Capítulo XVII: Camino de luz y caminos de oscuridad
Llovía torrencialmente en el condado Dubois. Bajo la copa de un frondoso
árbol situado en lo profundo del bosque, Marfa permanecía con los ojos cerrados
y en la posición de la meditación zen. Ni el frío ni la humedad parecían
afectarla en lo más mínimo. Sus ropas se pegaban a su cuerpo y sus cabellos
goteaban constantemente. Aun así, ella no se movía en lo más mínimo. Si no
fuese por su regular respiración cualquiera pensaría que estaba muerta. A su
costado, enrollado dentro de una raíz, yacía en idéntico estado catatónico
Sulu, el mono de los cuernecillos rojos.
Era una tarde gris la de aquella lluvia
torrencial. Flotando en lo alto del salón de recepciones del castillo del
conde, el espíritu de Marfa y el espíritu de Sulu observaban atentamente lo que
venía sucediendo debajo. Un humilde sastre junto a su mujer comparecían ante el
conde y su séquito. Ellos acababan de casarse, podía notarse en el vestido de
la novia y en el elegante traje del hombre. Sentada sobre un sillón
aterciopelado la condesa Louise observaba con indiferencia los acontecimientos.
Ella sabía de lo que iba aquello. Tantas veces lo había visto que, a pesar de
lo chocante que podía resultar, ya no se dejaba impresionar. Simplemente
callaba y dejaba las cosas estar. De todas formas, ella soltó una hastiada
exhalación.
–¡Por favor, mi señor, tenga compasión de mí! –el
pobre sastre se acababa de postrar ante el conde. Algunos miembros de su
séquito se echaron a reír sin ningún reparo–. No tengo la cantidad que me exige
para poder pagar el derecho nupcial. ¿No puede obviar por esta vez esa ley, en
una muestra de su infinita bondad? ¡Piedad, solo eso le pido!
–Todos los habitantes de este condado son siervos
míos. ¿Dónde quedó tu juramento de absoluta lealtad ante tu señor? La ley es la
ley, y si no se puede cumplir, uno debe asumir las consecuencias –el conde dijo
con voz grave, en tanto sus ojos no podían disimular más el deseo que los
consumía. Y es que la joven esposa del sastre era una mujer muy hermosa, la más
hermosa de todo el pueblo.
–Pero señor, otros hombres que se casaron antes
que yo me dijeron que su indemnización fue muchísimo menor a la que usted me
exige...
–Si no puedes pagar y además te niegas a
compensármelo de la forma en la que te lo propongo, pues no me dejas más
alternativa que condenarte a la horca.
–¡No! Se lo suplico, señor conde –intervino la
mujer. Ella corrió hacia su esposo y lo abrazó echa un mar de lágrimas.
–Señor, yo, yo... –el hombre calló. Acababa de
comprender que todos sus esfuerzos serían inútiles. En ese momento lamentó que
su mujer fuera tan hermosa.
Humillado y derrotado, el pobre sastre abandonó el
castillo bajo un cielo lluvioso. Atrás dejaba a su joven esposa en manos del
pérfido conde. Ella lo había abrazado con fuerza, le había pedido que no se
preocupe, que su vida valía más que cualquier otra cosa. Sin embargo, a pesar
de sus palabras, ella le había suplicado con la mirada que no la deje, que no
permita aquel ultraje. Nada pudo hacer el hombre por su amada. Y para colmo de
males, unos soldados lo alejaron de su esposa de mala manera y a rastras lo
llevaron hasta afuera del castillo, en donde finalmente lo botaron cual si de
un perro sarnoso se tratase. Él jamás olvidaría tamaño ultraje.
Su esposa volvió a la casa del sastre a la mañana
siguiente, con su bello vestido hecho girones y con los ojos hinchados de tanto
haber llorado. El hombre se dejó abrazar por ella, mas no le dedicó ni una sola
palabra de consuelo. La pobre mujer descubrió con esta actitud que en el fondo
él la culpaba por haber sido violada por el conde.
–Perfecto, está embarazada –la forma astral de
Marfa le comentó a su compañero.
–¿Por esa razón estuvimos espiando el castillo del
conde todo este tiempo?
–Su fama de abusivo y mujeriego lo precede. Sabía
que algo así pasaría.
–¿Por qué te alegra tanto que haya embarazado a
esta pobre mujer?
–Porque en el fruto de tan vil ultraje es en donde
te dejaré hasta que Gaspar venga a por ti. Cuando el bebé crezca y llegue el
momento de ir al Blankouse a concretar mi resurrección, tú podrás utilizar la
cruda realidad que acabas de presenciar como tu as bajo la manga. Ten por
seguro que apenas sepa la terrible verdad sobre su origen, esa persona te
terminará siguiendo a donde sea que se lo propongas.
–Qué plan tan retorcido. ¡Tú maldad definitivamente
no tiene límites!
–Por eso somos tal para cual, Sulu. Y ahora
prepárate, que te aplicaré el conjuro de transmigración y después por fin podré
irme de este apestoso pueblucho.
Anette sintió un repentino pinchazo en el abdomen
mientras desayunaba lo poco que su marido había podido conseguir. Se tomó el
vientre, aunque al poco rato el dolor desapareció. Maurice le dedicó una rápida
mirada y acto seguido se levantó de la mesa. Soltó una fría excusa de que tenía
mucho trabajo que hacer en el taller, y sin mirar atrás dejó sola a su mujer en
la mesa.
Cosette avanzaba con la mirada perdida por el
bosque y bajo un nevado atardecer. Los copos de nieve los veía rojos, le
parecían gotas de sangre... la sangre del pequeño René. La pobre no tenía
cabeza para otra cosa. Una y otra vez se veía a sí misma hundiendo el cuchillo
en el indefenso pequeño. "No quise hacerlo, creí que era un cordero, ¡me
dijeron que era un cordero!", en un comienzo ella había tratado de luchar
contra el sentimiento de culpa. Sin embargo, desde que abandonó el bosque de
Blankouse y salió por el tocón quemado, tal sentimiento fue haciéndosele más y
más fuerte. Al final no pudo resistirlo más, y su cordura simplemente se anuló.
–Gotas de sangre caen desde el cielo, quieren
unirse a las de mi cuerpo. ¡Debo atender al llamado de Dios! ¡Mi sangre anhela
salir de mi cuerpo y reunirse con sus hermanas del cielo! –Cosette de pronto
comenzó a gritar, en tanto se aferraba de tronco en tronco para evita caerse
producto de su frenético avance. Ella buscaba con desesperación arrancar una
corteza lo suficientemente afilada como para hundir allí su garganta. Sulu
había visto venir este arranque de locura, de modo que se aferró al cuello de
su ama y cada vez que la veía intentando desprender una corteza, de inmediato
la jaloneaba para alejarla y así evitar la tragedia.
–No es el camino que buscas. ¡Si mueres jamás
podrás enmendar tus faltas! –Sulu comenzó a gritarle una y otra vez. Esto solo
enervó la locura de Cosette. Ella se aferró a un árbol y empezó a impactar su
cabeza una y otra vez contra el duro tronco. Pronto la sangre comenzó a manar
de su frente–. ¡Detente! ¡La juventud y belleza eterna no te hacen inmortal,
maldita sea! –Sulu rugió fuera de sí. Fue en vano.
Como último recurso, Sulu reunió todo su poder mágico
y lo imprimió a su voz. Repitió su letanía: "¡Si mueres jamás podrás
enmendar tus faltas!". Esta vez su voz fue tan potente como el retumbar de
cientos de truenos en una noche de tormenta. En esta oportunidad su mensaje
consiguió calar en lo más hondo de la joven de los ojos celestes. Cosette los
abrió a más no poder. Se llevó una mano a la frente. Contempló sus dedos
manchados con su propia sangre.
–¿Qué puedo hacer? ¡¿Qué puedo hacer para dejar de
ser un monstruo?! –ella expresó con voz implorante. Cayó sobre sus rodillas y
se echó a llorar de forma incontrolable. Sulu en ese momento esbozó una
satisfecha sonrisa. "Victoria", se dijo para sus adentros.
Esmeralda y los demás miembros de la feria de lo
extraño aun contemplaban con estupor el cadáver de Gaspar. Allí morían junto
con él sus sueños y anhelos. "Belleza y juventud eterna", ninguno al
final había podido resistirse a pedir lo mismo que tanto ansió en vida Gaspar.
"Seguir siendo deformes y vulnerables al paso del tiempo", la cruda
realidad torturaba en esos momentos sus abatidas mentes sin tregua alguna. A
tal punto se encontraban ellos sumergidos en el fango de su desgracia, que no
se percataron de como el alto ser oscuro con la cabeza de macho cabrío se les
iba acercando con pasos tan sigilosos como los de un tigre al asecho.
Ivonne fue la primera que notó una sombra a sus
espaldas. Cuando giró, ella observó boquiabierta como el demonio cornudo los
envolvía a todos con su manto hecho de negras pieles de cabra. Ni ella ni sus
compañeros fueron capaces de articular palabra. Ni siquiera podían moverse. Un
terror absoluto se había apoderado de ellos, pues bajo aquel manto de oscuridad
ellos sintieron en toda su dimensión el terrible vacío eterno.
–Lo que pasó tenía que pasar –Satanás les habló
con una escalofriante voz que parecía salida del inframundo. Yamil se encogió
en tanto se tomaba de la cabeza, Igor se cubrió con su gran brazo, Esmeralda se
abrazó a Ivonne en tanto era incapaz de controlar el temblor de su cuerpo,
Marlene cerró los ojos con fuerza y se puso a recitar una serie de mantras en
lengua ininteligible–. Pero alégrense, hijos míos. ¡Por fin son libres del yugo
de Gaspar y de Marfa! Ahora todo lo que logren dependerá única y exclusivamente
de ustedes mismos –el Gran Señor del Abismo continuó, aunque esta vez suavizó
su tono. Y mientras él hablaba, de forma imperceptible cinco lenguas de fuego
rojo descendieron de su capa y cubrieron las cinco cabezas del aterrado grupo.
–¡Esa perra tiene la culpa! –Esmeralda fue la
primera en incendiarse por completo. La sensación que en ese momento la
acometía era una dualidad entre dolor y placer llevados al extremo. En poco
tiempo el placer se impuso, aunque no era cualquier clase de placer. Aquellas
llamas se alimentaban de su odio. Esmeralda pasó a disfrutar de aquel calor que
le calcinaba la piel y los músculos como si estuviese teniendo múltiples
orgasmos–. ¡La mataré, la destruiré por haberse atrevido a arrebatarme mi
sueño! ¡Pero primero la haré pasar por una tortura inimaginable, ya lo verán! ¡Le
meteré a su estúpido mono por detrás y luego la sodomizaré con un hierro al
rojo vivo! ¡Y después la azotaré con un látigo de púas envenenadas hasta que le
sangren las nalgas! ¡Maldita seas Cosette, mil veces maldita!
Sus compañeros observaron a Esmeralda en tanto se
retorcían del dolor. Entonces entendieron que la forma más fácil de librarse de
la tortura era aceptando el odio que ardía en su interior. Todos ellos
despotricaron contra Cosette y contra Sulu, y a viva voz juraron que los harían
pasar por los peores tormentos para hacerles pagar por haberles arrebatado su
ansiado sueño. Tal y como pasó con Esmeralda, en el resto también las llamas
comenzaron a disminuir, hasta que finalmente se replegaron en unos estigmas que
se les quedaron grabados en la frente, cual si los hubiesen marcado con un
hierro candente. Poco después las marcas desaparecieron.
–Con el estigma de Satanás sus almas me
pertenecen. A cambio los he "bendecido" con poderes sobrenaturales
únicos, con los que podrán ejecutar con mayor facilidad su venganza. Pero
aguarden, que aun noto el recelo en sus corazones. Piensan que los traicioné.
No fue así, nada más lejos de la verdad. Solo utilicé al diablillo llamado Sulu
para cumplir con mis propios fines. Gaspar y Marfa no merecían mi favor. Se
volvieron tan arrogantes que creyeron que podrían pasar por encima de mí. Se
atrevieron a pensar en mí como en un simple objeto al que se puede utilizar y
luego desechar como si nada. Ustedes no cometan el mismo error, cumplan con mis
designios, ofrézcanme siempre todas las maldades y los aberrantes placeres que
se les ocurran practicar, y yo les prometo que la belleza y la juventud eterna
serán para ustedes una realidad. Es más, para que no duden de mis palabras, les
otorgaré ahora mismo la gracia de transformarse en sus versiones más bellas y
sublimes, aunque solo sucederá cuando haya luna llena. Pero si cumplen con su
venganza y me traen el corazón de Cosette, ¡les juro que en ese mismo instante
haré que esa gracia sea parte de ustedes para siempre!
Esmeralda y los demás se postraron ante el Gran
Sabio del Abismo apenas él terminó de hablar. Lo alabaron hasta decir basta, y
al mismo tiempo una y otra vez le juraron que siempre serían sus más leales
esclavos. Satanás los observó complacido. Entonces la máscara de macho cabrío
se le abrió por la mitad como si de una amplia boca se tratase, y en el espacio
que se formó entre ambas mitades los miembros de la feria de lo extraño
pudieron ver una gran sonrisa en medio de un rostro oculto por las sombras. "Dulce
Cosette, te haré entender que nadie puede escapar de mi bautismo de sangre.
Veamos cuanto podrás aguantar contra la avalancha de odio que irá a por ti.
Solo un odio más grande podrá vencerlos. Es eso o la muerte inevitablemente te
alcanzará", Satanás se dijo para sus adentros, y acto seguido de su boca
salieron escalofriantes carcajadas. Pronto Marlene y los demás le hicieron eco,
pues estas carcajadas estimularon sus mentes para imaginar las peores torturas
y vejaciones posibles en contra de Cosette y de Sulu.
–Debes convertirte en un santo, Cosette. Solo así
podrás acabar con la enorme culpa que te carcome –Sulu le dijo con seriedad.
–¿Un-un... santo? –Cosette se le quedó mirando con
los ojos abiertos como lunas llenas –. ¿Pero cómo? –ella agregó tras en vano
esperar a que su compañero dijese algo más.
–Simple. Solo debes trascender. ¿Qué? ¿No sabes lo
que significa esa palabra? Bien, yo te lo diré. Deberás ponerte por encima del
resto de la humanidad, lograr lo que nunca nadie ha podido lograr, elevarte hasta
la altura de Dios...
Mientras Sulu iba hablando, Cosette fue imaginando
sus palabras. Estas fueron tomando forma, y lo que al final la joven visualizó
la dejó boquiabierta.
–¡Veo a la condesa Carmina! –ella señaló a un
bamboleante copo de nieve que caía en las cercanías.
–...por lo que no debes dudar en sacrificar cuanto
sea necesario para... ¡¿qué?! –Sulu se interrumpió ante lo sorpresivas que le
resultaron las palabras de Cosette.
–¡Sí, la veo! –Cosette insistió–. Desde que
comenzaste a describir a un santo, me comencé a imaginar cómo sería tan
increíble persona, y entonces: ¡puf! Carmina apareció ante mis ojos. Es cierto,
la joven condesa siempre me ha parecido una santa, con su forma de andar tan
calmada y elegante, con sus movimientos tan refinados, con su hermosa sonrisa,
siempre acudiendo puntualmente a la iglesia los domingos para escuchar las
santas escrituras...
–¡Esa puta de santa no tiene nada! –Sulu estalló.
–¿Qué? ¿Por qué lo dices? ¿Es que acaso... tú la
conoces?
–Bueno, yo... no, pero, pero... –Sulu quería
decir: "pero a su padre sí que lo conozco, y ese individuo de santo no
tiene nada". Sin embargo, consciente de lo comprometedor que le resultaría
explicarle a la joven sobre cómo lo conoció, al final prefirió callar.
–¡Ya lo decidí! –Cosette exclamó con emoción. Con
un semblante renovado y alimentado de esperanza, ella comenzó a avanzar–. ¡Iré
al castillo del Dubois y me ofreceré a Carmina como su doncella! Seguro que
conviviendo a su lado podré aprender de ella, y parte de su santidad terminará
pegándose a mí. ¡Incluso ella podría ayudarme a superar esto! Es una santa,
después de todo, ¡y no hay nada imposible para un santo! Me hará el milagro,
estoy segura. Sirviéndola me convertiré en otra persona, en alguien mucho
mejor, yo...
–¡Estás loca! ¿Es que no oíste nada de lo que te
dije? El camino hacia la santidad es un camino solitario y plagado de muchos
sacrificios. ¡Ser santo no se trata de convertirse en la mascota de alguien
más!
–Aprenderé de ella, Sulu. Ya lo verás. Me
contagiará su santidad, seré una nueva persona. Carmina me mostrará el camino
hacia la luz... siempre quise ser como ella. ¡Ah! Ser un santo, ¡muchas gracias
por tu consejo, amigo mío!
–¡No! Yo no quería esto para ti, yo, yo... –Sulu
trató de explicarse, pero era tal su desconcierto por el giro que acababan de
dar los acontecimientos que las palabras no se le ocurrían.
–¡Gracias, gracias! –Cosette abrazó a Sulu. Este
último trató de apartársela. Quiso decirle que ella era la persona más estúpida
que había conocido y que en esos instantes prefería haber sido la mascota de
Marfa en vez de seguir soportando su exasperante falta de luces. Sin embargo,
de pronto una idea irrumpió en su cabeza y lo hizo calmarse.
"Tal vez la joven condesa no sea la santa
paloma que esta boba piensa... si ese fuera el caso la decepción le sería muy
grande, y entonces, y entonces... ahora sí Cosette no tendría nada a lo que
aferrarse, ahora sí ella quedaría a mi completa merced", el mono de los
cuernecillos rojos reflexionó, y entonces una amplia sonrisa se dibujó en su
rostro. –¿De modo que ya lo decidiste, Cosette?
–¡Sí, nos vamos de regreso al condado de Dubois!
–la joven le contestó emocionada. Al mencionar el nombre de su pueblo, ella
recordó de pronto a sus padres. Se preguntó cómo estarían, aunque lamentó el
tener que volver con las manos vacías. "Tal vez si se lo menciono a la
joven condesa, ella me ofrezca algún trabajo extra y con lo ganado pueda
compensar a mis padres, aunque sea en algo, por todas las molestias... no,
mejor por ahora no pienso en eso", algo del buen ánimo de Cosette se apagó
al recordar como terminaron las cosas con sus padres. Y es que no solo acababa
de rememorar lo que su padre le propuso a su madre que hicieran con ella, sino
que inevitablemente le vino a la mente la trágica verdad que le contó Sulu
sobre lo sucedido entre sus padres y el conde. "Pero, si en verdad mi
padre no es mi padre... Carmina es en realidad mi... ¡no lo puedo creer!",
Cosette de pronto se llevó una mano a la boca. Una vez más la alegría volvía a
calentar su abatido ser. Ella dio un pequeño saltito sobre un montículo de
nieve, y acto seguido aceleró el paso.

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