Capítulo 8: El tan ansiado día ha llegado, ¡la fiesta de quince años de Mandy! (1era parte)

 


¡Hooola!! ¿Sorprendidos? ¡Ja! Seguro pensaron que estaría agonizante tras mi enfrentamiento contra la versión monstruosa de Rigo. ¡Qué va! Nada que ver. ¿Quieren saber en qué acabó todo? Pues bueno, según me contaron mis amigas, él cayó al fondo de la piscina tras perder el conocimiento gracias a mis llamas púrpuras que le lancé. Mis amigas también me contaron que al poco rato llegaron los guardaespaldas de Rina con medicinas para la gripe, incluida una inyección, la cual aplicaron de inmediato a Rigo. Así, gracias al tratamiento que le dieron, cuando él recuperó el conocimiento ya no se transformó en un monstruo. El pobre estaba tan arrepentido… me visitó en la enfermería y se disculpó conmigo una y mil veces. En fin, por suerte nadie salió lastimado, bueno yo un poquito, pero nada de gravedad, así que todo acabó de la mejor manera… o bueno, eso quisiera decir, pero lo cierto es que… verán, al día siguiente me enteré de que la profesora Inés me quería comer viva. Dicen que tras ser lanzada por Rigo, caí encima de la mesa del laboratorio y rompí a mi paso todos los instrumentos de vidrio que el colegio acababa de comprar por encargo de la profesora. Por suerte para mí, Rigo admitió su culpa y asumió el pago de todos los destrozos, aunque, ¡rayos! Eso no parece haber mitigado en nada la cólera que me tiene la profesora… ¡bah! Ahora tengo cosas más importantes en las que pensar… ¡Y es que por fin llegó el gran día de mi fiesta!! ¡Qué emoción, ya no puedo esperar más! Estoy ansiosa, nerviosa, emocionada, feliz, preocupada… ¡todo al mismo tiempo! ¿Y qué esperaban? ¡Este es el día más importante de mi vida! Así que mente positiva, Mandy Carpio ¡Todo saldrá bien! ¡Debo confiar en que este será definitivamente el mejor día de mi vida!!

***

Mandy muy feliz por la llegada del día tan anhelado

Sábado por la mañana. El día tan esperado por fin había llegado. El despertador sonó un cuarto para las seis de la mañana. Mandy lo silenció y al poco rato se quitó las sabanas y se sentó en el borde de su cama. Se desperezó estirando los brazos a la vez que emitió un prolongado bostezo. A tientas con los pies buscó sus pantuflas. Con una sola puesta, pues la otra no la encontró, se puso de pie y se dirigió al baño. –Mente positiva, jovencita –se dijo a sí misma.  

“¡Ouch, carajo!”, sin embargo, cuando estaba por ingresar al baño para enjuagarse la cara en el lavabo, uno de los dolores más grandes que pueda sentir una persona le llegó. Mandy acababa de chocar su dedo más pequeño del pie izquierdo con la esquina del marco de la puerta ¡Y justo era el pie en el que no llevaba pantufla! –¡Me lleva! –ella maldijo su suerte, y se tomó el dedo dolorido con la mano izquierda, en tanto mantenía el equilibrio dando saltitos con el pie contrario–. ¡Como duele, ayyy! –la joven púrpura se quejó.

Una vez el dolor menguó, Mandy se dispuso a retomar lo que había dejado pendiente. Es decir, ingresar al baño y enjuagarse la cara para despertarse por completo. “Aunque la verdad, con el golpetón que me acabo de dar ya estoy bastante despierta” ella reflexionó. Aun así, se enjuagó la cara. Se miró al espejo: gotas de agua caían de su rostro y de los bucles de pelos mojados que bajaban por su frente. –Hoy es tu gran día, Mandy: ¡no debes dejar que nada lo arruine! ¿Entendido? –con dedo firme ella señaló a su reflejo en el espejo.  

Sin embargo, apenas las palabras salieron de su boca, un mal presagio se asomó a su mente. “¡No! Por supuesto que el haberme chancado el dedo chiquito del pie no es la advertencia de un destino terrible que me espera en mi fiesta ¡Obvio que no! ¡Seré paranoica!”, con estas palabras ella intentó tranquilizarse. –Solo fue un pequeño accidente, Mandy. ¡Ya verás como a partir de ahora todo te saldrá bien! –ella intentó mentalizarse.

Antes de bajar a desayunar, por milésima vez la joven púrpura abrió su closet, cogió el vestido que usaría para su fiesta y tras descolgarlo y extenderlo sobre su cama lo contempló con los ojos hipnotizados. –Mi precioso –ella dijo con voz embelesada. Volvió a dejar el vestido en su lugar, cerró el closet, y poco después salió de su habitación.

Como era de esperarse, siendo sábado y tan temprano, Mandy no encontró a nadie en la cocina. En ese momento recién cayó en la cuenta de que era sábado y de que no tenía por qué haberse levantado tan temprano. –¿Pero qué rayos me pasa? –se preguntó. Aprovechó que se encontraba en la cocina para tomar un vaso de agua. Al regresar a su habitación recordó que con su madre habían quedado para ir a la peluquería a las diez de la mañana–. Aún falta mucho –ella dijo tras consultar la hora en su reloj despertador. Bostezó. Aquella noche Mandy no había podido conciliar el sueño. Los pensamientos sobre lo que sería su fiesta no la dejaron pegar pestaña. Bostezó una vez más. Recién cayó en la cuenta de lo cansada que estaba. Apenas se echó en la cama se quedó profundamente dormida.  

–Hija, hey, hija… ¡Mandy, despierta de una buena vez, por Dios!!  

Mandy se encontraba en medio de un extraño sueño cuando de pronto todo se le hizo nebuloso y etéreo. Antes de poder darse cuenta de lo que ocurría se encontró de regreso en su habitación, y a un lado, zarandeándola con energía, vio a su madre. Del sueño ya no recordaba nada en lo absoluto.  

–¡Hija, despierta que si no nos apuramos vamos a encontrar llenas las peluquerías! ¡Es el colmo! ¡¿Es que ni porque se trata del día de tu fiesta puedes levantarte temprano?! –la señora Susan le reprochó a su hija.

–Ugh… ¡Wooaaaa! Ok, mamá, ya me levanto, solo dame cinco segunditos más…

–¡De eso nada! ¡Te me levantas ahora mismo o ya verás tú cómo le haces para arreglarte esas greñas! 

La amenaza fue efectiva, pues al instante, aunque a regañadientes, Mandy se puso de pie.

–Te estaré esperando abajo con el desayuno, ¡apúrate y cámbiate de una buena vez para ya salir! –con estas palabras la señora Susan abandonó la habitación. 

–¡Ash, que pesada! –Mandy se quejó, y se dirigió al baño.

–¡AUCH, mierdaaa!! –ella soltó un alarido de dolor cuando volvió a golpearse el mismo dedo chiquito del pie con el marco de la puerta–. ¡No es un mal presagio, no es un mal presagio!! –Mandy se repitió cual un mantra mientras saltaba en un pie y se sostenía el dedo afectado con ambas manos.  

Ya en la peluquería, Mandy y su madre se toparon con que el lugar estaba repleto.

–¡Mamá, aquí también está lleno! –Mandy se quejó–. Vamos a otra.

–Claro que no, que ya hemos visitado más de cinco peluquerías y en todas ha sido lo mismo. ¡Ya estoy cansada de tanto deambular! Así que aquí nos quedamos y punto final.

Sin más remedio, Mandy tuvo que resignarse a aceptar lo decidido por su madre. Ambas mujeres ingresaron al establecimiento y tomaron asiento, a la espera de que les llegue su turno para que las atiendan. 

Mandy cogió una revista de las que se mostraban en una pequeña mesita. La ojeó sin mayor interés. El contenido era más que nada cuestiones de la farándula, además de artículos sobre belleza y salud. Pasaron los segundos. Mandy comenzó a sentirse incómoda, aunque no sabía explicar bien el porqué. Era una especie de ansiedad, de nervios, de impaciencia; en fin, de muchas cosas. Todo cuanto ella quería hacer en ese momento era irse de la peluquería, llegar a su casa y encerrarse en su cuarto hasta que llegue el momento de la fiesta. Necesitaba la soledad, tener un ambiente propicio para dar rienda suelta a sus preocupaciones e imaginaciones. La fiesta… ¿cómo sería? ¿Cuánta gente acudiría? ¿El local luciría bonito? ¿No habría ningún accidente durante el baile, durante su descenso por las escaleras? ¿Qué diría Xian al verla bailar con sus tres chambelanes? ¿Rina planearía alguna otra “sorpresita”? Todas estas dudas carcomían sus nervios y no la dejaban en paz. Y para empeorar su situación, también tenía que soportar los chismorreos de las peluqueras y de sus clientes, el ruido de la calle, de las secadoras, de las tijeras, del agua saliendo de los rociadores. Tal bullicio perturbaba aún más su ya agobiada psique. “¿A qué hora me atenderán? ¿Tanto se demora la peluquera?”, ella se preguntaba continuamente. Comenzó a sentirse tensa. “¿Ya? ¡¿Ya?! ¡¿A qué hora va a ser mi turno?! ¡Ya no puedo soportar más la espera, cada segundo que pasa me consumo como una vela encendida!”. Mandy sentía que nadie la comprendía, y lo que es peor, que las personas de su alrededor se burlaban a sus espaldas de su inquietud y de su aspecto púrpura. “¡Quiero estar sola por un momento, ya no puedo soportarlo más!”, ella gritó en su interior.

–Hija, ¡Mandy! –en eso su madre la sacó de su ensimismamiento tras zarandearla–. Hay una peluquera libre, que te atienda a ti primero, hija.

Mandy miró confundida a su madre. Le costó comprender sus palabras en un principio.

–¡Ve, ve, que la peluquera no tiene todo el día! –la señora Susan jaló del brazo a su hija para que se ponga de pie.   

Mandy por fin entendió lo que pasaba. Consiguió zafarse del yugo de sus conflictos mentales. –¡Ja! ¿Ósea que ahora yo no puedo hacerla esperar? ¡Qué descaro! –Mandy gruñó entre dientes, y se dirigió a la silla libre en la que la peluquera ya la estaba aguardando.

La peluquera le trajo una revista con fotografías que mostraban toda clase de peinados, desde los más simples hasta los más sofisticados.  

Mandy pasó las páginas, pero ningún peinado le pareció el indicado. Comenzó a sentirse fastidiada consigo misma por no poder decidirse, y también con la peluquera. Esta última no parecía estar impaciente ni mucho menos, pero Mandy juraba que en cualquier momento se cansaría y la apuraría.

–¡Este! –al final escogió uno, más porque quería librarse de una buena vez de la tensión que le significaba el tener que escoger un peinado que porque en realidad le gustara.  

Sin embargo, cuando la peluquera ya comenzó a trabajar, Mandy empezó a arrepentirse de su decisión. Creyó que se había apresurado. “¿Y si no es el peinado que más me queda? ¿Y si me veo ridícula con este peinado? ¡Oh, no, ahora seré la burla de todos!”.

Mal que bien, pasado un tiempo que a Mandy le pareció una eternidad, por fin la peluquera terminó de hacerle el peinado. Se vio en el espejo. Un elaborado y alto moño con rizos cayéndole en la nuca y los costados; le pareció un peinado agradable. Al poco rato su madre también estuvo lista.  

La fiesta era todavía en la noche. Le quedaba aun un buen trecho de espera. Llegada a su casa, Mandy subió a su cuarto y se encerró. “No puedo permitir que se me arruine el peinado, solo aquí estaré a salvo”, se dijo.  

Pasaron los minutos. A Mandy el tiempo se le hizo eterno. Ya no pudo soportarlo más. Ella estaba sentada al borde de su cama y revisando su celular. De improviso se puso de pie de un salto y corrió al baño para comprobar que su peinado esté intacto. Soltó un suspiro de alivio al ver su reflejo. Todo ok. Dio media vuelta para regresar a su cama y al celular, pero con el rabillo del ojo detecto que un pelo se había salido del moño. –¡No, eso sí que no, pelo rebelde! –ella dijo, y con sumo cuidado intentó esconder el pelo en el moño. Fue una tarea ardua, pero al final lo logró. O eso creyó. Al poco rato el pelo volvió a salirse de su lugar.

–¡ARGHHH!! –Mandy gritó fuera de sí. Volvió a intentar acomodarse el pelo insurrecto.

Tras intentarlo varias veces, por fin creyó que lo había conseguido, aunque de inmediato se dio con la sorpresa de que no era así. Mandy perdió la paciencia.   

–¡Pelo del demonio!! –la joven chilló, y con ambas manos se estranguló el moño con la intención de aplastar el pelo revoltoso.  

“¡POING!”, en medio de sus maniobras, el moño se deshizo y su pelo cayó como una red al mar. Mandy sintió que se le congelaba todo el cuerpo.   

–¡Nooo!!! –Mandy despertó sobresaltada y sudando frío. Respiraba por la boca y muy agitada. Por la ventana cerrada de su habitación se filtraban los rayos del amanecer. Consultó su reloj. Eran las seis y media de la mañana. Había sido un sueño–. No fue más que un maldito sueño –ella se dijo, y mientras tanto se secó el sudor de la frente con la manga de su ropa de dormir.

–Pero si a la peluquería recién voy a ir en la tarde, ¡que boba soy! –mientras se echaba agua a la cara, Mandy se río de su propio despiste–. ¿Cómo se me ocurre que iría en la mañana, si la fiesta es hasta la noche? ¡Qué idiota! Aunque… ¡tenía tanta lógica en mi sueño! ¡Jajajaja! –ella volvió a reír–. Ay, no hay duda de que los nervios me consumen… ¡basta! Debo relajarme, vamos Mandy, piensa que este es solo otro día normal. Eso es, muy bien.

Eran cerca de las cuatro de la tarde. Tras bañarse con la música a todo volumen y tarareando las letras de las canciones de la playlist aesthetic que reproducía su laptop, Mandy se vistió para ir a la peluquería. Consultó la hora en su celular.

–¡Mamá, apúrate!! –Mandy bajó a toda velocidad al primer piso y esperó en uno de los sofás de la sala a que baje su madre. Mientras tanto para hacer hora se puso a ver el programa que sus hermanitos estaban sintonizando, una película de dibujos animados.  

–¡Hey! Esa película ya la he visto hace ufff…

–¡¿En serio?! –sus hermanitos la contemplaron emocionados.

–¿Y qué pasa después de que salvan a la princesa? –preguntó Tabata.

–Eh… ¿no sería mejor que sigas viendo para saber lo que pasa?

–¡Es que quiero saberlo ahora!

–Sí, yo también quiero saber –intervino Robin.

–Mmm… pues verán – Mandy se restregó las manos y una malévola sonrisa se dibujó en su rostro –luego de que el príncipe y su escudero rescatan a la princesa, salen del castillo de la malvada hechicera y huyen hacia el bosque. Ellos corren día y noche hasta que ya se creen a salvo. Pero lo que no saben es que los soldados de la hechicera los están esperando escondidos tras unas rocas. Cuando los tres pasan por las rocas son emboscados. El escudero del príncipe muere acribillado por las flechas. Su sangre salta por los aires. La princesa ve con horror como al príncipe lo atraviesan con una espada y como las tripas se le salen. La princesa huye aterrada, pero la hechicera ya la ha visto en su bola de cristal, así que manda a su dragón y este se come a la princesa tras rostizarla con su aliento de fuego. “¡Deliciosa!”, exclama el dragón mientras se limpia los colmillos con un mondadientes. Fin.

 –¿A-así es como acaba la película? –un traumatizado Robin preguntó a duras penas.

–¡Ya no quiero ver esta película! –haciendo pucheros, Tabata dijo.

–¡Mandy!! –cuando la mencionada se mataba de la risa, desde detrás le reprochó la voz de su madre.  

–Ay… –Mandy interrumpió su risa y le dirigió a su madre una nerviosa sonrisita, en tanto se sobaba la nuca con la mano derecha.  

–No le hagan caso a su hermana. Así no acaba la película niños –la señora Susan les dijo para tranquilizarlos.  

–¡Jajaja! Lo siento, pero tenía que hacerlo. Mamá, ¡hubieras visto sus caras todas traumadas! –Mandy ya no pudo aguantarse más y nuevamente estalló en carcajadas.

–¡Hermana mala! –Tabata le increpó.

–¡Mala, mala! –Robin hizo lo propio–. ¡Ojalá te caigas de poto cuando estés bailando en tu fiesta!

–¡Óyeme tú, no me eches la sal o te vas a enterar! –Mandy inmediatamente dejó de reír, y amenazó a Robin mostrándole su puño.  

–¡Tú tienes la culpa por empezar con tus tonterías! –la señora Susan tomó de la muñeca a su hija y se la llevó hacia la puerta que daba a la calle–. ¡Y mejor vámonos de una vez que se nos hará tarde!

–¡Jum! –Tabata y Robin le sacaron la lengua a su hermana mayor.

–¡Urghh, malditos mocosos!! –Mandy hirvió de la cólera.  

Madre e hija llegaron a la peluquería. El lugar no estaba tan atestado de gente como Mandy se lo había imaginado en su sueño. Se sentaron a esperar y la chica púrpura cogió una revista. Se entretuvo leyendo la entrevista traducida de una cantante norteamericana, en la que ella hablaba más que nada de sus decepciones amorosas, la principal fuente de inspiración para la mayoría de sus canciones.

Llegó el turno de Mandy. Ella se levantó y fue a sentarse en donde el peluquero le indicó. Este se trataba de un muchacho delgado y de pelo rubio teñido y peinado hacia un costado.  

–¡Ay, pero no puedo creerlo! –el muchacho habló con voz aguda–. ¡Si eres la famosa chica púrpura de la que todos hablan en el barrio! ¡Mi muiiiro! –él se llevó la mano al pecho.

–¿Famosa? ¿Yo? –Mandy se señaló confundida.

–¡Pero por supuesto! –respondió el muchacho.

–¡Jajaja! Hablas muy gracioso –Mandy se echó a reír.

–¡Ay, todos me dicen eso! ¿Verdad que tengo mi gracia?

–Si tanta gracia tienes mejor vete al circo –desde la caja registradora, el dueño del lugar comentó. Las peluqueras de al lado se mataron de la risa con la ocurrencia.

–¡Eres un desconsiderado, Tony! –el muchacho se llevó las manos a la cintura–. Pero sé que en el fondo me amas.

–¡No hables estupideces, Casandro! Que yo soy bien macho.

–¡Pues ven y demuéstramelo, papucho, grrr!

–¡Jajajaja! –Mandy se ahogaba de la risa.

–Tú como te matas de la risa a mi costa, ¿eh? ¿Me crees payaso o qué, purpurita?

–Me llamo Mandy, ¿entiendes, estúpida?

–¡Ooooye! ¿Me has llamado estúpida?

–Jajaja, perdón… se me escapó.

–¡Cristo, ya no hay respeto aquí! Pero ya verás lo que te haré por chistosita: ¡me vengaré dejándote horrible! ¡Vas a quedar peor que un desmonte de escombros!

–¡Nooo, ya pues! ¡Lo siento! –Mandy se disculpó, pero al poco rato no pudo resistirlo más y nuevamente estalló en carcajadas.  

–¡Qué desubicada!

–¡Jajaja! Perdón. Más bien, por favor, me podrías pasar el catálogo de peinados, que quiero verme regia para mi fiesta de quince años.

–¿Fiesta de quince años? ¡AY! Como quisiera haber tenido la mía, te odio maldita.

Entre risa y risa, Mandy escogió el peinado que quería y poco después Casandro se puso manos a la obra. Por un buen rato los dos dejaron de hablar. Casandro estaba muy concentrado en su labor.

“¡Brumburm!”, de pronto un ligero temblor sacudió la peluquería. Un camión con carga pesada acababa de pasar por la pista de afuera. 

–¡Terremoto! –el señor de la caja salió disparado hacia la calle, empujando en su trayecto a Casandro, quien se interponía en su camino. Pasado el susto y tras darse cuenta de su error, el dueño regreso.  

–¡Ejem! Tranquilos todos, ya pasó. Solo fue un ligero temblorcillo –dijo el dueño tras ingresar. Todos se le quedaron mirando–. ¿Cómo? ¿Acaso nadie sintió el temblor?   

–¡Yo lo sentí todito, aunque no hablo precisamente del temblor, ay! –Casandro respondió mientras cepillaba a Mandy.

–¿De qué diablos me estás hablando? –le increpó el dueño.

–De cuando pasaste por mi lado: ¡eres todo un pillo!

“¡JAJAJA!”, en la peluquería todos se mataron de la risa.

–Pillo me vas a decir con ganas cuando te deje sin sueldo por payaso –gruñó Tony, y volvió a su puesto frente a la caja registradora.

–¡Horror! ¡Con eso no te juegues, que me desmayo!

–¡Ay, diosito, ya no puedo más!! ¡Me voy a morir de tanto reír! –Mandy se limpió una lágrima que le asomó por uno de sus ojos. Ella se había purpurizado.

Minutos después, Casandro terminó su trabajo. Mandy se miró en el espejo. Su peinado era una especie de moño con elaborados bucles cayéndole a los lados de la cara y por la nuca. Era tal y como ella se lo había imaginado en su sueño.  

–¡Está hermoso! –ella exclamó.

–¡Di-vi-no! Así está tu cabello. Aunque la verdad, debo admitir que tienes un cabello muy bien cuidado. Mandy, ¡cómo te envidio!

–¡Ay! Pues sorry por ser tan bella, ¡jajaja!

–¡Definitivamente eres de las mías! ¡Chócala, reina! –Casandro levantó su mano. Mandy y él chocaron palmas.

Al poco rato Mandy y su madre abandonaron la peluquería. La señora Susan lucía un peinado similar al de su hija.  

–Toda risas estuviste en la peluquería, ¿no? –la señora Susan miró a su hija.

–Ay mamá, es que no sabes, me tocó un chico de lo más gracioso. Se llamaba Casandro.

–Mira tú.

–¡Un mate de risa, mamá! Hubieras estado allí para oír sus ocurrencias.

–¿A sí? Rayos, es una lástima que me hayan atendido en el otro ambiente.

–¿Quieres que te cuente?

–Haber… aunque antes debo felicitarte: has quedado muy bella, hija –de pronto el tono de voz de la señora Susan se había hecho más solemne. Ella contempló a su hija con ojos orgullosos–. Como ha pasado el tiempo. Te has vuelto una mujercita muy hermosa, Mandy.

–Gracias, mamá –Mandy sonrió. La señora Susan se secó una lágrima–. ¡Ay, no te pongas sentimental, mamá! –Mandy le reclamó, aunque la voz estuvo por quebrársele. Sin embargo, al poco rato ella se recuperó–. Mejor te cuento lo que pasó con el buen Casandro. ¡Ya verás cómo te matarás de la risa!

Así, madre e hija caminaron de vuelta hacia su casa. Las risas no faltaron. Del sol ya solo quedaba un pedacito en el horizonte. La noche estaba a la vuelta de la esquina.


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