Capítulo VII: Conociéndonos más frente a la luz de una fogata (1era parte)

 


Bajo un cielo gris los carromatos avanzaron trabajosamente por entre los árboles de un desabrido bosque. Cosette observó desde la ventana de su carromato la llegada de la noche. Hace tres días que habían dejado atrás el pueblo de Lubilville. Según Gaspar, ese era el último pueblo existente en aquellos lares, de modo que a partir de entonces solo les quedaría adentrarse más en los solitarios bosques del norte hasta llegar a su destino.

Cada vez hacía más frío. Cosette se frotó las manos y luego las calentó con su aliento. Pudo ver una nubecilla de vapor formarse entre sus palmas. –Aquí en el norte sí que hace bastante frío. No quiero ni imaginarme como la pasaremos cuando se acentúe el invierno –ella comentó. La cola de mono no respondió nada. Se hallaba bastante ocupado temblando de frío entre los cabellos de la joven, a pesar de que ella se había cubierto la cabeza con una gruesa capucha de piel de oveja.

–Cierra esa ventana, niña. ¡No ves que nos pelamos de frío! –Marlene le reclamó desde su lecho y embutida bajo un amasijo de mantas y pieles.

–Perdón –Cosette jaló la puertecilla de madera. El lugar quedó sumido en la penumbra–. Es que me aburro tanto –ella se lamentó en voz baja. Más que nunca extrañaba las visitas a los pueblos. Saber que ya no volverían a ver uno hasta después de retornar del bosque Blankouse la deprimía. Y peor aún se sentía con aquel clima cada vez más helado y opaco.

–No te deprimas tanto –Esmeralda le leyó el pensamiento. En aquel momento ella se encontraba fumando de una elaborada pipa de madera. La luz de las hierbas consumiéndose iluminaba a duras penas su rostro–. Pronto asistiremos a una fiesta de brujos. Será la fiesta más genial que hayas visto jamás.

–¿Una fiesta? –Cosette se mostró interesada.

–Gaspar nos dijo que no te hablemos de eso, ya que quería que sea una sorpresa para ti. Pero en vista de lo abatida que te encuentras, pues no me has dejado más opción. Aun así, solo puedo decirte que será de noche y bajo la luz de la luna llena en la fecha conocida como "el ocaso del sol".

–Uy, si yo hubiera conocido estas fiestas de más joven –Marlene comentó, y luego soltó unas traviesas risitas que solo se vieron interrumpidas cuando le dio un acceso de tos.

–¿Tu sabes de esas fiestas, cola de mono? –Cosette preguntó.

–Déjame dormir –fue la apagada respuesta que obtuvo.

–Ya lo averiguarás muy pronto. Por ahora, creo que esta noche será propicia para que podamos conocernos un poco más. Me lo han dicho las cartas –Esmeralda agitó con una mano su mazo de cartas del Tarot, las que se encontraban atadas con una soguilla roja. Cosette solo pudo ver parte del perfil de la adivina gracias a la tenue luz que ofrecía la boquilla de la pipa. A la joven le gustaba aquel humo, su aroma le resultaba tan embriagador... se sentía como si de pronto la estuviesen meciendo en una nube cálida y confortable, en tanto que todas sus preocupaciones y sufrimientos se alejaban, y se alejaban, y se alejaban...

–¿Cómo se llama eso que fumas? –Cosette no se resistió más y preguntó. Siempre le había pedido a Esmeralda que le dé de probar un poco de su pipa, pero ella nunca había accedido. "No estas lista, no lo disfrutarás como es debido", solía ser la lacónica respuesta de la adivina. Tampoco solía responderle a la pregunta que ella acababa de hacerle. "La curiosidad mató al gato, ¿no lo sabías?", en dichas ocasiones tal solía ser su respuesta. Por eso Cosette se sorprendió cuando esta vez Esmeralda le aclaró su duda sin rechistar.

–Es una combinación de hierbas conocida como "perfume de bruja". Entre los principales insumos de este preparado están la belladona y los pétalos de una flor llamada "alas de mariposa negra".

–¡Qué nombres para más curiosos! –Cosette comentó–. ¿Esta vez sí me invitarás un poco? –en vista de la dócil actitud recientemente mostrada por Esmeralda, ella se aventuró a preguntar.

–¡Pff! Y dale siempre con lo mismo. Muy bien, solo porque tienes que soportar este frío de los mil demonios, esta vez te daré un poco para que entres en calor.

Cuando Cosette caló un poco de la pipa, aquella sensación de hallarse en una nube se le hizo mucho más intensa. Y no solo eso. Sensaciones dormidas que nunca había siquiera imaginado tener despertaron en su cuerpo y en su mente cual coloridas explosiones de fuegos artificiales. Poco después Cosette reía y le sonreía a la nada.

–¿Tú quieres un poco? –Esmeralda le ofreció la larga y esbelta pipa a Marlene.

–Tal vez en otro momento. Ahora no tengo ganas –la anciana respondió. Su voz sonó apagada desde debajo de una gruesa manta.

Esa noche acamparon en un claro del bosque. El grupo se reunió alrededor de una fogata. Comieron estofado de liebre y bebieron de un pellejo de vino que Gaspar compró en Lubilville. A Cosette le reconfortó aquel vino, pues en poco tiempo la hizo entrar en calor.

–¿Y bien? ¿Quién comenzará? –Gaspar preguntó. Luego bebió un sorbo del pellejo de vino y acto seguido lo pasó a su derecha. Igor lo recibió con la mano de su brazo grande.

–Me parece que tú, querido Gaspar. "La cabeza siempre debe predicar con el ejemplo", como diría aquel proverbio del Catecismo Celeste –Esmeralda sonrió.

–No me opongo, aunque creí que la promotora de este evento habría sido la mejor opción para comenzar –Gaspar se encogió de hombros.

–Recuerda que yo soy una simple interprete. Son las cartas y este pequeño parásito los que me han transmitido la conveniencia de hacer esto –Esmeralda señaló a su costado izquierdo, en donde debería estar su oreja.

–Siempre es bueno que un grupo se conozca mejor. Como sea, comenzaré yo –Gaspar se aclaró la garganta, y a continuación empezó a narrar los pormenores de cierto acontecimiento que marcó su vida para siempre.

Gaspar nació en una pequeña villa dedicada al cultivo de viñedos. Desde muy pequeño se había interesado por los libros y el saber. Su afición nació una mañana en la que acompañó a su madre al castillo del señor feudal, en donde ella se ganaba la vida como lavandera. El pequeño siempre había sido muy curioso, de modo que aquella mañana emprendió una vez más sus exploraciones por los alrededores del castillo, ya que no tenía permitido el ingreso. Sin embargo, él siempre había querido conocer lo que se escondía dentro de aquel lugar tan imponente, de modo que buscó una oportunidad para colarse al interior. Para su buena suerte, ese día los guardias se hallaban bastante ocupados bebiéndose el vino que había sobrado de la cena que dio el conde Luna por su cumpleaños. Muy contento, el pequeño Gaspar ingresó al castillo y se dedicó a recorrer sus pasadizos y salones. Pasó por una puerta, en donde el hijo del conde estaba siendo instruido por su aya. Ella le contaba una historia muy interesante sobre la fundación del reino de Faranzine, cuando la casa de los Hardionen unificó a todo el territorio bajo una sola corona. El pequeño Gaspar la oyó maravillado de principio a fin. Luego volvió a asomarse, y descubrió que lo que la aya decía salía de su boca instantes después de que ella observaba con detenimiento las hojas de un artilugio propio de los ricos que, si mal no recordaba, se llamaba libro.

Una vez salió del castillo, el pequeño Gaspar fue a donde el jardinero del conde, y le preguntó sobre como hacía una persona para poder entender aquellas hormiguitas que pululaban en las hojas de los libros. En aquellos tiempos, el jardinero Francois era para el pequeño Gaspar el ser más sabio del universo, pues siempre que él le preguntaba algo, obtenía una respuesta clara y concisa para sus dudas. Gracias a aquella pregunta fue como se enteró de las habilidades de la lectura y la escritura, y de lo maravilloso que aquellas podían resultar para quienes las aprendían.

Ya en su casa, una pequeña cabaña a las afueras de la villa, él le preguntó a su madre si ella podría enseñarle estas habilidades. Su madre no sabía leer ni escribir, pues era una humilde aldeana, después de todo. Gaspar se mostró decepcionado, pero no se quedó conforme. Todos los días que acompañaba a su madre comenzó a escabullirse a la habitación en donde el hijo del conde recibía sus lecciones. La costumbre no le duró mucho, pues a los pocos días fue descubierto por los guardias. Se ganó una buena tunda de padre y señor mío, pero ni aun así se rindió. Su estrategia esta vez fue interceptar al aya y pedirle que le enseñe a leer. La esperó afuera del castillo todos los días, hasta que por fin una buena tarde la vio salir. Cuando él le pidió que le enseñase a leer y a escribir, el aya se rio en la cara del pequeño y se marchó. Esto no hizo más que aumentar las ganas de Gaspar por aprender, de modo que incrementó la intensidad de sus ruegos cada vez que la veía. Tal fue su insistencia que a los dos meses el aya terminó accediendo a darle pequeñas lecciones. Poco después ella sería la primera persona en descubrir los grandes dotes intelectuales de Gaspar.

Por recomendación del aya, Gaspar decidió internarse en un monasterio de monjes ubicado al sur de la villa. En un comienzo, a pesar de la carta de recomendación del aya, él solo fue admitido como sirviente. Pero poco después el hermano a cargo del lugar lo descubrió husmeando en la biblioteca, y al entrevistarse con él quedó bastante impresionado. Así Gaspar pasó de limpiar y barrer a convertirse en el asistente del bibliotecario. Pasaron los años y Gaspar se leyó todos los manuscritos que existían en el lugar. A estas alturas él comenzó a comprar libros en las ferias y mercadillos del pueblo, pues su hambre de conocimiento era insaciable. Lamentablemente, esta nueva faceta de su vida le terminó provocando su expulsión del monasterio, pues se le halló ocultos entre sus pertenencias libros considerados como prohibidos. El joven Gaspar tuvo mucha suerte esa vez, pues el hermano superior lo tenía en gran estima y por eso optó por simplemente expulsarlo en vez de denunciarlo con la inquisición.

Hace más de un año que Gaspar no visitaba a su madre ni sabía nada de ella. Regresó a su villa natal y preguntó por ella. Gracias a su viejo amigo, el jardinero Francois, se enteró de que su progenitora había muerto hace algunos meses, tras una larga enfermedad que la postró por varias semanas. Le conmovió enterarse sobre sus últimos momentos. Francois le contó que ella siempre se la pasaba hablando de él, de lo muy inteligente que era su hijo y de lo orgullosa que estaba de haberlo tenido. Luego el jardinero Francois lo llevó hasta su tumba, unas simples piedras colocadas en un silencioso sector del bosque. "Creí que este lugar le gustaría. Ella siempre fue muy apegada a la naturaleza y a lo tranquilo", le dijo el jardinero. Allí Gaspar lloró a su madre y le prometió a su tumba que él se convertiría en un hombre grande, en un sabio cuyo nombre sería tan famoso como el del mismo rey.

–Haré que te sientas realmente orgullosa de mí.

–De todo corazón, espero que lo logres –el jardinero Francois se secó un par de lágrimas.

A partir de ese momento comenzó la vida de trashumante para Gaspar. Sus viajes lo terminaron amistando con un grupo de gitanos, con quienes decidió juntarse para acompañarlos en sus aventuras. Y esto fue así porque le sorprendió los vastos conocimientos que poseían estos personajes que por las apariencias y los comentarios de la gente hasta entonces él había juzgado como pobres ignorantes.

El momento que cambió la vida de Gaspar para siempre se dio una noche de luna llena. Él y los gitanos habían acampado en un claro del bosque para cenar y pasar la noche. Ya se encontraban dormidos, cuando una lejana melodía despertó a Gaspar.

–Es un aquelarre celebrando alguna festividad diabólica. Lo mejor será mantenernos alejados de esos perdidos, no sea que se te contagie su locura y la inquisición termine quemándote en la hoguera –una compañera del grupo le advirtió. A Gaspar le resultó muy significativo el que una gitana sea quien le diese esa advertencia, considerando que los gitanos también eran vistos por la mayoría como perdidos sin remedio.

Gaspar trató de aguantar su curiosidad, pero al final no pudo más y se marchó tras el rastro de la melodía. No le importó que los gitanos lo hubiesen amenazado con expulsarlo del grupo si es que insistía con su tentativa. "De todas formas ya me estaban aburriendo. Los gitanos no son tan sabios como me lo parecieron en un principio".

Llegó al aquelarre y se encontró con una ronda de hombres y mujeres desnudos danzando alrededor de una fogata. No tuvo tiempo para sorprenderse, pues antes de darse cuenta fue jalado por dos mujeres e introducido en la orgía. Mientras bailaba y era despojado de sus ropas, le pareció ver saltando y girando por entre las piernas desnudas de los presentes a una pequeña criaturilla peluda y cornuda que tocaba una flauta con suma destreza.

–Era un sátiro, un mensajero de nuestro señor –al día siguiente le diría una bruja joven, de negros cabellos rizados y dueña de los ojos más verdes y sensuales que Gaspar hubiese conocido jamás. Él no era capaz de hablar, pues en ese momento se encontraba poseído por el deseo hacia esa desnuda belleza recostada a su lado y en medio del pasto del bosque. Sus labios le resultaban tan apetitosos que sintió unos irrefrenables deseos de besarlos. La joven pareció leerle el pensamiento, pues de un momento a otro le estampó un apasionado beso.

Gaspar se sorprendió mucho por aquel comportamiento, sobre todo por el hecho de que aquella mujer podía ver claramente su tercer pecho, la odiada deformidad con la que él cargaba desde su nacimiento. Y mayor aun fue su sorpresa cuando ella le reveló lo contenta que estaba por al fin encontrar al hombre indicado. Él la miró desconcertado, a lo que la joven bruja contestó con una amplia sonrisa: "eres el primero que posee una curiosidad tan grande como la mía. No te importan los riesgos con tal de satisfacerla. Un hombre con dos dedos de frente jamás se habría atrevido a entrar en medio de la noche a nuestro aquelarre, ¿ahora lo entiendes? Es el destino el que nos ha unido para que juntos podamos embarcarnos en la gran búsqueda". Las palabras de la bruja calaron muy profundo en Gaspar. El jamás las olvidaría.

–...fue entonces que conocí a Marfa, el amor de mi vida. Ella me enseñaría muchas cosas sobre la brujería y la magia. Pero no solo eso. Gracias a Marfa mi visión del mundo cambió por completo. Pasamos muchos años juntos, viviendo incontables aventuras en tanto buscábamos el tesoro que ella siempre había anhelado, y que, por cierto, yo también pasé a anhelar una vez ella me lo compartió –Gaspar narró luego de dar un largo sorbo al pellejo de vino. Cosette en ese momento lo oía con suma atención–. ¿Quieren saber de qué se trata aquel tesoro que tanto hemos anhelado? –él preguntó a continuación.

–Juventud y belleza eternas –la mujer alta respondió con voz aburrida.

–¡Maldita seas, Ivonne! ¡Arruinaste la sorpresa!

–Todos ya lo sabemos. Nunca te cansas de repetirnos lo mismo.

–Cosette no lo sabía.

–Sí lo sabía. Me lo comentaste en su presencia –la cola de mono intervino.

–No, señor Gaspar. Le juro que ya no lo recordaba. ¡Me ha sorprendido bastante su anhelado sueño! –Cosette exclamó.

–Muchas gracias por tu delicadeza, jovencita. Ojalá estos vulgares que tengo por compañeros pudieran aprender, aunque sea un poco, de tu buena educación.

–¿Terminaste? –Marlene preguntó.

–Sí, por supuesto. ¿Quieres ahora hacernos el honor de contarnos tu historia?

–¡Bah! Yo me refería al pellejo –la anciana de la larga nariz señaló.

–Vamos, Marlene. Cuéntanos algo sobre ti, ¡cuenta, cuenta! –Esmeralda la instó.

–Bueno, si tanto insistes –la aludida se encogió de hombros–. La madre de Esmeralda era una joven mujer...

–¡Oh, por lo que más quieras! –Esmeralda se llevó una palma a la frente.

–Tú me lo pediste, jovencita. Así que ahora te aguantas.

–¡Argh! Yo y mi gran bocota –Esmeralda se lamentó.

Marlene era una de las cocineras de cierto marqués muy acaudalado del sur de Faranzine. En la mansión de aquel gran señor solían darse constantes fiestas a todo dar, en las que uno ya no se sorprendía de todas las excentricidades que allí se llevaban a cabo.

Allí también laboraba la madre de Esmeralda, una jovencita de castaños cabellos rizados y grandes ojos felinos. Era ella una muchacha tímida y reservada, aunque muy servicial. Gracias a ello es que era muy estimada por los demás sirvientes de la casa. Aun así, nadie conocía mucho de ella, como de donde venía o a qué se había dedicado antes de llegar a la mansión. Lo único que se sabía es que un buen día llegó a la mansión y comenzó a trabajar como encargada de la limpieza de las habitaciones del marqués y de su hija.

Algo de lo que también pronto se percataron los demás sirvientes fue de que la joven Luana, así se llamaba la madre de Esmeralda, era la favorita de la hija del marqués, pues esta última siempre la solicitaba para que la ayudase en cualquier bagatela. Y a tal punto llegaron las habladurías, que no tardaron mucho en expandirse los rumores de que Gabrielle, la hija del Marqués, sentía algo prohibido por la joven Luana.

Así transcurrieron algunos meses hasta que, para sorpresa de todos, de un momento a otro el marqués despidió a Luana de la mansión.

–Yo la reconocí tiempo después cuando fui a la ciudad. Ella pedía limosna en las afueras de una iglesia –Marlene contó–. Su estado era lamentable, toda sucia y zarrapastrosa. Pero lo que más me sorprendió no fue eso, sino el hecho de que ella estaba embarazada. Me la llevé conmigo a mi casa y la atendí lo mejor que pude. Ya saben que en la mansión todos la queríamos mucho. Luego le pedí explicaciones sobre el porqué de que de un momento a otro el marqués la haya expulsado de la mansión. En un principio ella se mostró reacia a hablarme del tema, pero con el pasar del tiempo y ante mis incansables cuidados e insistencia, Luana finalmente me soltó prenda. Me contó que una tarde Gabrielle la descubrió conversando con mucha familiaridad con Teo, el mozo de cuadra. Tal fue la ira de la hija del marqués, que sin ningún reparo avanzó hasta Luana y se la llevó a rastras de los cabellos. Ella amenazó a Teo de que no cuente nada de lo que acababa de ver, o de lo contrario le diría a su padre que lo despida inmediatamente. Por tal razón Teo nunca dijo nada. En fin, luego de eso Gabrielle se encerró en su habitación con Luana. Allí le recriminó por haberla traicionado, por haberle hecho creer que era una inocente criatura que solo tenía ojos para ella. Ante el silencio de Luana, la hija del marqués la llamó puta, descarriada, y toda clase de improperios más. Al final Luana terminó reaccionando y le replicó que ella era la descarriada por haberse enamorado de una mujer, y que Dios la condenaría por sus degenerados gustos. Me dijo que al oír esta replica, la hija del marqués se puso como loca, y que sacó a Luana a empellones de su habitación. Poco después la pobre Luana sería despedida.

–Santo cielo, pobrecita –Cosette se llevó una mano a la boca. No pudo evitar dirigir una disimulada mirada de compasión a Esmeralda. Esta última se hizo la desentendida.

–Pero la cosa no terminó allí. Aún quedaba el misterio de su embarazo, y yo no descansaría hasta averiguarlo todo. Una tarde aproveché el haber salido temprano del trabajo para llevar a Luana de paseo por la ciudad. Le invité deliciosos postres y la traté con mucha dulzura. Luego llegamos a la casa, y entonces le dije que yo me preocupaba mucho por ella, que la consideraba como mi hija, así que tenía que saber sobre su embarazo para acallar a las malas lenguas, pues es sabido que en estos tiempos una mujer embarazada a la que no se le conoce varón da pie a las peores habladurías. Fueron tantos mis ruegos y el sentimiento que le puse a mis intervenciones, que al final ella accedió a contarme la verdad. De lo que me enteré... ¡ah!, fue algo de lo más ruin y triste. Les juro que desde ese día odié a Gabrielle como no tienen idea...

–¡Marlene, creo que ya ha sido suficiente! –Esmeralda intervino. Cosette se le quedó mirando boquiabierta.

–Vamos, ya es muy tarde para echarse atrás. Mira a la pobre Cosette, ¿en serio piensas dejarla con la curiosidad a flor de piel? –Gaspar intervino.

–¡Eso! Yo siempre quise saber quién era tu padre, niña. ¡Ahora no me dejarás con la duda, por supuesto que no! –la cola de mono intervino.

–¡Cola de mono! –Cosette le reprochó por su impertinencia.

–Váyanse al diablo –Esmeralda cogió su pipa y se la llevó a la boca. Acto seguido la prendió y se puso a fumar.

–Bien, como iba diciendo, yo me quedé muy indignada al oír lo que me contó. Lo ocurrido fue así: Luana una noche salía de su trabajo como camarera en una posada, cuando a las pocas cuadras fue secuestrada por unos tipos con pinta de bandidos. Estos la llevaron al sótano de la mansión del marqués, en donde la estaba esperando Gabrielle. Allí la hija del marqués le mostró una mandrágora, una planta prohibida y de muy mala fama en todos los reinos luminiscentes. Luego, lo que sucedió a continuación... ¡argh! Gabrielle les ordenó a los bandidos que violen a Luana, y no contenta con eso, al final ella misma le introdujo la mandrágora en su zona íntima. Luana me contó que en ese momento sintió tanto dolor como nunca lo había sentido en su vida, y también mucho asco, pues claramente notó como aquella extraña planta con forma de hombrecillo expulsaba un fluido viscoso en su interior. Luego de aquella pesadilla, Luana fue abandonada en medio del bosque. Ella me contó que allí pasó por muchas penurias, aunque finalmente consiguió llegar a la ciudad, en donde para sobrevivir tuvo que depender de la caridad de la gente. Ella me dijo que durante mucho tiempo el shock por lo sucedido no le permitió desempeñarse bien en ningún trabajo, por lo que fue despedida de todos lados. Y peor se puso su situación cuando su embarazo empezó a hacerse más evidente. Habérmela encontrado fue providencial para la pobre. Sin mi ayuda probablemente ella y su hija habrían terminado muertas antes del alumbramiento. Pero bueno, para finalizar la historia, ya que no quiero seguir soportando malas caras –Marlene dirigió una mirada de soslayo a Esmeralda –, les contaré lo que sucedió cuando Esmeralda nació.

–¡Maldita, incluso eso contarás!

–El parto fue todo un éxito. La comadrona me dijo que tanto madre como hija estaban fuera de peligro. Sin embargo... ¡ah! Cuando Luana vio el pequeño rostro en donde debería estar la oreja izquierda de su hija, ella se puso muy pálida. Poco después sufrió un ataque del que nunca se recuperaría. Sucumbió ante la locura y por varios días estuvo delirando en medio de su agonía. Sus últimas palabras antes de morir fueron: "es hija de esa abominación, el pequeño rostro es idéntico". ¡Ah! En fin, a partir de entonces yo me tuve que hacer cargo de la pequeña Esmeralda. La suerte para nosotras fue que unos meses después Gaspar llegó a la ciudad con su feria de fenómenos. Él quedó encantado con nosotras, sobre todo con Esmeralda, y bueno, el resto ya es historia conocida. Hasta el día de hoy aquí estamos.

Cosette no podía creer lo que acababa de oír. Quiso decir algo, lo que sea, pero las palabras no consiguieron salir de su boca. Sintió mucha lástima por el triste destino que había sufrido la pobre madre de Esmeralda.

–Ya estarás contenta. Ahora todo mundo sabe que soy la hija de esa maldita mandrágora –Esmeralda escupió las palabras.

–No te sientas mal, Cosette –Marlene se percató del estado de afectación en el que se hallaba la aludida–. Años después, cuando Esmeralda creció, ella se encargó con sus propias manos de darle a Gabrielle el castigo que tanto se merecía. Yo estuve allí, así que puedo asegurarte que la desgraciada en ese momento se arrepintió como no tienes idea por haber hecho lo que hizo con la pobre Luana...

–¡Basta, eso sí que no te lo permitiré!

–Bueno, bueno, yo mejor ya me callo.

–Vamos, Esmeralda, no te enfades tanto. Ser hija de una abominación también tiene sus ventajas, ¿no? Recuerda que tus dones de adivina despertaron gracias al pequeño rostro –Gaspar intervino de lo más relajado.

–¡Que el diablo te coja hasta la muerte! –Esmeralda rabió.

–¡Oye! Que fuiste tú quien propuso esto.

–Sí, lo sé. ¡Como odio a mi gran bocota! Pero bueno, después de esto ni piensen que yo contaré algo sobre mí.

–¡Ja, como si hiciera falta! –Ivonne soltó una sarcástica risotada.

–Ivonne, me alegra que te hayas ofrecido como la siguiente en narrar ese hecho tan especial sobre tu propio pasado –Gaspar esbozó una ladina sonrisa. Esmeralda fue esta vez quien soltó una burlesca risotada.

Cosette por su parte se acomodó en su lugar, lista para oír la siguiente narración de la noche. Ella estaba segura de que esta sería tan insólita como las anteriores, aunque para sus adentros rogó que la historia de Ivonne no fuese tan triste como la de la pobre madre de Esmeralda.

Continua...


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