Capítulo IX: Conociéndonos más frente a la luz de una fogata (2da parte)
A Cosette le agradaba mucho la relación que se había establecido entre René
e Ivonne. Le resultó muy tierno el ver como ella le tapaba los oídos cada vez
que Gaspar o Marlene habían contado algo que podría resultarle inquietante de
escuchar. Entonces recordó como un buen día René había pasado a dormir junto
con Ivonne en el mismo carromato. "Es tan admirable. De grande quiero ser
un caballero tan fuerte y valiente como ella", poco después, una tarde el
pequeño René le confesaría. Cosette esa vez se le quedó mirando asombrada.
"Pero no existen caballeros mujeres", ella observó para sus adentros,
aunque al final no le comentó nada de lo que acababa de pensar al infante.
"Es su heroína, no tengo corazón para romperle la ilusión".
Ivonne era la única hija de Olivier, un noble
perteneciente a la pequeña casa de los Fontaine. En sus juventudes, Olivier
había sido un destacado caballero de los ejércitos del rey de Faranzine, lo que
le permitió ascender hasta el rango de capitán. Una vez se retiró, él no dejó
de lado la milicia, pues se dedicó a entrenar a todo aquel siervo que quisiera
probar suerte en la vida militar. Desde muy pequeña Ivonne vivió en medio de
este mundo, y la afición de su padre por las espadas, las batallas y la gloria
del soldado victorioso se le terminó contagiando.
Olivier siempre vio con buenos ojos el que su hija
se interese tanto por las cuestiones de los caballeros, y más aún cuando su
esposa murió y lo dejó solo con su hija de apenas seis años. Sin embargo, a
medida que el tiempo pasó e Ivonne iba dejando atrás la infancia para
convertirse en una mujer, el noble Olivier se arrepintió de haber alimentado
las esperanzas de su hija, pues fue consciente de la dura realidad: una mujer
jamás podría ser un caballero. Por supuesto, la propia Ivonne ya sabía sobre
todos los prejuicios y tradiciones que se interponían en su camino. Pero ella
no se desesperó. Por el contrario, la joven trazó su plan y se decidió a
ejecutarlo con la más férrea determinación. Para su suerte ella había heredado
la altura y corpulencia de su padre, de modo que si tomaba las debidas medidas
podría hacerse pasar como hombre en la Escuela Militar de la Caballería de
Faranzine.
Un buen día le comunicó su plan a su padre, y le
dijo que a la mañana siguiente se marcharía para llevarlo a cabo. Su padre se
negó a dejarle cometer semejante locura, aunque lo cierto es que en el fondo él
también deseaba ver a un descendiente suyo seguir sus pasos. Debido a ello fue
que al final terminó siendo convencido por Ivonne.
Por cerca de dos años Ivonne estuvo en la escuela
militar. Ya le faltaba muy poco para ser ordenada como caballero del rey. Pero
como siempre suele suceder en el mundo, cuando uno destaca en algo termina
ganándose no solo la admiración, sino también la envidia de los que no pueden
lograr lo mismo. Precisamente, un aspirante a caballero llamado Pavelle se
encontraba en este último grupo. Él no podía perdonar el que Iván (el nombre
con el que Ivonne ocultó su verdadera identidad) lo haya vencido en todas las
ocasiones en las que se enfrentaron durante los duelos de práctica. Viendo que
no podría ganarle en habilidad, Pavelle decidió atacar por el lado del honor,
de modo que hizo de todo por intentar desacreditarla a los ojos del instructor.
Su empeño por descubrir algo oscuro de Iván lo llevó a espiarlo a escondidas
todo el tiempo, y así fue como terminó descubriendo que era mujer. Pero él no
se conformó con simplemente hacérselo saber al instructor. Pavelle quería
humillar a aquella mujer que había osado derrotarlo, hacerla sentir tan mal
como él mismo se había sentido al saber que una mujer era mejor que él. Es así
que una mañana, cuando todos los aspirantes formaron en el patio del cuartel
para presentar armas, Pavelle reveló el secreto ante todos y a viva voz.
–Si no tiene nada que ocultar, que se quite la
armadura del pecho y nos muestre lo que hay allí debajo. Si es hombre no tiene
nada que temer, ¿verdad?
Murmullos incesantes se oyeron por todo el patio.
Ivonne jamás se esperó que algo así podría sucederle. Fue tal la insistencia de
Pavelle que el instructor terminó sintiéndose insultado por el posible engaño,
de modo que muy furioso le pidió a Ivonne que realice lo propuesto por Pavelle.
Viéndose perdida, Ivonne se echó a llorar. Sus lamentos la traicionaron. No fue
necesario que se quite la armadura para que todos comprueben que, efectivamente,
ella era una mujer.
Todos los aspirantes se burlaron de ella, aunque
de todos el que más destacó en este sentido fue Pavelle. El instructor la
reprendió muy duramente y le ordenó abandonar inmediatamente su escuela.
Destrozada, Ivonne empezó a alejarse, pero entonces Pavelle la comenzó a
insultar y a decirle que mejor se vaya a un burdel a ganarse la vida, ya que
allí sus servicios si serían bien reconocidos. Fue la gota que derramó el vaso.
Ivonne corrió hacia Pavelle y le hundió su espada en el pecho.
–Espero que el servicio haya sido de su agrado,
señor –ella le dijo en tono burlón.
De inmediato el instructor ordenó a los aspirantes
que capturen a aquella loca asesina. Pero Ivonne era la más hábil de todo el
grupo, de modo que consiguió escapar. Saltó desde el muro de uno de los
costados del cuartel, y cayó sobre una carreta que cargaba paja. Acto seguido
pateó al conductor y huyó con la carreta. Desde ese día ella se convirtió en
una proscrita.
–Poco después visité a mi padre. No tuve el valor
para verlo a la cara, de modo que solo le dejé una carta explicándole mi
fracaso –Ivonne lanzó una ramita a la fogata–. Tras aquello... ¡ah! Vagué y
vagué sin rumbo fijo. Durante un tiempo fui asaltante de caminos, luego me hice
mercenaria. Todo eso cambio cuando durante una noche asistí a la feria de
Gaspar y su grupo en un pueblito del este. Apenas me vio Gaspar quedó encantado
conmigo. Me dijo que nunca había visto a una mujer tan increíble e imponente
como yo, y de inmediato me propuso unirme a su grupo. Yo dudé, hasta pensé que
bromeaba conmigo e intenté asesinarlo. Pero entonces salió Igor y su hermano y
se interpusieron en mi camino. Ellos fueron quienes me terminaron convenciendo
de unirme al grupo. Y bueno, esa es toda mi historia.
–Ambos somos unos parias de la sociedad. Era
natural que nos entenderíamos bien –Igor comentó.
En ese momento Cosette solo tenía ojos para el
pequeño René. Y es que a esas alturas el infante miraba a Ivonne con unos ojos
que reflejaban la más viva admiración. "Eres tan increíble", parecían
estar gritando a todo pulmón aquellos ojos infantiles.
Una vez Ivonne terminó de narrar su historia llegó
el turno de Igor. Él y Yamil, el gigantón de un solo ojo, eran hermanos. De
hecho, Igor era el mayor. Ambos fueron abandonados en un orfanato por sus
padres, y desde muy chico Igor tuvo que velar por su hermano, quien nunca
aprendió a hablar y además era muy poco listo. Fueron expulsados del orfanato
cuando Igor tenía trece y Yamil diez años, debido a los muchos problemas que
causaban a los demás niños e incluso a las monjas encargadas del lugar.
–No era nuestra culpa. Esos niños se burlaban de
nosotros. Yo no era lo suficientemente fuerte para defenderme con las manos, y
Yamil no era lo suficientemente listo como para refutar a los constantes
insultos y maltratos, de modo que decidí que lo mejor sería trabajar en equipo.
Nos terminamos convirtiendo en muy poco tiempo en los reyes del lugar, pero...
¡ah! Al parecer a las hermanas no les gustó que unos "monstruos" como
nosotros aprendamos a defendernos –Igor contó, y luego bebió con avidez del
pellejo de vino.
Después de ser expulsados del orfanato, las calles
se convirtieron en la única escuela de vida para los hermanos. Allí ellos se
volvieron unos temidos bandidos de la noche en Padikville, la ciudad en la que
vivían.
–Y hubiéramos seguido así para siempre, de no ser
porque una noche intentamos asaltar a Gaspar y a Marfa. ¡Je! A pesar de su
bonachón aspecto este tipo puede llegar a ser una verdadera fiera cuando se lo
propone. En fin, gracias a nuestro poco ortodoxo encuentro, Gaspar nos terminó
convenciendo de unirnos a la feria que planeaba crear. Se podría decir que
fuimos los cofundadores, ¿verdad, Gaspar?
–Efectivamente, amigo mío.
–¡Ah...! –Yamil soltó un balbuceó. Cosette se
sorprendió mucho, pues era la primera vez que lo oía articular algún sonido.
Las risas no se hicieron esperar. Esmeralda fue la que más celebró la
estrafalaria intervención de Yamil. Incluso René llegó a reír.
Una vez los muchachos se calmaron, Esmeralda hizo
notar que la única que quedaba por contar su historia era Cosette. Esta última
se sonrojó y observó con ojos muy abiertos a sus compañeros. No se esperó que a
ella también la incluirían en la ronda. Sin embargo, gracias a la buena porción
de vino que ya llevaba en su cuenta hasta el momento, se armó del valor
suficiente para participar.
–¡Ejem! –Cosette se aclaró la garganta tras
llevarse un puño a la boca. A pesar de su timidez, desde hace un buen rato a
ella ya le venía rondando por su mente la historia de su pasado que había
marcado su vida. Esta incluso tenía un nombre: Arnauld.
Cosette conocía a Arnauld desde que por primera
vez fue a trabajar como jornalera a las tierras del conde Dubois. Para tal
entonces ella apenas tenía ocho años. Sus comienzos en esta nueva vida fueron
difíciles, ya que hasta la fecha ella solo se había dedicado a apoyar a sus
padres en las labores de la sastrería, y no a realizar trabajos tan pesados y
agotadores como los que se exigían en el campo. Aun así, ella demostró ser una
niña fuerte, y al año ya podía defenderse en la dura labor del campesino. Si
algo la animó a no rendirse y a ponerle todo el empeño posible al trabajo, esto
fue el ejemplo de Arnauld, un joven dos años mayor que ella que siempre
trabajaba con todas sus ganas y energías. Él nunca se guardaba nada en el
trabajo, y además siempre era el primero en ofrecerse para apoyar en los trabajos
extras que se requiriesen.
La timidez de Cosette le impidió conocer más de
aquel joven de ensortijados cabellos negros y de rostro tan sereno y varonil.
Aun así, siempre que podía ella se daba un tiempo para verlo durante el
trabajo. Dos años después ella se armó de valor y lo siguió tras el final de la
jornada. Así descubrió que Arnauld vivía a unas pocas casas de la iglesia del
pueblo. "¡Es tan cerca de mi casa, hasta podríamos irnos y regresarnos
juntos del trabajo!", ella se dijo para sus adentros. Una semana después
recién se armó del valor suficiente y lo esperó cerca de su casa muy temprano.
Sin embargo, Arnauld no salió hasta pasados varios minutos. Tras salir él pasó
por su lado embalado, sin siquiera reparar en su presencia. Cosette se
sorprendió de lo rápido que él podía llegar a ser.
Ese día ella llegó tarde al trabajo. Por más que
lo intentó no pudo ir al mismo ritmo que Arnauld, quien a las tierras del conde
llegó tan puntual como siempre. Cosette tuvo que rogarle al capataz para que la
deje trabajar durante aquella jornada. Al final de pura pena el capataz
accedió. Cosette rápidamente se puso manos a la obra, aunque con la mirada
buscó y buscó a Arnauld. Solo pudo estar tranquila una vez lo ubicó. En ese
momento él se encontraba cerca de la cuadra, cortando leños para las chimeneas
del castillo.
Al atardecer decidió por fin hablarle y proponerle
el irse juntos. Lo siguió por más de medio camino sin decir ni una palabra. Se
enfureció consigo misma por ser tan tímida y no ser capaz de atreverse a
hablarle. Tan distraída estaba en sus pensamientos y refunfuños, que terminó
tropezándose con una piedra del camino.
–¡Rayos! –Cosette se tomó la rodilla derecha, la
que se le había rasmillado con una roca del sendero. Ella trató de limpiar la
sangre con la tela de su faldón, cuando en eso distinguió una sombra en su
delante.
–¿Te encuentras bien? –allí estaba él, el chico de
sus sueños, tendiéndole la mano en tanto la veía con ojos preocupados. Cosette
se sonrojó terriblemente. Trató de decir algo, pero solo pudo soltar unos
ininteligibles balbuceos. Arnauld se rio, aunque al poco rato se disculpó por
su impertinencia.
–No-no, no es nada –Cosette finalmente tomó su
mano y se dejó ayudar.
–Vaya, ¡pero si eres esa chica! –Arnauld recién se
fijó bien en la joven. A esas alturas el atardecer ya estaba a punto de
desfallecer.
–¿E-esa chi-chica? –Cosette se alarmó.
–Oh, no, no me malentiendas –Arnauld rápidamente
se apresuró en aclarar, pues notó la tensión que su comentario había producido
en la pobre Cosette–. No lo digo por nada malo, simplemente reconocí tu rostro,
pues siempre he notado que paras observándome.
–¡Dios mío! –Cosette escondió la cara entre sus
manos. Ahora sí que su rostro estaba tan rojo como el ya casi oculto sol del
ocaso. Una vez más Arnauld no pudo evitar soltar una risilla. Y es que aquella
jovencita le resultaba de lo más tierna y simpática. Así fue como Arnauld y
Cosette finalmente se hablaron y terminaron haciéndose amigos. Desde ese día
ellos comenzaron a ir y a regresarse juntos del trabajo. Aunque a la ida no
siempre podía darse esto, ya que Arnauld en ciertas ocasiones salía tarde de su
casa. "Si no salgo a la primera que toques a mi puerta, vete sin mí",
él le había indicado desde un comienzo. Cosette quiso saber el porqué de las
ocasionales tardanzas, pero no se atrevió a preguntar. Fue el mismo Arnauld
quien poco tiempo después se lo aclararía. El problema era su padre, quien
desde que perdió a su mujer había caído en el vicio del alcohol. Él siempre
había sido un buen hombre, y por eso a Arnauld le dolía tanto verlo así. Su
padre tenía una carpintería, pero debido a sus constantes excesos, el negocio
no iba muy bien precisamente. Las mañanas en las que Arnauld demoraba en salir
se debían a que estaba atendiendo a su padre pasado de copas, generalmente
evitando que él se ahogue en sus propios vómitos. "El trata de luchar
contra esto. A veces logra superarlo, pero con el tiempo la pena le vuelve y
otra vez papá termina sucumbiendo. Aun así, todos los domingos en la iglesia le
ruego a Dios para que algún día mi padre consiga superar de una vez por todas
la terrible pena", Arnauld había finalizado así su historia. Cosette quedó
tan conmovida tras oírla que terminó enamorándose aún más de su ya muy querido
Arnauld.
Pero el hecho trascendental que convertiría a
Arnauld en el dueño absoluto del corazón de la joven no se daría hasta algunos
años después. Para ese entonces Cosette ya tenía once años y Arnauld trece. Era
una tarde de invierno. Copos de nieve caían con suavidad desde el nublado
cielo. Cosette salió del trabajo agotadísima y pelándose de frío. Se frotó las
manos y las calentó con su aliento a un costado del camino. Bajo sus pies todo
era blanco y más blanco. Miró hacia atrás para ver si Arnauld estaría
siguiéndola. Entonces recordó que aquella tarde Arnauld le había pedido irse
sin él, pues se quedaría apoyando en el almacenamiento del grano al viejo Keyt,
quien debido a su avanzada edad no había sido capaz hasta el momento de llenar
su cuota de sacos del día. "Yo también me quedaré a ayudarlos",
Cosette le había dicho. "No, podrías enfermarte", Arnauld había sido
tajante. Y es que cualquiera que viese a la pobre en aquel momento, temblando
de pies a cabeza y sorbiéndose los mocos, entendería que Arnauld tenía toda la
razón. Cosette terminó soltando una resignada exhalación y prosiguió con su
camino.
Cuando ya estaba por oscurecer, ella recordó el
lago. Sabía que era una locura ir hasta allí con todo aquel frío, pero acababa
de recordar lo que Arnauld le había comentado alguna vez, que siempre que él
tenía un día difícil o agotador solía ir al lago, sentarse frente a su orilla y
observar el atardecer. "Es tan tranquilizador", ella recordó las
palabras de su amado. "Quizá si lo espero allí, puede ser que nos
encontremos y una vez más podamos contemplar juntos el bello atardecer.
–¡Serás idiota! –la cola de mono le replicó una
vez Cosette se desvió del camino y le hizo saber sus intenciones–. Con este
cielo tan nublado no podrás contemplar ni medio crepúsculo. Mejor déjate de
sandeces y apresúrate en volver a tu casa, que me muero de frío.
Cosette se enojó por la manera tan ruda en la que
la cola de mono le acababa de hacer notar su error. Sin embargo, el frío era
tan intenso que finalmente tuvo que admitir que él tenía razón. Volvió sobre
sus pasos rumbo al camino que iba al pueblo, pero entonces oyó unos gruñidos
que le pusieron los pelos de punta. Miró en todas direcciones. Aparentemente no
había nada a su alrededor, pero Cosette no se atrevió a avanzar. Tenía el
presentimiento de que alguien, o algo, la observaba desde detrás de los
arbustos o de lo troncos de los árboles.
–¡Mira nada más lo que provocas con tus
estupideces! –la cola de mono la regañó. Él acababa de percatarse de un par de
ojos que los observaban desde su escondite.
–¡Dios mío! –Cosette se llevó las manos a la boca
cuando un famélico lobo salió de detrás de un grueso tronco. El animal la
miraba con unos ojos inyectados en sangre. Su hocico en ese momento exponía sus
agudos dientes, en tanto el animal soltaba estremecedores gruñidos. Cosette
retrocedió lentamente.
–Se ve que está muerto de hambre. Seguramente
debido a la tormenta de la semana pasada terminó separándose de su manada y
perdiéndose. Oh, ¿Por qué el destino tuvo que ponerme en el camino de una
chiquilla tan tonta!
Cosette estaba tan aterrada que no hizo caso de
las palabras de la cola de mono. El lobo, un furioso espécimen de encrespado
pelaje negro, se fue acercando a paso lento pero firme a la muchacha. Esta
última sabía que en cualquier momento el animal se dejaría de rodeos y le
saltaría directo al cuello para devorarla.
–¡Corre! ¡Corre, maldita sea!!! –la cola de mono
le gritó. Gracias a esto Cosette logró reaccionar y se echó a correr. El lobo no
perdió más tiempo y en el acto se abalanzó sobre ella.
–¡No! –Cosette se refugió tras un tronco. Tan
desesperado por el hambre estaba el animal que se dio un fuerte golpe contra el
tronco, debido a que no fue capaz de frenar a tiempo. Mientras se recuperaba
del daño, Cosette aprovechó para huir. Corrió y corrió, hasta que finalmente
llegó al lago.
–¡Súbete al árbol! –la cola de mono apuntó hacia
un viejo roble que crecía frente al lago. Cosette no se lo pensó dos veces, y
con desesperación saltó hacia el árbol. Poco después el lobo ya yacía debajo,
rasgando la corteza del tronco con sus garras y echando espumarajos por la
boca.
–¡No!! –Cosette se asió con fuerza a la rama sobre
la que estaba arrimada. Cada vez que miraba hacia abajo, allí tenía a los terribles
ojos del lobo siempre observándola, siempre ansiando devorarla. Un miedo
visceral envolvió a la joven. Nunca en su vida recordaba haber sentido un miedo
igual. Y es que tales ojos le terminaron resultando diabólicos, tan terribles
como el mismísimo infierno.
Arnauld oyó los ladridos del lobo desde la
distancia. Él ya se encontraba caminando de regreso hacia su casa. En un primer
momento decidió apresurar el paso e ignorar al animal, pues temía verse
envuelto con este. Sin embargo, al poco rato le llegaron unos gemidos y
lloriqueos lejanos. Desde la distancia le llegaban tan tenues que por un
momento creyó que se trataban de una ilusión. Luchó en su interior para tomar
una decisión. Ya era de noche y hacía un frío terrible. Además, estaba tan
nublado que la luna apenas se veía. ¿Cómo se las arreglaría para ver en tal
oscuridad? Se debatió por varios segundos: su sentido del deber contra su
instinto de supervivencia. Al final él tomó su decisión, y le rogó a Dios que
haya sido la correcta.
Cosette ya no tenía fuerzas para seguir asiéndose
a la rama. El frío era tan penetrante que todo el cuerpo le temblaba. Si se
mantenía despierta era únicamente debido al intolerable miedo que cual una
lengua monstruosa la lamía sin cesar de pies a cabeza.
–¡Ni se te ocurra! –la cola de mono le gritó
cuando ella hizo el ademán de soltarse.
–Ya no tengo fuerzas... además este frío me está
matando. Ya no puedo más, si de todas formas voy a morir, pues prefiero que sea
antes que después de atravesar por tan intolerables sufrimientos...
–¡¿Hay alguien allí?! –la voz de Arnauld desde la
distancia fue providencial. De un momento a otro Cosette recuperó el valor y
por ende algo de sus energías. Sacando fuerzas de flaqueza ella gritó hasta
quedarse sin garganta. Arnauld reconoció su voz, y a toda carrera fue a su
encuentro. Sin embargo, a medio camino el lobo lo interceptó. Arnauld solo se
había armado con una gran piedra. El lobo le resultó mucho más grande y fiero de
lo que él se había imaginado.
–¡Cuidado!! –Cosette le gritó desde el árbol
cuando el lobo se le abalanzó. Pero entonces algo que Arnauld consideraría como
un milagro sucedió. Las nubes en el cielo se despejaron y la luna iluminó por
un momento el lago y sus alrededores. El joven vio en este hecho la oportunidad
que el cielo le daba para sobrevivir. Corrió hacia el lobo y le estampó la
piedra en la cabeza. El golpe lo realizó con todas sus fuerzas. El animal rodó
hasta un arbusto. Se puso de pie y ladró y gruñó. Pero ya no se atrevió a
intentar un nuevo ataque contra Arnauld. Poco después el joven terminó
espantándolo haciendo el ademán de lanzarle la piedra. Minutos después pudo
oírse desde lo lejos un lastimero aullido.
Arnauld ayudó a Cosette a bajar del árbol. En ese
momento ella a duras penas se mantenía consciente. Arnauld le tocó la frente y
descubrió que ella ardía en fiebre. La cargó sobre su espalda y como pudo la
llevó hasta su casa. Allí sus padres la atendieron y la cuidaron. Él no quiso
marcharse, y se quedó velándola hasta la mañana siguiente. Lo primero que vio
Cosette al despertar fue el perfil de su amado, quien dormía apoyado contra una
pared y sentado sobre el suelo. En ese momento su corazón se inflamó de la
emoción, y todo el miedo que el lobo y sus terribles ojos de depredador le
habían generado terminaron por desvanecerse.
–Dos años después Arnauld y su padre se
enlistarían en el ejercito del rey destinado a luchar contra los alsianos en la
guerra santa –Cosette recordó en tanto sus ojos miraban embelesados la
hipnótica danza de las llamas de la fogata–. Una mañana, antes de partir, él me
citó en el mismo lago en el que hace tan solo dos años me acababa de salvar la
vida. Allí me aseguró que ese no sería el último día que lo vería, luego secó
mis lágrimas y me besó. Fue el momento más feliz de toda mi vida. Pero allí no
acabo nuestra despedida. A esas alturas él ya sabía que mi vida sin él no tenía
ningún sentido, de modo que me prometió que apenas volviese de la guerra se
casaría conmigo. Yo por supuesto le creí, y hasta ahora sigo creyendo en él. Porque
sé que algún día volveré a verlo. Incluso ahora estoy más segura que nunca,
¿recuerdas lo que me revelaste cuando viste mi futuro, Esmeralda? Pues Arnauld
es esa persona muy importante en mi vida con la que me reuniré. Con Arnauld
será con quien finalmente encontraré la paz y la felicidad que por tantos años
he esperado.
–Estoy tan empalagada con tu historia, ¡puag!
–Esmeralda hizo una mueca de asco. Luego se echó a reír ante el desconcertado
rostro de Cosette–. No me hagas caso, simplemente no sirvo para estas cosas.
Como sea, ojalá te encuentres con tu amado y sean muy felices.
–¡Muchas gracias! –Cosette exclamó muy contenta.
–¡Pff! Para lo único que sirvió ese ingenuo
bobalicón fue para salvarnos el pellejo de ese lobo. Solo por eso en estos
momentos me callaré y no diré nada –la cola de mono comentó de mala gana.
–¡Mil gracias! –Cosette esta vez exclamó con mucho
mayor énfasis. Gaspar y los demás se echaron a reír. "Sí, un futuro muy
feliz me espera. Ya tengo a los amigos que nunca tuve, por fin me siento
aceptada y querida. Y no solo eso, sino que todavía me aguarda lo mejor: que se
cumpla la profecía de Esmeralda... ¡ya no veo la hora de estar casada con mi
amado, mi amadísimo Arnauld!".

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