Capítulo 14: Conspiraciones en Poldsmik
En una apacible tarde de primavera y bajo la sombra de un frondoso árbol, Jack se encontraba en un combate de práctica contra su tutora, la Filosofal Simona. Ya habían pasado un par de semanas desde que se conoció con su maestra, y él ya se sentía listo para ir hacia Poldsmik a enfrentar su destino.
–¡Cuida tus espaldas, Jack! –le advirtió Simona. Jack movió ligeramente su mano, y su látigo se dirigió hacia atrás para cubrirle la espalda. Golpeó con fuerza a una mariposa púrpura y esta cayó al suelo mientras se incineraba.
–Buena reacción. Tus instintos y reflejos se han desarrollado satisfactoriamente gracias al entrenamiento.
–¿Crees que ya estoy listo para vencer a Montgomery? –preguntó Jack con ansias.
–Estas muy entusiasmado por enfrentarlo, ¿verdad? –Simona se acercó a su discípulo y le dio una palmadita en la espalda–. No te preocupes, te aseguro que en tu estado actual tú solo puedes hacerte cargo de él.
–Suena interesante –sonrió Jack con determinación–, una batalla de uno contra uno es justo lo que esperaba para saldar cuentas.
“Y lo que yo espero que hagas para que mi plan sea un éxito”, por su parte pensó Simona mientras en su rostro se dibujaba una apenas perceptible sonrisa.
Los cascos de un par de caballos que jalaban una carroza hacían eco por el solitario camino de piedras que atravesaba verdes campos de cultivo ubicados cerca de Mild. Era casi medianoche y las casas de los granjeros lucían oscuras. El viento soplaba con fuerza y los grillos cantaban de forma despreocupada. Era una noche sin luna ni estrellas, por lo que si no fuera por los faroles que colgaban del carruaje toda la zona habría estado sumida en la más completa oscuridad.
Tras un largo recorrido desde la principal ciudad industrial de Poldsmik, por fin el carruaje se detuvo frente a un granero que a simple vista lucía abandonado. El cochero saltó de su asiento y se apresuró en abrirles la puerta a los ocupantes del solitario carruaje. Simona y Jack bajaron despacio y luego, siguiendo al cochero, entraron al granero.
El hombre removió un montículo de paja y abrió una puerta que se encontraba oculta bajo el montículo y que daba acceso a un pasadizo secreto. Simona agradeció al sujeto y luego bajó por el pasadizo secreto seguida de Jack. Por su parte, el tipo hizo una pequeña reverencia, salió del granero y se alejó en la carroza.
–Este sitio es la base de la facción que nos hemos revelado contra Montgomery –indicó Simona mientras descendía por las frías gradas del lugar. Lámparas de aceite que colgaban por las paredes iluminaban el tétrico pasadizo.
–Cuento las horas para enfrentarme a Montgomery –Jack expresó su ansiedad.
–Antes de partir de Mabsve, varios de mis aliados se nos adelantaron para investigar a Montgomery. Ellos ya están al tanto de nuestra llegada, así que cuando sepan de una situación conveniente para enfrentar a Montgomery nos avisarán de inmediato.
A la mañana siguiente, una impactante noticia se esparció como pólvora por todo el territorio de Poldsmik. Resulta que el día anterior un enorme grupo de revolucionarios atacó por sorpresa el capitolio de Fadge, la capital del país. Sin embargo, esta noticia no fue algo que no se haya previsto de algún modo, pues desde hace ya varias semanas se habían venido produciendo constantes revueltas y protestas en las principales ciudades de Poldsmik. El golpe de estado fue algo que ya se veía venir.
–¡¿Qué significa esto?! –bramó Montgomery luego de tirar el periódico sobre la mesa del despacho de su mansión. Varios tipos vestidos de mosquetero, entre los que se encontraba Louis, tragaron saliva y miraron nerviosos a su amo–. ¡Yo iba a dar la orden para que efectúen el golpe de estado todavía en unos días más! ¡¿Quién fue el idiota que se adelantó?!
–Se-señor –tomó nerviosamente la palabra uno de los tipos presentes–, hemos conversado con nuestros demás compañeros y nadie sabe quién ha podido haber producido el golpe. Al parecer, se trata de un grupo ajeno a nosotros.
–Ya veo –de pronto la actitud de Montgomery se tornó más serena–. Con que fue un grupo ajeno al de nuestros dirigentes. Entonces no importa. Ustedes difundan la orden de que seguiremos con las huelgas y las protestas. El caos en este país debe continuar. Nadie debe reconocer a estos revolucionarios ajenos a nosotros como gobernantes. Cuando la convulsión del país se torne intolerable para la población, entonces yo tomaré las riendas y por fin todo volverá a la calma.
Los tipos vestidos de mosqueteros asintieron y luego abandonaron la habitación.
“Sin embargo, es extraño. No es que me importen esos peleles del gobierno; de hecho, es un alivio, pues ya no tendré que seguir sobornándolos. Lo que me preocupa es que yo tenía bajo mi influencia a todos los dirigentes de los sindicatos y grupos de protesta del país, entonces… ¿Cómo no supe de este grupo? ¿Quiénes son estos “revolucionarios”?”, pensó Montgomery con preocupación.
Aquella misma mañana, un hombre a caballo se detuvo frente al granero en el que se encontraban Jack y Simona. El tipo bajó de su caballo, entró por la puerta secreta, y tras bajar por el pasadizo llegó a un amplio salón iluminado con hermosos candelabros dorados y tapizado por una fina alfombra roja. En medio de este salón, en una larga mesa de madera se encontraban desayunando Simona y su discípulo.
–Misión cumplida –el recién llegado susurró al oído de la dama de la rosa púrpura al mismo tiempo que le entregaba el periódico del día. Simona asintió complacida y al poco rato el hombre pasó a retirarse.
–¿Qué era lo que quería ese sujeto? –preguntó Jack.
–Me dijo que nuestros compañeros aún siguen investigando a Montgomery, y que me mantendrá informada de cualquier novedad –contestó Simona. “La trampa está lista. Estoy segura de que Montgomery se querrá encargar el mismo de los ‘revolucionarios’ que se le adelantaron. Cuando llegue ese momento será la oportunidad perfecta para que Jack lo enfrente”, pensó la Filosofal tras leer la noticia del golpe de estado.
–¿Qué opinan de la noticia? –preguntó Mat a sus compañeros tras mostrarles el periódico. Él junto con Phillipe, Lucrecia, Alanis y Allen se encontraba en la sala de reuniones del cuartel de los centinelas de Mild.
–Esto debe ser obra de Montgomery –comentó Alanis.
–Rayos, entonces, ¿Qué vamos a hacer? –increpó Phillipe–. No podemos seguir aquí de brazos cruzados mientras este país se va al diablo.
–La capitana Alanis todos los días manda a sus palomas para que espíen a Montgomery –intervino Lucrecia–. Por ahora, eso es todo cuanto podemos hacer. Phillipe ya iba a replicar, cuando en eso el capitán Allen tomó la palabra con un tono muy serio.
–¡Entiende, Montgomery no es un enemigo que podamos enfrentar directamente! ¡Debemos encontrar el momento adecuado! –él exclamó. Phillipe se quedó atónito con esta reacción tan inesperada.
–Discúlpalo, Phillipe. Desde que enfrentamos a Capricornio, el capitán Allen se ha vuelto muy cauteloso –intercedió Alanis.
–Pero Allen tiene razón –admitió Mat–. Yo llegué a conocer a Montgomery, y les puedo asegurar que cuando lo vi por primera vez de inmediato me di cuenta de que era alguien muy poderoso, incluso más que mi jefe.
–Esperemos que esta noche las palomas traigan buenas noticias –Lucrecia trató de levantar los ánimos de sus compañeros. Sin embargo, ella sabía (al igual que el resto) que en esta misión sus vidas estaban en el más serio peligro. Desde que llegaron a Mild, hace ya casi como un mes, una terrible noticia les había caído como un baldazo de agua fría y transformó sus dudas en miedo: los centinelas que habían llegado a la ciudad para remplazarlos cuando ellos partieron tras Capricornio habían sido asesinados. Sus cuerpos fueron encontrados en la entrada del cuartel por militares de la República que laboraban en este, y junto a estos se halló una nota que decía: “Mientras más cerca estén de descubrir mis secretos, más cerca estarán de su muerte”. La nota no estaba firmada por nadie, pero en el cuartel ya todos sabían quién era el culpable.
En una cafetería ubicada en las cercanías a la plaza central de Mild Montgomery se encontraba merendando en una mesa, y de cuando en cuando él observaba hacía el cielo de la mañana. “Hay muchas palomas en la plaza. Eso me recuerda que desde hace ya buen tiempo mis espías me informaron de que Alanis y su grupo de centinelas llegaron a la ciudad. Es probable que alguna de las aves que revolotean frente a mí se trate de una de las palomas amaestradas de esa mujer. Es una molestia que ya no pueda sentir su presencia, pues desde que utilice mi poder en aquel capitán centinela sustituto que asesiné, mi técnica se desvaneció de Alanis. Lástima que solo pueda usar mi poder de seguimiento en una sola persona. Debería buscarla para implantarle nuevamente mi poder, pero debido a la muerte de Capricornio yo he tenido que asumir el control del bajo mundo, de modo que el tiempo se me ha vuelto muy escaso”, el Filosofal reflexionó. Luego cogió su taza de café y sorbió el humeante líquido con lentitud.
Se había acabado de ocultar el sol, y por todo Brakville, un pequeño pueblo del norte de Poldsmik, se oyó el repique de las campanas del templo. Mientras tanto, en una calle estrecha e iluminada por faroles colgantes un grupo de mosqueteros se movía sigilosamente.
–El sonido de las campanas es la señal –dijo uno de los tipos a sus compañeros. Estos asintieron y continuaron con su silencioso andar.
–Según nos han informado nuestros espías, el ex presidente se esconde en el monasterio que está detrás del templo.
–Ese miserable: después de haber recibido por tanto tiempo los sobornos de nuestro amo Montgomery, ahora viene a esconderse al lugar menos apropiado para un pecador como él.
Cuando los sujetos llegaron a la parte trasera del monasterio, justo un hombre encapuchado y vestido de monje salía con cautela del edificio. El tipo miró en todas direcciones y luego se alejó con rapidez calle abajo. Sin embargo, antes de doblar la esquina los mosqueteros lo detuvieron y lo apuntaron con sus esgrimas.
–¡¿Por qué ocurrió todo esto?! ¡Montgomery nos prometió que nada nos pasaría mientras lo apoyáramos! –reclamó el hombre vestido de monje.
–Todos los demás parásitos que acaban de ser derrocados del poder ya han sido castigados, señor presidente –dijo uno de los mosqueteros–. Ahora solo falta usted para que se complete la purga. Ni bien acabó de decir estas palabras, él y sus compañeros atravesaron con sus esgrimas al sujeto vestido de monje, quien de inmediato pasó de ser el alguna vez hombre más poderoso del país a un simple y triste cadáver.
–Ya está hecho –sentenció uno de los mosqueteros–. Ahora ya no hay nadie que pueda delatar al amo Montgomery.
–Por fin el camino está libre para que nuestro líder se encargue de esos “revolucionarios” que se nos adelantaron.
El capitolio de Fadge era un enorme y bello edificio de estilo neoclásico. La entrada a este, en lo alto de unas escaleras, estaba sostenida por gruesas columnas de mármol que se prolongaban en fila hacia el interior del edificio. Adentro, sobre el elegante piso también de mármol, se erigían a los lados del salón principal estatuas de los diversos héroes y personajes históricos de Poldsmik. La fachada del edificio destacaba por sus pilares y por el elaborado triángulo de mármol que estaba situado en la parte alta de la entrada principal al recinto.
“Me cuesta admitirlo, pero ese Montgomery sí que es listo. Influyó en el gobierno de este país para que mande a Ciudad Capital como senadores representantes a sus más allegados subordinados. Ahora estos seguramente están tapando todo lo que ocurre aquí, y por eso hasta hoy no ha habido ninguna clase de injerencia por parte de la República. Bueno, solo de esos entrometidos centinelas, pero mientras no presenten pruebas concretas al senado, nadie se atreverá a mover un dedo para que los aliados intervengan aquí”, meditó Simona. Ella junto con Jack y un escuadrón de sus subordinados se estaban dirigiendo hacia el capitolio de Fadge. Hace pocas horas, cuando recién estaba amaneciendo, ellos acababan de llegar a la estación de la capital de Poldsmik. Simona por fin iba a poner su plan en acción.
–Ya está todo preparado, Jack –indicó Simona una vez que llegaron al capitolio y se reunieron con sus “revolucionarios”–. Estos hombres que han realizado el golpe de estado en realidad son mis aliados. Desde ahora tú serás el jefe de la revolución. Tal como lo querías, Montgomery vendrá directo hacia a ti.
Momentos después de la explicación de la estrategia, los “revolucionarios” convocaron por primera vez a la prensa de la capital para manifestar su postura y lo que sería su futuro gobierno. Por supuesto, Jack, en su papel de “líder de la revolución” fue quien dio la cara frente a los periodistas.
–¡Esto es increíble! –exclamó Alanis cuando leyó en el periódico las declaraciones del artífice del golpe de estado–. Jamás me imaginé que Jack sería el responsable de esto.
–Si ha sido él, es un imbécil –señaló Phillipe–. Mira que salir así a declarar a la prensa. Ahora que todo el mundo lo conoce, muchos querrán acabar con él, empezando por Montgomery.
–No saquen conclusiones tan apresuradas –intervino Mat–. Esto me huele mal. No me extrañaría que sea una trampa de Simona para emboscarnos. De todos modos, ella es una Filosofal. Estos tipos son los maestros del engaño y las conspiraciones, sino recuerden lo que les conté respecto a la farsa de los Bocchia…
–En verdad nos sorprendiste cuando nos contaste eso, centinela enmascarado –comentó Lucrecia–. Y pensar que todo un país vive engañado por las artimañas de ese Montgomery…
–Centinela enmascarado, tú nos contaste que aquella vez, cuando Simona se llevó a Jack, oíste que ella le dijo la verdad respecto a los Bocchia y que culpó de todo a Montgomery –recordó Alanis–. En tal caso, es muy factible el asumir que esta trampa no es para nosotros, sino para Montgomery.
–¡Eso no puede ser! –replicó Phillipe–. ¡Ambos son Filosofal, es imposible que se hagan daño entre sí!
–Todo esto es tan confuso –siseó Allen–. Cada vez me siento más perdido en todo este asunto.
–Alanis, ahora más que nunca necesitamos que redobles tus esfuerzos en cuanto al espionaje a Montgomery –indicó Mat, quien desde que se colocó la máscara pactó con sus nuevos compañeros que no lo llamen por su nombre, sino por el seudónimo de “el centinela enmascarado”–. Debes mandar palomas por turnos y que estas regresen a diferentes intervalos, no solo en la noche, pues mientras más pronto nos llegue la información, más rápido podremos actuar.
–Eso sería muy arriesgado –refutó Allen–. Montgomery y sus hombres podrían darse cuenta.
–La situación lo amerita, capitán. Debemos arriesgarnos –Mat defendió su postura. Alanis se quedó dubitativa por unos segundos, pero al final le dio la razón al enmascarado.
–¡Alista mi carruaje de inmediato, partiremos hacia la estación central! –ordenó Montgomery a uno de sus criados tras leer las noticias. “Maldición, tarde o temprano, ya sea por rumores o por los diarios, la noticia del golpe llegará a manos del senado, y cuando eso pase será inevitable que la República se inmiscuya. Debo apresurarme y acabar lo más pronto posible con esos estúpidos revolucionarios y su líder, de modo que cuando lleguen los investigadores de Ciudad Capital, yo ya haya asumido el mando del país y pueda manipular la información de los acontecimientos a mi favor”, pensó el Filosofal con cierto nerviosismo, sensación que era algo poco habitual en él.
Aquella misma tarde, Montgomery abordó el tren que lo llevaría hacía Fadge. Él estaba decidido a acabar con todos los obstáculos que se interponían en su camino, aunque en el fondo sabía que había alguien más que oculto en las sombras movía los hilos. Esa preocupación fue lo que le movió a actuar él mismo y no mandar a sus esbirros a que hagan el trabajo sucio.
Montgomery no lo sabía, pero desde que salió de su mansión había sido seguido y espiado por partida doble. Incluso cuando ya había partido de Mild, los espías, una paloma y una diminuta mariposa púrpura, continuaron observando el tren al que se subió hasta que este se perdió de vista tras doblar por una montaña.
Tres soldados de la armada de Poldsmik cayeron abatidos sobre el asfalto. Un escuadrón de los uniformados contempló la escena mientras disparaban con sus rifles al causante de este ataque. Sin embargo, momentos después ellos compartieron la misma suerte que sus compañeros caídos. Todo esto ocurrió a plena luz de la mañana, pero a ninguno de los transeúntes que pasaban por el lugar pareció importarle. Ellos estaban más preocupados por resguardarse del peligro, pues hace tan solo unos pocos días acababan de ser testigos de cómo su capital se había convertido en un campo de batalla y en tierra de nadie.
–Estos revolucionarios, aprovechándose de la confusión, pusieron a los militares de Poldsmik a su favor. No debo subestimarlos, estos tipos pueden ser muy peligrosos –meditó Montgomery luego de vencer con suma facilidad al grupo de soldados que habían ido a su encuentro. Él se encontraba a pocos pasos del capitolio, y en su avance ya había vencido a varios otros soldados.
–¡Alto allí, intruso! –un asustado militar apuntó con su rifle al Filosofal.
–¿Tan poca lealtad tienen hacia sus líderes los soldados de este país? ¿Qué les prometieron los revolucionarios para que se hayan unido a ellos tan fácilmente? –preguntó Montgomery al soldado.
–Ya estábamos hartos de la corrupción del presidente y de sus allegados –respondió el militar–. Jack y sus camaradas son el grupo que traerá la salvación a este marchito país, al menos eso es lo que yo y mis compañeros creemos.
–Tonterías –comentó Montgomery con indiferencia. El militar levantó la mirada y disparó indiscriminadamente con su rifle. Sin embargo, las balas parecieron haberse estrellado contra una mole de acero: ninguna logró atravesar el cuerpo del Filosofal.
–¡¿Qué clase de monstruo eres tú?! –el soldado tembló de pies a cabeza–. Soy el verdadero salvador de este país –contestó Montgomery. Momentos después, el Filosofal prosiguió con su camino dejando tras de sí el cadáver del militar, cuyo abdomen parecía haber sido golpeado por una bala de cañón.
–¡Señor Jack! –llamó un tipo que fungía de revolucionario–. ¡Mis compañeros han confirmado que Montgomery ya viene hacia aquí!
–Muy bien –sonrió Jack–. Las columnas y las estatuas de los antiguos héroes del país serán testigos de mi batalla. Luego de mi victoria una estatua mía acompañará a las ya existentes aquí. Yo me convertiré en el nuevo héroe de Poldsmik.
A unas cuantas cuadras del capitolio, para ser más precisos en un tranquilo parque, se encontraba Simona. Ella estaba sentada bajo la sombra de un árbol y leyendo un libro. La ligera brisa del viento desordenaba su cabellera, y de cuando en cuando ella se apartaba los pelos que cubrían su rostro con un delicado movimiento de sus dedos. “Por medio de mis mariposas puedo ver que poco a poco Montgomery se va acercando hacía su final. Ese maldito, solo porque el maestro Denisov lo prefirió por encima de mí para gobernar este país siempre me miró con altanería, como si fuera superior a mí. Nunca he podido soportar que me miren por debajo del hombro, pero eso se acabó: ¡ahora verás quien es superior a quien, Montgomery!”, pensó la dama de la rosa púrpura, quien de pronto se echó a reír, y no paró por un buen rato.
–Qué extraño –Montgomery pensó en voz alta tras entrar al capitolio–. No hay nadie, ¿acaso se habrán enterado de mi llegada y huyeron? ¿O es que están escondidos tras las columnas de este enorme salón para emboscarme?
–Ninguna de las dos –Jack salió de detrás de una estatua. En esos momentos sus ojos se mostraban amenazantes.
–¿Eres Jack, el líder de los revolucionarios?
–El mismo.
–¿Sabes que he venido a matarte?
–Ya veremos quien mata a quien –sonrió Jack mientras sostenía con fuerza su látigo de fuego que acababa de materializar.
Montgomery frunció el ceño tras este último comentario de Jack, y un fuerte viento emanó de su cuerpo. Instantes después, el Filosofal observaba a su enemigo desde lo alto, pues se encontraba levitando en medio de las columnas del gran salón del capitolio.
–Así que puedes volar, ¿eh? ¡Pues lamento decirte que de nada te servirá! –exclamó Jack, y al mismo tiempo agitó su látigo de fuego y lo dirigió a toda velocidad hacia el cuerpo de su rival. Sin embargo, para su sorpresa, Montgomery no trató de esquivar el ataque, y por el contrario cogió el látigo con su mano desnuda.
–Imposible –Jack se encontraba impactado.
–Nada es imposible –contestó Montgomery, y jalando del látigo atrajo a Jack hacia él. Una vez que lo tuvo al frente le propinó un violento puñetazo con la mano que le quedaba libre, y al mismo tiempo soltó el látigo.
Jack cayó violentamente sobre el suelo y generó una ola de polvo y escombros. “¿Qué es lo que ha pasado? Ese golpe se sintió como si una pesada bola de hierro me hubiera golpeado a una velocidad inaudita”, pensó Jack tras incorporarse algo maltrecho. –¿Qué demonios fue eso? ¿Acaso posees un brazo de metal? –preguntó.
–Llamo a mi poder final Piel de Hierro Flotante –contestó Montgomery–. Más no creas que te digo esto para despejar tus dudas, ¡únicamente te lo digo para aumentar tu desesperación!
Jack trató de moverse para esquivar el ataque, pero Montgomery le cayó en picada y a una sorprendente velocidad. El Filosofal lo cogió del cuello y lo estrelló contra el duro mármol. Cuando lo levantó, la marca de su cuerpo hundido había quedado grabada en el piso.
–Eso se sintió como si me hubiera aplastado una ballena –se quejó Jack al mismo tiempo que escupía gotitas de sangre–. Tu cuerpo en verdad es pesado, no puedo creer que puedas moverte tan rápido con un cuerpo así…
–Buena observación –sonrió Montgomery–. Cuando utilizo mi poder final mi cuerpo pesa tanto como una montaña. Si no fuera por mi habilidad de “volar”, tu lógica tendría sentido, pues yo no me podría mover ni un centímetro…
–¿Eso también lo dijiste para aumentar mi desesperación? ¿O ahora sí fue para despejar mis dudas? –ironizó Jack. La sonrisa de Montgomery se borró en un instante, y de una violenta patada mandó a volar a su oponente. El cuerpo de Jack destrozó tres columnas, y luego cayó y patinó unos cuantos metros por el brillante suelo de mármol.
–Rayos –se lamentó Jack mientras se ponía de pie con parsimonia–. Y yo que creí que podía jugar un rato más, pero si continuó a este ritmo me matarás. No me dejas más alternativa… ¡Liberación del Alma! –él recitó, y al instante su látigo de fuego se enroscó por todo su cuerpo hasta cubrirlo por completo. Las llamas se avivaron y una potente luz iluminó el sombrío recinto. Montgomery se tapó los ojos con el antebrazo. Cuando por fin se disipó la luz, el Filosofal descubrió sus ojos y lo que vio ante sí fue a un Jack totalmente distinto al de hace instantes.
Un casco de fuego con forma de rostro de ave cubría su cabeza, y de la parte de la nuca de este salían un abanico de plumas incandescentes. El resto de su cuerpo estaba cubierto por un aura que parecía hecha de llamas ardientes de fuego. Esta era la transformación de Jack, el nuevo poder que había adquirido tras el duro entrenamiento al que lo había sometido Simona.
–Bonito disfraz –se burló Montgomery.
–Cada una de estas largas plumas que salen de mi cabeza es como la espada más afilada que te pudieras imaginar –explicó Jack sin inmutarse por el comentario de su oponente.
–Allí yo veo una gran cantidad de plumas. ¿Cómo pretendes empuñarlas todas a la vez, mocoso?
–Así –respondió Jack, y ni bien terminó de contestar sus manos se transformaron en flamas de fuego de las que salieron infinidad de látigos incandescentes. Cada uno de estos látigos de fuego se enroscó en el cañón de cada pluma, y en un parpadear Jack se encontró empuñando un centenar de plumas-espada.
–Solo son más látigos, así que de nada te servirá, pues, por si ya lo has olvidado, hace poco pude detener uno de tus ataques con suma facilidad.
–Hagamos la prueba –Jack agitó uno de sus apéndices y arremetió contra Montgomery. El Filosofal trató de coger la pluma-espada tal y como lo había hecho anteriormente con el látigo de fuego, pero se dio con la sorpresa de que esta vez su mano sufrió un profundo corte, como si un filo de magma incandescente la hubiera atravesado.
–Sacaste tu mano justo a tiempo. Bien por ti, ya que de lo contrario ahora estarías manco –sonrió Jack.
Montgomery se cogió la mano quemada y se alejó volando a una distancia prudente de su oponente. “Ese ataque fue muy rápido. Este muchacho con su Liberación del Alma ha aumentado enormemente su capacidad ofensiva. Creo que lo subestime, pero…”.
–¿Qué tanto meditas? ¿No vas a venir a atacarme? –lo provocó Jack–. Bueno, creo que esta vez yo tomaré la iniciativa.
Jack avanzó como una veloz flecha hacia su contrincante, pero se paró en seco cuando un violento tornado rodeó el cuerpo de Montgomery y lo elevó muy alto, tanto que incluso agujereó el techo del capitolio. El huracán fue tan fuerte que destrozó el suelo que lo rodeaba. Cuando finalmente el viento se disipó, en el piso quedó un cráter de considerable diámetro.
–Ya veo, con que ésta es tu Liberación del Alma, ¿eh? –siseó Jack. En ese momento, frente a él se encontraba una figura humanoide de más de tres metros de alto. Esta era delgada y negra, y con el detalle de que sus manos y pies eran desproporcionadamente grandes. Su cabeza era alargada y con forma de huevo. Por rostro solo poseía un ojo.
–¡¿Qué demonios es esto?! Pareces un maniquí de hierro – se burló Jack. Sin embargo, en sus adentros esta extraña figura le produjo una gran inquietud.
–Llegó tu hora –dijo el notablemente transformado Montgomery con una voz metálica y resonante.
Jack no se dejó intimidar y realizó un frenético ataque con todas sus plumas-espada. Por su parte, Montgomery ni se molestó en esquivar los ataques. Flamas y chispas de fuego salieron disparadas del choque de las armas de Jack contra el pesado cuerpo de su oponente, pero a este último nunca le afectaron, pues su nueva piel poseía las propiedades de una armadura inquebrantable. Jack se sintió como si estuviera tratando de atravesar una roca con pequeños mondadientes.
–Desaparece de mi vista, insignificante insecto –bufó Montgomery, y de inmediato aplastó a Jack con su enorme mano, como si este se tratara de una mosca. Jack quedó hundido en el piso, y por más que lo intentó no pudo incorporarse. Él sentía como si todo su cuerpo se hubiera hecho añicos con ese último golpe. Sin embargo, la voluntad de vencer nunca menguó en su ser, y solo por eso fue que a pesar de su estado él utilizó la poca energía espiritual que le quedaba para incorporarse, ya que con su sola fuerza física aquella hazaña le habría resultado imposible.
“Odio admitirlo, pero este tipo es mucho más poderoso que yo. Pensé que podría luchar de igual a igual contra él, pero tal parece que tendré que recurrir a tu estrategia, Simona”, pensó un notablemente vapuleado Jack.
–¿Ya te rendiste? –preguntó Montgomery en tono burlón. Jack respondió con un escupitajo y una sonrisa desafiante. Luego se dispuso a atacar una vez más, pero Montgomery desapareció de su vista. “Esto es imposible. ¿Cómo algo tan grande y tan pesado puede ser tan rápido?”, pensó Jack atemorizado. Segundos después sintió como si una locomotora muy grande y pesada lo hubiese atropellado. El Filosofal lo había impactado con una brutal patada que lo lanzó a varios metros de distancia. Jack destrozó con su cuerpo un par de columnas, pero antes de aterrizar logró atar dos de sus látigos de fuego a una de las pocas columnas que aún quedaban en pie para frenarse, de modo que evitó estrellarse contra el duro mármol del suelo del salón.
–Eres persistente para ser alguien tan débil –comentó Montgomery tras ver la acrobacia de su enemigo. Jack no contestó. Se sentía frustrado y humillado, pero más que eso se sentía al borde de la muerte. Él sabía que si en ese momento estaba de pie era gracias a su gran fuerza de voluntad y al poco poder espiritual que le quedaba. Sin embargo, sabía que seguir utilizando su energía espiritual para estar consciente y de pie era muy riesgoso, pues si se excedía su alma podría consumirse por completo, y por ende su ser desaparecería sin dejar rastro.
–¡Maestra, responde a mi señal! –gritó Jack de pronto, y sacando fuerzas de flaqueza juntó las llamas que tenía en esos momentos por manos y fusionó todos sus látigos de fuego en uno solo. Dicho gran látigo a su vez pasó a empuñar una única espada-pluma, la cual era casi tan grande como Jack mismo.
–Eso luce peligroso –comentó Montgomery–. Solo por precaución desde ahora esquivaré todos tus ataques.
–No te será posible –sonrió Jack. El Filosofal no comprendió estas palabras, pues el que las pronunciaba estaba demasiado malherido y no parecía tener ningún as bajo la manga. Eso fue lo que creyó Montgomery. Sin embargo, antes de que él pudiera reaccionar, dos enormes mariposas púrpuras emergieron desde debajo de las losas de mármol del piso y se adhirieron a su cuerpo. El par de enormes insectos alargaron sus probóscides, las introdujeron como si fueran inyecciones en la piel de Montgomery, y de inmediato comenzaron a absorber su energía espiritual. Con cada segundo que pasaba las gigantescas mariposas se fueron tornando más brillantes, hasta que al final explotaron de forma violenta.
–Absorben la energía espiritual de su oponente y luego la usan como energía para autodestruirse –dijo Jack–. Esta técnica de mi maestra es realmente temible.
–Sabía que había alguien más que movía los hilos desde las sombras –Montgomery habló con gran esfuerzo–. Debí suponer que se trataba de ti, maldita ramera.
–Acaba con él, Jack –dijo Simona. Ella había aparecido de improviso, instantes después de que sucedió la explosión.
–Su Liberación del Alma ya desapareció y sus heridas son muy graves… creo que ya no hace falta darle el golpe final –se excusó Jack.
–¡Mátalo de una buena vez! –le ordenó Simona con un amenazante grito. Jack, que ya estaba al borde de perder el conocimiento, actuó por pura inercia y decapitó al Filosofal con su gran pluma-espada incandescente.
–Por fin se acabó, maestra –Jack habló con voz débil.
–Así es, esto se acabó… lástima que para ti también –contestó Simona con una maliciosa sonrisa. Tras esto, la Filosofal materializó una de sus mariposas púrpuras gigantes. Jack no lo podía creer: sería asesinado por la mujer en la que él había puesto sus esperanzas, por la mujer que lo salvó y en la que él tanto confiaba. Simona ya estaba a punto de lanzar su mortífero ataque, cuando como por arte de magia una figura apareció justo delante de Jack. Era Sonja.
–Vaya sorpresa –comentó Sonja. Ella portaba en su mano derecha un revolver de largo cañón–. La marca que le puse a Montgomery comienza a debilitarse, vengo para ver qué ocurre, y mira lo que me encuentro.
–Este muchacho asesinó a Montgomery. Yo estaba a punto de cobrar venganza, pero llegaste y me interrumpiste.
–Que rápida eres para vengarte, de veras que me asombras.
–¿Qué estás insinuando?
–Alguien ayudó al chico, y una vez que este cumplió con el asesinato, ese alguien decidió que él ya no le servía más, y que por el contrario se interponía en su pretensión de dominar este país…
–¿Por qué sospecho que estas a punto de inculparme, Sonja?
–Amiga mía, desde que te conozco estuviste obsesionada con la idea de gobernar a tu país natal. Además, con la escena que tengo en estos momentos delante de mis ojos es natural que piense en que todo se acomoda demasiado bien para que tú tomes el poder. Sin embargo, todo lo que he mencionado hasta ahora son puras conjeturas mías. Únicamente con eso no tendría nada con lo que acusarte. Felizmente, eso no es todo lo que tengo, pues lo cierto es que cuento con una prueba lo suficientemente sólida como para derrumbar todo tu castillo de naipes…
–¿A sí? Y según tú, ¿Cuál sería esa “prueba”?
–Este joven –señaló Sonja.
–Eres demasiado astuta para tu propio bien, queridita. Creo que tendré que informarle al maestro de que tomé venganza por el asesinato de dos de mis compañeros.
–Nos veremos pronto, Simona –Sonja se despidió, y al instante tomó a Jack del brazo y en un parpadear desapareció junto con él.
–¡Maldición!, seguramente Sonja sintió que la vida de Montgomery se desvanecía, así que vino en su ayuda. ¡¿Cómo se me pudo olvidar la marca que esa perra puso en todos nosotros?! –se lamentó Simona. En esos momentos, como nunca antes, ella se encontraba sumamente angustiada.
“Montgomery no estaba seguro, pero en cierta forma él sospechaba que quien causó el golpe de estado fue Simona. Por eso me mandó una paloma mensajera hasta Yk para contarme todo lo ocurrido y para solicitarme que me mantenga alerta. Él sabía que yo era la única que sabría la verdad en caso lo asesinasen… Adiós, colega Montgomery…”. En estas reflexiones se encontraba Sonja en tanto deambulaba por amplios y tétricos pasillos. Tras un rato de andar, por fin llegó a un despacho.
–Le tengo noticias, maestro –reportó Sonja.
–Cuéntame –la invitó a hablar el sujeto que estaba sentado en la silla del despacho. La amplia habitación en la que él se encontraba estaba iluminada únicamente por una vela colocada sobre el escritorio. No había ventanas. Por esta razón, lo único que podía ver Sonja de su maestro eran dos ojos color zafiro en medio de las sombras, dos ojos que a uno inevitablemente le hacían pensar en un ambicioso y demoniaco ser glacial.
–Ya veo –asintió el misterioso hombre una vez que Sonja terminó de contarle los últimos acontecimientos–. Yo me encargaré del asunto. Déjame al muchacho.
–Sí, maestro.
–¿Qué rayos fue lo que pasó aquí? –se preguntó Phillipe. El junto con sus compañeros se encontraban en las afueras del Capitolio de Fadge. Aquella mañana, los alrededores del lugar se hallaban repletos de gente, entre las que había militares, ciudadanos, obreros, revolucionarios y periodistas.
–Ayer por la tarde se ha encontrado el cuerpo de Montgomery, un conocido aristócrata de Mild –le contestó un reportero que se encontraba en las proximidades–. Muchos testigos dicen que trató de matar a Jack, el líder de la revolución…
–¿Y qué es de Jack, donde esta él? –intervino Alanis.
–Nadie sabe nada de él hasta el momento –respondió el periodista, quien luego se abrió paso por entre la multitud para tratar de buscar alguna persona que pueda darle más información sobre lo ocurrido.
–¿Creen que Jack esté muerto? –preguntó Allen.
–Mientras no encontremos su cuerpo, lo mejor será confiar en que sigue vivo –comentó Lucrecia.
–Lo que me intriga es saber porque hasta ahora Simona no ha dado la cara –meditó Mat–. Sin Montgomery el camino ya estaba libre para que ella y el chico asumieran el poder, entonces… ¿Por qué?
Para ese momento, muchos proletarios
y demás ciudadanos de Poldsmik que vivían en la miseria por culpa del gobierno
anterior, habían tomado con agrado la noticia del golpe de estado, y además le
habían cogido un gran aprecio al artífice de este. Jack era como un héroe para
todos ellos, y por esa razón es que en esa despejada mañana en la capital muchos
de ellos le expresaban su afecto y admiración frente al capitolio. Este hecho
fue aprovechado por muchos de los “revolucionarios”, quienes agitaban a la
gente con la esperanza de que cuando Jack o su jefa Simona (que también había
desaparecido sin dejar rastro) dieran la cara, sean bien recibidos por la ciudadanía.
La esperanza de estos “revolucionarios” era que al ver el buen ánimo en el que
ellos habían dejado a las masas, Simona y Jack los recompensen generosamente
por haberles preparado el terreno.
🤩 Si te gustó el capítulo, no te olvides de hacérmelo saber en los comentarios y de recomendarlo con tus amigos. ¡Hasta la próxima! 👋
😻¡Infinitas gracias por leerme!😻


Comentarios
Publicar un comentario