de su laptop.

–Estaré esperándote –su tía agregó, y a continuación se alejó por el pasillo.

–¡Ah! ¿Por qué tengo que hacer esto? No me nace escribir sobre estas cosas. Pero no tengo más opción. Me prometí a mí misma que en mi camino como autora literaria no me valdría ni de la ayuda de mamá y ni de la de sus influencias. Si he escogido la escritura como mi vocación, debo aprender a surgir yo solita y sin la ayuda de nadie. De otro modo, ¿Cómo sabré que estoy haciendo realmente bien las cosas? –al poco rato Harleen se dejó caer sobre el respaldas de su silla, en tanto dirigió la vista hacia el techo de su habitación.

Después de cenar la joven de las pecas en las mejillas volvió a su trabajo. En ese momento ella intentaba escribir una historia corta sobre un romance adolescente. Ya se había creado una cuenta en una de las aplicaciones para escritores que le comentó Teresa, pero las narraciones que hasta ahora había publicado allí no obtuvieron los resultados que ella esperó. Harleen intentó publicitar sus escritos en las redes, pero en los foros y grupos que servían para dicho fin, todas sus publicaciones fueron ignoradas. Harta, la persistente muchacha empezó a analizar todas las publicaciones que allí pululaban, y se dio con la sorpresa de que las publicaciones más exitosas siempre versaban sobre lo mismo: promocionar escritos de temática licenciosa y de amoríos polémicos.

“Haber, vamos a intentarlo una vez más: Linda Paredes no sabía cómo lidiar con estos nuevos sentimientos que de pronto habían invadido su ser. Ella trataba de alejar a sus ardientes pensamientos echándole más ganas al estudio, o esforzándose el doble durante sus entrenamientos con el equipo de vóley de la escuela. Lo cierto es que por más que lo intentaba ella no conseguía sacarse de la cabeza a su nuevo vecino, el atrevido José Arismendi. Ella lo vio por primera vez una tarde en la que regresaba de su colegio. Él y su padre se encontraban bajando algunos trastos de su auto, en tanto tres hombres hacían lo propio, pero del camión de mudanza. Todos iban de la calle hacia la casa y viceversa. Tal escena no hubiera generado mayor impresión en Linda si el impúdico de José no se hubiese hallado sin nada puesto arriba. Con total desparpajo él cargaba y descargaba las cosas de su casa en tanto su impresionante musculatura reflejaba el rojizo resplandor del atardecer. Cuando él se fijó en la presencia de Linda y le dedicó una provocadora sonrisa, en ese preciso instante ella supo que aquel tipo era un pretensioso que se daba aires de seductor irresistible. Harta de tener que lidiar con sujetos de esa calaña, en su colegio tenía a varios así, Linda apuró el paso y rápidamente se internó en su casa. En ese momento ella creyó que ya se había librado de su molesto nuevo vecino. Pobre cosita, la pobre no sabía que aquel solo sería el principio de una interminable tortura…”, Harleen iba escribiendo a medida que le iban fluyendo las ideas. “Tal parece que la comida me ha revitalizado, estoy recontra inspirada”, ella se dijo muy satisfecha de su actual productividad.

Ya era más de medianoche y Harleen continuaba escribiendo. “…José realmente era un incorregible. Linda no podía entender como aquel individuo se había atrevido un día a buscarla a la salida de su colegio y a saludarla con un beso en la mejilla como si ella fuese su amiga de toda la vida. En ese momento Linda quiso darle un soberano bofetón para ponerlo en su lugar, pero sus amigas al ver la trabajada figura del muchacho y su rostro de protagonista de película de acción se desvivieron en suspiros y en felicitaciones hacia Linda por haber encontrado a tan guapo prospecto. Ella por supuesto negó todo aquello, y les aclaró que aquel tipo simplemente era su vecino, y que no entendía cómo es que se comportaba así con ella si con las justas se habían hablado en un par de ocasiones. Ante estas palabras José negó su versión, y le recordó que todas las mañanas él la saludaba cuando salía a clases, y por las tardes cuando regresaba del colegio. –Yo en todo momento he sido muy amable con Linda, aunque a veces no responda a mis saludos. Yo siempre creí que se debía a que era algo tímida, pues cada vez que le sonrío ella termina sonrojándose cual un tomate –el muy desconsiderado soltó su malintencionado descargo. Por supuesto, las amigas de Linda se pusieron del lado del muchacho, de modo que a Linda no le quedó más remedio que huir a toda carrera antes de que aquel sujeto continúe avergonzándola más. Ella mientras se alejaba podía sentir claramente como su rostro se había encendido debido a la rabia y a la indignación. Lo odiaba, ella odiaba a ese tipo como nunca antes había odiado a nadie…”.

“…José tenía dieciocho años. Tras acabar el colegio él se dedicó a ayudar a su padre en su taller de carpintero por las mañanas, y por las tardes a asistir a un instituto de mecánica. Para Linda esto le resultaba terrible, pues siempre se lo topaba en las mañanas y en las tardes, cuando iba y volvía de su colegio, y lo que es peor, en casi todas las mencionadas ocasiones el muy cínico únicamente iba vestido con un polo manga cero, o en su defecto sin nada que cubra su portentoso pecho de gorila bronceado…”, Harleen ya no pudo seguir escribiendo más después de este párrafo, pues se moría de sueño. Resignada, ella cerró su laptop y se cambió para dormir.

A la noche siguiente, Harleen escribió como una descocida. “…los padres de Linda le encargaron que le abra la puerta al señor Jeremías, el padre de José, pues él les repararía una vieja cómoda de la sala. Para ese entonces sus padres ya se habían hecho muy amigos del vecino, y la verdad es que le tenían una gran confianza. Linda esperó en la sala mientras veía un poco de televisión. En eso llamaron a la puerta. La joven se levantó y acudió a abrir. Su sorpresa fue enorme cuando al mirar por el agujero de la puerta no vio al señor Jeremías, sino a su insoportable hijo. Bueno, por lo menos aquella tarde el muy descarado había tenido la decencia de ponerse un polo. –¡¿Qué quieres?! –ella le preguntó de mala gana. –A papá se le presentó un contratiempo y no pudo venir. Por eso yo estoy aquí en su lugar –él contestó. Linda no se tragó el cuento. Seguro que ese pervertido sabía que ella estaría sola durante aquella tarde. Así se lo hizo saber, y de paso le negó la entrada. –Te prometo que no haré nada fuera de lugar. Solo entraré y haré mi trabajo. Ya me quedó bastante claro que tú no me guardas ningún aprecio –José le respondió muy serio. Esto descolocó a Linda, pues hasta la fecha él nunca se había portado tan frío con ella. –Tal vez he sido muy dura con el pobre –ella meditó para sus adentros. Como sea, al final le abrió la puerta. Él entró sin saludar y le pidió que le muestre lo que había que reparar. Linda hizo lo solicitado y poco después José comenzó a trabajar. Mientras tanto Linda continuó viendo televisión, aunque de cuando en cuando dirigía la vista hacia la cómoda, para vigilar el trabajo de su vecino. Que terrible error había sido el dejarlo entrar, pues cada vez que lo veía serruchar, en cada ocasión en la que sus ojos eran testigos de sus fuertes brazos martillando, de su concentración tan encomiable, del sudor que comenzaba a resbalarle por el cuello… ¡ay! La pobre comenzó a sentir cosas extrañas en su interior, una especie de calor que se apoderaba de la parte baja de su abdomen, y que de allí se expandía a todo el resto de su cuerpo. El tiempo pareció haberse detenido en la sala, o, mejor dicho, inconscientemente ella anheló que así fuese. Por dicha razón fue que Linda se sintió muy decepcionada cuando José le anunció que ya había terminado con el trabajo. De mala gana Linda se puso de pie y se dirigió hacia la cómoda. Comenzó a revisarla, y con ahínco buscó algún desperfecto para así obligar a José a quedarse un poco más. Pero para su mala suerte, cuando quiso arrimar la cómoda para ver la parte de atrás, el peso de esta la venció. Linda intentó sujetarla antes de que la cómoda se estrelle contra el suelo, pero para su gran alivio, a los pocos segundos de haber llevado a cabo su desesperada acción, José ya se encontraba a su costado y sujetando la cómoda con sus fornidos brazos. Cuando él enderezó la cómoda en su lugar, las caderas de ambos chocaron por accidente, y Linda se fue hacia un costado sin ofrecer mayor resistencia, esto debido a lo agotada que estaba. –¿Te encuentras bien? –José la sostuvo en el aire. Ella en ese momento se sentía muy débil debido al esfuerzo realizado, por lo que a punto estuvo de perder el conocimiento. José la llevó cargada hasta el mueble más cercano, en donde la depositó con suavidad. Linda pudo sentir su cálido aliento rozando su cuello, y de alguna forma aquello la revitalizó. –No eres tan malo como pensaba –ella le dijo, y sin saber lo que hacía le puso una mano sobre el cuello, para evitar que él se aleje tras haberla depositado sobre el mueble. –Nunca me dejaste demostrártelo –José le respondió, y entonces comenzó a acariciarle los labios. Para Linda aquello le significó una placentera tortura que nunca antes había experimentado. –¿Por qué no me besas de una maldita vez? –ella se lamentó para sus adentros. Pero para su sorpresa, José no la besó, sino que introdujo una mano por debajo de su blusa y lentamente empezó a acariciarle el ombligo y sus alrededores. Linda en ese instante perdió la noción del tiempo y del espacio. –Para, por favo… –ella llegó a pronunciar con la voz entrecortada, pero antes de poder terminar, José la besó…”, Harleen a estas alturas se sentía tan acalorada como la protagonista de su historia. Ella optó por quitarse el polo y el pantalón, a ver si así le bajaba la temperatura. Lo cierto es que, al sentir el contacto de sus nalgas con el áspero colchón de su silla, de forma inconsciente ella llevó su mano derecha hacia la parte delantera de sus bragas, la introdujo por debajo del elástico y con suavidad empezó a acariciarse su zona íntima. Al poco rato ella sintió un estremecimiento que se apodero de todo su cuerpo, y sin poder evitarlo soltó un gemido. Oír tal sonido saliendo de sus propios labios y en medio del silencio de la noche le produjo un repentino pavor. Rogó para que su tía no la hubiese oído. Rápidamente apartó su mano de su prenda interior y recién fue consciente de la humedad que cubría a sus en ese momento temblorosos dedos. –¡Mierda, mierda, mierda! –Harleen cerró su laptop de golpe, y acto seguido se colocó su ropa de dormir, apagó la luz y se metió en su cama.

Esa noche soñó con su historia. Visualizó a Linda y a José como a dos jóvenes de rostros difusos, aunque a la vez claros para ella. Su sueño fue la continuación de la escena de la sala sobre la que había escrito. Sin embargo, luego del beso las cosas en su mundo onírico se comenzaron a poner un tanto extrañas.

–Fuiste muy mala al haberme hecho sufrir tanto –José le reprochó en tanto le besaba el cuello y con sus manos le sujetaba firmemente las caderas.

–¿Eso piensas? ¡Oh! Por favor, ya déjate de bromas y aléjate de mí, ¿no ves que esto está mal? –Linda intentó alejarlo, aunque sus intentos fueron muy poco convincentes.

–Siempre eres así, nunca aceptas este lado tuyo –la voz de José se hizo más dura. Aun así, sus caricias y besos no se detuvieron.

–Por favor, para, que mi mamá llegará en cualquier momento y nos verá –al poco rato Linda consiguió dominarse y le advirtió.

–Excusas y más excusas. ¡Acepta de una buena vez tus verdaderos deseos! ¡Deja salir a tu yo sensual, sabes que no podrás seguir reprimiéndolo por mucho más tiempo, sabes que si no lo dejas salir por las buenas algún día te reventará en la cara, y eso sí que no te gustará!

–¡Ya basta! –Linda ahora sí que empezó a asustarse. Ella trató de quitarse de encima a José a toda costa. Tuvo que morderle los labios para conseguirlo. Se puso de pie e intentó huir, pero entonces él la tomó de la cintura y la lanzó boca abajo, colocándole el estómago sobre su regazo.

–Siempre has sido tan mala conmigo, pero ya es hora de darte una buena lección –José le dijo, y acto seguido con rudeza le bajó el pantalón y las bragas. Linda se retorció para intentar liberarse. Comenzó a sollozar–. Esto te pasa por ser tan zorra y no tener el valor para aceptarlo –la voz de José se hizo más dura, y entonces él levantó su mano muy alto. Linda volteó aterrada, intuyendo lo que él haría, y entonces se dio con la terrible sorpresa de que José ahora tenía el rostro de Arthur.

–¡Nooo! –Linda acababa de transformarse en Harleen. Cuando ella vio que la mano de Arthur descendía con todas sus fuerzas hacia su vulnerable trasero, Harleen despertó de un salto. Muy agitada y sudando frío ella miró a su alrededor con ojos de cervatillo asustado. “No volveré a escribir sobre esta clase de cosas, definitivamente no volveré a hacerlo”, Harleen se juró y se re-juró en voz baja. Esto lo hizo de forma tan ininteligible y continua, que quien la viese en aquel momento hubiese asegurado sin temor a dudas que ella estaba rezando.

Continua...


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