Capítulo 18: Cambio de planes

 


A la mañana siguiente los centinelas poco a poco fueron abandonando el castillo. Para el mediodía, los únicos que quedaron en el lugar fueron Rudy y sus compañeros de promoción de la Academia de Centinelas. Estos últimos estaban preocupados por Rudy, así que decidieron quedarse para hablar con él. El general Winston tuvo la misma idea, de modo que los acompañó.

–Rudy, no te sientas mal. Estoy seguro de que cuando llegue el momento rescataremos al general Payne –lo animó su amigo Bill.

–Ya no hay nada que puedas hacer ahora, Rudy. No te deprimas en vano –agregó Scarlett–. Más bien, aprovechando que toda la promoción está reunida, que te parece si nos vamos a conocer la ciudad, de paso que nos ponemos al día de nuestras últimas experiencias…

–Hazles caso a tus amigos, Rudy –sugirió el general Winston. Rudy aceptó de mala gana la oferta de Scarlett y se fue del castillo junto con ella y los demás chicos de su promoción. Por su parte, Winston fue en busca de la reina para agradecerle por su hospitalidad.

A pesar de que era de mañana, el gris del cielo permanecía inmutable sobre la ciudad. Los jóvenes centinelas se aventuraron a alejarse del centro de la ciudad, y terminaron instalándose en una cafetería de aspecto tosco ubicada en las cercanías al puerto. Los muchachos se acomodaron, juntando mesas y jalando sillas, justo frente a un ventanal de rejas negras, a través del cual podían verse las más variadas embarcaciones, desde goletas y barcos mercantes hasta fragatas y corbetas militares.

Los muchachos, mientras comían y bebían los aperitivos que habían ordenado, charlaron sobre sus aventuras y experiencias de los últimos meses, aunque en algunos momentos también se aventuraron a opinar sobre temas espinosos, como por ejemplo la política o las posibles pretensiones de los Filosofal detrás de los actos que cometían.

Por su parte, Rudy no participó mucho de la tertulia y permaneció meditabundo mientras oía el monótono ruido del mar combinado con el de las actividades de la gente que trabajaba en el puerto. Estos sonidos, a los que se sumaba el producido por sus compañeros y por las demás personas que estaban en el café, cada vez se le fueron haciendo más lejanos.

–¡Rudy, oye, reacciona! –lo sacudió de pronto Scarlett. Rudy despertó de su letargo y observó a su alrededor con cara de roedor asustado.

–Lo siento, estaba meditando.

–Oye Rudy, ¿no quieres probar un poco de esto? –Tony le ofreció un vaso de aguardiente–. Ya verás como con este elixir mágico te olvidarás de tus preocupaciones.

–No creo que sea buena idea beber desde tan temprano –opinó Clark.

–Yo opino lo mismo –acotó Scarlett.

–Vamos, no sean aguafiestas –intervino Susan–. Nos reunimos los trece después de mucho tiempo, y en vez de animarse se ponen cucufatos. ¡Este es nuestro ansiado reencuentro, chicos!

–No quiero arruinarles la reunión con mi actitud, así que necesitaré un poco de “ayuda” –señaló Rudy, quien a continuación cogió el vaso y sin pensarlo dos veces se tomó su contenido de golpe.

Pasaron las horas, y cuando el gris del cielo ya se estaba tornando negro los muchachos por fin salieron de la singular cafetería que también resultó ser un bar.

–Les dije que era una mala idea tomar alcohol –señaló Scarlett antes de soltar un “¡hip!”. En aquel momento ella a duras penas podía mantenerse en pie, así que tuvo que agarrarse del brazo de Lucrecia para no terminar cayendo de bruces.

–Todos ustedes son una vergüenza –comentó Lucrecia. Ella era la única de todo el grupo que tras salir del bar aún se mantenía en sus cinco sentidos.

–Oye, Lucrecia –intervino Phillipe con voz ronca y arrastrando las palabras–. ¿Cómo es posible que a pesar de haber tomado igual que nosotros estés como si nada?

–En el orfanato en el que vivía los encargados solían emborracharnos cuando no queríamos ir a dormir –explicó Lucrecia–. Gracias a ello es que aprendí a beber.

–Que orfanato para más intrigante. De verdad que quisiera conocerlo.

En ese momento los muchachos parecían pastos balanceándose al viento. Lucrecia trataba por todos los medios de evitar que sus compañeros caigan al suelo o que se separen del grupo. Al final, a pesar de lo difícil que le resultó, la joven centinela de los ojos grises pudo arreglárselas para llegar junto con sus compañeros al cuartel de los centinelas de Moonsun. Con la ayuda de los soldados que en ese momento patrullaban en el cuartel, Lucrecia envió a los muchachos a sus habitaciones. Luego, bastante agotada, ella se sentó en la sala de espera para recuperar fuerzas. –¡Un momento! –de pronto una preocupación la acometió. Lucrecia se incorporó de golpe, y a toda velocidad se fue a revisar las habitaciones de sus compañeros–. Lo que me temía, ¡Rudy no está aquí! –ella se lamentó tras la revisión.

–¿Está segura de que solo traje a once de mis compañeros? –preguntó a la capitana Sharon.

–Completamente, además si hubieras llegado con Rudy lo hubiera reconocido de inmediato.

–¿Ahora qué haremos? Probablemente se separó del resto mientras los traía al cuartel.

–No te culpes. Yo también hubiera tenido problemas como la niñera de tantos manganzones borrachos.

–Le avisaré al general Winston para que nos ayude –indicó Lucrecia.

–El general aún no se ha aparecido en el cuartel –le indicó la capitana–. Aunque lo cierto es que me dijeron que abandonó el castillo Fevgard aproximadamente al mediodía.

–Bueno, probablemente tenía algo que hacer en otro lugar y no pudo avisar de su partida.

–Nosotras lo buscaremos. Les pediré ayuda a unos cuantos soldados del cuartel para agilizar la búsqueda.

“Pensaba que encontrar a Rudy separado de sus compañeros sería algo imposible, pero vaya suerte la mía”, pensó Sonja. Ella apareció en medio de un poco iluminado callejón. Cogida de la mano tenía a la princesa Mei, quien en esos momentos llevaba una blusa color mostaza claro, falda larga y un sombrero, ambos cafés, y un par de botas de cuero. Otra particularidad era que en ese momento la princesa llevaba el pelo suelto y no uno de sus intrincados peinados tradicionales de Yk.

–¡Oye, ¿Por qué me has traído a este basurero?! ¡Además, me has obligado a llevar esta ropa extranjera de poca elegancia! –se quejó la princesa.

–Guarde silencio, princesa –contestó Sonja–. Ya le expliqué que esa ropa es para que usted pueda pasar desapercibida. Y si la he traído a este lugar es porque su gran amor está muy cerca.

–¡¿Rudy está aquí?! –chilló la princesa muy emocionada. Sonja calló a Mei poniendo su dedo índice sobre los labios de la princesa. Luego la jaló de la mano y la llevó hacia un hospedaje que estaba a la vuelta del callejón.

Ambas entraron a la sala de recepción, y mientras la princesa esperaba sentada en uno de los desabridos sofás de la sala, Sonja pidió la llave de la habitación que previamente había alquilado a un gordo de barba pinchuda que fungía como administrador de la posada.

–¡Oye, Sonja, este lugar huele a moho, hay mucha humedad y es desagradable! –se quejó Mei–. ¡¿Por qué no me trajiste a un establecimiento más decente para encontrarme con mi leoncito?!

–Pues porque en otro lugar sería muy arriesgado para usted. En cambio, en este hospedaje a las afueras de Moonsun nadie la reconocerá. Es el lugar ideal para que se reúna con su amado.

–Ya veo, somos como los amantes que se reúnen en secreto debido a que su amor es algo prohibido –suspiró Mei.

“Vaya niña para más ingenua y mimada. Ella cree que el mundo es como un cuento de fantasía”, pensó Sonja, y luego suspiró y aceleró el paso, jalando a la princesa tras de sí. Ambas subieron las gradas de la posada en pos de ir a la habitación que Sonja había alquilado.

–Eh aquí a su “leoncito” –indicó la Filosofal tras abrirle la puerta de la habitación a la princesa. Adentro Rudy yacía profundamente dormido sobre uno de los catres de la paupérrima habitación.

–Aquí huele a borracho –olisqueó Mei.

–Es que el joven Rudy estaba tan nervioso por el hecho de reunirse con usted, que terminó emborrachándose.

–Oh, ya veo. Ay, mi querido Rudy. No tienes por qué ponerte nervioso: yo te voy a querer siempre, siempre.

Mei corrió hacia Rudy y se sentó en el catre junto a él. Se quedó contemplándolo por unos instantes y luego volteó para agradecer a Sonja por su ayuda. Sin embargo, ella ya había desaparecido.

Los rayos del sol hace un buen rato que ya habían irrumpido en la habitación. Lentamente, Rudy fue abriendo los ojos. Se trató de incorporar, pero se dio con la sorpresa de que había una joven durmiente que tenía la cabeza apoyada sobre su pecho.

Rudy se levantó de golpe, sobresaltado por la presencia de la muchacha. Ella cayó al piso.

–¡Auch!, eso me dolió –se quejó Mei mientras se ponía de pie y se sobaba la espalda.

–¿Quién eres tú? –un tembloroso Rudy preguntó en tanto señalaba a la joven.

–Soy Mei, la princesa de Yk… y tu futura esposa.

Al oír esta respuesta tan inesperada, Rudy sintió que le venía un soponcio. Sin embargo, al poco rato él logró recuperar la compostura, y acusó a la joven de querer tomarle el pelo.

–En verdad soy la princesa de Yk, bueno, aunque ahora con estos trapos que llevo encima no lo parezco para nada…

–Eso no me importa, a lo que me refiero es a que yo nunca te he visto en mi vida. ¡¿Cómo piensas que acepte que seas mi esposa si ni te conozco?!

–Cuando te vi por primera vez en el Torneo Dragón, supe que eras mi amor predestinado.

–Eso es imposible…

–¿Acaso no crees en el amor a primera vista?

–Te estoy viendo y no siento nada.

–¡Que malo eres! –lo acusó Mei, y acto seguido salió arrebatada de la habitación, tirando la puerta tras de sí.

“No me importa lo que le pase a esa loca. Mejor que se vaya. Ahora en lo que debo pensar es en un plan para rescatar al general Payne. Pienso que lo primero sería recolectar más pruebas, pero no hay tiempo…”, en estas cavilaciones estaba Rudy, pero el remordimiento por haber tratado mal a la chica no le permitía concentrarse.

–No creo que le pase nada –se dijo Rudy a sí mismo para tratar de animarse, pero cuando se asomó por la ventana para saber en qué lugar se encontraba, descubrió que se hallaba en un barrio de mala muerte.

Rudy buscó por los pasillos de la posada y luego bajó a la sala de recepción. Ni rastros de Mei.

–¿Has visto pasar por aquí a una muchacha de ojos rasgados? –preguntó Rudy al tipo gordo de la recepción. Este último señaló hacia la salida.

–Demonios, como se le ha ocurrido marcharse sin más. Que tipa para más caprichosa –se dijo Rudy–. Solo espero que no le haya pasado nada malo.

Rudy recorrió todas las calles de la zona. Mientras más avanzaba, se fue cruzando con más y más rostros macabros y de pinta nada amigable. El remordimiento y la preocupación iban en aumento. Pasó por una esquina en la que había un cerro de desmonte y basura, avanzó por un jirón y antes de salir a la siguiente cuadra oyó unos gemidos de angustia. Retrocedió y entró por un callejón sin salida. Al fondo de este, Mei había sido acorralada por dos sujetos, de los cuales uno la amenazaba con un cuchillo. La princesa estaba tan asustada que no podía pronunciar palabra alguna.

–Mira lo que tenemos aquí, compañero –el tipo del cuchillo le sonrió a su amigo.

–Hace tiempo que no me cruzaba con una joven tan bonita. Oye linda, ¿qué te parece si nos divertimos un poco? –el otro tipo se dirigió a Mei mientras le acariciaba una de sus mejillas, en ese momento húmedas por las lágrimas.

De pronto, los dos tipos cayeron inconscientes frente a los pies de Mei. La princesa dirigió la vista al frente, y se encontró cara a cara con Rudy, quien aún tenía los brazos en alto tras haber golpeado las nucas de los facinerosos.

–¿Te encuentras bien? –preguntó el centinela mientras le tendía la mano a la muchacha.

–¡Pensé que me iban a matar! –exclamó una desconsolada Mei, y segundos después se arrojó a los brazos de Rudy y lo abrazó con todas sus fuerzas.

–¡Espera Rudy, ¿Cuál es el apuro?! –preguntó Scarlett mientras Rudy la jalaba del brazo. Tras ella iban los demás muchachos de su promoción.

–Vamos, explícanos que ocurre –le exigió Phillipe.

–Ya lo verán cuando lleguemos –fue la única respuesta que dio Rudy.

Los muchachos llegaron a la recepción del cuartel. Allí, apoyada en una de las paredes, estaba Mei.

–Un momento. Ella es, es... –Bill no podía salir de su asombro.

–¿Quién es, Bill? –le preguntó Kina, aun con un poco de resaca por lo del día anterior.

Bill no contestó. Solo miró en todas direcciones.

–Bien, parece que ninguno de los soldados la ha reconocido –él dijo aliviado–. Salgamos de aquí. A la vuelta hay un parque en el que podremos conversar con tranquilidad. Los demás, extrañados por el comportamiento de Bill, atinaron a seguirle la corriente y lo siguieron hacia el parque.  Una vez allí, camuflados por la multitud de gente que paseaba a esas horas, Bill por fin dijo a sus compañeros lo que hace un rato no se atrevió a pronunciar: “Ella es Mei, la princesa de Yk”.

Todos quedaron estupefactos por esta inesperada afirmación.

–¡¿Rudy, como se te ocurre haber secuestrado a la princesa de Yk?! –Susan gruñó en voz baja.

–¡Yo no la secuestre! Verán, ayer, luego de que salimos del café, no sé cómo, pero terminé durmiendo en la habitación de una posada, y cuando me desperté la princesa estaba a mi lado.

Todos se quedaron boquiabiertos. Scarlett se adelantó hacia Rudy y le dio una soberana bofetada.

–¡Eres un ruin asqueroso! –ella le gritó.

–No, no es lo que creen –rio Mei al darse cuenta de lo que habían pensado los compañeros de Rudy–. Él no me secuestro ni me hizo nada. Lo que pasó fue que yo le pedí a una amiga que me ayude a reunirme con Rudy, así que ella lo encontró y lo llevó al hospedaje. Cuando yo llegué él ya estaba dormido, así que lo único que hice fue dormir a su lado.

–Pero princesa, ¿porque usted querría encontrarse con Rudy? –preguntó Tony de lo más extrañado.

–Pues porque estoy enamorada de él.

Si antes los muchachos ya se habían quedado sorprendidos, con esta respuesta casi les dio un soponcio.

Los chicos regresaron al cuartel junto con Mei, aunque en esta ocasión la princesa estaba arreglada de tal forma que difícilmente alguien la hubiera podido reconocer (Susan peinó el pelo de la princesa hacia adelante, de modo que le cubría medio rostro). Los hermanos Farro habían convencido a los demás de que le cuenten la situación a la capitana Sharon, pues ella les podría ayudar. Rudy explicó la situación a la capitana una vez se reunieron con ella. Tras oír lo dicho por el joven centinela, Sharon se quedó pensativa por un buen rato.

–Es una situación difícil –dijo ella finalmente–. Se le mire por donde se le mire, lo primero que cualquiera pensaría de esta situación es que Rudy a secuestrado a la princesa. Si esto llega a oídos equivocados, será un gran escándalo en toda la República y los centinelas tendremos más problemas de los que ya tenemos.

–Capitana, ¿Cree que esto haya sido obra de los Filosofal? –preguntó Lucrecia.

–Es muy probable. Princesa Mei, ¿Quién fue la persona que la ayudó a reunirse con Rudy?

–Sonja, una mujer que vestía traje de etiqueta y sombrero de copa. Ella era increíble, pues podía desaparecer de un lugar y aparecer en otro, sin importar la distancia, ¡y en segundos! Aunque también era algo misteriosa. Lo único concreto que sé de ella es que era una subordinada del embajador de Gotia.

Un silencio dramático se apoderó de la sala de reuniones del cuartel. Al final, Lucrecia dijo lo que todos habían pensado, pero que nadie se atrevía a mencionar: “es probable que los Filosofal hayan espiado nuestra reunión secreta”. Esta deducción implicaba mucho más que lo que mencionaba, pues de ser cierto que los centinelas fueron espiados, el embajador de Gotia probablemente sería un Filosofal con mucho poder e influencia dentro del castillo Fevgard.

–¡El general Winston! ¿Creen que todo esto tenga que ver con su desaparición? –sugirió Clark exaltado.

–¿Qué es lo que están hablando de mí? –en eso se oyó una voz. El general Winston acababa de entrar a la habitación–. Me fui al bosque de las afueras de la ciudad a meditar por todo lo ocurrido. Perdón si los hice preocuparse.

–Viejo, en el castillo es muy probable que haya un Filosofal infiltrado –de saque le advirtió Rudy.

–¿De qué rayos me estás hablando? –Winston no entendió nada. Entonces, Sharon tomó la palabra y le explicó al general todo el asunto de la princesa y lo que habían descubierto a partir de aquel.

–La reina me comentó de ese embajador –recordó Winston–. Me dijo que hace un tiempo él había viajado con dos de sus subordinados a Yk… un momento: esos tres, probablemente… ¡son los que secuestraron al general Payne!

–Todo esto es muy confuso –se quejó Phillipe–. Primero nos hacen creer que el general fue secuestrado por sátiros, pero después nos traen a la princesa Mei con información muy comprometedora…

–Ahora debo ir a hablar con la reina para que me dé más información sobre esos tipos. Después nos reuniremos. Esperen aquí, no tardaré mucho –indicó el general Winston, y a continuación salió a toda prisa hacia la calle.

En la habitación de la torre más alta del castillo Fevgard, Denisov se encontraba apoyado sobre un balcón y observando la ciudad. Al rato, alguien tocó la puerta de la mencionada habitación. –Pase –dijo Denisov, y por la puerta entró Ozzy con su característica sonrisa de oreja a oreja.

–¿Ya te contó Sonja de mi plan, maestro? –preguntó Ozzy.

–Muy ingenioso. Solo por eso te perdono el haberlo realizado sin consultarme.

–Ahora solo queda que “su majestad” haga su parte.

–Excelente, todo marcha a pedir de boca. Aunque… por otro lado, también me hubiera gustado ver al muchacho Rudy revelarse contra la decisión de los centinelas. Eso sí que hubiera sido muy interesante, ¿verdad Ozzy?

–Así es, maestro. Aunque todavía no pierdas las esperanzas. Te prometo que el muchacho tarde o temprano se nos unirá.

Denisov mostró una leve sonrisa ante el comentario de su subordinado, y luego regresó la vista hacia el balcón para continuar observando el paisaje.

–¿Estás segura de lo que me estás diciendo, Ivonne? –Winston le insistió a la reina.

–Lo estoy, maestro. Fritz y sus dos subordinados nunca regresaron aquí. Además, gracias a mis espías más confiables pude enterarme de que el embajador y sus dos subordinados iban a partir hacia Rom, pues una organización llamada Filosofal les ordenó dirigirse hacia un laboratorio secreto que habían instalado en estas tierras.

–Con que los Filosofal, ¿eh? Me lo suponía…

–¿Usted conoce a estos tipos, maestro?

–Son una organización muy peligrosa.

–De haberme enterado antes de todo esto ya habría tomado las medidas del caso. Cielos, maestro, lo que está haciendo ese Fritz es un grave peligro para toda la humanidad…

–Esto es increíble –el general Winston movió la cabeza en gesto de perplejidad–. ¿Cómo es posible que estos tipos hayan irrumpido en Rom y que hasta ahora los sátiros no hayan reaccionado? Debemos detenerlos, que si los sátiros los descubren será el fin.

Cuartel de los centinelas de Moonsun. En la mesa del salón de reuniones, la princesa Mei se encontraba tomando tranquilamente una taza de té que le había ofrecido la capitana Sharon. Por su parte, los demás charlaban sobre lo que se vendría en el futuro después de todo lo que había ocurrido. Rudy también quería charlar sobre estos asuntos con sus colegas centinelas, pero la princesa lo quería a su lado y en ningún momento le soltó el brazo.

El general Winston llegó agitado al cuartel. Todos quedaron estupefactos luego de que Winston les contó sobre lo que acababa de enterarse.

–¡Muchachos, partiremos hacia Rom de inmediato! Nuestra misión será traer de vuelta a los tres infiltrados en el menor tiempo posible, y de paso rescataremos a Ryan –el general tenía muy clara su decisión.

–Pero… ¿Cómo encontraremos a esos tres? El territorio de Rom debe de ser enorme –Lucrecia no lucía muy convencida.

–Quizá recuerden que durante la reunión en el castillo Fevgard comenté que existe una técnica del halo que nos permite a los tres generales centinelas conocer la ubicación y el estado del espíritu de los otros dos generales –Winston contestó de inmediato–. Por lo tanto, mientras el general Payne siga cerca de esos tres no nos será muy complicado seguirles el rastro.

La explicación fue suficiente para convencer a Lucrecia y a los demás centinelas.

–Sharon, tú tendrás otra tarea –esta vez Winston se dirigió en específico a la capitana–. Tu misión será informar de todo esto a la general Desiré y al resto de centinelas de alto rango, y también deberás llevar a la princesa Mei de vuelta a su país.

–¡Sí, mi general! –asintió Sharon con un saludo militar.

–¡Yo no me iré a ningún lado, me quedaré con Rudy! –replicó Mei–. Si me mandan a mi país, les juro que le contaré a todo el mundo sobre lo que está pasando aquí.

–¡¿Te has vuelto loca, chiquilla caprichosa?! –le reclamó Scarlett–. Si haces eso el mundo se volverá un caos de confusión.

–No tenemos tiempo para tonterías –intervino el general Winston–. Rudy, tú te harás cargo de la seguridad de la princesa durante la misión, ¿entendido?

–Lo que me faltaba –Rudy se dio un palmazo en la frente.

–¡Serás mi caballero guardián, amor mío! –la princesa se colgó del cuello de Rudy, muy efusiva y sonriente ella. Nadie dio alguna muestra de compartir su felicidad, aunque lo cierto es que Mei ni se percató de ello.



FIN DEL PRIMER LIBRO



🤩 Si te gustó el capítulo, no te olvides de hacérmelo saber en los comentarios y de recomendarlo con tus amigos. ¡Hasta la próxima! 👋

😻¡Infinitas gracias por leerme!😻

Comentarios

Entradas populares

EL ANILLO DEL REY NIBELUNGO (2DA PARTE)

CAPÍTULO I (1ERA PARTE)

Capítulo 1: ¿Qué rayos me ha pasado? ¡La maldición de Daysy entra en acción!