CAPÍTULO II (1ERA PARTE)
Harleen Malthus era
una adolescente de unos catorce años de edad. De cabello castaño (generalmente
recogido en dos coletas) y de mejillas pecosas, ella nunca podía estarse
quieta. Su curiosidad era tan grande como sus energías, a tal punto que en su
colegio quienes la conocían solían apodarla el “tornado con pecas”.
Era una apacible
mañana de domingo. Su tía se estaba alistando para ir a la iglesia, y en tanto
ella se hallaba muy ocupada leyendo uno de los últimos reportajes de su madre,
la afamada reportera Katia Álvarez. En su cabeza ella se fue imaginando lo que
relataba el artículo, desde la entrevista con las madres que habían perdido a
sus hijos en la guerra hasta las descripciones de los campos de batalla en el
oriente medio. La joven Harleen era una muchachita muy madura para su edad, y
ella era muy consciente de ello. En su colegio no conocía a nadie que se
interese por la actualidad global, por las cuestiones de geopolítica y de
economía que tanto le fascinaban. “Probablemente se deba a que nadie más tiene
como madre a una periodista tan comprometida con la información”, ella misma solía
responderse para sus adentros.
Una vez terminó de
leer el reportaje, Harleen soltó una exhalación. “Algún día seré tan buena
reportera como tú, madre”, la joven se juró mentalmente. Poco después cerró la
revista. Dirigió la vista hacia su cámara profesional, regalo de su madre de
hace un par de cumpleaños. Por supuesto, ella no se la entregó personalmente,
sino que le encargó a su tía que se la comprase. Aquel cumpleaños la joven
Harleen tuvo que conformarse con una corta video llamada. En aquel entonces su
madre se hallaba cubriendo un atentado terrorista sucedido en algún país
balcánico, lo cierto es que Harleen no lo recordaba bien. Lo que si recordaba
con suma claridad es lo triste que se sintió por la ausencia de su madre en la
fecha de su cumpleaños, sobre todo después de que su progenitora le prometió
que a como dé lugar la acompañaría en tan especial ocasión. “Con que no podía
esperar más para felicitarme por mis publicaciones en el periódico escolar… sí,
como no”, Harleen soltó un bufido.
–¿Lista para ir a
la iglesia? –su tía se asomó por la puerta de su habitación.
–Sí, tía Petra
–Harleen contestó arrastrando las palabras.
Tras salir de la
iglesia, Harleen se alejó de la multitud y enrumbó hacia un puesto de
periódicos cercano. En tanto su tía se quedó hablando con el sacerdote.
“Probablemente le pedirá otra vez para que rece por la seguridad de mi madre…
¡pff! Mucho mejor sería que le pida rezar para que mamá se acuerde de que yo
existo”, Harleen meditó en tanto ojeaba los titulares de los diarios.
“Ya veo que no solo
afuera suceden cosas interesantes”, ella continuó con su monologo interno. “Por
ejemplo esta noticia de un señor que para construir su patio cercó la vía
pública; o esta otra en la que se descubrió que una vendedora ambulante de
zapatillas las anchaba con un palo de escoba para aumentarles la talla”. “¡Ah!,
¿a quién quiero engañar? Definitivamente la calidad de las noticias no se
compara con las que cubre mi madre. Aunque… estas noticias que han estado
saliendo últimamente… sobre grupos radicales que buscan cambiar la
constitución… quizá este tipo de noticias si le interesarían a mi madre…”.
Cuando el día lunes
Harleen fue al colegio se topó con que algo inusual estaba sucediendo. Por el
patio y los pasillos se percató de que los ánimos tanto de los demás
estudiantes como de los profesores estaban notablemente excitados. Se acercó a
su salón y buscó a Gina, su mejor amiga. Al poco rato se acercó a un grupo de
chicas y tocó en el hombro a una avispada muchachita morena y de larga
cabellera ondulada sujeta en una cola. La chica volteó con una gran sonrisa y
se acomodó sus grandes gafas de montura color rojo.
–¡Harleen, hasta
que por fin vienes! –ella le dijo en tanto le dedicaba un efusivo abrazo.
–Tú siempre tan
animada, querida Gina –Harleen trató de apartársela. Ni bien terminaba de
conseguirlo, todo el resto de chicas del grupo se le acercaron y la
bombardearon de preguntas–. ¿Podrían hablar una a la vez? –Harleen trató de
calmarlas–, ¡no les entiendo nada!
–Vamos, es que tú
eres la periodista de la clase. ¡Seguro que tú sabes lo que ha sucedido mejor
que nadie! –una muchacha de baja estatura y cabello corto y terminado en puntas
le indicó.
–No tengo idea de
qué me hablan. Gina, ¿podrías explicarme lo que está sucediendo?
–¡¿Es en serio,
amiga?! ¡Tú, Harleen Malthus, la periodista número uno del colegio, ¿no sabe
nada de lo que ocurre esta mañana?!
Harleen negó con la
cabeza.
–¡Ah! Bueno pues.
Entonces te lo resumiré lo más breve que pueda. Resulta que ahora tú ya no eres
la única estudiante con un progenitor famoso, aunque, pues… en este caso no se
trata de una fama positiva…
–¡No lo entiendo!
¡Vamos, Gina, déjate de rodeos!
–No sé qué tan
ciertos sean los rumores, pero lo que todos andan diciendo es que el padre de
un estudiante de segundo… pues… ¡dicen que la policía lo ha detenido tras
descubrir que se trataba de un asesino en serie!
–¡¿Qué?! –Harleen
no se lo podía creer. Tal fue su sorpresa que los ojos se le abrieron a más no
poder, y de forma inconsciente ella se llevó la mano derecha a la boca. A su
alrededor las habladurías y rumores continuaron bullendo sin cesar por entre
las instalaciones del colegio, aunque lo cierto es que para Harleen el mundo
exterior pasó a un segundo plano. En ese momento ella no tenía cabeza para otra
cosa que no fuese la impactante noticia que acababa de oír.

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