Capítulo 9: Liberación del Alma (1era parte)
Pasaron tres días desde la conversación que tuvieron Alanis y Allen. Los muchachos, todos ya enterados de la situación, se encontraban en un tren con destino a Fili, la capital de Mabsve. Un silbato sonó y la locomotora se puso en marcha.
Mientras tanto, en el salón de una mansión ubicada en las campiñas de las afueras de Mild, Montgomery se encontraba sentado sobre un sofá y bebiendo de lo más relajado una copa de vino.
– …y eso fue lo que pasó, señor –Louis hizo muchas reverencias de disculpa tras acabar su relato.
–Con que se escaparon los Cooper, ¿eh?
–Deme la orden y me encargaré de esos malditos que acabaron con Jean.
–Quédate tranquilo, ya he tomado las medidas para hacer escarmentar a esos centinelas entrometidos.
Tras oír esta afirmación, Louis se despidió y abandonó el salón.
Poco después el timbre sonó y un mayordomo se dirigió a abrir la puerta. Pasó un rato y el mayordomo entró al salón acompañado por un sujeto vestido con el uniforme de los militares de la República.
–Buenos días, Sir Montgomery – saludó con una venia el tipo vestido de militar–. Vengo a informar.
Montgomery hizo una seña y el mayordomo salió de la habitación.
–Ya estamos solos, dime de qué se trata –dijo Montgomery.
–Alanis, Allen, y los demás centinelas que estaban husmeando en nuestros asuntos han abandonado la ciudad. He podido enterarme de que se dirigen a Fili. También sé que otro equipo de centinelas ha llegado a Mild a continuar con la misión que ellos dejaron inconclusa.
–Muy bien –sonrió Montgomery, y luego hizo una seña con la mano, ante la cual el tipo vestido de militar asintió y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
–Fuiste tan predecible, Alanis –rio Montgomery mientras removía su copa–. Gracias a mi habilidad, la que me permite sentir la presencia de quien toco, fui capaz de saber que me espiabas cuando conversaba con tu hermano, de modo que pude elegir las palabras adecuadas para hacerte saber la verdad sobre él. Sabía que querrías ir tras él, y más aún si decía que él estaba a punto de asesinar a inocentes. Capricornio acabará con los que arruinaron su negocio en Ciudad Capital, y al mismo tiempo me librará de los idiotas que osaron husmear en mis asuntos.
Dicho esto, Montgomery soltó una carcajada imponente y profunda, la cual resonó por todo el salón.
–Capitán Allen, ¿Qué estuvo haciendo los dos días que desapareció? –le preguntó Phillipe. Todos se encontraban en ese momento en un mismo compartimento del tren en el que viajaban–. Nos tuvo muy preocupados.
–Necesitaba volar para despejar mi mente –sonrió Allen con naturalidad.
–Supongo que en ese tiempo atendiste todos tus asuntos –dedujo Alanis.
–No te preocupes Alanis, todo saldrá bien –el capitán Allen estaba muy animado.
Pasaron más de diez horas desde que Rudy y los demás abordaron el tren. El cielo ya estaba completamente oscuro cuando por fin el tren comenzó a aminorar la marcha.
–¡Al fin llegamos! –expresó Rudy aliviado–. Ya no soportaba más el aburrimiento. ¡Odio viajar en tren!
–¡Apresúrate si no quieres que te dejemos! –le dijo Phillipe a la distancia, mientras se alejaba con los demás.
Los muchachos se alojaron en el cuartel de los centinelas de Fili. Allí, Rudy, Lucrecia y Phillipe se encontraron con viejos amigos.
–¡Scarlett, Clark! ¡Me da tanta alegría verlos! –exclamó Rudy–. ¿Eh? Y tú, ¿Quién eres?
–Soy Tiki, idiota. ¡Estuvimos en la misma clase!
–Eres muy desconsiderado al olvidar tan rápido a uno de tus compañeros de promoción –comentó Lucrecia.
–Es un idiota, que es muy distinto a desconsiderado –señaló Phillipe.
–Te mataré, maldito metiche –Rudy gruñó en tanto se abalanzó sobre Phillipe, pero antes de poder llegar a su destino, una mano lo cogió del brazo y lo lanzó contra la pared–. ¿Quién rayos te crees para tratarme así? –reclamó Rudy, pero tragó saliva cuando se dio cuenta de que quien lo había detenido había sido un centinela con charreteras de capitán.
–Hola, mi nombre es Natalio. Soy el capitán de esta jurisdicción –se presentó un hombre corpulento, de mediana estatura y de negra cabellera rizada.
–Lo, lo siento, señor cabeza de trapo –se disculpó Rudy–. Digo, señor capitán –él rápidamente se corrigió, aunque ya fue demasiado tarde.
–¡¿Cómo me has llamado, muchachito del demonio?! –rugió el capitán Natalio, y de inmediato se puso a perseguir a Rudy por todo el cuartel–. ¡Deja que te atrape, pequeño insolente! –él gritaba mientras perseguía al pobre de Rudy.
–Disculpen a nuestro capitán –Scarlett se dirigió a los capitanes Allen y Alanis–. A veces tiene un comportamiento de lo más infantil.
–Demasiado infantil, diría yo –suspiró Tiki.
–Eso quiere decir que se llevará muy bien con Rudy –señaló Jack. Todos rieron con ese último comentario.
A la mañana siguiente, Scarlett y sus dos compañeros de equipo llevaron a Rudy y a los demás chicos a conocer la ciudad. En tanto, los capitanes se quedaron en el cuartel para intercambiar información y planear sus movimientos para los días siguientes.
Fili era una ciudad cuya mayoría de edificios estaban hechos de sillar y diseñados al más fiel estilo barroco. Sus calles estaban adornadas con jardines en los que resaltaban los geranios de color rojo, violeta o blanco. Finos faroles negros se erigían en medio de las bulliciosas calles. El cielo estaba despejado y un intenso sol caía en ese momento sobre la ciudad.
–Nuestra misión en esta ciudad es capturar a unos terroristas que han estado provocando atentados desde hace un buen tiempo –explicó Scarlett–. Son conocidos como los Nueva Sangre.
–Sin embargo, hasta ahora no hemos logrado capturar a los cabecillas –se lamentó Clark–. En cambio, me alegra que ustedes hayan podido cumplir con su misión en Poldsmik.
–Bueno, eso se debe a nuestra genialidad –sonrió Rudy con altanería–. Aunque debo aceptar que la misión no fue un total éxito, pues el criminal que debimos arrestar ahora está caminando con nosotros…
–¡No me provoques, maldito retardado! –bufó Jack.
La banal discusión de los muchachos hubiera durado mucho más rato si es que una repentina explosión en una tienda de las cercanías no hubiese ocurrido. La gente de los alrededores huyó de las proximidades temiendo una segunda explosión. Sin embargo, Rudy y los demás corrieron contra la corriente y se acercaron al lugar del incidente. Un muro de ardientes llamas impedían el paso hacia el interior de lo que antes había sido un próspero local comercial.
–Maldición, esto debe ser obra de esos terroristas –siseó Scarlett.
–Si esto sigue así la población no lo tolerará más –comentó Clark con preocupación.
–¿A qué te refieres? –preguntó Lucrecia.
–Clark se refiere a que a medida que continúan los atentados, la impresión del pueblo respecto al actual gobierno del país se torna más negativa –Tiki tomó la palabra.
–¡¿Qué demonios?! –intervino Jack–. ¿Por qué los habitantes de este país pensarían así? ¡El gobierno no tiene nada que ver con estos atentados!
–Claro que tiene que ver –afirmó Scarlett–. Tal y como nos explicó el capitán Natalio, el alarmante aumento de los atentados incrementa el miedo de los ciudadanos, y este se traduce en una impaciencia para que el gobierno capture a los criminales. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo y el gobierno no logra acabar con el peligro, lo que percibe la población es una inoperancia de sus líderes, es decir, que estos son unos inútiles. Ya ha habido varias manifestaciones frente al castillo del rey y frente al parlamento…
–Por eso digo que si esto sigue así la situación se nos saldrá de las manos –agregó Clark.
–Pero, ¿cuáles son los motivos de estos terroristas para actuar? –preguntó Lucrecia–. ¿Acaso son radicales que están en contra de que su país sea miembro de la República?
–Me gustaría decir que es solo eso –respondió Scarlett–, pero lo que hemos averiguado nos ha revelado que dicho punto solo es un reclamo menor. Lo que más reclaman estos terroristas es que en este país existen muchas desigualdades entre las personas. Solo hay que ver en los pueblos del interior del país: olvidados y dejados a su suerte. Incluso aquí mismo en la capital hay zonas muy pobres…
–Pero, ¿por qué hay tanta desigualdad? –preguntó Rudy extrañado.
–Por la existencia de los títulos de nobleza –contestó Scarlett–. Esta es una tradición muy antigua y arraigada en este país, y que a pesar del paso del tiempo no ha desaparecido. Con la unión del país a la República, lo único que se ha logrado es que la gente abra los ojos y se dé cuenta de que en el resto del mundo las cosas no son así de injustas…
–Pero, entonces… ¿por qué el gobierno de Mabsve se ha unido a la República? –interrumpió Lucrecia–. No tiene sentido.
–Por presión del parlamento –contestó Clark–. Sin embargo, justo allí radica lo extraño: el parlamento de Mabsve está conformado en su totalidad por nobles. Este misterio es el que nos ha roto la cabeza a nosotros y al capitán desde que iniciamos con la misión.
–Todo esto es demasiado extraño –murmuró Lucrecia pensativa.
Minutos después llegaron al lugar las fuerzas del orden y acordonaron toda la zona. También llegaron los bomberos para apagar el siniestro. Rudy y los demás permanecieron un rato más en las cercanías, pero tras notar que no descubrirían nada nuevo allí decidieron regresar al cuartel para contarle lo sucedido a los capitanes.
–Veo que ya les contaron la situación a los subordinados de la capitana Alanis –dijo Natalio a sus muchachos una vez que estos se aparecieron en el cuartel–. Yo también he puesto al tanto de nuestra situación a los capitanes, y a la vez ellos me han informado sobre el inminente ataque de Capricornio.
–Nosotros también ya nos hemos enterado de eso –señaló Scarlett.
–Maldición, cada vez se nos complican más las cosas –bufó Tiki.
Mientras tanto, en un salón de algún lugar de Fili, Capricornio estaba reunido con seis tipos vestidos con casaquillas azules, el uniforme tradicional de los soldados de la guardia real de Mabsve.
–Capricornio, tal y como lo dijiste, apenas provoqué la explosión aparecieron esos centinelas, y entre ellos estaba el tal Rudy –reportó un sujeto de profundos ojos negros y rostro serio.
–Muy bien hecho, Mat –lo felicitó Capricornio mientras se acomodaba su particular sombrero de cráneos–. Ahora por fin empezará nuestro plan para acabar con esos molestos centinelas.
–¿De qué se trata ese plan exactamente? –intervino un tipo dientón y de larga cabellera gris sujeta en una gruesa trenza.
–No te apresures, Kolt. Nuestra distinguida invitada, Simona, será quien les explique nuestro siguiente movimiento.
Al oír este nombre, los presentes no pudieron evitar soltar uno que otro murmullo. Solo Mat permaneció indiferente. De pronto, una puerta que estaba detrás del asiento de Capricornio se abrió y por ella entró una misteriosa dama. La mujer llevaba un largo vestido negro que le dejaba descubiertos los brazos y la espalda. Tenía puestos unos guantes negros, y a un lado de su cabellera, también negra y con forma de hongo, llevaba enganchada una rosa púrpura. Su rostro era delicado y pálido, ella tenía la nariz respingada, y cada vez que parpadeaba resaltaban sus largas pestañas y sus grandes ojos celestes.
Capricornio se levantó de su asiento y se lo cedió a la dama, quién de forma delicada se sentó.
–Buenos días, caballeros –saludó la dama–. Cuando he entrado, de entre los temas que han cuchicheado, he oído a alguien comentar que yo soy la persona más influyente del país, pues controlo prácticamente a toda la prensa.
–Lo siento, fui yo –se disculpó un muchachito de estatura baja y rostro infantil.
–Descuida, Chis. De todos modos, el plan tiene que ver con eso que mencionaste –sonrió Simona.
–La, la se-señorita sabe mi nombre –tartamudeó Chis–. Estoy muy alagado.
–Sé el nombre de todos ustedes –afirmó Simona–. ¿Qué clase de líder sería si no conozco el nombre de mis aliados?
–Usted siempre tan considerada, señorita Filosofal –sonrió Capricornio. Simona lo miró con aprecio, y a continuación contó los pormenores de su plan a los presentes.
A la mañana siguiente, cuando los primeros rayos del sol recién se asomaban por las montañas del horizonte, una estridente voz hizo levantarse a Rudy y a los demás de un salto. El capitán Natalio andaba de un lado para el otro vociferando y golpeando las paredes con un periódico enrollado.
–¡Reunión urgente! ¡Reunión urgente! ¡Vengan todos al salón del cuartel para contarles lo último que ha acontecido! –él rugía.
Una vez que todos se alistaron y tomaron asiento en el salón, Natalio tomó la palabra.
–¡Secuestraron al presidente del parlamento! –el capitán exclamó.
–¡No puede ser! –expresó Phillipe.
–¿Cuándo? ¿Dónde? –preguntó Allen.
–En el periódico solo dice que los terroristas de Nueva Sangre son quienes lo han secuestrado. Yo pienso que posiblemente ayer por la tarde –contestó Natalio–. ¡Ah! Y lo que también menciona el periódico es que el mismísimo rey Felipe ha solicitado nuestra ayuda para rescatar al parlamentario desaparecido.
–Bueno pues, ¿Qué esperamos? ¡En marcha! –exclamó Rudy con emoción.
El palacio del rey estaba ubicado en pleno centro de la ciudad. Era una construcción enorme que podía verse desde cualquier punto de Fili. El edificio era una monumental obra de paredes blancas y numerosas torres. Estaba rodeado por un hermoso parque por el cual podían transitar libremente los habitantes de la ciudad.
Rudy y los demás cruzaron el parque y atravesaron la entrada principal del palacio. Adentro, en un patio interior, ya los estaba esperando una comitiva conformada por varios soldados de la guardia real.
El salón del trono era un lugar enorme. Rudy estaba muy impresionado, pues era la primera vez que conocía un sitio tan majestuoso. Sus amigos también estaban impresionados, aunque lo disimulaban más. Cuando llegaron frente al rey, los visitantes hicieron una venía de respeto, aunque en el caso de Rudy, él la hizo porque recibió un disimulado codazo en el abdomen por parte de Scarlett.
El rey Felipe era un hombre ya entrado en años, aunque su aspecto era el de un hombre duro y lleno de vitalidad. El rey y los centinelas se presentaron. A continuación el rey tomó la palabra.
–En resumen, lo que les pido es que trabajen en conjunto con nuestro ejército para rescatar al presidente del parlamento –finalizó el monarca.
–No se preocupe, su majestad –Natalio realizó una venia–. Usted cuenta con nuestro apoyo incondicional.
Ya en la calle, mientras caminaban de regreso al cuartel, los muchachos comenzaron a discutir sobre la misión que les había encomendado el rey.
–¿Por dónde empezaremos la búsqueda? –preguntó Lucrecia.
–No tenemos muchas pistas que digamos –se lamentó el capitán Natalio.
–No lo diga así, capitán –le replicó Scarlett–. Lo hace sonar como si durante todo el tiempo que hemos estado en Fili no hubiéramos hecho nada.
–Es que en realidad no hemos averiguado mucho –intervino Tiki–. Los atentados de los terroristas siempre han sido iguales: una explosión de la nada, como si la hubiera provocado un fantasma.
–Un momento –se detuvo Alanis–. Si en el periódico no saben cuándo ni dónde han secuestrado al parlamentario… ¿Cómo es que saben que los autores han sido los terroristas?
–Ay, es que eso se supone, ¿no? –contestó Rudy–. ¿Quién más podría haber sido?
–No seas ingenuo, Rudy –intervino el capitán Allen–. Nada puede suponerse en estos tiempos.
–Creo que deberemos hacer una visita a las instalaciones del periódico en cuestión –opinó Lucrecia.
El Pensador, el grupo que controlaba la mayoría de diarios del país, tenía su local principal en la esquina de un girón, en un edificio sostenido por columnas de los más variados tallados. Cuando los muchachos entraron al lugar se quedaron atareados por el bullicio y el movimiento allí imperantes. Aquí nadie estaba sin hacer nada: algunos trabajadores llevaban papeles de un lado a otro, otros escribían, otros trabajaban en las imprentas, y así por el estilo. La recepción quedaba en una esquina de la entrada, escondida entre columnas de periódicos.
–Buenas tardes –Alanis saludó a la secretaria–. Somos centinelas de la República y en estos momentos nos encontramos en una misión bajo las órdenes del rey Felipe. Lo que queremos es revisar las fuentes que usaron para redactar la noticia que publicaron sobre el secuestro del presidente del parlamento.
La secretaria, una cuarentona con cara de cansada, ni se inmutó por la presencia de los centinelas, y mucho menos por las palabras de Alanis.
–Hablen con la jefa –ella finalmente dijo con un bostezo. A continuación, les dio unas indicaciones sobre donde quedaba la oficina de la persona mencionada, y de inmediato los invitó a retirarse de su presencia.
–Alanis, cuando hablaste con la secretaria te equivocaste en una parte –indicó Rudy mientras subían al segundo piso.
–¿En qué? –preguntó Alanis.
–Bueno –una sonrisa burlona se dibujó en el rostro de Rudy–. Tú le dijiste que todos éramos centinelas, pero lo que debiste decir fue: “somos centinelas y un ladrón”.
–¡Ven acá, maldito idiota! – rabió Jack, y acto seguido se lanzó a perseguir a Rudy.
–Que infantiles –suspiró Scarlett.
–A mí me alegran los días con sus ocurrencias –comentó Lucrecia, aunque su natural tono lúgubre le quitó bastante credulidad a su comentario.
Tras subir por las escaleras, Rudy corrió a toda velocidad por un pasillo para no ser alcanzado por un furioso Jack, pero debido a ello fue que no pudo frenar a tiempo para evitar chocarse contra una puerta que había al fondo.
La puerta se abrió de golpe y tanto Rudy como Jack cayeron de bruces sobre el piso de la habitación. Una mujer dejó de leer el pequeño libro que llevaba en la mano y les dirigió una curiosa mirada a los recién llegados. Dicha mujer resultó tratarse de Simona.
–Sentimos interrumpir su lectura, señorita –se disculpó Jack–. ¡Tú también discúlpate, bobo! –él le susurró a Rudy al mismo tiempo que lo jalaba disimuladamente del brazo.
–Mis más sinceras disculpas –expresó Rudy. Al poco rato, a la oficina también llegaron Alanis y los demás.
–Entiendo su situación –asintió Simona mientras juntaba sus manos y apoyaba su mentón en ellas–. Pero lamentablemente la fuente me pidió encarecidamente que no revele su identidad a nadie. Espero que comprendan mis motivos por los cuales no puedo darles el nombre.
–De todos modos, gracias por su tiempo –dijo Alanis, y a continuación pasó a retirarse. Los demás siguieron su ejemplo. Sin embargo, antes de que cruzaran la puerta, Simona les preguntó por sus nombres. Los muchachos vacilaron por un momento, pero al poco rato, tras convencerse de que estaban muy paranoicos por todo lo acontecido y que darle sus nombres a una periodista no significaba ninguna amenaza, respondieron a la pregunta de Simona.
–Mi nombre es Simona, un gusto haberlos conocido. Los muchachos le dirigieron una sonrisa y luego pasaron a retirarse. Una vez que estos se marcharon, Simona se quedó pensativa. “Con que ese muchacho es el que tiene obsesionado a Capricornio. Rudy, recordaré su nombre”.
–¿Vieron la rosa púrpura de la señorita Simona? –preguntó Scarlett mientras junto a sus compañeros caminaba por las calles de Fili–. ¿Verdad que era hermosa?
–Me preguntó si sería natural – comentó Rudy.
–A quien le importan esas tonterías –gruñó Jack con indiferencia.
Segundo día desde que secuestraron al presidente del parlamento. Bajo una mañana soleada Rudy y los demás se dirigieron al palacio para intercambiar información con los agentes del rey asignados para llevar a cabo el rescate. La tarde anterior los muchachos habían ido al parlamento para entrevistar a los parlamentarios, esto con la intención de obtener pistas y también para conocer más sobre el aspecto físico y las costumbres del secuestrado. Consiguieron poco, y debido a ello es que esperaban complementar ese poco con la información que les pudiesen otorgar los agentes del rey.
Un par de guardias reales llevaron a Allen y los demás hasta un pequeño salón, en donde tras acomodarse les contaron lo último que había acontecido.
–Esta madrugada hemos recibido información crucial sobre el paradero del señor presidente –dijo uno de los guardias–. Precisamente, hace instantes hemos enviado un batallón para que efectúe el rescate.
–¡¿Qué han hecho que?! –exclamó Allen preocupado.
–¿Quién les dio esa información? ¿Por qué no nos avisaron de inmediato? –preguntó Natalio.
–Nosotros no lo sabemos –contestó el guardia–. Dos parlamentarios fueron los que se entrevistaron con el informante y quienes luego dieron la información al rey. Apenas oyó la noticia, el rey ordenó llevar a cabo el rescate.
–No puede ser –bufó Allen.
–Por favor, díganos de inmediato el lugar exacto en donde tienen al secuestrado, y los nombres de los parlamentarios que se entrevistaron con el informante –solicitó Alanis. Al instante el guardia contestó a la pregunta.
–Yo iré al lugar del rescate –indicó Allen, y de inmediato salió de la habitación. Alanis, Lucrecia, Phillipe y Jack lo siguieron.
–Yo recuerdo a esos parlamentarios –dijo Scarlett, y se enrumbó hacia el parlamento. Rudy, Tiki, Clark y el capitán Natalio fueron tras ella.
–Y a estos, ¿Qué mosco les ha picado? –se preguntó perplejo uno de los guardias. Su compañero solo atinó a encogerse de hombros.
Allen utilizó su poder final para volar lo más rápido posible hacia el lugar del rescate. Dicho lugar era una quinta de viviendas humildes ubicada en el lado sur de la ciudad.
–No hay movimiento, así que la guardia real no debe haber llegado aún –pensó Allen luego de aterrizar, y se dirigió a un viejo caserón, el edificio en donde supuestamente los secuestradores tenían recluido al presidente del parlamento.
Adentro Allen constató lo que ya venía imaginándose desde que oyó la noticia del rescate: en el caserón solo vivían personas humildes. Aun así, para asegurarse, el capitán buscó por todo el edificio, mas no encontró nada sospechoso. Tras finalizar su faena, Allen agradeció a los lugareños por su colaboración y se quedó en la entrada. Al rato llegó el batallón enviado por el rey. Los soldados portaban fusiles y bayonetas, y su actitud no era nada amigable.
“La nota que dejaron los criminales tras realizar el secuestro solo decía que han atrapado al parlamentario y que pronto harían llegar sus demandas. Sin embargo, al no hacerlo hasta ahora, lo que han provocado es una mayor desesperación en el rey y las demás autoridades. Estoy seguro de que al rey más que el rescate del parlamentario, lo que en verdad le importa es su reputación, pues si no puede rescatar ni siquiera a uno de los suyos la población desaprobará aún más su gestión. Esto es lo que ha provocado que el rey mande a sus tropas al ataque sin haber investigado lo suficiente sobre la fuente o sobre los supuestos culpables. Si las tropas atacan a estos pobres civiles, el descontento de la población empeorará aún más. Alguien está detrás de todo esto, y estoy seguro que ese alguien está infiltrado en el parlamento”, pensó Allen mientras se dirigía a interceptar al batallón.
–Su misión ya no tiene sentido. Yo ya investigué el lugar y lo único que encontré fueron civiles temerosos y con hambre de justicia –dijo el capitán centinela a los soldados.
–No podemos detenernos, el rey nos ordenó acabar con los secuestradores y con cualquier cómplice que los encubriera –se adelantó uno de los soldados. “Lo que me suponía”, murmuró Allen tras oír estas palabras.
–Recuerden que el rey ordenó que trabajen en conjunto con nosotros, los centinelas –señaló el capitán–. Así que si no me hacen caso en este momento estarán yendo contra una orden directa de su majestad.
Los soldados, que antes habían estado muy seguros sobre lo que hacían, titubearon por primera vez. Además, Alanis, Lucrecia, Phillipe y Jack llegaron al lugar y se colocaron al lado de Allen.
–Está bien, señor centinela –asintió el soldado que parecía dirigir al resto–. Confiaremos en su palabra. Tras esto, los soldados dieron media vuelta y se retiraron del lugar.
–Eso estuvo cerca –comentó Lucrecia.
–No podemos relajarnos, puede que Rudy y los demás necesiten de nuestra ayuda –advirtió Allen–. En marcha.
Sus compañeros entendieron que no había tiempo para explicaciones, así que lo siguieron sin rechistar.
Scarlett y sus compañeros recorrieron todo el parlamento, pero no encontraron a quienes buscaban. Además, ninguno de los parlamentarios a los que les preguntaron sobre el paradero de sus colegas les dieron razón de estos. Los muchachos ya estaban resignados, pero justo cuando estaban por abandonar el edificio, un parlamentario con el que no habían hablado hasta el momento hizo su aparición. Dicho parlamentario era un moreno alto y fornido, calvo y de gruesos labios. El hombre iba vestido con traje de noble y llevaba puesto un sombrero de copa negro. Sobre su pecho le colgaba un pañuelo bordado blanco y en su mano derecha llevaba un fino bastón con el que tanteaba constantemente el suelo que tenía delante.
–Oigan, el tipo que acaba de entrar ni siquiera se ha detenido a vernos –comentó Rudy–. ¿Qué se habrá creído?
–Ese hombre es ciego, por si no lo has notado –dijo Scarlett.
–Ya veo, entonces deberías enseñarle a que utilice el halo para que pueda ver bien –sugirió Rudy.
–Tonto, yo ahora puedo ver bien porque gracias a que he dominado el halo puedo concentrar constantemente energía espiritual en mis ojos, pero eso solo es posible porque yo nunca estuve ciega del todo.
–¿Eso quiere decir que este hombre es ciego, ciego?
–Ambos dejen de perder el tiempo y mejor vamos a preguntarle a ese tipo por los parlamentarios que estamos buscando –ordenó el capitán Natalio.
–Disculpe, señor –Tiki se adelantó a interceptar al recién llegado–. Perdone la molestia, pero… ¿usted sabe dónde se encuentran los parlamentarios Daniel y Elías?
–¿Eh? Me los crucé hace un rato, jovencito –contestó el parlamentario–. Ellos estaban apurados, pero pude oír que se dirigían a Escalera, una mina abandonada al sur de la ciudad.
–¿Iban a una mina abandonada? –se preguntó Natalio extrañado.
–Eso es lo que oí –el parlamentario se encogió de hombros.
–Oye, un segundo. ¿Cómo sabes que quienes dijeron eso eran los parlamentarios que buscamos, si supuestamente estás ciego? –lo interrogó Rudy.
–¡Rudy, ten más respeto! –le llamó la atención Scarlett.
–Tengo un excelente oído –sonrió el parlamentario, y luego levantó ligeramente su sombrero de copa a modo de despedida y se adentró en el edificio.
–No tenemos tiempo que perder, vamos allá –indicó Natalio. Los muchachos asintieron y lo siguieron rumbo a la mina.
Mientras tanto en otro lugar de la ciudad, el equipo de Allen se apresuraba en llegar al parlamento. Todos parecían concentrados en la misión, aunque Lucrecia notó que Jack desde hace días estaba incómodo por algo.
–¿Te encuentras bien, Jack? –ella le preguntó.
–Vaya, por fin alguien que se acuerda de que existo –contestó Jack molesto. Lucrecia lo miró un tanto extrañada, y entonces Jack tomó la palabra–. Se supone que iban a ayudarme a derrotar a los Bocchia. Mientras más pasa el tiempo, más sufren mis paisanos. ¿Acaso eso es tan difícil de entender?
–Lo lamento tanto… es que a la capitana Alanis le han pasado demasiadas cosas –se excusó Lucrecia–. Pero no te preocupes, estoy segura de que la capitana no ha olvidado lo que te prometió.
–Comprendo la situación de Alanis, lo de su hermano y todo eso, pero, ¿hasta cuándo estaremos aquí? ¿Cuándo podré por fin ayudar a mis compatriotas?
–Esforcémonos por acabar esta misión lo más pronto posible. Te prometo que apenas acabemos iremos a ayudar a tus paisanos –sonrió Lucrecia. Jack le agradeció por el apoyo, pero su incomodidad no llegó a desaparecer.
–¡Oigan, acabo de ver al capitán Natalio y a los muchachos! –señaló Phillipe de pronto–. ¡Han virado por esa esquina a toda velocidad!
Alanis y el resto asintieron y
siguieron a Phillipe. En unos cuantos minutos alcanzaron a sus compañeros, y,
tras enterarse rápidamente de la situación, se unieron a ellos en su búsqueda
de los parlamentarios sospechosos.
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