La voz oscura (2da parte)

 


–¿Cómo era? ¿Llegaste a ver su aspecto? –Leo le preguntó.

–No, las luces estaban apagadas. Solo pude ver una sombra con un cuchillo. Pero era alto y parecía de contextura atlética –tras mucho meditarlo Selma finalmente contestó–. Aunque… –ella de pronto recordó–. Tenía muchos piercings en el rostro. Sí, a la luz de la luna pude vérselos bien, cuando se acercó a la ventana para huir.

Leo intercambió miradas con los demás. Lo único que habían conseguido con la declaración de Selma fue excitar aún más sus de por sí ya alterados nervios. ¿Y quién no se encontraría así si de pronto descubriese que es el posible siguiente blanco de un psicópata seguidor de quien sabe qué culto macabro, quien para colmo es alto y fuerte, y además puede saltar desde un segundo piso hasta un árbol ubicado a más de tres metros de distancia para luego descender con una agilidad propia de un mono?

El chico metalero se llamaba Iván. Gracias a él Selma descubrió un mundo que hasta entonces ni en sus más remotos sueños se habría imaginado que pudiese existir. Era la llamada cultura undeground, el mundo debajo del mundo, la salvaje e incomprendida colectividad que nace de la sombra proyectada por la correcta y siempre educada civilización moderna. Allí asistió a carreras clandestinas, a agujeros incluso más decadentes que el pub en el que había conocido a quien ahora era su enamorado, en donde se llevaban a cabo toscos conciertos que más parecían tratarse de himnos destinados a desatar las más salvajes orgías. Iván le hizo probar la marihuana. En ese momento Selma descubrió que el mundo era un lugar de lo más gracioso. Luego Iván la animó a probar la cocaína, pero ella no accedió. Su yo juicioso y moral le advirtió de los peligros que podía representarle este nuevo vicio. Iván se tomó su negativa con calma y no le insistió más.

En la universidad las cosas comenzaron a ir de mal en peor para Selma. Sus calificaciones eran un desastre, y sus ausencias a clases cada vez se hicieron más frecuentes. A Selma esto no le importó, pues, después de todo, en su vida nadie parecía tener alguna fe o interés puestos en su persona. Por supuesto, los culpables de tal forma de ver las cosas eran sus padres, quienes siempre brillaron por su ausencia. Ellos creían que Selma reconocería sus esfuerzos por medio de los regalos y lujos que continuamente le ofrecían. Pero la verdad es que a Selma le daba igual ser millonaria o no. La única realidad para su joven percepción era que sus padres nunca estaban allí para ella.

A pesar de la excitación que las nuevas vivencias le produjeron en un inicio, pronto Selma se terminó acostumbrando a este nuevo mundo. Descubrió que los tipos que en un comienzo calificó como unos fieros rebeldes que no seguían ningún patrón establecido, que eran los más leales seguidores de la libertad, que no se dejaban arrastrar por los fútiles goces implantados por el sistema, en realidad tenían vicios mucho más rastreros y esclavizadores que los poseídos por sus amigos de la universidad. La decepción no tardó en dejarle un muy amargo sabor. Aunque este pronto fue compensado con el cambio que ella comenzó a notar en Iván. Él poco a poco fue alejándose de ese mundo, y por el contrario se hizo más cercano a Selma y a sus inquietudes espirituales. A ella le encantó el nivel de profundidad que su relación había llegado a alcanzar.

–¿Alguna vez se te ha ocurrido que en este mundo existe un tesoro escondido que les es esquivo a la mayor parte de los seres humanos? –una tarde en la que la pareja observaba la ciudad desde un puente, Iván preguntó.

–¿Te refieres a la fuente de la verdadera felicidad? –Selma giró la cabeza hacia él y se le quedó mirando con franca curiosidad.

–¡Exacto! –Iván chasqueó los dedos–. Me pregunto dónde podría hallarse ese tesoro escondido. ¿Crees que algún día podamos encontrarlo?

–Para eso primero tendríamos que buscarlo.

–Tienes toda la razón. Selma… ¿Te animas a buscarlo conmigo?

Selma se sonrojó. Entonces Iván se acercó y la besó con ternura. “Quizá ya lo hayamos encontrado”, Selma sonrió para sus adentros.

“¿Por qué tuvo que mencionar los círculos satánicos?”, Selma se repitió, y de forma inconsciente dirigió una mirada de reproche a Lia. Aunque tuvo que admitir que en el fondo su amiga tenía razón. Desde un comienzo todo les había salido mal. Desde un inicio aquel viaje ya estaba destinado a convertirse en una pesadilla. ¿Sería posible que incluso tuviese razón en lo del perro? Alguna vez oyó que las brujas tras haber pactado con satanás podían transformarse en algún animal. Las brujas de la mayoría de los cuentos e historias escogían gatos negros, pero… ¿y si aquel servidor del demonio había escogido a aquel perro de los ojos rojos como su segunda piel? De solo imaginárselo Selma se estremeció.

–¿Y qué hay de los celulares? ¿Por qué a nadie se le ocurrió buscarlos? –de pronto Alejandra volvió a la carga.

–Los buscamos bajo cielo y tierra –Alberto se encargó de responderle–. ¿O es que ya olvidaste lo terriblemente cansados que terminamos luego de tan tremenda pérdida de tiempo?

–¡No buscamos lo suficiente! ¡Nos rendimos demasiado rápido! No, ahora que lo recuerdo… ¡fue Leo quien dijo que seguir con la búsqueda sería inútil! ¡¿Lo ven?! ¡Tenía razón! ¡Leo es quien está detrás de todo esto!

Leo dejó a Lia al oír las nuevas acusaciones. Ya empezaba a cansarle la actitud de Alejandra.

–Te recuerdo que fuiste tú quien dijo sentirse demasiado alterada y cansada como para seguir con la búsqueda.

–¡En ningún momento dije que los demás dejen de buscar! ¡Me refería solo a mí!

–¡No somos tus malditos sirvientes! –Leo estalló–. Si sugerí que paremos la búsqueda fue porque todos nos encontrábamos tan alterados y cansados como tú. ¡Los demás también somos seres humanos! ¡Por un momento deja de pensar solo en ti misma y ponte en el lugar del resto!

–Tú no eres humano, ¡eres un psicópata asesino! ¡El maldito acólito del diablo!

Leo apretó sus puños con fuerza. La mano de Selma tomándole de la muñeca fue providencial, pues de lo contrario él ya se habría lanzado a abofetear a aquella desconsiderada.

–¡Cállense los dos, cállense todos!! –Lia estalló en un repentino ataque de histeria. El poco dominio de sí misma que hasta el momento a duras penas había podido mantener, acababa de romperse. Ella se lanzó al suelo y lo golpeó hasta hacerse sangrar los puños.

–¡Lia, no! ¡Tranquilízate! –Leo corrió hacia la joven y trató de detenerla. Al final entre él y Alberto tuvieron que sujetarla para evitar que se siga haciendo más daño.

Pero algo irreparable le había sucedido a Lia. Si bien físicamente el daño no era de consideración, mentalmente la cosa se mostraba muy distinta. Selma supo de la gravedad del asunto apenas le vio los ojos a su amiga.

–¡Qué bonito, todos estamos juntos! –Lia exclamó de pronto, y se levantó de la silla en la que Alberto y Leo la habían puesto. Se acercó al espejo del tocador y vio su reflejo–. ¡Uf! Miren nada más que desastre. Tengo que arreglarme para la fiesta. Ustedes también deberían apurarse chicos –Lia se sentó sobre el asiento del tocador y empezó a pintarse los labios con el primer pintalabios que encontró.

–Se ha vuelto loca, ¡se ha vuelto loca! –Alejandra le susurró a Alberto. De un momento a otro toda la tensión provocada por la discusión se acababa de desvanecer. Y es que ninguno de los presentes podía dar crédito a lo que acababa de suceder con su amiga.

–Creí que estas cosas solo pasaban en las películas –Alberto comentó notablemente desconcertado.

–Su mente no pudo soportar más tanto estrés. El trauma que le ha provocado toda esta maldita pesadilla ha sido demasiado para ella. Mierda, ¡MIERDA! –Leo se tambaleó hasta la cama matrimonial. Allí se sentó dejándose caer y se tomó la cara con ambas manos.

Ver hacia el pasado se le hizo inevitable. En medio de su tristeza y dolor, Leo recordó a la Lia de antes. Ella siempre había sido una chica alegre y divertida, una chica que en todo momento siempre lucía despreocupada y sonriente. Por ello es que ver el estado en el que había terminado su querida amiga fue demasiado para él. Los demás también se encontraban muy afectados por lo que acababa de sucederle, aunque no al nivel de Leo. Fue algo entendible, ya que ninguno de ellos la conocía tanto como él.

–Oh, Dios mío –Selma se conmovió al observar a Lia. Luego pasó su vista a Leo y entonces se le salieron las lágrimas. Ella sabía que Leo la conocía de antes de la universidad, pues ambos habían estudiado en el mismo colegio. Debido a ello es que sus lazos eran mucho más profundos que los que Lia tenía con el resto, pues ellos recién la habían conocido desde hace un año, cuando Lia hizo su traslado a la universidad. Aunque esto no impidió que en apenas un año ella haya conseguido ganarse los corazones de todos.

Alejandra por su parte no se percató de en qué momento le asomaron las primeras lágrimas.

–Perdóname, Leo. No debí haberte dicho todo lo que te dije, ¡Cuánto lo siento! –Alejandra se le acercó y con delicadeza le tomó un hombro. Leo asintió en medio de su dolor. Alejandra entonces separó su mano del hombro de su amigo y se la llevó a los ojos para enjugarse sus lágrimas.

Los sollozos de Leo, quien permanecía con la cara oculta entre sus manos, pronto fueron opacados por la disparatada cháchara de Lia, quien muy emocionada no paraba de hablar de la fiesta que tendrían aquella noche en tanto se arreglaba frente al espejo del tocador. Selma sintió en ese momento que se le desgarraba el corazón. Y es que nunca en su vida había presenciado una escena tan fuerte.

“Al menos que yo recuerde”, cuando esta oración se formuló en su mente, Selma quedó desconcertada. ¿Por qué había tenido que decirse aquello? ¿Acaso también se estaba volviendo loca? Selma se tomó de la cabeza con fuerza, en un desesperado intento por alejar todo el pesimismo y la angustia que de pronto acababan de invadirla.

La tarde en la que Iván le contó por primera vez sobre haber hallado el anhelado tesoro escondido Selma no podía dar crédito a lo que oía. Iván le habló de cuestiones místicas y metafísicas, recalcando en todo momento que “Él” siempre había sido su destino, y que gracias a su providencial encuentro por primera vez entendía su razón de ser en este mundo. Selma tomó su mano y lo contempló con los ojos muy abiertos. En aquel momento ambos se encontraban en una vieja cafetería que quedaba cerca de la universidad de Selma. Afuera llovía.

¿Desde cuándo a Iván le interesaban las cuestiones religiosas? Desde que lo conoció ella nunca había percibido en él el más mínimo interés por tales temas.

–Creo que te estás yendo hasta el otro extremo –Selma le tomó una mano y le dijo. No fue en tono de reproche, de hecho, lo dijo con todo el tacto posible. Aun así, la reacción de Iván fue desproporcionada.

–¡Tú no sabes nada! –él se levantó de golpe y comenzó a alejarse.

Selma fue tras él, pero la mesera la retuvo a medio camino para que pague la cuenta. Selma le soltó un par de billetes y sin esperar su cambio corrió detrás de Iván.

–¿Qué te pasa? ¡Por lo que más quieras, ¿puedes al menos detenerte y escucharme cuando te hablo?! –Selma finalmente lo alcanzó en un parque.

–Suéltame, no necesito de tus burlas.

–¿De qué burlas me hablas? Yo en ningún momento me he burlado de ti.

–¿Irme hasta el otro extremo? ¡¿Crees que estoy loco, que me he vuelto uno de esos fanáticos religiosos cuya fe les nubla toda lógica?!

–¡No, por supuesto que no! Yo solo, yo… solo fue un comentario. Vamos, debajo de ese árbol hay una banca seca. Sentémonos y conversémoslo. Ni siquiera me has dicho qué es lo que has descubierto. Me refiero a tu razón de ser en este mundo. Me lo mencionaste, ¿no es verdad?

–Oh –Iván de pronto se relajó. Esbozó una sonrisa, en tanto aceptó la invitación de sentarse–. Sí, te hablé de ello. Ven, déjame explicártelo mejor –él palmeó el espacio vacío de la banca para que Selma se siente a su lado.

Muy temprano Leo y Selma salieron de la casa de campo. Se les ocurrió que a esas horas quizá el asesino pensaría que dormían, de modo que bajaría la guardia. “De todas formas, en todo momento deberemos estar muy atentos ante cualquier cosa”, Leo le había recomendado a Selma antes de salir. Alberto por su parte se quedó a cargo de la casa, con Alejandra y Lia bajo su cuidado. Para defenderse cogió un cuchillo de la cocina, y le tendió otro a su enamorada.

Afuera los pajarillos entonaban sus melodiosos trinos sin cesar. A esas horas el bosque no parecía un lugar tan aterrador. Aun así, Leo y Selma apresuraron el paso. Para defenderse ellos también portaban cuchillos de cocina.

–No te separes de mí –Leo le dijo a su compañera cuándo se internaron en el sendero que atravesaba el bosque.

Avanzaron en silencio. Cada quien estaba sumido en sus propias preocupaciones. No podían evitarlo. De cuando en cuando volvían a la realidad para observar con apremio a su alrededor. Al comprobar que todo estaba tranquilo soltaban una exhalación de alivio y luego reemprendían la marcha.

Leo pensó una vez más en Lia. Cuando estaban en el colegio, el último año ella le había declarado su amor. Leo recordaba no haber estado seguro de qué responderle en ese momento, por lo que permaneció en silencio. Entonces Lia lo besó. Aquello sucedió en el gimnasio del colegio, una tarde de anaranjado crepúsculo, luego de que él finalizó su entrenamiento de básquet. Desde ese día ellos mantuvieron una relación que duró hasta que acabaron el colegio. Luego cada quien partió a una universidad distinta, por lo que las cosas entre ambos terminaron enfriándose. De todas formas, Leo recordaba que habían finalizado su relación en los mejores términos. Ya separados ambos solían escribirse o llamarse de cuando en cuando, aunque con el pasar del tiempo cada quien fue enfrascándose más en sus propios asuntos, por lo que sus conversaciones se fueron haciendo cada vez más escasas. Al final ambos dejaron de hablarse. Pasaron tres años en los que no volvieron a saber nada del otro. Sin embargo, desde hace más de un año Lia había vuelto a comunicarse con él. No parecía interesada en retomar la relación, por lo que Leo tampoco pensó en el tema. En aquel entonces él estaba muy enfocado en sus estudios. Para su sorpresa, Lia poco después le comunicó que se trasladaría a su misma universidad. Leo creyó que ahora sí Lia le hablaría de retomar la relación, pero esta vez ella tampoco lo hizo. Poco tiempo después ella finalmente entró a su universidad. Allí él la presentó con sus amigos, y en muy poco tiempo la joven se supo ganar su cariño y amistad. Aun así, en todo este periodo ella nunca le declaró abiertamente que quería retomar la relación, y si lo insinuaba era de una forma tan sutil que jamás ninguno de sus amigos llegó a sospechar que entre ellos alguna vez hubo existido algo más que una mera amistad.

Continua...


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