La voz oscura (final)
A paso lento ambos regresaron a la casa de campo. Leo
consideró que en su actual estado lo mejor sería que Selma se quedase bajo el
cuidado de los demás. Luego de dejarla él reemprendería solo la marcha hacia la
carretera. Sin embargo, ninguno de los dos contó con que al llegar a la casa se
encontrarían con un horror que cambiaría por completo sus planes.
El círculo de carbón sobre el que habían encontrado el
cadáver de Angie no debería haber estado allí. Leo recordó haberse encargado él
mismo de borrarlo junto con Pedro, luego de que enterraron el cadáver de Angie
en el bosque. Pero allí estaba una vez más aquel círculo maldito, frente a la
fachada de la casa y, lo que es peor, con nuevos cadáveres en su interior.
Cuando vio a sus tres amigos degollados y desnudos, Leo cayó sobre sus rodillas
y lanzó el grito al cielo. Selma por su parte se acercó a los cuerpos y los
tocó, como si no pudiese creer que en verdad fuesen sus amigos. Paseó sus ojos
por sus cuerpos ensangrentados, y finalmente se detuvo en sus rostros. En ese
preciso instante algo se terminó de romper en su interior, y todo el trabajo
que Leo había hecho para tranquilizarla se fue a la basura.
–¡Dios mío! –Selma se llevó una mano a la boca cuando vio
lo que estaba en el techo. Se trataba de un círculo con un pentagrama dentro, ambos
dibujados con sangre.
–Ahora lo entiendes, ¿verdad? –Iván volvió la vista a
Selma y esbozó una macabra sonrisa. Después pasó a reírse como un desquiciado.
Selma inconscientemente retrocedió, hasta que su espalda chocó contra la pared.
“¡Mierda, mierda, mierda!”, ella maldijo su suerte una y otra vez. ¿Desde
cuándo Iván se había metido en aquel culto perverso? ¿Desde cuándo la había
engañado? ¿O tal vez desde un principio él fue un lobo vestido de cordero?
¿Siempre fueron sus intenciones matarla? ¿Con ese único propósito la había hecho
su enamorada? ¿O quizá tenía una intención aún más perversa para con ella?
–Por favor –Selma le suplicó–. Déjame ir, no le diré a
nadie sobre lo que has hecho, te lo juro, pero por favor…
–Por mucho tiempo estuve buscando el sacrificio perfecto.
Sabía que mis padres no serían suficientes. Después de todo, nunca llegué a
amarlos. Esos idiotas solo se dedicaban a ponerme trabas en mi camino, a
encadenarme con sus estúpidas reglas y preocupaciones. Por eso necesitaba otro
sacrificio, uno que de verdad me duela perder. De lo contrario jamás habría
sido reconocido como digno del pacto. Entonces te conocí. Y en verdad llegué a
amarte. Eres la única que ha podido comprenderme, la única que de verdad ha
compartido mi sueño de vivir la verdadera libertad. Y además eres tan hermosa, con
tus cabellos tan dorados bajo el sol, con esa carita de porcelana tan tierna, con
esos ojos negros tan hipnóticos… Te amo, Selma, como no tienes idea. Y por eso
tienes que morir. Es la única manera que hay para poder convertirme en un alma realmente
libre de las ataduras de este mundo. La única manera para poder convertirme en un
verdadero brujo.
–¡No!, no sabes lo que dices –Selma habló con voz
temblorosa, aunque impregnada con un atisbo de reproche–. Solo eres un asesino
que justifica sus crímenes con toda esa historia del diablo y de que te dará
poder. ¿En serio crees en una locura así? ¡Estás mal de la cabeza! –ella poco a
poco se fue enardeciendo y armando de valor, hasta que finalmente terminó
gritando.
Iván se le quedó mirando con los ojos muy abiertos. Le
sorprendió que Selma pudiese llegar a ser tan valiente. –Sí, eres perfecta para
esto –él se relamió, y acto seguido levantó la pistola para apuntar a la joven.
En medio de su desesperación y de su repentino arranque
de valor, Selma recurrió a lo único que se le ocurrió en ese momento. –¡Lo veo!
¡Él está allá arriba, saliendo del círculo de sangre!! –ella gritó con premura,
en tanto señalaba al techo.
–¡¿Lo has visto?! ¡No puede ser! –Iván dirigió la vista
al techo, completamente desconcertado. Selma vio entonces su única oportunidad.
Se abalanzó sobre la pistola y trató de arrebatársela a Iván. Ambos forcejearon
por unos segundos, hasta que se oyó un disparo. Selma soltó el cañón del arma,
en tanto retrocedió temblorosa. Por su parte Iván abrió los ojos a mas no
poder, y acto seguido se desplomó, aun con el arma en la mano. Un charco de
sangre se formó al poco rato bajo su pecho y sobre el reluciente suelo de
madera de la habitación.
Desde ese momento Selma la oyó por primera vez, la voz
más siniestra que uno se pudiese imaginar. Esta hacía eco en su cabeza como si
proviniese de su propio cerebro. “¡Toma las riendas, termina el ritual! ¡Toma
las riendas, termina el ritual! ¡Toma…!”, la voz le repetía una y otra vez, en
un tono apremiante e imperativo.
–¡Cállate, cállate de una buena vez! ¡Ya no soporto tu
voz!! –Selma gritó con todas sus fuerzas. Al oírla Leo levantó la cabeza y la
contempló apenado. Aunque pronto su pena se volcó en temor, pues de un momento
a otro Selma empezó a reírse cual una desquiciada, y poco después ella cayó
desmayada.
Cuando Selma recuperó el conocimiento ya era de noche.
Leo se encontraba de pie frente a la ventana, contemplando la luna llena.
–¿Qué me pasó? –Selma se tomó de la cabeza.
–¡Por fin despertaste! Me tenías tan preocupado –Leo
corrió hacia ella y la ayudó a incorporarse del sofá. Ambos se hallaban en la
sala del primer piso de la casa.
Cuando Selma lo vio en medio de la penumbra, descubrió
por sus ojos que Leo había estado llorando. Era comprensible. En ese momento
ella misma tenía unas ganas incontenibles de llorar, aunque las lágrimas nunca
llegaron a salir de sus ojos. En vez, Selma miró a su alrededor y recién se
percató de que todos los focos de la casa estaban apagados.
–El asesino se tomó la molestia de dejarnos sin
electricidad –Leo le leyó el pensamiento–. Seguro luego de asesinar a nuestros
amigos él dañó el generador, o quizá provocó algún irreparable cortocircuito…
¡carajo! La verdad es que a estas alturas el cómo me da igual. Lo único que sé
es que ese desquiciado planea acabar con nosotros esta misma noche, aunque no
sin antes aterrarnos hasta el punto de que terminemos enloqueciendo por
completo y le supliquemos que nos mate para así poder librarnos por fin de esta
horrenda pesadilla.
Oír tal pesimismo de parte de su compañero sorprendió a
Selma. Ella no recordaba haber visto nunca así de derrotado al siempre tan
positivo y tenaz Leo. –Fue él, estoy segura. Por eso me ha dejado viva hasta el
final. Iván quería que yo sufra y sepa lo que es la verdadera desesperación
antes de matarme, ya que solo así podría volver a recordarlo. Él nunca me
perdonará el que lo haya olvidado. Porque sabe que lo olvidé, porque sabe que
mi vida volvió a la normalidad gracias a que fui capaz de superar y dejar atrás
su recuerdo. Pero se ha salido con la suya, pues ahora yo he vuelto a
recordarlo… y además me encuentro tan desesperada que quisiera morir. Sí, Iván
se salió con la suya, él…
–¡Por lo que más quieras, ya basta! –Leo estalló–. Deja
que al menos durante estos últimos momentos pueda estar tranquilo. No me
atormentes más con tu locura. Entiéndelo, Iván está muerto, él murió el día del
incidente, ¡él se mató luego de acabar con sus padres! ¡Así que, por favor,
deja de mencionarlo y déjame en paz!!
Por cerca de un minuto entre ambos reinó el más absoluto
silencio. Sus miradas estaban dirigidas hacia la nada, en tanto sus cuerpos
permanecían inmóviles sobre el sofá. Pero de pronto Selma comenzó a reír. Sus
carcajadas se hicieron cada vez más fuertes, hasta que se hicieron idénticas a
las que Leo recordaba haberle oído antes de que ella se desmaye.
–Te lo suplico, Selma. No me tortures más, que ya tengo
suficiente con el maldito infeliz que ha matado a nuestros amigos y que en
cualquier momento hará lo mismo con nosotros. ¿Y sabes qué es lo peor? Que ni
siquiera podemos defendernos. Sí, no podemos, porque todos los cuchillos de la
cocina han desaparecido. Además, el cuchillo que llevé al bosque lo olvidé
cuando te encontré, y el que llevaste tú quien sabe en qué parte del bosque lo
habrás dejado caer cuando te desapareciste.
Selma paró de reír. Bajo la tenue luz de la luna que se
filtraba por la ventana de la sala, ella contempló el rostro de su compañero. –Seca
esas lágrimas, Leo –ella enjugó con su dedo uno de los ojos de su amigo, y acto
seguido se llevó ese mismo dedo a la boca.
Leo contempló estupefacto como ella saboreaba su lágrima.
Pero más que su actitud tan fuera de lugar, un cambio en la mirada de su amiga
le hizo estremecerse. Selma en ese momento no parecía tener ni una pizca de
temor.
–Tienes razón, Iván está muerto. Gracias por recordármelo.
Solo déjame aclararte un pequeño detalle… Iván no se suicidó. Yo lo maté. ¿Qué?
Vamos, no me mires así. No fue que haya querido matarlo. Yo simplemente me
defendí, hubo un forcejeo, y bueno, pasó lo que pasó.
–¡Selma! –Leo se puso de pie de un salto. Él en ese
momento se encontraba como un gato encrespado. Y es que una repentina
revelación acababa de presentársele en la cabeza.
–¿Qué ocurre, Leo? ¡Hasta parece que hubieras visto al
asesino!
–Fuiste tú –Leo la acusó con un dedo–. Siempre fuiste tú.
Por toda respuesta Selma esbozó una apenas perceptible
sonrisa.
–¡Desgraciada! –Leo se abalanzó sobre ella y comenzó a
estrangularla. Pero contrario a lo que él se esperó, por toda reacción Selma
simplemente amplió su sonrisa. Leo se desesperó, e imprimió aún más fuerza a su
agarre. Pronto la joven comenzó a ponerse morada. Si la cosa seguía así él
terminaría matándola. “Pero ella mató a todos, ella es la asesina”, Leo trató
de justificarse. Aun así, una voz en su interior le hizo notar que no tenía
pruebas de que Selma realmente fuese la asesina. Tal vez su retorcido comportamiento
reciente solo había sido una lamentable consecuencia del quebrantamiento total
de su tan golpeada cordura.
–Sálvame –con lágrimas en los ojos, de pronto Selma le suplicó.
Leo detuvo de inmediato su ataque, pues, aunque sin saber la razón exacta, de
improviso él tuvo la impresión de estar viendo ante sí a una joven inocente y
asustada, y no a una asesina capaz de matar a sangre fría y de realizar oscuros
ritos satánicos.
Selma por su parte se tomó el cuello y comenzó a toser, a
la vez que inhalaba y exhalaba con fuerza para recuperar el aliento.
–Oh, por dios, Selma. Yo no quería, es solo que por un
momento pensé que tú… –Leo se le acercó para disculparse, pero sin previo aviso
una navaja se clavó en su estómago. Una, dos, tres veces fue apuñalado. Leo
retrocedió y con los ojos desorbitados contempló a Selma. Del interior de su pantalón
ella había sacado a una velocidad inaudita el arma y cual un relámpago la
acababa de utilizar en su persona.
–No fui yo… ¡NO! –Selma soltó la navaja espantada, y se
llevó las manos a la boca. Comenzó a llorar de forma incontenible–. Tienes que
creerme, hay algo malo habitando dentro de mí, te lo juro… esa voz tiene la
culpa de todo, esa odiosa voz nunca ha dejado de torturarme, todo este tiempo
se ha mantenido al asecho, esperando su oportu…
De un momento a otro Selma se calló. Leo por su parte se aferró
al respaldo del mueble que yacía a sus espaldas, y se valió de todas sus
fuerzas para no derrumbarse. Aun así, él fue capaz de levantar la mirada y
observar a su atacante. Selma ni se inmutó. Todo lo contrario, ella se puso de
pie y comenzó a desnudarse. Lo hizo lentamente, seductoramente. Sin embargo, su
mirada no apuntaba a Leo, sino afuera, a algo que había tras la ventana.
Con paso decidido Selma abandonó la casa y salió a la
noche. Afuera había una luna amarillenta que más parecía el rostro de un
cadáver. Un tambaleante y apenas consciente Leo avanzó trastabillando hasta la
ventana, se aferró al marco y dejó caer su frente contra el vidrio. Su brazo
derecho para ese momento estaba cubierto de sangre. Leo luchó por mantenerse
consciente. “Está loca, desde ese día lo estuvo. Nunca consiguió sanar su mente
de lo sucedido con Iván. Ese desgraciado terminó contagiándole su locura. Y
ahora yo estoy a punto de morir por su culpa… No, no puedo morir aquí. Tengo
mucho que hacer, muchos sueños por cumplir… Lia, oh, Lia, desde el cielo vela
por mí, cuídame, ¡sálvame de la muerte!”, Leo poco a poco fue sintiéndose más
débil. Clavó sus ojos en Selma. Afuera la joven avanzó recto, hasta que se
detuvo en medio del círculo de carbón. Entonces ella dirigió su rostro al cielo
y abrió los brazos de par en par.
“Sí, definitivamente está loca. Ella solo es una víctima
más de ese desquiciado de Iv…”, Leo no pudo terminar su pensamiento, pues de un
momento a otro Selma empezó a levitar. Los ojos de Leo se le abrieron a más no
poder. Los labios comenzaron a temblarle y un terrible escalofrió se apoderó de
su cuerpo. Con la mirada él siguió la ascensión de Selma.
Bajo la luna llena la desnuda joven se puso a bailar. Era
una frenética danza cargada de contorsiones y piruetas. Y Selma esbozaba
mientras la ejecutaba una gran sonrisa, la sonrisa más envidiable que Leo jamás
hubiese podido imaginar. Pronto las fuerzas le fallaron y él ya no pudo
mantener más la mirada en la joven. Bajó los ojos y se resignó a morir, pues se
percató de cómo sus últimas fuerzas comenzaban a abandonarlo. “Al menos toda
esta locura ya se ha terminado para mí”, él se dijo para sus adentros. Pero ni
en el momento de su último aliento Leo pudo disfrutar de un segundo de paz,
pues antes de que todo se le haga negro él se dio con la sorpresa de que una
figura siniestra lo observaba desde el otro lado de la ventana. Se trataba del
rostro de un macho cabrío tan negro como el más oscuro abismo y con ojos tan
rojos como la sangre. Aunque lo que más aterró a Leo de aquella abominación fue
su sonrisa, una amplia y cínica sonrisa que dejaba a la vista una batería de
blancos dientes puntiagudos.
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