Capítulo 3: ¿Lorenzo en peligro? ¡El sorprendente poder de la carta roja del amor! (2da parte)
Lorenzo metió
mano aquí y allá. De un lado y del otro jaló y ojeó viejos libros, muchos con
las tapas destartaladas. También cogió libretas de apuntes en las que su tío
escribía con su puño y letra. Las hojas de dichas libretas se hallaban
amarillentas de lo viejas que estaban.
Aunque encontró numerosas recetas mágicas y manuales para hechizos
de amor, las fórmulas estaban escritas en unos términos que a Lorenzo se le
hicieron imposibles de descifrar.
Buscó y buscó, pero la suerte no parecía estar de su lado. Por más
que se esforzó en analizar y descifrar los escritos, no pudo hallar nada que
pudiese serle de utilidad.
–¡Mierda! –Lorenzo, ofuscado por su mala suerte, lanzó un libro
contra el estante que tenía al frente. El libro chocó contra una pila de hojas
y cuadernos, y toda la ruma cayó al piso con estrépito–. ¡Me lleva! –Lorenzo
saltó de su asiento y se agachó para recoger el desorden. Levantó libros y
hojas y los fue colocando como pudo en el estante. Cogió una vieja agenda de
tapa azul, y se dispuso a colocarla en su sitio, cuando de entre sus hojas se
deslizó una pequeña tarjeta roja. De inmediato a Lorenzo esta le llamó la
atención. Se trataba de la tarjeta de presentación de una tal Asura, quien se
presentaba como una confiable hechicera y adivina. Le dio vuelta a la tarjeta,
y encontró una anotación escrita con lapicero verde que decía: “si algún día te
atreves a probar mi poderosa magia de amor, búscame”.
Lorenzo no supo explicarse porque le llamó tanto la atención la
tarjetita roja, al punto que sin tiempo que perder se la guardó en el bolsillo.
“Esto me servirá”, fue el susurro de su intuición. Era una corazonada que no
podía ignorar.
La tarde del día siguiente Lorenzo ya no acudió al local de su tío.
En vez se dirigió a cierta calle del centro de la ciudad. Entró a una galería
comercial en la que se ofrecían principalmente letreros de neón, luces de
colores para fiestas, así como parlantes y equipos para dj. Él no se entretuvo
en dichos puestos y subió las escaleras.
Llegó a una oficina ubicada en el tercer nivel. Un recorte de vinil
cubría prácticamente toda la puerta. Contempló la media luna y las estrellas de
cinco puntas suspendidas en el cielo impreso en el vinil. Se acercó y tocó con
los dedos los dibujos. Tanto las estrellas como la luna brillaban con una
enigmática tinta especial de color plata. “Asura: hechicera y adivina”, leyó
las letras cursivas y elegantes trazadas en el centro de la puerta. Sacó la
tarjeta roja de su bolsillo y la ojeó una vez más.
–Bien, llegó la hora de la verdad –Lorenzo aspiró una bocanada de
aire, y a continuación empujó la puerta para ingresar.
Apenas puso un pie en la oficina de la hechicera, él sintió que entraba
a otra dimensión. La enigmática decoración, la tenue luz anaranjada procedente
de la lámpara de magma, el atrapante olor a incienso; todo ello hizo que a
Lorenzo la piel se le ponga de gallina. El miedo que lo embargó se mezcló con
una creciente curiosidad. El mundo ante el que se abría paso lo invitaba a
hundirse más en sus etéreas profundidades mágicas.
–Toma asiento –una mano lo invitó con gesto elegante. Cuando Lorenzo
dirigió la vista al escritorio del fondo, se encontró con dos enormes ojos
castaños observándolo fijamente. Estos pertenecían a un rostro pálido, delgado
y enmarcado en una lacia cabellera negra de corte carré. Una diadema plateada adornaba la amplia frente de la adivina
y tenía labrada en su centro a un ave posada sobre una media luna. Aros de
plata, grandes y redondos, colgaban de sus pequeñas orejas. Vestía blusa roja,
falda larga y también roja. Contemplar a la adivina le produjo a Lorenzo una
sensación de temor y a la vez de reverencia.
–Bu-buenas tardes –Lorenzo saludó con voz queda.
–¿Qué te trae por acá, jovencito?
–Yo-yo… vine por esto –Lorenzo se sacó del bolsillo la tarjetita de
presentación y la colocó sobre el escritorio. Lentamente la hechicera bajó los
ojos y se le quedó mirando. Pasado cerca de un minuto ella la cogió, le echó
una última y rápida ojeada, y finalmente se la guardó.
–¿No me la va a devolver? –la sorpresa que el gesto le provocó a Lorenzo
le hizo olvidar por un momento todo recato–. Bueno… puede quedársela, si es lo
que desea. ¡Por mí no hay ningún problema! –sin embargo, pronto el muchacho se
arrepintió de su osadía.
–Toma –la hechicera le devolvió la tarjeta–. ¿Así que quieres probar
la magia de amor que menciono en la tarjeta?
–Sí –Lorenzo respondió tímidamente–. ¡Ejem! Así es, ¿me ayudará? –al
poco rato él se aclaró la garganta y agregó con voz más audible.
–No –fue la cortante respuesta.
–¡¿No?! –Lorenzo expresó su decepción.
Entonces algo sumamente peculiar ocurrió. –¿Eh? ¿Estás seguro? –la
hechicera Asura pareció estarse dirigiendo a la hermosa ave disecada de plumaje
rojo posada sobre su escritorio.
“¡Mierda!”, Lorenzo casi se va de espaldas cuando vio que el ave
movió la cabeza y los ojos le parpadearon. Aquello sucedió en una fracción de
segundo, pero Lorenzo estaba seguro de que lo que había visto fue real y no una
mala pasada de su imaginación. Él se llevó la mano al pecho para intentar
tranquilizarse. El corazón aún le latía con fuerza. El pobre respiraba por la
boca y helado sudor pasó a cubrirle las sienes.
–¿Dices que si me aferro a esta soga que me ofrece el destino podré
alcanzar lo que tanto anhelo? Ah, mi familiar, siempre eres tan convincente. Me
pregunto a donde me conducirá esta vez el hacerte caso…
–Señora… ¿se encuentra bien?
–¿Señora? –Asura salió de su ensimismamiento y movió la cabeza para
despejarse.
–¡Ejem! Quise decir señorita –rápidamente se corrigió Lorenzo–. ¿Me
ayudará?
–¡Que rayos! Solo espero que mi familiar tenga razón y esto me resulte
divertido –la adivina soltó una larga exhalación. Ella se puso de pie y con
paso cansado se dirigió a uno de sus estantes–. Me pregunto dónde lo habré
dejado. ¿Dónde? Mmm…
Mientras la hechicera buscaba, Lorenzo ya no pudo resistir más la
curiosidad y se acercó al ave roja. La miró de arriba a abajo y palpó sus
plumas. Estas eran suaves, aunque rígidas, tal y como las de un ave de verdad.
Sus ojos se fijaron en las afiladas garras, largas y ganchudas, que se
aferraban a la rama de mármol. El cristal con el que estaban hechas resultaba
hipnótico. Lorenzo tuvo la sensación de que cada garra era una palpitante gema preciosa.
–Aquí está –la hechicera regresó a su asiento y depósito en el
escritorio un sobre de mediano tamaño, hecho de cartulina roja satinada. No
tenía escrito nada en ningún lado, pero delgados arabescos dibujados con tinta
opalescente adornaban sus ángulos. Lorenzo dio un respingo cuando la mujer
habló, ya desde su asiento en el escritorio, pues fue tan sigilosa en su andar
que él ni cuenta se dio de cuando volvió.
–¿Qué es esto? –Lorenzo se acercó y tomó el sobre entre sus manos.
Lo abrió y encontró una hoja doblada, también de color rojo.
–La carta roja del amor.
–¿La qué?
–¿A quién deseas enamorar?
–¿Tengo que decirle el nombre?
–La carta necesita un remitente para funcionar.
–Mandy. La chica a la que amo con locura y pasión se llama Mandy Valentina
Carpio Shelley.
–Suficiente –la hechicera tomó del ave disecada una de sus plumas.
Con la punta se hizo un pequeño corte en el dedo corazón. Extrajo la hoja del
sobre y usando su sangre como tinta escribió un párrafo de caracteres
indescifrables. Luego metió la hoja en el sobre y en el reverso apuntó el
nombre que le dio Lorenzo–. Ahora llévate la carta y antes de dormir colócala
debajo de tu almohada y recita lo siguiente “Salaster, Maniner, Elohim”. Mañana ven aquí a la misma hora y
tráeme el sobre, pero cerrado. Te lo advierto, por ningún motivo debes abrirlo,
pues si lo haces el conjuro se arruinará.
–¿Eso es todo? –Lorenzo la miró perplejo.
–Llévate la carta. Por hoy es todo. Vete, ya vete.
–¿Así nada más? ¿No me cobrará ni me pedirá nada a cambio?
–Mañana trae ochenta soles junto con la carta. Eso es todo. Ahora sí
vete.
–Bueno, entonces, este... ¡adiós! –Lorenzo se puso de pie y se llevó
la carta. A poco de llegar a la puerta trastabilló producto de los nervios. Como
pudo se recuperó y finalmente se marchó, con más dudas que certezas, aunque
dispuesto a cumplir al pie de la letra con las indicaciones que le dio la
hechicera.
Atardecer del día siguiente. Lorenzo ya no podía más con la ansiedad
y los nervios. Las manos le sudaban y él se las restregaba la una contra la
otra sin descanso. Frente a sí tenía a la hechicera, quien con gran
concentración revisaba los extraños e indescifrables símbolos para el ojo
profano que habían aparecido debajo del párrafo que ella escribió en la hoja el
día anterior.
–¿Y ahora qué? –Lorenzo comenzó a impacientarse.
–¿Trajiste los ochenta soles?
–Aquí tiene –Lorenzo le entregó los billetes.
–Vuelve en tres horas. Ni un minuto más, ni uno menos. El escrito
que se ha revelado en la carta es la fórmula secreta y mágica para el filtro de
amor más efectivo con el que se pueda enamorar a la joven llamada Mandy Carpio.
–¿Solo a ella? –Lorenzo se oyó decepcionado.
–Cada fórmula es única para cada persona. Todos somos diferentes,
seres únicos e irrepetibles en el universo, tanto a nivel corporal como
espiritual.
–De modo que el filtro solo sirve con ella…
–Vuelve en tres horas.
Lorenzo salió del lugar sin rechistar. Sin embargo, ya afuera,
recién cayó en la cuenta de que tres horas era mucho tiempo, y que su casa
quedaba demasiado lejos como para pretender ir y luego regresar. No había
almorzado y el hambre le acuciaba el estómago. –¡Cielos! Todo lo que hago por
ti, mi sexy chiquita púrpura –Lorenzo se lamentó, y a paso lento bajó las
escaleras.
Tras deambular por el centro de la ciudad y comprarse alguna
chuchería de comer para engañar al estómago, Lorenzo regresó al consultorio de
la hechicera. La enigmática Asura lo recibió con un frasquito de vidrio en cuyo
interior brillaba a la tenue luz de la lámpara de magma un líquido carmesí.
–Debes colocarte dos gotas de este líquido sobre la cabeza poco antes
de encontrarte con la chica. Hazlo así y ella caerá rendida a tus pies. Pero
recuerda, solo dos gotas, ni un poco más. De lo contrario tendrás serios
problemas.
–¿Por qué? ¿Qué pasará si me hecho más de dos gotas?
–Confórmate con saber que no será nada bueno. No puedo decirte más.
–¡Glup! –Lorenzo tragó saliva. Pero pronto se olvidó del asunto y
tomó el frasco muy contento. Agradeció a la hechicera por la ayuda, y a
continuación se marchó jubiloso rumbo a su casa. No podía esperar más para
probar el milagroso filtro de amor. Aquella noche no pudo dormir; tal era su
ansiedad y deseos de que ya sea el día siguiente día, cuando por fin su anhelado
romance se haría realidad.
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