La voz oscura (3era parte)
“Pero sé que quería que volviéramos. Podía notarlo cada
vez que me miraba, era la misma mirada que solía dirigirme cuando éramos
enamorados. Probablemente Lia haya estado aguardando la fiesta de inicio de
curso para decírmelo… ¡Oh Dios mío! ¡Por eso cuando su cordura se quebró ella
se puso a hablar de una fiesta! Lia buscó en su interior algún suceso feliz que
le permitiese escapar de esta realidad tan odiosa, y una vez lo halló se aferró
a este con todas sus fuerzas… ¡Maldición! Oh, Lia, oh, pobrecita Lia…”.
Leo se detuvo en seco. Recién fue consciente de que
acababa de estar sumido en sus pensamientos por demasiado tiempo. Miró en todas
direcciones con rapidez, en busca de algo sospechoso. No encontró nada que
mereciera su atención. Sin embargo, el silencio que descubrió le resultó de lo
más inquietante. ¿En qué momento los pajarillos habían dejado de trinar? ¿Por
qué en el bosque no soplaba ni el más mínimo soplido de viento? ¿Y Selma? ¿Por
qué ella permanecía tan callada, al punto que no se podía oír ni su
respiración?
–¡Selma! –Leo de pronto se percató de que su amiga no se hallaba
por ningún lado–. ¡Selma! –él gritó con todas sus fuerzas. No obtuvo respuesta.
Una desesperación punzante se apoderó de su ser. Corriendo Leo volvió sobre sus
pasos en pos de encontrar a su amiga.
Con el pasar del tiempo Iván se volvió más insistente con
el tema de la revelación que había tenido. A estas alturas Selma tenía sentimientos
encontrados. Por un lado, le parecía tierno que Iván confíe tanto en ella como
para hablarle de cuestiones tan profundas de su espíritu. Pero por el otro,
ella comenzó a percibir que lo de Iván iba tomando cada vez más el tinte de una
obsesión. De todas formas, lo que si no podía soportar era que por más que le
preguntó y lo interrogó, Iván nunca le dejó en claro a quien se refería cuando
con total reverencia decía “Él”. ¿Hablaba de Dios? ¿De cristo? ¿De alguna
deidad hindú? ¿De buda? A Selma le resultaba muy molesto que siempre que ella le
tocaba el asunto Iván se iba por la tangente y terminaba desviándose del tema.
Por el contrario, de lo que siempre le terminaba hablando con toda emoción era
del asunto de su iniciación. “¿Iniciación en qué?”, Selma siempre le preguntaba.
Pero por toda respuesta Iván le decía que era un secreto, y que solo cuando el
día llegue él la invitaría para que con sus propios ojos ella pueda ser testigo
de la consabida iniciación.
Tanto misterio comenzó a poner a Selma nerviosa. Algo en
su interior le advirtió de que todo aquel tema de la iniciación encerraba un
indefinible peligro. Y aunque ella intentó dejar de lado aquella sospecha, a
medida que la fecha de la iniciación se acercaba Selma se fue angustiando más y
más. Por supuesto no le dijo nada de su dilema interno a Iván, pues intuía que
él no se lo tomaría nada bien.
Finalmente, el día llegó. Era una mañana soleada. Selma
tomaba un jugo de naranja en una cafetería al aire libre. Revisó una vez más el
mensaje de Iván. Allí él la invitaba a su ceremonia. Selma no pudo reprimir una
risita, pues recordaba como hace una semana todo el misterio se había
derrumbado cuando Iván, ante tanta insistencia, por fin le reveló la naturaleza
de su iniciación. Un bautismo, se trataba de algo tan simple y común como eso.
“Tanto misterio para que al final me diga que se trataba de un bautismo.
¡Cielos! Cuando me hablaba de iniciación yo me imaginaba que se metería a
alguno de esos cultos perversos que suelen verse en las películas de terror.
Pero no, al final siempre se trató de un bautismo”, Selma se dijo. Poco después
revisó la hora.
–Rayos, ya es tarde –ella apuró su vaso de jugo, pagó la
cuenta y luego se marchó a paso veloz.
Iván le había dicho que antes de asistir a la ceremonia
le gustaría llevarla a su casa para presentarle a sus padres y ya después poder
ir todos juntos a la ceremonia. Selma se sorprendió un poco, pues recordó al
Iván que había conocido en el pub, al metalero rebelde e independiente. En
aquel entonces ella jamás se habría imaginado vivir con Iván una escena tan cotidiana
como la que ahora iban a tener.
La casa de Iván quedaba en los suburbios de la ciudad, en
un barrio relativamente acomodado. Atravesaron el jardín por un camino de
ladrillos rojos y llegaron al porche de la vivienda. Iván sacó su llave y abrió
la puerta. Una vez adentro Selma observó la sala. Era muy limpia y agradable a
la vista, con papel floreado cubriendo las paredes, con muebles de cuero
alrededor de una mesa baja de madera, con una maceta en una esquina...
Selma se acercó a la mesa y contempló las fotos
familiares. “Con que estos son los padres de Iván”, ella se dijo.
–Vamos –Iván le indicó. Selma lo siguió por un pasadizo.
Llegaron ante una puerta cerrada con llave. Iván comenzó
a abrirla. Fue casi imperceptible, pero Selma creyó oír unos débiles quejidos.
–¿Aquí están tus padres? –ella preguntó–. Creí que ya nos
estarían esperando listos en la sala o en la cocina –ella agregó tras esperar
en vano a que Iván le contestase algo.
La puerta finalmente se abrió. Selma jamás se esperó que
tras aquella puerta se encontraría con lo que se encontró. La imagen que se
mostró ante sus ojos la dejó en shock.
La habitación había sido acondicionada como una sala de
estar. Tal y como en el resto de la casa, aquí también todo lucía muy pulcro y
ordenado. Sin embargo, lo que se hallaba en el centro de la habitación era algo
demasiado perturbador como para para que uno se pudiese fijar en alguna otra
cosa. Amarrados y amordazados sobre unas sillas se retorcían y gemían los
padres de Iván.
–¿Qué…? ¿Qué significa esto, Iván? –Selma le preguntó con
el miedo a flor de piel. Por toda respuesta, a sus espaldas Iván cerró la
puerta de golpe. Selma entonces dio un salto sobre su lugar. Lentamente giró el
rostro, y lo que encontró hizo que todo el color se le vaya de la cara.
–Bienvenida a mi bautismo –Iván la apuntaba con una
pistola. Con un movimiento de cabeza le indicó que se haga a un lado. Temblando
y apenas pudiendo resistir el intenso frío que de pronto se había apoderado de todo
su ser, Selma se apartó a un costado de la habitación.
Con absoluta sangre fría Iván disparó contra su padre y
luego contra su madre.
–¡No!! –Selma chilló presa del pánico–. No –ella repitió
con la voz entrecortada luego de que los asesinatos quedaron consumados. Se
puso a llorar de forma incontenible.
–Puedo imaginarme lo que estás pensando –Iván se le
acercó y le tomó el mentón con su mano libre. Selma lo miró con una mezcla de
terror y odio, con sus ojos empañados por las lágrimas–. No soy un maldito
psicópata, ¿lo entiendes? Todo esto tiene su razón de ser. Libertad absoluta,
de eso se trata todo. Siempre hablábamos de ella, de cómo obtenerla, ¿lo
recuerdas? Verdadera felicidad. ¿Sabes cuál es la única manera de conseguirla? Responde,
Selma… ¡RESPONDE O TE MATO!!
–No, no lo sé –sorbiéndose los mocos Selma respondió a
duras penas, aterrada por el repentino grito que Iván le acababa de dirigir.
–Es simple. La respuesta es teniendo poder –Iván se señaló
el tatuaje de su cuello, al lobo devorando a la oveja–. Este mundo es dominado
por aquellos que lo ostentan. Fama, riqueza, belleza, todo eso son meras
bagatelas al lado del poder… ¿Cómo crees que esa gente de la élite ha llegado
hasta dónde está? ¿Con trabajo y esfuerzo? ¡No! Simplemente escogieron el
camino correcto, es decir, servirlo a “Él” –Iván hizo énfasis en la última
palabra, y acto seguido elevó las manos y el rostro hacia arriba.
Leo oyó un repentino grito. –¡Selma! –el reconoció en
este a su amiga. Corriendo se abrió paso por entre los árboles del bosque.
–¿Por qué lo recordé? ¿Por qué? ¿Por qué? –Selma se tomó
de la cabeza. Ella se encontraba encogida bajo un árbol. Del cuchillo que ella
estuvo portando no había ni rastro.
Hace año y medio Selma había llevado terapia. Allí ella
fue sometida a continuas sesiones de hipnosis, gracias a las cuales el doctor
le ayudó a superar su intenso miedo. Aquel terrible miedo, jamás olvidaría las
noches de insomnio que le provocaba, los insufribles escalofríos que le
producía y que nunca la dejaban en paz. Por mucho tiempo estuvo medicada y en
más de una ocasión tuvo que ser internada debido a las recaídas. Pero
finalmente había conseguido superar el trauma, y una vez más pudo volver al
mundo de los vivos, a la universidad, a sus amigos, a su antigua vida. Y lo más
importante de todo: por fin aquel horrible recuerdo había desaparecido de su
cabeza. Pero ahora volvía a recordarlo todo: lo del bautismo de Iván, lo que él
les hizo a sus propios padres, la locura que se apoderó de aquel psicópata que
hasta antes de ese día ella había creído conocer, el horror que vio en el techo
de la sala de estar…
–¡Noooo!! –Selma volvió a gritar consumida por la
angustia. Tal era su desesperación y miedo, que ella clavó sus uñas en sus
brazos hasta hacérselos sangrar.
–¡Selma! –Leo finalmente la encontró. Ver en tan
lamentable estado a su amiga lo perturbó sobremanera. Aun así, él consiguió
recomponerse y la ayudó a ponerse de pie.
–Es él, ¡es él! –Selma miró a su amigo con ojos llorosos–.
Ha vuelto para concluir el ritual, para ofrecernos en sacrificio a “Él”. ¡Nos
matará, nos matará sin ningún remordimiento, así como los mató a ellos!!
Por un momento Leo creyó que Selma se había vuelto loca,
pero pronto desechó la idea. Sus ojos no eran como los de Lia. Aquellos ojos no
reflejaban locura alguna, sino el terror más absoluto.
–Regresemos –Leo le dijo con voz suave.
–¡No podemos regresar, nos matará! ¡¿Es que no me has
oído?!
–Selma –Leo se paró al frente de la joven y le tomó los
hombros–. ¿Sabes quién es el asesino? –él la miró a los ojos. Algo de la
desesperación de su amiga lo acababa de poner en estado de alerta.
–¡Es Iván, mi antiguo enamorado! ¡De alguna manera aquella
vez logré escapar de sus garras, y por eso ahora ha vuelto para terminar el
trabajo!
–Selma, ¿qué es lo que estás diciendo? –Leo la miró
complemente anonadado.
–¡Lo que oyes! ¡Iván es el asesino! ¿Recuerdas la sombra
que vi cuando Pedro fue acuchillado? ¡Era él! ¡Tenía todos esos piercings en la
cara, tal y como los tenía Iván! ¡Debí saberlo en ese instante! ¡Oh! ¡Dios
santo, oh…!
Leo se preocupó por el creciente estado de histeria de su
amiga. Pero fuera de eso, le preocupaba enormemente lo que ella acababa de
decirle. “¿Cómo que Iván? Él murió, según las noticias porque se disparó
después de matar a sus propios padres. Aquello fue todo un escándalo. Recuerdo
que por meses salió en todas las noticias. Y Selma estuvo allí. Los policías
que la encontraron en la escena del crimen reportaron que la hallaron en un
estado de locura alarmante, pues con total desesperación ella le gritaba una y
otra vez a alguien que se calle, que la deje en paz, aunque aparte de ella y de
los policías no había nadie más en el lugar. Después de eso Selma fue internada
en un centro psiquiátrico. Estuvo allí por meses, e incluso después de que
salió continuó en terapia por varios meses más. Recuerdo que antes de que ella
se reincorporé a la universidad, los profesores nos instaron a no comentar nada
sobre la tragedia en su presencia, pues sus padres habían hablado con el rector
para explicarle que su hija acababa de recuperarse del trauma, y que todo lo
relacionado con aquel terrible crimen lo había olvidado gracias a las terapias.
Entonces, ¿Por qué? ¿Por qué ahora ella vuelve a recordarlo? Aunque… no, por lo
visto no lo ha recordado todo. De otra forma, ¿Por qué me hablaría de Iván como
si estuviese vivo?”.
Leo clavó su cuchillo en un tronco cercano. Entonces se
acercó a Selma y la abrazó. –Todo estará bien, todos juntos saldremos de esta
pesadilla. Te lo prometo –él le dijo muy conmovido. Selma cerró los ojos con
fuerza, y entonces se echó a llorar sobre el pecho de su amigo en tanto le
devolvía el abrazo.

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