Capítulo 17: Reuniones

 


Aquella tarde en la capital de Yk, mientras el general Winston estaba en plena discusión con sus compañeros, en otro punto de la ciudad, en el palacio imperial de Keinj para ser más exactos, la princesa Mei no se encontraba para nada contenta con la negativa de sus padres frente a su petición de visitar a Rudy en el cuartel de los centinelas.

–No me entiendes, padre. Soy una mujer enamorada que solo quiere conocer el estado de salud de su amado…

–¡Eres la princesa de Yk! –vociferó el emperador–. ¡No puedes andar visitando a cada plebeyo que es herido en una pelea! No tengo hijos varones, así que el futuro rey de Yk no puede ser un cualquiera: ¡comprende tu posición, hija!

–¡Yo lo amo!

–Por favor, hija, ni siquiera lo conoces. ¿Cómo puedes afirmar que estás enamorada en tu situación? Ese muchacho es como todos los anteriores, un simple capricho tuyo –intervino la emperatriz.

–Pues justamente por eso es que deseo verlo, madre. Por una vez en mi vida déjenme conocer a la persona que quiero –reclamó Mei.

–¡No y fin de la discusión! ¡Vete a tu habitación! –bramó el emperador, y acto seguido ordenó a una de las doncellas de la princesa que la escolte a su habitación. Mei salió furiosa del salón del trono, tan rápido que la doncella tuvo que echarse a correr para poder darle alcance a su sulfurada ama.

La mencionada escena fue presenciada por alguien ajeno a la familia real sin que nadie lo note. Escondido tras una columna cercana al salón del trono Ozzy no perdió detalle de lo ocurrido. Él incluso se dio el lujo de seguir con la mirada a la princesa mientras ella se dirigía a sus aposentos en compañía de su doncella. Segundos después, un guardia que pasó por un pasillo cercano creyó haber visto una sombra oculta tras la columna más pegada al salón del trono. Sin embargo, cuando acudió a investigar no encontró nada. El guardia se encogió de hombros, convencido de que lo que vio debió haberse tratado de una mala pasada de su imaginación. Es así que, sin más que hacer allí, el guardia se acomodó el rifle y siguió con su camino.

–¿Cómo te fue con Ivonne, Sonja? –preguntó el doctor Fritz. Ambos se encontraban en la oficina de la embajada de Gotia, ubicada dentro del palacio imperial de Keinj.

–Señor embajador, su majestad la reina me acaba de informar de algo muy interesante.

–Vamos, Sonja, no es necesario tanto sarcasmo…

–¿Sarcasmo? Pero si ella es la reina y tú eres su embajador, yo no veo ningún sarcasmo.

–Somos compañeros, Sonja, estamos en confianza.

–Bueno, bueno, mejor olvidémonos de eso y volvamos a lo importante: Ivonne me ha contado algo muy interesante, “doc”. Me ha dicho que el general Winston le ha pedido prestado el palacio Fevgard para una reunión secreta a la que ha convocado a todos los centinelas…

–Un momento, ¡¿lo dices en serio?! Digo, si se supone que es una reunión secreta, ¿Por qué Winston se lo hizo saber a nuestra querida Ivonne?

–¿Ya te olvidaste? El general Winston fue en el pasado el instructor personal de Ivonne. Él le tiene la confianza de un padre a su hija.

–Oh, ya lo recuerdo… Vaya, ¿Quién se habría imaginado que nuestra reunión con el maestro iba a ser en el mismo lugar que la organizada por nuestros enemigos? Curioso capricho del destino, ¿no lo crees?

–Más que capricho yo diría mofa…

–¡Ozzy! Hasta que por fin te dignas a aparecer –el doctor Fritz divisó a su compañero mientras este entraba sigiloso por la puerta–. Te tenemos una noticia muy interesante.

–Yo también tengo algo muy interesante que contarles. Por cierto, necesito que me ayudes con esto, Sonja.

Esa noche la princesa Mei se encontraba observando la brillante luna llena desde el balcón de su habitación. Era más de medianoche, pero la joven princesa no podía conciliar el sueño. Odiaba que sus padres nunca la apoyaran en sus cuestiones amorosas. Ella una vez les había dicho que jamás aceptaría un matrimonio arreglado, pues no concebía ser la esposa de alguien a quien nunca antes había visto en su vida. Pero al mismo tiempo, vaya ironía, la princesa se encaprichaba en amar a chicos de aspecto rebelde y despreocupado que veía por primera vez.

–¿Por qué mis padres no me dejan enamorarme de quien yo quiera? –se lamentó la princesa. Ella tenía el mentón apoyado en sus manos y a ratos inflaba sus mejillas para luego soltar una prolongada exhalación.

–Lo que ocurre es que tus padres no entienden del amor –de forma repentina una voz le contestó.

La princesa Mei dio un respingo, y acto seguido observó por el balcón en todas direcciones. No encontró a nadie. Aun temerosa, ella entró a su habitación y cerró con llave la puerta que daba al balcón. Ya se disponía a echarse en su cama, cuando en eso se dio cuenta de que alguien estaba sentado en ella.

–No se asuste, princesa –dijo ese alguien–. He venido a ayudarla.

–Eres una chica muy bonita, así que no creo que me secuestres –comentó la princesa tras acercarse lo suficiente a su interlocutor como para verle bien–. Un momento, yo te conozco… ¡eres la mujer que siempre para con el embajador de Gotia!

–Me llamo Sonja, y agradezco el cumplido. Usted también es muy linda, princesa.

–¿Qué haces aquí? Si alguien te descubre estarás en serios problemas.

–Cuando se trata de ayudar a alguien enamorado, me es difícil resistirme a pesar del peligro, princesa. Soy toda una romántica.

–¿En qué se supone que me vas a ayudar? ¡Yo nunca te he contado nada sobre mis problemas!

–¿Le gustaría encontrarse con Rudy, el muchacho bautizado en el Torneo Dragón como “la Bestia Dorada”? Yo puedo reunirla con él, si es que su majestad así lo desea.

–¡¿En serio puedes hacerlo?!

–Por supuesto, princesa. Muy pronto vendré a buscarla para hacer posible su anhelo.

La princesa Mei saltó de la alegría. Una de sus doncellas oyó el alboroto, por lo que se acercó a tocar la puerta para saber si algo le pasaba a su ama. La princesa respondió que no ocurría nada, que solo había tenido una pesadilla. Luego de que oyera los pasos de la doncella alejarse, Mei regresó sobre sus pasos para volver a hablar con Sonja, pero ésta ya había desaparecido sin dejar rastro. Por más que buscó la princesa no pudo encontrarla, y lo que más le sorprendió fue que en ningún momento oyó abrirse la puerta que daba hacia el balcón, la cual en ese momento estaba cerrada. Extrañada, se acercó para intentar abrirla, pero se acordó de que ella misma la había cerrado con llave y esta última la había guardado en su bolsillo. Rebuscó en su camisón de seda y sacó la llave. –Pero, ¿cómo? –ella se preguntó asombrada.

A la mañana siguiente, cuando recién empezaba a clarear, los centinelas abordaron el tren que los llevaría hacia Moonsun, la capital del país de Gotia.

–¡Adiós! –Yong agitaba las manos mientras corría tras del vagón en el que se encontraban sus nuevos amigos y su primo–. ¡Cuídense, por favor!

Bajo un cielo gris y tormentoso se erigían edificios de arquitectura a la vez oscura, romántica y mística. Moonsun era una ciudad imponente y misteriosa, encantadora y al mismo tiempo atemorizante. Aquel día, sobre los adoquines de una de sus calles se desplazaba un coche de punto, dentro del cual iban el general Winston y los demás. Según los relojes de la ciudad era cerca del mediodía, aunque por la apariencia del paisaje uno podría creer que era de tarde.

El coche paró frente a un enorme palacio situado sobre un risco a orillas del mar. Los violentos choques de las olas contra las rocas bajo el castillo parecían estar realizando una especie de ritual para mantenerlo siempre eterno e imponente. El castillo constaba de torres puntiagudas, estatuas de gárgolas y dragones, y muros vigilados por numerosos fusileros. Todo él era gris y constituía una síntesis de lo que era la ciudad. Las enormes puertas de la entrada se abrieron y Rudy y los demás, todos vestidos con ropas de diario y no con sus típicos uniformes de centinela, hicieron su ingreso al castillo. Para llegar al hall de recepción atravesaron primero por un enorme jardín lleno de estatuas, húmeda vegetación y rosas de color sangre. Un par de soldados escoltaron al grupo durante su avance.

–Buenos días mis queridos invitados, los he estado esperando –una vez llegaron al hall los saludó la reina de Gotia. Ella era una dama de rostro joven, de verdes ojos severos, y de ensortijada cabellera dorada sobre la que descansaba una exquisitamente adornada corona de oro. Ella llevaba un hermoso vestido de color azul oscuro y poseedor de una tétrica elegancia, lo que de alguna forma hacia recordar a su castillo–. Veo que han tomado todas las precauciones para pasar desapercibidos –ella agregó cuando se fijó en las ropas que llevaban los recién llegados.

–Gracias por el apoyo, su alteza –Winston hizo una reverencia. El resto de centinelas siguió su ejemplo y se inclinó, aunque Rudy lo hizo forzado por Susan.

–Para ti siempre seré tu querida aprendiz, maestro –sonrió Ivonne.

–¿Ha llegado algún otro centinela?

–Oh, sí. Han llegado unos pocos.

Poco después la reina ordenó a unos criados llevar a Winston y los demás a sus habitaciones. Ella les prometió una estancia con todas las comodidades, y sobre todo con absoluta privacidad.

–¿Cuándo la reina se refería a que habían llegado unos pocos centinelas solo se trataba de ustedes cuatro? –preguntó Bill a los hermanos Farro y a Kina.

–También está nuestra capitana, aunque en estos momentos se está bañando –indicó Klaus.

–Desde que asignaron las misiones en la academia nosotros fuimos mandados a Moonsun –explicó Hana–. Es por eso que hemos llegado tan rápido al palacio.

–Ese “solo” me sonó un tanto despectivo, Bill –gruñó Kina.

–Déjense de tonterías y mejor escúchenme, muchachos –intervino Rudy con una sonrisa orgullosa–. ¿A que no saben quién ha quedado en segundo lugar en el Torneo Dragón de Yk?

–El que perdió la final –respondió Bob.

–Un segundón –agregó Hana.

–No nos preguntes por perdedores, Rudy –dijo Kina con tono desinteresado.

–¡Ser segundo lugar en el Torneo Dragón es toda una hazaña, por si no lo sabían! –bufó Rudy.

–Kina tiene razón –Susan tocó el hombro de Rudy–. No vale la pena hablar de perdedores que hacen perder apuestas…

–Un momento, no me digan que... –Kina se tapó la boca con las manos.

–Así es, yo soy ese segundo lugar –Rudy se señaló el pecho, el que por cierto en ese momento lo tenía inflado de orgullo.

–¿Tú eras el segundón, Rudy? –preguntó Hana en tono decepcionado.

–¡Ya te he dicho que es sumamente difícil llegar a la final en el torneo! –rabió Rudy–. Sino pregúntale a Bill que no pasó ni de la primera ronda.

–¡Rudy! ¡Eso no tenías que mencionarlo! –un indignado Bill se quejó. Susan se tapó la boca para ocultar su risa. Sin embargo, los hermanos Farro no tuvieron ningún reparo en soltar sendas carcajadas a costa de Bill. A continuación, los muchachos pasaron a contarse todas sus experiencias desde que se separaron tras culminar la academia. Así se la pasaron por el resto de la mañana, durante el almuerzo, e incluso durante gran parte de la tarde. Para ese entonces Rudy y sus compañeros recién llegados de Yk ya habían conocido a la capitana Sharon, bajo cuyo mando estaban Kina y los hermanos Farro. Sharon era una mujer de castaña cabellera lacia, frente amplia, ojos negros intimidantes y fornida contextura física.

–¡Eres muy gracioso, Rudy! –la capitana Sharon soltó una risotada al mismo tiempo que palmeaba con fuerza la espalda del joven centinela.

–Interesante personalidad la de su capitana –comentó Susan.

–Susan, no te contengas y dilo: nuestra capitana es una ordinaria y vulgar –intervino Kina.

–¡Simplemente soy una mujer fuerte! –se defendió Sharon. Rudy soltó una risita y luego manifestó lo bien que le caía la capitana de sus compañeros.

En estas discusiones estaban los centinelas, cuando a la acogedora salita de estar en la que se encontraban entraron el general Winston junto con la reina Ivonne. Desde que llegaron Winston se había separado del grupo para charlar con la reina. Se notaba que él le tenía un gran afecto, y por lo visto ella albergaba sentimientos muy similares hacia su antiguo maestro.

Los muchachos parecían haber sido picados por el mosquito de la conversación, pues no tuvieron mayor reparo en contarle a la reina sobre todas sus aventuras y experiencias como centinelas. Ivonne oía las historias con atención y de cuando en cuando mostraba una leve sonrisa, la que encantaba a sus interlocutores y los motivaba a seguir charlando. Tras haber oído las historias de todos los muchachos, finalmente llegó su turno para contar su propia historia. Todos estaban muy concentrados y a la expectativa de lo que diría la reina.

–Desde hace muchísimos años los Fevgards hemos gobernado este país. Es de cultura general para los ciudadanos de Gotia el conocer la historia de mi familia. Desde que tengo uso de consciencia recuerdo a mis padres repitiéndome todo el tiempo la enorme responsabilidad que yo tengo como miembro de la familia Fevgard. Cuando cumplí siete años mi madre murió y mi padre decidió no volver a casarse. Me alegré por el amor que mi padre le tenía a mi madre… imagínense, un rey sin descendiente varón haciendo algo así. Mi padre aceptó sacrificar el apellido por mantenerse fiel a mi madre hasta el final. Sin embargo, paso el tiempo y todo el dolor que mi padre sentía por la pérdida de mi madre recayó sobre mí. Cada vez me recordaba con mayor ahínco el hecho de que a la hora de su muerte yo sería la única Fevgard que quedaría viva en este mundo. Es por eso que quería que mi gobierno fuese el mejor que jamás haya tenido Gotia, pues tarde o temprano, con mi muerte o cuando me case, la dinastía Fevgard llegaría a su fin.

Estos fueron tiempos de tristeza para mí. Yo era una niña que todo lo que quería hacer era jugar y hacer travesuras, pero la responsabilidad que mi padre me transmitía a cada instante se encargó de arrebatarme todo eso. Recuerdo haberme llegado a deprimir hasta el extremo, tanto así que una vez caí enferma y por varios meses ningún doctor pudo hacer algo por mí. Para ese entonces yo tenía diez años. Justamente, durante dicho periodo de convalecencia, uno de los tantos médicos que me visitaba descubrió que yo era una usuaria del halo. Se lo comentó a mi padre y él se enorgulleció de mí como nunca antes lo había hecho. Me dijo que era la primera usuaria del halo en toda la historia de la familia, y que eso era un excelente presagio, el presagio de que yo sería el mejor gobernante de toda la historia de la dinastía Fevgard.

Al poco tiempo llegó Winston, el maestro que me entrenaría en las artes del halo. Él fue el hombre que le devolvió la alegría al tormentoso cielo de mi alma. Estuve bajo la tutela de mi maestro hasta los diecisiete años. Recuerdo que cuando llegué a esa edad yo ya era una experta usuaria del halo, y mi maestro ya se había vuelto todo un centinela de alto rango. Desde que lo conocí él siempre se ausentaba durante algún tiempo para cumplir con sus misiones, pero luego volvía y todo estaba tan feliz como siempre. Sin embargo, cuando cumplí los diecisiete años, el maestro Winston fue promovido a general y su partida definitiva se hizo inminente. El día que se marchó recuerdo que lo abrasé y lloré acurrucada en su pecho. Por su parte él me consoló y me dijo que siempre que pudiera me visitaría.

Pasaron los años. Mi padre murió y yo finalmente me convertí en la reina de Gotia. El día de mi coronación me prometí a mí misma que sería la mejor reina que jamás haya tenido este país, y es por eso que hasta la fecha trato dentro de todo lo posible el cumplir con ese objetivo. No solo lo hago por mi padre, también lo hago por mi maestro, a quién le prometí convertirme en su mejor aprendiz –narró Ivonne.

–Esa parte no creo que puedas cumplirla, su alteza, pues yo me convertiré en el mejor aprendiz del viejo –señaló Rudy.

Un incómodo silencio se hizo presente en la habitación luego de que Rudy pronunciara estas palabras. Pero no duró mucho, pues Ivonne soltó una suave risita que con el pasar de los segundos se convirtió en una cálida carcajada. Todos se relajaron y también se echaron a reír.

–Me alegra que seas un chico tan entusiasta, Rudy –sonrió la reina–. Sin competencia mi meta no sería para nada divertida.

–Los dos son un orgullo para mí –Winston sonrió.

–Eso no se vale, viejo. Tienes que escoger solo a uno –replicó Rudy.

–Su historia me ha conmovido mucho, alteza –Susan se secó un par de lágrimas–. Cuente conmigo para lo que sea.

–Gracias, Susan –sonrió la reina.

–¡Se acordó de mi nombre! –chilló Susan muy emocionada.

La charla se prolongó hasta la media noche, momento en el que finalmente el sueño se hizo presente en la mayoría de los muchachos. La reina se despidió y se fue a sus aposentos. Luego de un rato los centinelas también se despidieron entre sí y cada quien se marchó rumbo a su respectiva habitación para dormir.

Atardecer del día siguiente.

–Estamos en una crisis –dijo Winston luego de poner a los presentes al tanto de los últimos acontecimientos. En un amplio salón, sin ventanas e iluminado por arañas de oro, se encontraban reunidos alrededor de una gran mesa redonda la mayoría de centinelas de la República. Solo unos pocos, por motivos de trámites o misiones impostergables, no se encontraban presentes.

–Como ya sabrán, el general Payne ha sido secuestrado por un trío de encapuchados que puede suponerse que son sátiros, si tomamos en cuenta la evidencia recogida. Sin embargo, debido a todo lo sucedido durante estos últimos meses, creemos más bien que todo esto podría tratarse de un montaje de los Filosofal para obligarnos a marchar hacia Rom, de modo que una vez los sátiros tomen represalias por haber roto el pacto ellos puedan culparnos de la tragedia –explicó Desiré, la tercera general de todos los centinelas del ejército de la República. Ella era una mujer de unos cuarenta años, aunque lo cierto es que aparentaba mucho menos edad. Asimismo, la general era de estatura media, de rostro pecoso y bonachón, y de pelo rubio recogido en una larga trenza.

–¿Qué podemos hacer entonces? –preguntó el coronel Douglas, el tipo fornido y de pelo canoso que había acompañado al general Payne durante la inauguración de las clases en la Academia de Centinelas a las que habían asistido Rudy y su promoción.

–Los tres generales hemos realizado entre nosotros la técnica de la Fragmentación del Alma, así que podemos sentir la presencia de los otros dos generales. Por ello, dar con el paradero de Payne no nos debería ser tan difícil –comentó Winston–. Sin embargo, no lo sé...

–Primero debemos corroborar la verdadera identidad de los secuestradores, si son sátiros o humanos impostores. Por ello, opino que lo más sensato sería analizar a fondo todas las pruebas disponibles antes de tomar cualquier decisión –intervino otro coronel. Aunque ninguno de los presentes en la reunión llevaba uniformes o insignia alguna, era fácil suponer los rangos de los asistentes: los dos generales, conocidos por todos, estaban sentados uno junto al otro en un lado de la mesa; los más cercanos a ellos eran los coroneles; y mientras más se alejaban las posiciones de los asistentes de las de los generales, más bajo era el rango del que ocupaba ese asiento.

–¡Bah! No entiendo para que nos han traído a esta reunión si los únicos que hablan son los “de arriba” –se quejó Rudy en voz baja.

–Nos han traído porque confían en que expresaremos nuestra opinión cuando sea conveniente –le respondió Lucrecia–. Ahora cállate y espera a que terminen de hablar.

–Eres tan aburrida como ellos –murmuró Rudy, quien al poco rato enterró su cara bajo sus brazos y así permaneció durante gran parte de la reunión.

–Oye, despierta idiota –Phillipe, quien se encontraba al otro lado de Rudy, lo removió con violencia. Rudy no despertó.

–Déjame a mí –se ofreció Lucrecia. Ella se chupó el dedo índice durante un rato y luego lo introdujo en la oreja de Rudy. Este último saltó de su asiento al percibir la desagradable humedad.

–Eso fue asqueroso –comentó Phillipe anonadado–. Jamás lo esperé de ti, Lucrecia.

–Así me despertaban mis compañeros en el orfanato en el que crecí. ¿Verdad que es efectivo?

–No sabía que habías vivido en un orfanato.

–Oigan, ¿para qué me han despertado? Tan bien que estaba –se lamentó Rudy aun adormilado.

–Las discusiones de la reunión ya han acabado –explicó Phillipe–. Ahora se someterá a votación dos opciones: o mandar gente a Rom para que rescate a Payne, o continuar investigando hasta obtener los datos necesarios para recién empezar a actuar.

–Es obvio que debemos rescatarlo –opinó Rudy–. No creo que nadie se oponga a rescatar a un compañero, además de que mientras más tiempo pase será más peligroso para él.

–¡¿Acaso no has oído los argumentos que se han dado en la reunión?! –le replicó Phillipe–. Si vamos ahora a rescatarlo y los sátiros nos descubren en su territorio será el fin, ¿entiendes? ¡El fin!

–Muy bien –el general Winston tomó la palabra–. Ya han tenido tiempo suficiente para pensarlo. ¿Quiénes están a favor de rescatar lo más pronto posible al general Payne?

Solo Rudy levantó la mano.

–¿Quiénes están a favor de que se continúe con las investigaciones, para así tomar la decisión más adecuada en el futuro?

La mayoría levantó la mano.

–General –el coronel Douglas tomó la palabra–. Estoy de acuerdo con que lo más sensato es esperar, pero quisiera saber: ¿Cuál será nuestra reacción cuando la opinión pública se entere de la desaparición del general?

–Para evitar especulaciones y teorías, lo mejor será hacer de conocimiento público el secuestro del general. Además, difundiremos toda la información posible sobre los Filosofal. Eso será todo por ahora. Nos mantendremos a la expectativa de lo que revelen nuestras averiguaciones.

–¡¿Entonces cuál ha sido la razón de esta reunión secreta, si al final todo el mundo se va a enterar de la cobardía de los centinelas?! –Rudy intervino tras levantarse intempestivamente de su asiento. Todos quedaron boquiabiertos ante tan enérgica y sorpresiva intervención.

–¡Ay dios!, ¿Por qué nunca puedes guardar la compostura, Rudy? –se lamentó Scarlett desde su asiento.

–Era necesario conocer que todos estábamos de acuerdo con la decisión más prudente, para así evitar que alguna decisión aislada perjudique a nuestra organización –la general Desiré rompió finalmente el incómodo silencio–. Además, esta reunión también ha servido para compartir con nuestros colegas información confidencial sobre asuntos de suma importancia.

Todos los centinelas, con excepción de Rudy claro está, asintieron.

Rudy no se lo podía creer. Aunque no había conocido mucho tiempo a Payne y no lo consideraba un gran amigo suyo, aun así, él sentía que debía rescatarlo. Luego de que se enfrentaron en la final del Torneo Dragón, a Rudy le quedó claro que Payne no era una mala persona, sino que simplemente era un tipo demasiado orgulloso de sus fuerzas. Además, Rudy era consciente de que el general le había enseñado a ser un guerrero honorable dándole ese genial combate, y por eso Rudy creía que rescatarlo era la mejor forma de retribuirle ese favor, teniendo en cuenta que por culpa de esa pelea que melló sus fuerzas el general terminó siendo capturado.

–No lo puedo creer –Rudy negó con la cabeza–. ¿Abandonarán a un compañero solo por priorizar sus propios intereses?

–Si nos apresuramos y fallamos, los centinelas y el mundo estaremos en un gran peligro –señaló Winston, aunque con un tono poco convencido.

–Está bien, ya no diré nada más –Rudy en esos momentos optó por tratar de frenar la ira que de pronto había invadido su cuerpo, así que decidió ponerle punto final a la discusión. Ya luego vería que es lo que haría finalmente.

–¿Qué es lo que acordaron finalmente los centinelas? –preguntó Denisov. Él era un tipo alto, de facciones toscas, pelo negro peinado hacia atrás y unos atemorizantes ojos color zafiro. En aquel momento él se encontraba sentado a la cabecera de una mesa rectangular, y a los lados de esta estaban situados los siete Filosofal existentes.


–Han dicho que esperarán a conseguir más información antes de dar algún paso –contestó Simona, quien previamente había infiltrado una minúscula mariposa púrpura en el salón en el que se reunieron los centinelas.

–Era de esperarse que no morderían el anzuelo, maestro. Yo te lo advertí –señaló el doctor Fritz.

–Calma, “doc”. Si todo lo que me han informado sobre el muchacho Rudy es correcto, estoy seguro de que mi plan tendrá éxito.

–Pero, ¿cómo puedes estar tan seguro, maestro? –preguntó Igor.

–Puedo adivinar su forma de pensar porque él es del tipo emocional, al igual que yo. ¿Verdad, Ozzy?

Ozzy asintió con su característica sonrisa llena de misterio.

–El muchacho Rudy fue el único que se opuso desde un principio a la decisión de no rescatar al general, aunque al final tuvo que resignarse a aceptarla –indicó Simona.

–¿Ven a lo que me refiero? –sonrió Denisov–. Y bueno, cambiando de tema, ahora nos toca hablar de tu situación, Simona.

–Acepto toda mi culpa y el castigo que se me imponga –Simona agachó la cabeza.

–Has venido por voluntad propia… eso demuestra que eres una mujer inteligente, Simona –señaló Denisov.

–Maestro, si me permite hablar… –Sonja pidió la palabra.

–Siempre me he preguntado porque eres tan formal conmigo, Sonja. Si quieres puedes relajarte y dirigirte a mí como lo hacen tus demás compañeros –la interrumpió Denisov.

–Si me permite hablar –continuó Sonja como si nadie la hubiera interrumpido–, debo recordarle que la traición entre compañeros es un crimen imperdonable.

–Lo sé, lo sé… pero Simona está arrepentida, así que su castigo no será tan duro.

–Gracias, maestro –Simona exhaló aliviada.

–Tu castigo, Simona, será que nunca podrás gobernar Poldsmik. En vez, lo que tú harás será… por ahora te asignaré a Rom para que ayudes al doctor Fritz en su labor. Ya luego pensaré mejor en donde más podrás ser de utilidad.

–Pe-pero maestro, ¿Quién gobernará Poldsmik si no soy yo? ¡Soy la más experimentada para hacerlo, además de que yo he dejado el terreno listo para que el país sea gobernado por nosotros! Conozco todos los antecedentes de mi plan. Si pones a alguien más, todo se irá al traste…

–Te has olvidado de algo, Simona –señaló Denisov–. Tú no eres la única que participó en el éxito de ese plan del que tanto hablas.

–¿No entiendo a qué te refieres, maestro?

–Señores –Denisov se levantó de su asiento –les presentó al nuevo miembro de los Filosofal, quien remplazará a Montgomery, nuestro querido compañero caído, en su misión de gobernar el país de Poldsmik: Jack McFarlane.

–¡Jack! –Simona soltó un grito ahogado. No lo podía creer, el mismo Jack que ella había entrenado en el pasado ahora estaba vestido con traje y sombrero de copa, como todo un Filosofal, y, lo que era peor, listo para arrebatarle su anhelado sueño de gobernar su país natal.

–Por supuesto, por ser nuevo en esto de gobernar, durante sus primeras semanas al mando Jack será asesorado por nuestra estimada compañera, Sonja –explicó Denisov.

–Tranquila, Simona –Jack dirigió la vista a su antigua maestra–. No te guardo rencor, así que no te pongas tan nerviosa con mi presencia.

Estas palabras tuvieron el efecto contrario en Simona. En vez de tranquilizarse, ella se tornó más paranoica que nunca. Por su parte, Jack, totalmente relajado, tomó asiento en uno de los lados de la mesa.

–Denisov –la reina Ivonne tomó la palabra–. ¿Y qué es lo que pasará con los centinelas una vez que nuestro plan tenga éxito?

–Ellos ya no podrán actuar con tanta libertad como hasta ahora. Serán prisioneros de la burocracia y de la fiscalización del senado, de modo que ya no representarán un obstáculo para nosotros –explicó Denisov.

–Maestro, si hay algo que yo pueda hacer por la causa solo pídemelo –se ofreció una mujer de tez tan blanca como la nieve, y de largo cabello rubio casi plateado sobre el que descansaba una fina vincha plateada. Ella era dueña de una belleza delicada y de unos ojos cuyo color era tan celeste como el del cielo más despejado. Llevaba un vestido celeste, y en los dedos de su mano derecha tenía puestos cinco anillos de cristal, uno en cada dedo.

–Por ahora sigue gobernando en mi país natal, Svetlana –respondió Denisov.

–Lo haré con gusto, aunque… quisiera tu permiso para poder ir por unos pocos días al Reino del Oeste de Rom. Allí vive una buena amiga a la que quiero visitar.

–Permiso concedido, Svetlana.


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