Capítulo X: La llegada a Tilix
Arnauld y Dante se disfrazaron de campesinos para ingresar a la ciudad de
Tilix. Desde muy temprano formaron la interminable cola de acceso a la capital
del reino de Faranzine. Ambos además alquilaron una carreta y la llenaron con
todas las verduras que le ofrecieron llevarle a un agricultor por un precio muy
módico. Él los acompañaba en el vehículo para guiarlos hasta el puesto en donde
vendía sus productos. Tal puesta en escena se hizo necesaria para los muchachos
debido a la estricta seguridad que vigilaba las puertas de acceso a la ciudad.
Hace unos días, en un pueblo cercano, un informante de la Orden los puso al
tanto de las recientes disposiciones del rey Justiniano. A como dé lugar él
quería erradicar a todos los Caballeros Místicos. Por ello es que las puertas
de la ciudad habían redoblado su vigilancia. Ellos comprobaron que el
informante no había exagerado cuando se acercaron a la puerta de ingreso del
lado este, pues la cantidad de guardias que la custodiaban era realmente
impresionante.
Tuvieron que pasar por tres controles antes de
finalmente poder ingresar a la capital. En todos ellos dejaron hablar al
agricultor, quien simplemente contó la verdad cuando fue interrogado por los
soldados.
Se despidieron del buen hombre en el mercado de
Larousse, un amplio emporio ubicado a pocas cuadras del Palacio del Juicio, un
oscuro coloso en donde se hallaba instalado el principal juzgado de la ciudad y
de todo el reino. Se alejaron de los coloridos toldos y mercaderías rumbo a la
Torre de los Caballeros Místicos. Esta podía verse a la distancia, aunque toda
chamuscada y abandonada. Dante no quiso perder el tiempo yendo hasta allí, pero
Arnauld quería comprobar con sus propios ojos que, efectivamente, la Orden se
había convertido en una organización proscrita por decreto real.
–Dios mío –Arnauld se santiguó. La vista que tenía
en su delante realmente era devastadora. Toda la torre había sido rodeada por
unas barricadas en las que aún podían verse las cenizas y los restos del
inmobiliario del recinto. Arnauld no podía concebir que la otrora orgullosa y
tan respetada Orden haya sido vejada de tal forma.
–Te dije que venir aquí sería una pésima idea.
Además, recuerda lo que nos advirtió el informante: "Cuídense no dar el
más mínimo indicio de que tienen algún vínculo con la Orden, pues debido a las
altas recompensas que se han decretado por las cabezas de los Caballeros
Místicos, en toda la ciudad se ha desatado una febril obsesión por intentar
atraparlos". Mejor vámonos a ver al "pastelero" antes de que
alguien comience a sospechar de nosotros y termine acusándonos con las
autoridades –Dante sugirió.
Arnauld se acomodó su sombrero de paja, y luego se
ciñó al hombro el saco dentro del cual, en medio de maleza y sobras de
cosechas, se escondía su espada. Dante hizo lo propio y luego empezó a avanzar
calle arriba.
Los muchachos cruzaron un puente que se elevaba
sobre el rio Matulin. A Arnauld las gárgolas esculpidas sobre las barandas de
los extremos del puente le resultaron siniestras, un fiel reflejo de la
sociedad que ahora había pasado de estimarlo a odiarlo y a perseguirlo por el
simple hecho de ser un Caballero Místico. "Y todo por culpa de las
ambiciones del rey Justiniano y del papa Baltrad V. Es tan injusta la vida,
¿esta es nuestra recompensa por tantos años de esfuerzo y...? No, deja de pensar
así, Arnauld, recuerda tus entrenamientos, lo que siempre decía el Gran General
durante su discurso por el aniversario de la fundación de la Orden:
Victimizarse es como colocarse una venda en los ojos y luego lamentarse de que
no se puede ver nada; las vibraciones del alma solo se elevan en aquellos que
avanzan y nunca se detienen".
La campanilla tintineó graciosamente cuando Dante
empujó la puerta del establecimiento. Él y Arnauld ingresaron a una pequeña
pero confortable pastelería ubicada en un tranquilo barrio en el que abundaban
las macetas colgantes con coloridas flores. El establecimiento tenía un alto
estante de madera repleto de toda clase de apetitosos pasteles y postres.
También contaba con un par de mesas, las que en ese momento se encontraban
ocupadas por una joven pareja y por un trío de señoras. De las paredes de
madera del recinto colgaban cuadros al óleo de diversos paisajes citadinos de
Tilix. En el mostrador atendía un hombre de baja estatura y dueño de una
abundante barba gris.
–Quiero un pastel de moras maduras –Dante le dijo
al dependiente.
–¿Con mucha o poca azúcar? –preguntó el
hombrecillo barbado. Previamente había enarcado una ceja.
–Con tanta azúcar que parezca haber nevado encima
del pastel.
–Enseguida, señor –el dependiente se adentró en la
trastienda. Al poco rato volvió con una rebanada de pastel completamente
blanca. Dante la tomó, pagó y luego se marchó tras despedirse del hombrecillo.
Ya afuera, ambos amigos se dirigieron a una calle
poco transitada. Sin dejar de avanzar se aseguraron de que nadie los esté
siguiendo, y solo entonces Dante le dio un mordisco al pedazo de pastel. –Mmm.
Esta bueno –Dante le dedicó un elogio al postre. Poco después de su boca se
sacó rápidamente un pequeño cilindrito de madera. Mientras seguía comiendo le
pasó rápidamente el cilindrito a Arnauld. Este último lo abrió por la mitad y
extrajo una nota. "El viejo pescador tiene un excelente atún", decía.
Los dos jóvenes intercambiaron miradas. Solo un Caballero Místico ordenado y
consagrado conocía el verdadero significado de aquella frase. Rápidamente los
muchachos se encaminaron hacia la catedral de Tilix.
El Templo del Gran Dragón Divino era una imponente
obra arquitectónica ubicada en pleno centro de la ciudad, a pocos pasos del rio
Matulin. Desde muy lejos uno ya podía apreciar su impresionante cúpula, un
verdadero homenaje al arte gótico. El enorme edificio estaba hecho de sólida
piedra color lapislázuli. Era inevitable para cualquiera el quedarse absorto
por lo menos durante unos cuantos segundos al contemplar tan monumental
maravilla producida por la mano del ser humano. Precisamente, debido a su
singular color, entre los Caballeros Místicos se solía llamar a la catedral
como el "gran atún".
Una vez llegaron a la plaza que se extendía frente
a la catedral, los muchachos buscaron un viejo fresno de hojas amarillentas.
Del mismo modo que con la catedral, los Caballeros Místicos habían bautizado a
este árbol con el singular nombre de "el viejo pescador". Alrededor
de los jóvenes disfrazados de campesinos la gente paseaba, conversaba o
simplemente descansaba sobre las bancas distribuidas por el lugar. Algunos
vendedores ambulantes por su parte vendían sus productos, los que en su mayoría
consistían en reliquias religiosas y dulces.
–¿Por qué el mensaje decía que vengamos hasta
aquí? –Dante le preguntó en un susurro a su compañero.
–Confía en la red de información del Gran General
Valois –fue la tranquila respuesta de Arnauld.
Al poco rato de que los muchachos se pararon ante
el particular árbol, un vendedor se les acercó y les ofreció unas estampitas
benditas. –No gracias –Dante respondió de mal humor.
–Espere –Arnauld lo detuvo. Él meditó por un
instante, y entonces se le ocurrió algo–. ¿Tiene estampas de Troyes Marcemil,
el fundador de la Sagrada Orden de Caballeros Místicos del Santo Sepulcro?
–¡Arnauld! –Dante lo reprendió por ser tan
avezado.
–El pastelero los describió bien. Síganme –el
vendedor se dio media vuelta y comenzó a alejarse.
–Solo tuviste suerte –Dante le replicó a su amigo
cuando este le dedicó una mirada de "¿ves? Mi intuición nunca falla".
Dieron toda la vuelta a la catedral. En la parte
trasera se adentraron por un laberíntico barrio de estrechas y sucias
callejuelas. El vendedor se detuvo en una casa de tres pisos que lucía torcida
hacia la derecha. Tocó tres veces la desgastada puerta de madera. Una pequeña
placa se corrió a la altura de sus cabezas, y por el delgado agujero que quedó
los observaron un par de recelosos ojos. –Ah, eres tú –una voz apagada se oyó
desde detrás de la puerta. Poco después el agujero se cerró y acto seguido la
puerta se abrió.
Los muchachos se encontraron atravesando tétricas
catacumbas iluminadas por la antorcha de su guía, el hombre de la puerta. No
podían creer que tras la trampilla oculta bajo una decrépita alfombra se
hallaría todo aquel mundo subterráneo. Finalmente llegaron a una amplia oquedad
que había sido acondicionada como base de campaña. Allí adentro encontraron al
mismísimo Gran General Valois, así como a otros altos mandos de la Orden. Antes
de llegar hasta allí ya habían podido ver otros emplazamientos similares. Aquel
sector de las catacumbas había sido convertido en una pequeña ciudadela militar.
–Bienvenidos sean, que Dios y sus guardianes
divinos estén con ustedes –el Gran General los saludó. Él era un hombre alto y
delgado, de larga cabellera y largas barbas, ambas tan blancas como la nieve.
Parecía el arquetipo de mago que solía aparecer en la mayoría de cuentos y
leyendas fantásticas de la época. Él vestía un gabán verde oscuro, botas de
cuero y una larga capa de color rojo oscuro. En la cintura llevaba enfundada su
espada de Caballero Místico.
Dante y Arnauld respondieron al saludo con una
respetuosa venia. Poco después Arnauld recordó la última voluntad del general
Rimbauld y de la forma más concisa que pudo le contó lo sucedido en Handassem.
Valois lamentó lo sucedido, aunque también admitió que no le sorprendía del
todo. –La corrupción y el mal han vuelto débiles a los reinos de Eusland. Si
queremos salvar a nuestro continente primero tendremos que acabar con toda la
podredumbre que se ha apoderado de sus gobernantes –él sentenció.
Los recién llegados rápidamente fueron puestos al
día sobre la situación por la que atravesaba la Orden. Asimismo, el Gran
General Valois les compartió su plan para derrocar al rey Justiniano y de paso
acabar con el sistema monárquico. –Un nuevo sistema de gobierno debe
establecerse en Faranzine. El reino más grande y poderoso de Eusland tiene que
convertirse en el mejor ejemplo para los demás reinos de lo que es un verdadero
buen gobierno. Los del consejo de la Orden hemos estado discutiendo al
respecto, y todos hemos llegado a la conclusión de que el sistema de gobierno
planteado por el legendario sabio de las islas Grazianas hace más de tres mil
años es el más idóneo –Valois finalizó así su explicación.
–¿Se refiere al erudito entre eruditos, el gran
Aristkarmi? –preguntó Arnauld. Dante por su parte lucía distraído, con la vista
fija en las danzantes sombras de los presentes que las antorchas proyectaban en
las paredes de la caverna.
–Al mismo –Valois asintió–. Aunque tal sistema de
gobierno por sí mismo no basta. Debemos forjar a los futuros ciudadanos que
regirán los destinos de Faranzine mediante una concienzuda educación basada en
los mismos principios y valores que rigen nuestra sagrada Orden. Solo así
garantizaremos el resurgimiento de la luz en medio de toda esta oscuridad que
amenaza con consumir a todo Eusland.
–Será una labor muy ardua –un consejero comentó–,
pero no imposible.
–Los ciudadanos elegirán entre ellos a un consejo
regente para que los gobierne. Solo podrá acceder al rango de ciudadano aquel
que supere la prueba del "conocimiento vital" –Arnauld recordó las
palabras del antiguo sabio Aristkarmi.
–Pero... ¿Quién asumirá el papel de juez de la
prueba? –Dante intervino por primera vez.
–Eso es más que obvio, ¿no lo crees? –Arnauld le susurró.
–Nosotros –Valois respondió–. Aunque solo será en
un comienzo. Más tarde ya se podrá formar una organización que exclusivamente
se dedique a este fin. Por supuesto sus miembros deberán ser entrenados desde
muy chicos para dicha labor. Ellos tendrán una educación muy estricta, la cual
estará basada en los principios más elevados de verdad y justicia. Solo así
podremos asegurarnos de que el egoísmo humano y la soberbia no afloren en
ellos. Sí, el egoísmo... precisamente ese es el principal mal que debemos
erradicar.
Dante no se vio con ánimos de intervenir. Él
pareció haberse perdido en sus propios pensamientos. Arnauld por su parte continuó
muy atento a la reunión.
La mejor forma que se les ocurrió a los caballeros
de la Orden para derrocar al rey fue la de "hacer despertar al
pueblo". El Gran General Valois explicó que a partir de aquel momento
deberían concentrar sus esfuerzos en difundir su mensaje de cambio entre la
gente, y sobre todo hacerlo calar en sus corazones. Aunque, primero que nada,
para que el pueblo pueda creer en sus palabras, ellos deberían asegurarse de
mostrarle a la sociedad la vulnerabilidad del actual gobierno, con lo cual a su
vez terminarían demostrando que su cabeza, el rey, no era un elegido directo de
Dios como desde hace siglos la dinastía de los Hardionen se había encargado de
hacerlo creer en todo Faranzine.
–Faranzine es la piedra angular de Eusland. Sin su
apoyo la Santa Sede perderá la mayor parte de su influencia en el continente, y
por ende deberá someterse ante nuestras demandas. Y en cuanto a los habitantes
de los demás países, al ver que el sistema de gobierno que sus respectivos
reinos han tomado como ejemplo acaba de sucumbir ante un mejor sistema,
terminarán desconfiando de sus propios gobiernos y anhelarán un cambio tal y
como ocurrió aquí. Nuevos vientos de libertad y verdad soplarán sobre Eusland,
ya lo verán. La podredumbre y la corrupción serán arrancadas de raíz por estos
poderosos vientos. Pero todo depende de nosotros. Ese brillante futuro... ¡en
nuestras manos está que se pueda cumplir! –Valois explicó con efusividad.

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