Capítulo XI: La Noche del Ocaso

 


Llegaron a las faldas de un monte en lo profundo del bosque. Hacía frío, pero por suerte no nevaba. En el cielo se podía ver una luna rojiza, la llamada "luna de sangre". Se bajaron de los carromatos y empezaron su ascenso por la pendiente. Solo Ivonne y René se quedaron, pues Gaspar indicó que la fiesta terminaría aburriendo al pequeño y que además alguien debía quedarse para cuidar los carromatos. Ivonne carraspeó, pero terminó aceptando la orden.

Cosette abrazó su abrigo y se frotó los brazos. Cada vez que exhalaba podía ver el vapor de su aliento. Observó a su alrededor. Con Gaspar a la cabeza, sus compañeros avanzaban a paso lento y en silencio. La pendiente no era tan pronunciada, de modo que no le cansaba mucho el trajín. Los altos troncos de los árboles le parecieron interminables. La joven se preguntó qué tan lejos se hallarían de la cima.

–Hace mucho que no venía a una fiesta del Ocaso –la cola de mono le habló enroscado a su cuello a modo de chalina. Una nube de vapor también salió de su boca.

–¿Cómo es una fiesta de brujos? –le preguntó Cosette–. ¿Es como lo narraba el padre Bernard en sus sermones? –Ella agregó. El temor en su voz era más que evidente.

–¿Qué decía el padre Bernard? ¡Ah, ya lo recordé! "Una orgía de desenfreno y locura, en donde se sacrifican bebés humanos y luego se bebe de su sangre, en tanto todos adoran a los demonios y mantienen relaciones sexuales con ell...

–¡Por lo que más quieras, no sigas! –Cosette se estremeció.

–Era broma, tonta. Los brujos no son seres tan terribles como los pintan. De hecho, pronto te darás cuenta de que es todo lo contrario.

–Eso espero –Cosette soltó una risita nerviosa. De todas formas, a partir de ese momento ella ya no pudo dejar de pensar en otra cosa. Su imaginación voló hasta alturas insospechadas. Por un momento se sintió tentada a huir sin mirar atrás. Sin embargo, el tiempo vivido junto al grupo le impidió tomar tal decisión. "Son buenas personas, divierten a la gente, ríen y lloran como cualquier otra persona, cada uno ha sufrido mucho y a pesar de eso ha conseguido salir adelante. Además, Gaspar y los demás me han acogido como a uno más de los suyos, me han tratado como si fuera de su familia... sería muy injusto de mi parte el ahora desconfiar así de ellos. ¡Esa tonta cola de mono tiene la culpa por venirme con sus tonterías! Lo mejor será no hacerle caso y ver con mis propios ojos lo que me espera en la cima del monte... seguro que no será nada malo, no hay nada que temer. ¡Sí, a ese tonto simio siempre le gusta jugarme bromas pesadas, no sé ni porqué me molesté en haberle preguntado!".

Cuando llegaron a la cima del monte, Cosette se encontró con una amplia explanada circular rodeada por los árboles del bosque. En el centro distinguió un bulto gris, y a medida que el grupo se fue acercando recién se dio cuenta de que se trataba de un pedestal con un pequeño ídolo verde oscuro encima. Tal ídolo representaba a una criatura mitad hombre y mitad macho cabrío. La joven se estremeció. Había oído las historias sobre el macho cabrío con el que pactaban las brujas y los brujos, un ser oscuro procedente del mismísimo infierno que a cambio de poder les exigía su alma. De forma inconsciente ella se tapó la boca. Sus ojos se abrieron a más no poder.

–Tranquila –Gaspar depósito una de sus rollizas manos en su hombro–. El macho cabrío no es como lo pinta el luminicismo. Nuestro Señor Satanás es el ser más sabio y bondadoso que pueda existir.

Cosette comenzó a temblar. "Lo sabía, ¡lo sabía! Debí haber huido. Mi instinto me lo dijo... pero si ahora huyo... ¿me dejarán? ¿Qué hago? ¡¿Qué hago?!", ella retrocedió unos pasos. En ese momento la pobre estaba mortalmente pálida, y sus ojos azules reflejaban el más absoluto terror.

–Revélate contra el "¡tú debes!" –Gaspar se le acercó aún más. Volvió a depositar su mano sobre el hombro de Cosette–. ¿No estás harta de que siempre te digan qué hacer, no aborreces tantas prohibiciones sin sentido, tantos supuestos "valores" que solo hacen de ti una criatura sumisa y servil? ¡Cuántos sabios han muerto acusados de herejes, únicamente por poseer grandes conocimientos adelantados a la época! ¡Cuántas inteligentes mujeres han visto el final de sus días en la hoguera por el simple hecho de poner en práctica sus conocimientos de herbología para sanar a muchas personas! ¡Es hora de que despiertes, Cosette! ¡El mundo no es como te lo han contado! ¡¿Es que estás tan ciega que no ves como los ricos y poderosos se apropian de todo lo bueno de este mundo, mientras que el resto sufre y muere de hambre por culpa de sus abusos?! ¡¿No ves como esos monstruos te tratan a ti y al resto del pueblo como a borregos que siempre se moverán hacia donde ellos pretendan por medio de sus descarados adoctrinamientos?!

Cosette no supo qué responder ante tal discurso. Aun así, en su interior todavía no había desaparecido la desconfianza. Por el contrario, ella empezó a detectar algo siniestro en todo lo que la rodeaba: en el pasto bajo sus pies, en las palabras de Gaspar, en los altos pinos que eran agitados por el silbante viento nocturno, en la impresionante luna roja que lo iluminaba todo desde lo alto. La joven de la larga cabellera rubia se dio media vuelta, dispuesta a correr con todas sus fuerzas, pero entonces se topó cara a cara con Esmeralda.

–Recuerda lo que me revelaron las cartas cuando te leí la fortuna, amiga mía: "Le das demasiadas vueltas a los problemas que te agobian. Solo sé audaz y toma tu decisión sin tanto temor. Hazlo y te sentirás liberada". ¿Lo recuerdas, querida Cosette? Y no olvides lo que a continuación te vaticiné: "Te reunirás con una persona muy importante en tu vida. Finalmente encontrarás la paz".

Cosette dejó de temblar cuando oyó la última predicción. Acababa de recordar a Arnauld, su encuentro en el lago antes de separarse. "¿Podré volver a verlo?", la joven se preguntó. El calor de la esperanza derritió en buena medida el gélido miedo que hasta entonces la había envuelto.

–Y si eso no te parece suficiente, recuerda la predicción que arrojó la última carta –Esmeralda insistió, en tanto con dedo firme señalaba a la luna–. "Mientras no veas las cosas claras no podrás seguir tu destino". Mira las cosas claras, Cosette, no te dejes confundir por los engaños del luminicismo. Dios quiere que seas feliz, no que seas una esclava. Di con fuerza: "¡Yo quiero!". Atrévete por lo menos una vez en tu vida, y ya verás como la felicidad tocará a tu puerta.

Cosette no podía articular palabra. En ese momento su cabeza era un caos de confusión y dudas. Sus antiguas creencias luchaban sin tregua contra las nuevas ideas que acababa de oír. "¿Cómo me piden que piense en cosas tan complicadas, a mí que soy una simple campesina?", la pobre se lamentó por encontrarse en medio de tan espinosa encrucijada. Sin embargo, poco a poco su cuerpo comenzó a relajarse. Cosette miró hacia los árboles. Desde todos los lados comenzaron a acercarse grupos de personas con sombreros puntiagudos, todas ellas vestidas con coloridas túnicas y abrigos. Bailaban y reían al ritmo de la melodía de unos tambores y de unas flautas entonadas tan dulcemente que si uno cerraba los ojos podía imaginarse el paraíso. La música calmó la tensión de Cosette. El ambiente festivo y amigable de los numerosos recién llegados la terminó convenciendo de quedarse. "Esta gente no puede ser malvada. Tal vez me he precipitado en juzgarlos. Quizá Gaspar y Esmeralda tengan razón...".

Esmeralda soltó una exhalación de alivio. –¡Por fin recapacitaste! –la adivina exclamó.

–¡Llegaron justo a tiempo, hermanos y hermanas! –Gaspar fue a recibir a los recién llegados con los brazos abiertos.

–¡Espero que hayas organizado bien las cosas, amante de Marfa! –una voz chillona de anciana se oyó a la distancia.

–¡Tranquila, Trudia! ¡Todo está como debe de estar, será una Noche del Ocaso memorable, ya lo verás! –Gaspar le respondió muy animado.

Igor y Marlene también se reunieron con un grupo de recién llegados, y los saludaron efusivamente. Incluso el gigante y bobalicón Yamil sonreía en tanto agitaba con mucha animosidad sus manos hacia las brujas y brujos que iban llegando.

–Que bellos son los reencuentros, ¿no te parece, Cosette? –la cola de mono se asomó por un costado de su cuello. Ella simplemente asintió boquiabierta. "Nunca en mi vida he estado en una fiesta tan animada. En comparación las celebraciones del pueblo me parecen tan grises y tristes", la joven meditó para sus adentros.

Muchos de los recién llegados llevaban atados de leños en las espaldas. Fueron acercándose hasta un círculo de piedras que Gaspar y los demás formaron a un par de metros detrás del ídolo, y allí depositaron sus leños. Cosette se sorprendió de la gran cantidad de leños que fueron cayendo. Terminaron formando un montículo que abarcaba todo el círculo, un espacio tan amplio que fácilmente podía contener en su interior a los tres carromatos que habían dejado bajo las faldas del monte.

Luego de los leños llegó el turno de las hierbas. De todos los tamaños, colores y variedades, atados de hierbas y flores fueron siendo depositados dentro del círculo.

Finalmente, al círculo se acercaron brujas y brujos que portaban antorchas encendidas, y una a una las fueron dejando caer sobre los leños y los atados de hierbas. El fuego resultante se elevó hasta formar una enorme montaña de flamas rojizas. Cosette contempló admirada tan fantástica fogata. Le pareció sumamente bella.

No se percató de cuando ella comenzó a danzar alrededor de la fogata y del ídolo junto a sus compañeros y los demás brujos y brujas. Tampoco recordaba en qué momento se había despojado de su abrigo. Un repentino sopor acababa de invadirla. Cosette recordó haber experimentado antes aquella sensación tan relajante y placentera. Era la misma que le produjo el "perfume de bruja" que Esmeralda le invitó a fumar hace algún tiempo, aunque mucho más intensa, muchísimo más intensa. Y tampoco se dio cuenta de en qué momento empezó a cantar. Por cierto, esto lo hacía con mucho entusiasmo, como si toda aquella alegría que de pronto la había invadido fuese algo vivo que le penetraba por los poros. De cuando en cuando oía a Gaspar llevar la voz cantante de la melodía, aunque su voz la oía como un lento y lejano eco sin ningún sentido. Pero su cabeza no se preocupó por tratar de entender la letra. Cosette entonaba lo que se le ocurría en el momento. Lo que ella no sabía es que no era la única en actuar así. Por otro lado, el rojizo resplandor que bañaba los sudorosos cuerpos de los danzantes, proveniente tanto de la imponente fogata como de la "luna de sangre", contribuía a hacer aún más excéntrica la escena. La joven fue consciente de que jamás había experimentado algo similar en toda su vida. Le gustó la experiencia.

Los brujos y brujas dejaron de tocar sus instrumentos cuando desde la distancia se oyó la tenue melodía de unas flautas. Su sonido era muy distinto al de cualquier otra flauta que Cosette hubiese escuchado jamás. La tonada era incitante, hipnótica, le hizo sentir un particular escozor por todo el cuerpo, una corriente de lujurioso ardor que despertó en ella un deseo insaciable de contacto humano.

Dos criaturas peludas del tamaño de niños descendieron desde el cielo nocturno mientras tocaban la mencionada melodía con flautas de oro. Aterrizaron suavemente sobre el pasto de la explanada, y acto seguido se pusieron a brincar y a danzar alrededor de los presentes.

–Por fin han aparecido los mensajeros de nuestro señor, ¡el momento más esperado de la noche acaba de comenzar! ¡Prepárense para el ofrecimiento de la inocencia inmolada! –Gaspar anunció a viva voz. No tuvo que repetirse dos veces. Todos los presentes comenzaron a despojarse de sus prendas y de todo lo que llevasen encima. Simplemente lo lanzaban a cualquier parte en tanto continuaban danzando y cantando alrededor de la fogata. La música entonada por las flautas de los sátiros, las mencionadas criaturas peludas, excitaba cada vez más y más a la gente. Pronto sus movimientos se hicieron más frenéticos y contorsionados.

Por supuesto, Cosette no fue ajena a esta influencia. Aunque también es verdad que algo en su interior empezó a revelarse contra aquella melodía. Una creciente sensación de estar obrando mal se apoderó de su ser, aunque no era el típico cargo de consciencia que toda persona tiene ante una mala acción. La sensación que acometió a Cosette era viva, como una bandada de aves huyendo de un incendio forestal. Otra vez las ganas de alejarse y de escapar se apoderaron de ella, y esta vez eran mucho más apremiantes, pues ya no podía seguir ignorando el aura siniestra, el pestilente hedor maligno de carácter sobrenatural que cubría todo el lugar. Gracias al creciente miedo Cosette logró sacudirse en algo del orgásmico efecto que en ella había producido el "perfume de bruja" que manaba de la fogata.

–¡Woaaar! –Yamil se abalanzó sobre ella, ya completamente desnudo, y de un tirón le desgarró parte de su sayo. Aterrada, Cosette se cubrió sus senos expuestos. Miró en todas direcciones y se preparó para correr.

–¡Yamil, eres un bruto! –Esmeralda habló a espaldas de Cosette. Esta última giró la cabeza hacia la joven adivina–. No tienes de qué preocuparte, preciosura –Esmeralda susurró con voz muy dulce al oído de Cosette.

–¡¿Qué está pasando aquí?! –Cosette le preguntó fuera de sí. Y es que a su alrededor todos habían dejado atrás la danza alrededor de la gran fogata, y ahora se besaban, acariciaban y frotaban sus cuerpos desnudos los unos contra los otros. Parecían poseídos, como si fuesen animales sin cordura alguna.

A modo de respuesta Esmeralda abrazó por detrás a Cosette. Ella pudo sentir los senos desnudos de la adivina estrujados contra su espalda. –Déjate llevar, tu cuerpo te lo suplica. Oye la música y aspira el humo del "perfume de bruja" sin ningún reparo. Hazlo y verás como la tensión te abandona, como tu cuerpo se va relajando cada vez más y más... –Esmeralda pegó sus labios, húmedos por el sudor, a la oreja derecha de Cosette. Mientras tanto comenzó a desvestirla con suma delicadeza. –Sentir placer no es pecado, lindura, ¡más bien es todo lo contrario! Permite a tu cuerpo disfrutar del néctar más delicioso que este mundo es capaz de ofrecerle. Abre tus sentidos y asimila el gozo de la lujuria en toda su intensidad. Por ejemplo, siente la electricidad que te escoce cuando mis manos rozan tu piel, siente el calor que te invade cuando mis labios besan tu delicado cuello, siente los placenteros escalofríos que te hacen temblar cuando mi lengua lame tus diminutas orejitas –la joven de los ojos verdes parecía estar recitando un sortilegio en tanto iba realizando todo lo que anunciaba. El sopor pronto volvió a apoderarse de Cosette. Asimismo, el ardor y la excitación fueron incrementándose en su interior. Ella luchó contra la creciente ansia de placer, trató de liberarse de las caricias de Esmeralda, pero sus palabras eran tan dulces e incitadoras que nublaban su razón y debilitaban su voluntad. La desarmaban.

Llegado un momento, cuando Cosette ya quedó completamente desnuda, Esmeralda le acarició la espalda y le ordenó arrodillarse. En ese momento la joven rubia se hallaba en estado de trance, por lo que obedeció cual manso cordero. Una vez Cosette estuvo de rodillas, Esmeralda le dio un juguetón empujón con el pie en la espalda, de modo que la joven terminó en posición de gateo sobre el pasto. A continuación, Esmeralda se puso de cuclillas y comenzó a lamerle su zona íntima. Una electrizante corriente de placer sacudió a Cosette de pies a cabeza. Ella no pudo reprimir un gemido. Esmeralda respondió apartando su boca y dejando caer su saliva sobre el trasero de Cosette.

–Eso es, disfruta del momento, apaga tu sed con este maravilloso licor y emborráchate hasta decir basta –Esmeralda le dijo mientras esparcía con una mano su saliva por los agujeros de la joven. Cosette fue sacudida por un estremecimiento cuando sintió la humedad en su detrás–. Sí, por aquí también se disfruta. Es incluso mejor. Vamos, regálame otro gemido de placer, es música para mis oídos –Esmeralda volvió a lamer a Cosette, pero esta vez abarcando ambos agujeros. Cosette soltó excitados gemidos, cada vez más largos.

Mientras en estos menesteres estaban las jóvenes, Gaspar llegó con un rubio y joven semental. –Es hora, Esmeralda –le dijo.

Por toda respuesta la adivina se levantó y con las manos invitó al joven a ocupar su lugar. Cuando Cosette sintió el roce de algo duro en su zona íntima, ella se envaró y trató de apartar al muchacho.

–No temas, lindura. El "perfume de bruja" evitará que termines en cinta. No quedará huella de este momento, así que siéntete libre de disfrutarlo a plenitud –Esmeralda le dijo, y acto seguido la besó en la boca. Cosette abrió los ojos a más no poder, pues jamás se esperó algo tan osado.

En medio del beso ella de pronto se sintió penetrada. Fue de golpe, sin ninguna contemplación. Cosette soltó un salvaje alarido. Al oírla el joven semental rubio no se inmutó y, por el contrario, imprimió de más energía a sus arremetidas Hasta entonces Cosette había sido virgen, recién en ese momento la joven fue plenamente consciente de ello. Recordó a su amado Arnauld, la promesa en el lago, sus bellos sueños en donde se veía junto a él, casados y criando a sus hijos en la tranquilidad del hogar. Tales sueños pronto se vieron barridos por el fuego del placer. Sentidas lágrimas salieron de los ojos de Cosette y resbalaron por sus mejillas. Al mismo tiempo ella sintió un cálido líquido descendiendo por sus entrepiernas. Allí iba su virginidad perdida.

–Qué hermosos ojos, tan celestes y cristalinos como un lago en las montañas nevadas –Gaspar cogió la quijada de la joven con una mano y le hizo levantar el rostro–. Toma, lámelo y chúpalo mientras me miras con esos ojos tan angelicales –él introdujo su miembro en la boca en ese momento entreabierta de la joven. Mientras tanto le secó sus lágrimas con uno de sus robustos dedos–. Has dado un paso trascendental hacia tu destino, jovencita. Me alegra informarte de que ya estás preparada para tu maravilloso bautizo, mi querida Cosette –Gaspar esbozó una perversa sonrisa en su obeso rostro. Pero él no fue el único en regocijarse con lo que venía sucediendo. La cola de mono también sonrió, y además soltó una perversa risilla.

Mientras era fornicada Cosette observó a su alrededor. Esmeralda era montada sin piedad por un frenético Yamil. Él soltaba salvajes gritos mientras la nalgueaba, en tanto ella se desgargantaba lanzando continuos alaridos de placer y exigiéndole que la trate con mayor rudeza. Más allá pudo distinguir a Igor, e incluso a Marlene; sus demás compañeros de la feria de lo extraño también disfrutaban de la orgía. Cuando volvió la vista a Gaspar, se encontró ante un rostro desfigurado por el éxtasis. "Oh, Arnauld, oh, mi amado Arnauld", ella se lamentó entre lágrimas. El rojo resplandor del fuego que teñía los sudorosos cuerpos de todos los brujos y brujas de aquel aquelarre contribuyó en gran medida a hacerle aún más notoria su suciedad, su traición, su podredumbre y debilidad: la insoportable culpa por haberse atrevido a sentir placer en medio de tan nefasta orgía infernal.

–¡Oh, poderoso señor oscuro, en esta Noche del Ocaso deléitate con la inmolación de esta inocencia tan pura y bella! –Gaspar dejó a Cosette y abrió los brazos ante el ídolo del macho cabrío–. ¡Que tus mensajeros infernales sean testigos del placer derramado y que en muestra de agradecimiento tú, oh poderoso señor, renueves con tu apasionada energía nuestros cuerpos mortales, para que así, revitalizados y poderosos, podamos seguir sirviéndote como te lo mereces!

Su potente voz resonó por toda la explanada. Apenas la oyeron, varios jóvenes dejaron de lado a sus parejas y se dirigieron hacia la voz. Allí encontraron a Gaspar, y a su costado a Cosette. Ella yacía recostada sobre el pasto, con baba descendiendo por las comisuras de sus labios y con la mirada perdida. Los jóvenes rápidamente la rodearon, y acto seguido se valieron de ella para dar rienda suelta a sus más bajas pasiones. Cosette pasó a sentirse como un pellejo de vino rotado de mano en mano. Fue sodomizada y abusada sin ninguna contemplación. A esas alturas ya todo le pareció posible. Placer en el dolor, gozo en el sufrimiento, alegría en la tristeza: Cosette en ese momento sintió que algo se rompió en su interior. Se resignó a perder a Arnauld para siempre, a perder su bello sueño, a perder aquella felicidad que por tanto tiempo había anhelado alcanzar. Y entre el caos de cuerpos que la rodeaban y la gozaban, ella vio los libidinosos ojillos amarillos de los sátiros, deleitándose con su tragedia. En ese momento Cosette decidió dejarse llevar, aspirar el "perfume de bruja" hasta perder la consciencia. Más que nunca ella deseó poder alejarse y desconectarse de todo. Y es que la culpa y el dolor que se acababan de apoderar de su frágil ser se le hicieron demasiado insoportables. Tan insoportables como los múltiples orgasmos que la acometían una y otra vez, y que no le daban tregua alguna a su exhausto cuerpo.

Continua...


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