Capítulo 8: Lazos de hermanos
Era sábado por la tarde. Había pasado más de una semana desde el encuentro con Jack en La Encantada. Bajo la sombra del árbol blu del jardín de la casa de Alanis, ella y los muchachos se encontraban merendando. Al poco rato Jo llegó desde lo alto del cielo y se posó cerca de su ama. Atado a su pata llevaba un sobre amarillento, el cual tenía estampado el escudo de la República.
Alanis abrió el sobre y todos se acercaron para saber de lo que trataba. Apenas la mujer acabó con la lectura, la carta se incineró hasta volverse cenizas. –Papel espectral; se quema cuando alguien que no es el destinatario del mensaje intenta leerlo o cuando el destinatario ha finalizado su lectura –comentó Lucrecia ante las miradas de sorpresa de sus compañeros.
–Buenas noticias, muchachos –les informó la vidente–. La solicitud que envié a la central de los centinelas para ejecutar la misión ha sido aprobada…
–¿Me podrías dar un poco de agua y comida? –le solicitó Jo–. El viaje hasta Ciudad Capital realmente fue agotador. Alanis señaló hacia el interior de la casa, y Jo voló a toda velocidad a la cocina.
–¿Eso quiere decir que por fin podré acabar con esa familia que tanto sufrimiento les ha traído a mis amigos? –preguntó Jack entusiasmado.
–No te precipites, jovencito –contestó Alanis–. Nadie ha dicho nada sobre acabar con nadie. Simplemente pondremos al descubierto la corrupción en torno a los Bocchia, y solo en caso de extrema necesidad nos pondremos violentos.
–¡Yo ya quiero entrar en acción! –exclamó Rudy–. ¡Estoy listo para patear traseros!
–Eres un vulgar –lo criticó Phillipe.
–Yo también estoy lista –dijo Lucrecia–. ¿Cuándo empezaremos con la misión?
–Cuando llegue Ted, el centinela que cubrirá mi ausencia en el pueblo, nosotros nos iremos a cumplir con nuestra misión –contestó Alanis.
Unos pocos días después Alanis y los demás ya se encontraban en un tren que atravesaba los verdes campos de cultivo de algún lugar de Poldsmik.
–¿En cuánto llegaremos a Mild? –preguntó Rudy–. Esto de viajar en tren es una tortura.
–No te preocupes, solo faltan un par de horas –lo consoló Alanis.
–Qué vergüenza tener que realizar esta misión con un debilucho como tú –siseó Jack desde su asiento.
–¿Debilucho, yo? No me hagas reír, que en La Encantada si no fuera porque llegó Alanis yo ya te habría hecho pedacitos.
–No me provoques –gruñó Jack.
–A callar, que con ese látigo ni a las moscas puedes domar –Rudy se jactó en tono burlón.
–¡Tú te lo buscaste, estúpido! –bramó Jack y se abalanzó sobre Rudy. Phillipe y Lucrecia tuvieron que intervenir para separarlos.
–Cálmense, par de estúpidos –ordenó Alanis–. ¿No se dan cuenta de que si los pasajeros de los otros compartimentos se vuelven a quejar por la bulla de aquí nos botarán del tren?
Una vez que todo volvió a la calma, Lucrecia tomó la palabra.
–Capitán Alanis, ¿y cómo sabe que los Bocchia se encuentran en Mild? –ella preguntó–. Digo, con todos los comercios que tienen podrían estar en cualquier parte. Yo pienso que deben estar escondidos en un lugar menos obvio.
–Puede que tengas razón, pero, de todos modos, para iniciar con la investigación debemos empezar por lo más obvio, ¿no lo crees?
Lucrecia asintió en silencio.
–Oye Lucrecia, no es necesario que trates de modo tan formal a la capitana –señaló Rudy–. Estamos en confianza, ¿no es verdad, amiga vidente?
–Es verdad que estamos en confianza –afirmó Alanis–. Pero a veces tú ya te pasas, amigo confianzudo.
Rudy emitió una corta risita ante este comentario. Por su parte, Phillipe y Jack soltaron un suspiro de resignación.
Cuando salieron de la estación ferroviaria de Mild, Rudy y los demás se encontraron en medio de una bulliciosa ciudad en la que se mezclaban edificios colosales, humeantes chimeneas, veloces carruajes y un sinfín de personas que, cual las hormigas en su faena, se movían de un lado a otro sin cesar.
–¿Ven aquel edificio de largas chimeneas? –señaló Alanis. Los muchachos asintieron–. Es la fábrica metalúrgica del magnate Gibson, uno de los principales proveedores de los Bocchia. Me parece que allí es un buen lugar para iniciar nuestras averiguaciones –expresó la vidente.
El ruido de la ciudad era una mezcla de cascos de caballos, ruedas de coches, pisadas de zapatos, murmullos y demás sonidos provocados por las personas en su faena cotidiana. Debido al mar de gente que transitaba por las calles, Rudy a duras penas podía seguirles el paso a sus compañeros.
Cuando llegaron a la fábrica los muchachos se entrevistaron con varios trabajadores. Luego se reunieron afuera de la fábrica y se contaron lo que habían averiguado. Todos los reportes coincidieron en que antes los trabajadores no eran tratados tan mal en el trabajo, aunque esto cambió luego de que ellos vieron por última vez en la fábrica a su jefe, el señor Gibson.
–Un obrero me dijo que seguramente el señor Gibson se cansó de supervisar la fábrica y se fue a vivir a un lugar tranquilo con su familia –contó Lucrecia–. Le pregunté sobre la posibilidad de que alguien lo haya asesinado, pero él me dijo que eso era imposible porque su jefe siempre andaba acompañado por poderosos guerreros que contrataba como escolta.
–Según lo que investigué, el señor Gibson desapareció hace dos años, justo un poco antes de que varios de mis paisanos optaran por abandonar sus trabajos en Mild –reportó Jack.
–Todo esto me resulta muy sospechoso –comentó Alanis–. Separémonos por ahora. Investigaremos en otras fábricas de Mild y en tres horas nos volveremos a reunir en esta misma fábrica, ¿entendido?
Los muchachos asintieron y cada quién se fue a investigar por su cuenta.
Alanis caminó despreocupada durante un buen rato. Giró por un callejón silencioso y a medio camino se paró en seco.
–¡Ya puedes mostrarte! –ella exclamó–. De nada te servirá seguir ocultándote, pues sé que estas siguiéndome desde que llegamos a la ciudad.
–Lo creí necesario –sin previo aviso, se oyó una voz de caballero que salió de entre las sombras–. Me parece muy extraño que una capitana abandone su puesto sin informarlo primero a las autoridades del país. ¿Qué estás tramando?
–Tú eres el que está tramando algo –contestó Alanis–. Da la cara, cobarde.
Alanis no vio a nadie, pero de pronto una fría mano le tocó el hombro. La vidente dio un respingo y acto seguido volteó de golpe para descubrir quién había sido el que la tocó. Frente a ella estaba un tipo delgado y muy alto, vestido de frac y con sombrero de copa, quien además llevaba un monóculo y contaba con unos finos y ensortijados bigotes.
–Permítame presentarme, señorita –dijo el tipo mientras se sacaba el sombrero y hacía una venia–. Soy Montgomery, el supervisor de la fábrica del señor Gibson.
–El señor Gibson ha desaparecido hace dos años –Alanis señaló al misterioso sujeto–. Tú no tendrás nada que ver con eso, ¿cierto?
–El señor fue quién me encargo el cuidado de su fábrica. Al parecer, el buen Gibson ya estaba cansado de la ajetreada vida que se lleva en la industria –respondió Montgomery–. Y bueno, ahora que ya sabe la verdad, le pediré a usted y a sus subordinados que, por favor, dejen de hurgar en lo que no les concierne, pues de lo contrario…
–¿De lo contrario qué pasará? –Alanis lo interrumpió en tono desafiante.
Montgomery sonrió a la vez que enroscó uno de sus bigotes con el dedo. Luego, un suave ventarrón recorrió su cuerpo y lo elevó a varios metros sobre el suelo.
–Así que puedes utilizar la materialización directa –observó Alanis un tanto sorprendida.
–Saber eso la hace una rival de cuidado, señorita –rio Montgomery–. Aunque dudo que usted también sea capaz de materializar su poder final sin necesidad de activar su halo.
–Es imposible materializar un poder final sin el halo activado – sonrió Alanis.
–Me reafirmo, usted es una señorita de cuidado –Montgomery se acomodó el sombrero–. La tendré vigilada –agregó él, y luego se alejó volando del lugar.
La fingida sonrisa que había tenido Alanis hasta ese momento se borró de golpe. Ella estaba sudando frío. “Jamás creí que gente tan poderosa estaría involucrada en este asunto; de ahora en adelante deberemos ser mucho más cuidadosos”, la vidente se dijo a sí misma, y acto seguido continuó con su camino hacia la fábrica más cercana para seguir investigando.
Rudy deambulaba por un barrio de viviendas y casonas destartaladas, por cuyas calles transitaban personas de humilde vestir. Según le habían dicho, cerca de ese barrio, llamado Elrosf, había una fábrica textil. Sin embargo, hasta ese momento él no había sido capaz de hallar la mencionada fábrica, de modo que ingresó al patio de uno de los caserones para preguntar.
–¿Quién eres tú? –un muchacho de ojos saltones interceptó a Rudy.
–Estoy buscando la fábrica textil, ¿sabes dónde queda?
El muchacho sonrió y luego le dio unas instrucciones al joven centinela. Cuando este último se marchó, el muchacho tocó una puerta de madera astillada. De la precaria habitación salieron otros dos muchachos, quienes junto con el primer muchacho abandonaron el caserón y siguieron a Rudy.
–Qué extraño –Rudy soltó una exhalación cuando llegó a un terreno baldío–. De acuerdo con lo que me indicó aquel chico, se supone que aquí debería estar la fábrica. Rudy se encogió de hombros, y luego volteó para continuar con su búsqueda, pero para su sorpresa se topó con el muchacho de los ojos saltones, quien acompañado por otros dos muchachos más le cerró el paso.
–Montgomery nos dará lo que nos prometió cuando le contemos que acabamos con una “mosca” –comentó uno de los muchachos, quien llevaba una desordenada cabellera que le cubría gran parte del rostro.
–No debiste haber metido tus narices en asuntos que no te incumben, centinela –bufó el otro muchacho, cuya nariz ganchuda era su principal característica.
Los tres muchachos activaron sus halos y materializaron sus poderes finales: uno una porra, el otro un sable, y el otro un par de esferas de agua. Los tres se lanzaron al ataque, pero antes de que pudieran darse cuenta, Rudy a toda velocidad cogió a dos del cuello y los estrelló violentamente contra el concreto. Ambos chicos quedaron inconscientes en el acto.
–Par de inútiles –murmuró el muchacho de los ojos saltones y cuyo poder final eran las bolas de agua–. Yo solo me encargaré de esto.
Apenas dijo esto, el chico apuntó a Rudy con una de las bolas de agua. Esta comenzó a rotar a gran velocidad sobre su mano y poco después salió disparada hacia el centinela con gran potencia.
Rudy utilizó su cola para impulsarse y esquivar la bala de agua. El proyectil terminó destrozando el concreto del punto del suelo en el cual cayó.
–¿Por qué me atacas, yo que te he hecho?
–Eres una “mosca”, un estúpido que mete sus narices en asuntos que no le importan –contestó el muchacho.
–No me importa lo que me digas, yo haré todo lo posible por ayudar a las personas que sufren en este país por culpa de “tus asuntos” –replicó Rudy.
–Eres demasiado hablador –le increpó el muchacho–. Pero descuida, que en un instante te cerraré esa molesta boca tuya para siempre.
Estas últimas palabras fueron acompañadas por dos balas de agua. Dichos proyectiles llegaron a impactar en el abdomen y en la pierna izquierda de Rudy, quién cayó de bruces contra el suelo.
El muchacho se fue acercando lentamente hacia Rudy, mientras este último trataba de incorporarse. El centinela levantó la vista y vio al muchacho apuntándole al rostro con una bala de agua. Trató de moverse, pero sabía que no lo lograría a tiempo. La bala de agua salió disparada. Rudy solo atinó a cubrirse el rostro con el brazo derecho. Para asombro de ambos, la bala de agua fue desviada y terminó estrellándose contra el pavimento. El centinela miró desconcertado su brazo con el que se acababa de cubrir. Este se había transformado en una extremidad monstruosa, como si su brazo humano se hubiera fusionado con la pata de un león. El mencionado brazo era ahora el doble del tamaño de su brazo normal, el doble de amenazador, y sus garras eran ahora el doble de largas.
En ese momento Rudy perdió por un instante el control sobre sus actos, lo único que nacía de él en ese momento eran ganas de cazar, de desgarrar. Era un instinto salvaje. El joven centinela luchó contra este impulso, y finalmente logró volver a ser consciente de sus actos. Pero ese instante de furia fue suficiente para ganar la batalla: el muchacho de las balas de agua yacía inconsciente sobre el suelo, y cerca de él una pared lucía con rajaduras recientes, prueba fehaciente de que su cuerpo la había impactado con fuerza.
Rudy desactivó su halo y permaneció de pie frente a su derrotado oponente. Otra vez había sido salvado por su ira. Otra vez esta lo había dominado. Estaba decepcionado: él quería luchar como un humano, no como una bestia sin control.
Esa tarde, Alanis, Jack, Phillipe y Lucrecia se encontraron a las afueras de la fábrica del señor Gibson. Cada uno le contó al resto lo que había averiguado. Todos los relatos coincidían en gran medida: hasta hace dos años la situación laboral en las industrias no era tan terrible, desde hace dos años los dueños de las principales industrias desaparecieron y los que ocuparon sus lugares como supuestos “representantes supervisores” volvieron el trabajo en las fábricas un infierno. Además, todas las informaciones incluían de alguna forma u otra el nombre del misterioso personaje llamado Montgomery.
–Ese tal Montgomery es alguien muy peligroso. A partir de ahora deberemos ser muy cuidadosos en cada paso que demos –sentenció Alanis.
Los muchachos estaban en plena conversación, cuando en eso Rudy llegó al punto de encuentro. Con una mano él sujetaba una soga que tenía atados a tres sujetos, quienes caminaban cabizbajos detrás suyo y en fila india.
–Aquí está la información que conseguí –señaló Rudy.
–Santo cielo, Rudy. ¡Los trajiste atados a plena vista de todo mundo! –le reclamó Alanis–. ¡No puedes hacer tanta luz, nos meterás en problemas!
–Que malagradecida, Alanis. Y yo que pensé que te iba a alegrar mi hazaña –se quejó Rudy. Jack y Phillipe se cogieron la frente en señal de desaprobación. Lucrecia solo atinó a lanzar un suspiro de resignación.
–Vayamos al cuartel de los centinelas de la ciudad –ordenó Alanis–. Allí podremos actuar con tranquilidad.
Los muchachos esperaron junto con los prisioneros en un callejón solitario, en tanto que Alanis fue en busca de una carroza. Una vez que llegó el transporte, todos subieron y al poco rato el coche enrumbó hacia la sede de los centinelas en Mild.
El cuartel de los centinelas de Mild era un edificio gris de dos plantas, con un patio interior y un jardín en la fachada. A la entrada había dos guardias armados con fusiles, quienes al ver a Alanis y los muchachos bajar de la carroza con los prisioneros, de inmediato se apresuraron en escoltarlos hacia el interior del edificio. Los muchachos esperaron junto con los prisioneros en un pequeño hall mientras que Alanis se fue a conversar con el capitán a cargo del cuartel.
Pasó un rato y Alanis salió de una oficina y acompañada por un hombre que vestía el uniforme de centinela. El tipo era un cuarentón de grueso bigote y amplia frente.
–Soy el capitán Allen –se presentó el centinela–. Su capitana ya me informó de lo ocurrido, así que les doy permiso para que usen las instalaciones del cuartel en lo que necesiten… ¡un momento! –el capitán se detuvo a observar a los tres prisioneros–. ¿Ustedes no son los hijos del empresario Paul Cooper?
Los prisioneros asintieron.
–Pensé que los Cooper se habían mudado al campo para llevar una vida tranquila –comentó el capitán.
–Ya no lo soportó más, hablaré –expresó el prisionero de la nariz ganchuda.
–Cállate, si se entera de que hablamos la matará –lo interrumpió el chico de los ojos saltones.
–Por nuestra propia cuenta jamás la recuperaremos, hermano –señaló el muchacho de la desordenada cabellera–. Tal vez estas personas nos puedan ayudar.
–Quién lo diría… estoy tan desesperado que voy a contarle mi desgracia a unos perfectos desconocidos –rio con ironía el tipo de los ojos saltones–. Ok. Mi nombre es Raúl, y ellos son mis hermanos José (el tipo de la nariz ganchuda saludó), y Kalil (el muchacho del cabello revuelto también saludó). Nosotros somos los hijos del empresario Paul Cooper, y hasta hace dos años nuestras vidas eran felices. Sin embargo, todo cambió tras el pacto antimonopolio…
–¿Qué clase de pacto es ese? –lo interrumpió Jack.
–Es un pacto que firmaron todos los dueños de las industrias de Mild –contestó Raúl–. El pacto tenía como objetivo no venderle nuestros productos a la familia Bocchia, para así evitar que ellos continúen acabando con los demás comerciantes. Los empresarios sabían que los desdeñables actos de la familia Bocchia en algún momento afectarían a todos los proveedores, pues al acabar con la competencia y convertirse en los únicos compradores, era obvio que terminarían imponiendo sus condiciones. Que los Bocchia contrataban mercenarios para acabar con sus rivales era un secreto a voces, pero nadie se atrevía a hablar o a increparles por miedo a represalias. Bueno, esto hasta que los empresarios de Mild no soportaron más la situación y decidieron hacerles frente mediante la firma del pacto.
–Ya veo –asintió el capitán Allen.
–Lamentablemente, lo único que se logró con el pacto fue que los Bocchia manden a sus “perros” a acabar con todos los que osaron entrometerse en su camino –continuó Raúl–. Los Bocchia asesinaron a mis padres y secuestraron a Sandra, mi hermana menor. Desde ese momento, un aliado de los Bocchia llamado Montgomery, enterado de que mis dos hermanos y yo éramos usuarios del halo, nos tomó bajo su cargo para que cumplamos con sus órdenes, y esto a cambio de la promesa de que liberaría algún día a nuestra hermana si es que nos portábamos bien.
–¿Montgomery? ¿Quién es exactamente ese tipo? –preguntó Rudy.
–Es alguien muy peligroso, Rudy. Como les dije a tus compañeros, en vista de que nos hemos topado con un tipo como Montgomery, a partir de ahora deberemos ser mucho más cautos en nuestra misión –contestó Alanis.
–No puedo creer que los Cooper hayan tenido un final tan trágico –expresó Allen en tanto se tomaba la frente con desazón–. Cuanto lo siento.
–No se preocupen, muchachos, nosotros los ayudaremos –les prometió Rudy.
–No te adelantes, Rudy –intervino Alanis–. Ya te he dicho que debemos de ser muy cuidadosos. Por ahora seguiremos con la investigación sobre los Bocchia y ya verás cómo todo se irá solucionando…
–¡Pero si no nos apresuramos en rescatarla ella podría morir! –replicó Rudy.
–La capitana Alanis tiene razón –intervino Jack–. Aún no hemos resuelto nada y ya tratas de abarcar más responsabilidades.
–¡No me importa lo que digan, yo rescataré a Sandra! –replicó Rudy con decisión.
–Yo te acompañaré –se ofreció Lucrecia ante la sorpresa de los demás.
–Gracias, muchas gracias –sollozaron los hermanos Cooper–. Nunca olvidaremos lo que están haciendo por nosotros.
–¡Rudy, debes respetar las decisiones de tu capitana! –le reclamó Alanis. Allen se dio cuenta de que si las cosas seguían así la discusión nunca acabaría, de modo que propuso formar dos equipos: uno bajo el mando de Alanis que se encargaría de la investigación sobre los Bocchia, y otro bajo el mando de él mismo con la misión de rescatar a Sandra.
–Nosotros los ayudaremos –los hermanos Cooper ofrecieron su ayuda al capitán Allen.
–Estaremos felices de contar con su apoyo –contestó el capitán–. Y ahora a descansar, que mañana nos espera un largo día.
Todos pasaron la noche en las instalaciones del cuartel, y a la mañana siguiente muy temprano se reunieron en el hall del edificio para conversar sobre los últimos detalles de las misiones que tendría que llevar a cabo cada equipo.
–Rudy, me vas a volver loca, pero a pesar de ello tengo que admitir que eres un muchacho valiente. Suerte en tu misión –se despidió Alanis.
–No se preocupen por nosotros. Rescataremos a Sandra, ¡lo juro! –Rudy se encontraba muy animado. Alanis, Jack y Phillipe se despidieron y de inmediato salieron del cuartel a cumplir con su misión. Por su parte, Rudy, Lucrecia, Allen y los hermanos Cooper planificaron los últimos detalles sobre lo que sería su misión y luego también partieron.
En una habitación con una única ventana tapada por maderas y desde la cual se filtraban delgados rayos solares, se encontraba sentada sobre un catre una jovencita de cabellos castaños y ensortijados. Ella tenía los ojos llorosos y vestía unos harapos. Frente a ella, sentado sobre una banca se encontraba Montgomery, y a sus espaldas lo acompañaban dos tipos vestidos de mosqueteros.
–Lamento comunicarte que tus hermanos fueron capturados por los centinelas –dijo Montgomery–. Solo espero que no hablen sobre nuestro pequeño secreto, pues de lo contrario muy a mi pesar tendré que matarte, señorita Sandra.
La joven no contestó nada. Simplemente se limitó a derramar tristes lágrimas sobre su pálido y escuálido rostro.
–Jean, Louis, vigilen a la señorita durante mi ausencia –ordenó Montgomery. Los dos tipos vestidos de mosquetero asintieron.
Montgomery salió de la fábrica del señor Gibson, se detuvo un rato a acomodarse el sombrero de copa y poco después continuó con su camino. A varios metros de distancia, escondidos tras una pared, Alanis y su equipo permanecían al asecho. Al poco rato, una paloma llegó a donde estaban ellos, se posó sobre la mano de la capitana, y segundos después se alejó volando tan rápido como llegó.
–¿Qué hiciste con esa paloma? –preguntó Jack intrigado.
–Utilicé mi poder de transmisión de voluntad para encargarle que explorara el interior de la fábrica del señor Gibson. Cuando se posó en mi mano hace un momento me transmitió todo lo que había visto allí dentro –explicó Alanis.
–¿Y que vio? –preguntó Phillipe–. ¿Descubrió algo importante?
–Así es –contestó la vidente–. Ahora hay que avisarle de inmediato al equipo del capitán Allen que hemos descubierto donde tienen secuestrada a Sandra. Después seguiremos a Montgomery, a ver a donde nos conduce…
–Pero, ¿cómo lo haremos? –preguntó Phillipe–. Él ya debe estar muy lejos.
–La paloma que acaba de irse de mi mano… ella está haciéndonos el favor.
Poco después Alanis capturó a otra paloma y en una de sus patas ató un mensaje para el equipo de Allen. Luego le transmitió su voluntad, la de entregar el mensaje a su destinatario, y acto seguido la soltó.
–Vamos –ordenó Alanis, y junto con los muchachos se alejó en la dirección que había tomado Montgomery cuando salió de la fábrica.
Era mediodía y el movimiento en la ciudad estaba en su hora pico. Frente a la fábrica del señor Gibson se encontraban Rudy y su equipo.
–Gracias a Alanis hemos logrado saber dónde tienen a Sandra –comentó el capitán Allen–. En marcha, chicos.
Rudy y los demás asintieron y lo siguieron rumbo al interior de la fábrica.
A esa hora las instalaciones de la fábrica estaban repletas de trabajadores que laboraban sin cesar. Estos estaban tan concentrados en su labor que ninguno se fijó en los inusuales visitantes que habían ingresado. Rudy observó a los incansables obreros y se dio cuenta de que estos estaban conformados por personas de las más diversas edades, desde infantes hasta personas de avanzada edad. Asimismo, estos se hallaban muy bien organizados; algunos fundían metal, otros llevaban carretillas repletas de metales de las más diversas formas de un lugar a otro, otros empaquetaban engranajes. Y desde los balcones del segundo piso varios capataces supervisaban la labor de los trabajadores. Estos también estaban sumamente concentrados en su labor, así que ni prestaron atención al sigiloso ingreso del capitán Allen y sus acompañantes.
Los centinelas y los hermanos Cooper atravesaron el lugar en el que laboraban los trabajadores, subieron por unas escaleras de metal que estaban al fondo del gigantesco recinto, y finalmente llegaron a una puerta ubicada al fondo de un tétrico pasillo iluminado por la tenue luz de unas pocas lámparas de kerosene.
–Según la información que nos dio Alanis, Sandra debe estar tras esta puerta –señaló el capitán Allen.
–Ya llegamos, Sandra. No te preocupes más –susurró Raúl, y los otros dos hermanos asintieron con convicción.
–La puerta está cerrada –comentó Lucrecia tras jalar la manivela.
–¡No se preocupen, yo la derrumbaré! –se ofreció José al mismo tiempo que activaba su halo y materializaba una porra.
–Espera –lo detuvo Allen–. Hay que evitar en lo posible llamar la atención.
–Yo lo haré –se ofreció Rudy. Poco después él se adelantó hacia la puerta y materializó en su dedo índice una afilada garra, con la cual cortó el seguro de la puerta. Se vio tan fácil como si el mencionado seguro estuviese hecho de mantequilla.
–Bien hecho, Rudy –lo felicitó el capitán Allen–. Ahora, vamos allá.
Los muchachos entraron a una habitación austera, en la cual solo había una silla y un catre. Sobre este último se encontraba sentada Sandra. Al verla, a los hermanos Cooper se les iluminó el rostro de felicidad, y sin poder contener unas cuantas lágrimas ellos corrieron al encuentro de su querida hermana.
–¡No den un paso más! –gritó con desesperación Sandra. Fue algo tan repentino que todos, principalmente los hermanos Cooper, se quedaron petrificados por la impresión. Sandra señaló con dedo tembloroso hacia arriba. Los recién llegados elevaron la vista y distinguieron a dos figuras descender a toda velocidad hacia ellos.
–¡Corran, aléjense! –exclamó el capitán Allen a los hermanos Cooper. Rudy y Lucrecia materializaron sus poderes finales. Los hermanos Cooper corrieron a toda velocidad a replegarse tras la puerta, pero las figuras, dos tipos vestidos de mosqueteros, ya estaban encima de ellos. Uno de los tipos activó su halo y materializó un cañón sobre su hombro izquierdo. El otro transformó su mano derecha en una cobra de afilados colmillos.
Raúl vio con horror como sus hermanos se hallaban a portas de ser aniquilados por los poderosos ataques enemigos, aunque grande fue su alivio cuando una enorme ala de plumas blancas se colocó justo sobre ellos a modo de escudo.
Una violenta explosión pudo oírse por todos los alrededores de la fábrica. En una esquina del edificio, en donde antes había estado la pared de la austera habitación, ahora solo quedaban escombros y un gran agujero.
Dos enormes alas blancas se abrieron de golpe y disiparon el polvo que se había producido tras la explosión. Rudy y los demás distinguieron el azul del cielo tras las alas desplegadas. Estas les habían servido a modo de escudo para protegerse de la explosión. Fueron su salvación. De inmediato las alas se encogieron y se plegaron en la espalda del capitán Allen.
–El capitán parece un ángel –comentó Lucrecia un tanto impresionada, aunque disimulándolo con su característico tono indiferente.
–¡Sandra!, ¡¿dónde está nuestra hermana?! – los hermanos Cooper dieron el grito al cielo.
–Tranquilos, ella está a salvo –los calmó el capitán Allen mientras cogía del hombro a la joven.
–¡Hermana! –exclamaron los Cooper, y se abalanzaron sobre Sandra para abrazarla.
–¿Por qué realizaron un ataque tan imprudente? –preguntó Allen dirigiéndose a los tipos vestidos de mosqueteros–. ¿No se dan cuenta de que estuvieron a punto de matar a su rehén?
–Los hermanos Cooper se han pasado al bando enemigo –dijo Jean, el mosquetero del cañón, un sujeto calvo, alto y de contextura atlética.
–El rehén ya no nos es de utilidad, así que es razonable que deje de interesarnos lo que le pase –agregó Louis, el mosquetero de la mano-cobra, un tipo de cerquillo y cabello largo, cuerpo delgado y de estatura más baja que la de su compañero.
–Desgraciados –gruñó Rudy–. ¡¿Cómo pueden hablar así de una persona?!
–¡Raúl, vete con tus hermanos! –ordenó Allen.
–Pero nosotros queremos ayudarlos…
–No puedo garantizar la seguridad de tu hermana, así que por favor huye con ella y tus otros dos hermanos –explicó el capitán–. ¡Su misión será protegerse entre ustedes! ¿Entendido?
Raúl asintió y junto con sus hermanos se alejó del lugar.
–¿En verdad creen que los dejaremos escapar? –Louis intercambió la mirada con su compañero.
–Por supuesto que no –sonrió Jean, y al instante apuntó a los Cooper con su cañón.
La bala salió disparada a toda velocidad, y acompañada por un agudo silbido. En un instante atravesó la destruida habitación en dirección a los Cooper.
–¿No oyeron?, ¡váyanse! –exclamó con dureza el capitán, y tras alargar una de sus alas rechazó con ella la bala hacia el cielo. Los Cooper asintieron temblorosos y se alejaron corriendo por el pasillo.
–Jean, creo que esto nos tomará más tiempo del que creí –comentó Louis.
–Me alegra, Louis, pues ya me estaba aburriendo de no hacer nada en estos últimos días –contestó Jean.
Lucrecia sujetó con firmeza su espada ropera, y al mismo tiempo Rudy se puso en guardia mientras mostraba sus afiladas garras y colmillos al enemigo.
Louis fue el primero en tomar la iniciativa de ataque. Estiró su mano derecha en dirección a los centinelas, y al instante esta tomó la forma de una cobra, la cual se alargó a gran velocidad. Con la boca abierta y con los colmillos votando un veneno que al caer al suelo lo corroía, la cobra avanzó hacia los centinelas. Allen se colocó delante de sus dos allegados y agitó sus alas, de las cuales salió con velocidad brutal una lluvia de plumas tan afiladas como dagas. La cobra se retorció tratando de esquivar las plumas, pero no pudo frente a tan amplia ofensiva. Sin embargo, apenas fue atravesada por las plumas, la cobra se separó de Louis, que volvió a tener su mano derecha, y saltó sobre Allen, quien sorprendido por lo ocurrido solo atinó a cubrirse con sus alas. La cobra se iluminó por un segundo y un instante después explotó de forma violenta.
–Habría sido aburrido si ese ataque lo hubiera derrotado –comentó Louis.
–¡¿Te encuentras bien, capitán?! –Rudy saltó al encuentro de Allen.
–Estoy bien, no te preocupes –contestó el capitán. “Rayos, el defenderme de ese último ataque me consumió una gran cantidad de energía espiritual. Deberé tener más cuidado, o de lo contrario no duraré mucho”, sin embargo, él reflexionó.
–¡Cuidado! –exclamó de pronto Lucrecia. Jean había lanzado una bala de su cañón cuyo objetivo eran Rudy y el capitán. Felizmente para ellos dos Lucrecia logró interponerse delante, de modo que ella fue la que terminó recibiendo el ataque.
–¡Lucrecia! –gritó Rudy muy preocupado, mientras veía a su compañera perderse dentro de la explosión.
El piso ya no pudo soportar más tan potentes ataques, de modo que se resquebrajó y todos cayeron al primer nivel de la fábrica. A los obreros desde hace un buen rato ya les picaban los pies por largarse del lugar. Sin embargo, los capataces, armados con fusiles cargados, les apuntaron y los exhortaron a continuar trabajando.
–¡No me importa si se acaba el mundo, al primero que abandone su puesto le lleno los sesos de plomo! –exclamó un capataz cuando el techo del fondo de la fábrica se desplomó. Nadie contradijo sus palabras.
Cuando el polvo de los escombros se disipó, Rudy y Allen se encontraron frente a frente con los tipos vestidos de mosqueteros. En medio de ambos, la figura de Lucrecia fue apareciendo poco a poco a medida que el polvo se fue dispersando. Rudy y Allen quedaron impactados con lo que vieron: casi la mitad del abdomen de Lucrecia se encontraba con quemaduras muy graves.
–Rudy, capitán, no se preocupen por mí –Lucrecia expresó con voz débil. Un hilillo de sangre descendía en esos momentos por su mentón.
–¡¿Cómo no quieres que nos preocupemos por ti, si estás prácticamente muerta?! –gritó Rudy, y al mismo tiempo intentó avanzar hacia su compañera, aunque tras dar un paso fue detenido por el capitán.
–Ella sabía que yo podía protegerme a mí y a ti con mis alas, y a pesar de ello decidió recibir el ataque –murmuró el capitán a Rudy.
–¡¿Qué estás tratando de…?!
–Solo cálmate y observa a tu compañera, ten fe en ella. Aunque aún permaneció algo alterado, estas palabras lograron detener momentáneamente a Rudy.
–Una menos –dijo Jean un tanto serio–. En verdad creí que durarían un poco más… que decepción.
–Ahora es su turno –Louis se dirigió a Rudy y el capitán.
–Lo-Louis –de pronto Jean habló a su compañero con voz entrecortada.
–No seas impaciente, Jean, estos sujetos morirán… –Louis tuvo que interrumpirse, pues no podía creer lo que veía: Lucrecia se encontraba a espaldas de Jean, y para colmo completamente sana.
–Estocada Final –murmuró Lucrecia, y al instante el cuerpo de Jean se partió por la mitad y se desplomó sobre el suelo, en medio de un gran charco de sangre.
–No-no puede ser –tartamudeó Louis totalmente perplejo–. ¡Je-Jean está… ¿muerto?!
–Lucrecia, no creí que fueras tan poderosa –comentó Rudy anonadado.
–Subestimar a tus compañeros es un serio problema, mi estimado –el capitán tomó la palabra–. Deberás corregir ese defecto tuyo o de lo contrario solo serás una carga para los demás –Allen agregó mientras le dirigía a Rudy una sonrisa paternal.
–Solo queda uno, que decepción –dijo Lucrecia al mismo tiempo que volteaba y le dirigía a Louis una mirada fulminante.
–Esto no se quedará así. ¡Lo pagarán caro! –amenazó Louis, y de inmediato se echó a correr en la dirección contraria a la de sus contrincantes. –¡Ustedes, idiotas, no se queden allí parados: acaben con estas escorias! –ordenó Louis a los capataces, pero estos, que habían presenciado la batalla y por ende sabían de la fuerza del enemigo, no se atrevieron a hacer nada.
–¡Ni creas que escaparás! –le gritó Rudy, pero el capitán Allen detuvo su avance.
–No tiene caso perseguirlo. Cumplimos nuestra misión y eso es todo lo que importa –dijo.
–Pero, pero… le informará de nosotros a sus aliados –replicó Rudy.
–Exactamente eso es lo que queremos –argumentó el capitán–. Ese sujeto nos ahorrará el trabajo de buscar a sus cómplices. Él nos los traerá hasta nosotros. Ahora, salgamos de aquí.
–Rudy, tu actitud de preocupación por mí fue realmente convincente –comentó Lucrecia–. No sabía que actuabas tan bien.
–¡Yo no estaba actuando! –le refutó Rudy. Lucrecia por toda respuesta soltó una suave risita.
El capitán Allen soltó una carcajada por la inocencia de Rudy, pero al mismo tiempo, en su interior, él quedó sorprendido por la gran habilidad e inteligencia de Lucrecia. Al poco rato los tres centinelas desmaterializaron sus poderes finales y abandonaron la fábrica. Segundos después el lugar ya se hallaba acordonado por las fuerzas del orden locales.
–¿Qué rayos habrá pasado en la ciudad? –se preguntó Phillipe mientras avanzaba junto a sus compañeros y bajo la guía de una paloma–. ¿A qué se deberá tanto movimiento de policías y militares hacia el sur?
–No es de nuestra incumbencia –contestó Alanis–. Ahora lo único que importa es cumplir con nuestro objetivo.
Los muchachos avanzaron por la ciudad hasta que llegaron a un edificio a medio construir y abandonado.
–La paloma se detuvo –señaló Jack–. ¿Eso quiere decir que Montgomery está allí dentro?
Alanis asintió al mismo tiempo que posaba su mano sobre el ave.
–¿Qué haces, Alanis? –preguntó Phillipe.
–Estoy transmitiéndole nuevamente mi voluntad a la paloma –respondió la capitana–. Veras, el efecto de mí poder tiene un tiempo límite.
Alanis soltó a la paloma, y luego los tres se alejaron del lugar. En un parque ubicado a la vuelta de la vivienda abandonada se sentaron y se pusieron a esperar.
La paloma ingresó por una ventana que tenía los vidrios rotos, voló por un polvoriento salón y subió hacia el segundo nivel del edificio. Todo su alrededor estaba en el más absoluto silencio. Lo mismo ocurrió en los dos siguientes pisos. La paloma subió hasta la azotea, aunque solo para descubrir que ésta también se encontraba desolada. El ave bajó de nuevo hasta el primer piso, y de allí voló hacía el patio trasero, en donde había una entrada de viejas puertas de madera abiertas que daba a un sótano.
Con un rápido pero suave aleteo, la paloma descendió rumbo al sótano. Esta vez oyó unas voces, así que rápidamente se posó sobre una viga de la tétrica habitación y permaneció quieta, como petrificada. El sótano estaba lleno de muebles viejos y polvorientos que cubrían varias cajas. En el centro de la habitación solo había dos sillas situadas a los lados de una pequeña mesa de madera. Sentados sobre estas conversaban dos sujetos. Uno era Montgomery, y el otro se trataba del misterioso marionetista que había engañado a Rudy en Ciudad Capital.
–¿Para qué me citaste aquí Montgomery, si ya me dirigía a Mabsve a negociar con Simona?
–Me enteré de tu fracaso en Ciudad Capital, mi estimado Capricornio, o, mejor dicho, Xavier De la Vega…
–¡Shhh!, ya te he dicho que no me llames por mi verdadero nombre, Montgomery –le reclamó Capricornio.
–Ya olvídate de eso y vamos al punto. Te he citado aquí porque he visto a un centinela que coincide con las características que me dieron mis informantes sobre uno de los niñatos que frustraron tu negocio.
–¿Estás seguro?
–Completamente. Es más, mis informantes me facilitaron documentos que describían muy detalladamente a cada uno de esos jovenzuelos. Este es el informe del muchacho del que te hablo.
Capricornio cogió el documento que le alcanzó Montgomery y lo leyó detenidamente. Cuando terminó, su expresión había cambiado por completo.
–Me alegra que me hayas llamado, Montgomery. Con que Rudy Craft, ¿eh? Disfrutaré mucho enfrentándome a ese muchachito. Por cierto, déjame decirte que tiene un gran potencial.
–Espera, Capricornio, no te precipites. Solo quería motivarte con la noticia. Sé que otros dos de los que frustraron tus planes se encuentran en estos momentos en Mabsve. Ellos están junto a otro chiquillo más y bajo el mando de tu queridísimo “amigo”, el capitán Natalio…
–A veces me asusta lo bien informados que están los Filosofal.
–¿Que puedo decir? Tenemos informantes hasta en los lugares más insospechados –sonrió Montgomery–. Bueno, lo que te quiero decir es que te vayas tranquilo a Mabsve y ataques a esos niñatos y al capitán Natalio. Ya verás cómo Rudy llegará hasta allá en menos de lo que canta un gallo.
–Recibido, pero… ¿Cómo harás para que el muchacho opte por ir hasta Mabsve?
–En eso estoy –Montgomery mostró una leve sonrisa mientras acariciaba su bigote con los dedos.
Los dos hombres salieron del sótano, y cada quién se alejó en una dirección distinta. Pasado un rato, la paloma dejó la viga y voló hacia donde estaban Alanis y los demás.
–Y Alanis, ¿Qué fue lo que averiguaste? –le preguntó Phillipe. Jack también estaba ansioso por saber los detalles. Alanis sostuvo a la paloma con su mano y poco a poco le fue extrayendo la información. Sin embargo, una vez acabó de asimilar todo y la paloma se alejó volando, Alanis sudaba frio y su rostro había adquirido un semblante que denotaba un terrible shock.
–¿Estás bien? –le preguntó Phillipe.
–¿Tan terrible fue lo que averiguó, capitana? –hizo lo propio Jack.
Alanis permaneció en silencio por un largo rato. Tras ello, lo único que salió de su boca fue un breve susurro. “Hermano”, ella dijo con voz angustiada.
Esa tarde todos los centinelas y Jack estaban reunidos en el cuartel. Con excepción de Alanis, el resto charlaba tranquilamente.
–Capitán, ¿Qué pasó con los hermanos Cooper? –preguntó Rudy–. ¿Por qué no están aquí para celebrar el éxito de la misión?
–Rudy, ellos han huido del país. Desde antes de llevar a cabo la misión efectué los preparativos para su escape. Ellos y yo estuvimos de acuerdo en que eso sería lo mejor.
–¿Huir del país? ¿Por qué?
–¿Es en serio? –el capitán Allen se mostró extrañado.
–Discúlpelo, capitán. Rudy es un poco lento y no entiende que si los Cooper permanecían aquí tarde o temprano sus enemigos los encontrarían y los asesinarían –le explicó Lucrecia con tono calmado.
–¿Y a donde han huid…? Un momento, ¡¿a quién le dices lento, Lucrecia?! –Rudy le reclamó a su compañera–. Es el colmo, no contenta con haberme hecho creer que estabas muerta, ahora esto…
–Agradece que Lucrecia te dijo lento –intervino Phillipe–. Yo de frente te hubiera llamado imbécil.
–O idiota –agregó Jack.
–Serán atrevidos –gruñó Rudy.
De improviso, Alanis se incorporó de su asiento, en el que había estado callada y pensativa desde que llegó al cuartel, y salió de la habitación sin decir nada.
–Desde que obtuvo la información de la paloma esta así –comentó Phillipe–. Incluso hasta ahora no nos ha dicho nada de lo que averiguó.
–Yo hablaré con ella, ustedes esperen acá –dijo el capitán Allen, y luego salió en la misma dirección que Alanis.
Allen siguió a la capitana por la calle. Esta lo vio y apretó el paso. Sin embargo, Allen fue más rápido y la cogió del antebrazo para detenerla.
–Por favor, Alanis, dime lo que ocurrió. Sabes que en medio de una misión no puede haber secretos. Alanis reflexionó por un momento y luego asintió.
–Sí, tienes razón –ella dijo.
Ya en el cuartel, ambos capitanes se encontraban tomando el té en la oficina de Allen. En tanto, Rudy y los demás dormían en sus habitaciones. Un candelabro iluminaba la oficina, y por una pequeña ventana a espaldas del escritorio de Allen se podían ver unas cuantas estrellas del cielo nocturno. Ya era más de medianoche.
–Entonces, lo que oíste fue que Capricornio va a atacar a los centinelas que se encuentran de misión en Mabsve –recapituló Allen luego de que Alanis le contó lo que había averiguado–. Pero… a pesar de ello no entiendo tu reacción. ¿Acaso alguno de esos centinelas es familiar tuyo?
–Me duele que exista gente tan cruel –respondió Alanis–. Sabes que Capricornio es el que controla todo el bajo mundo del continente, sabes de las atrocidades que ha cometido para alcanzar sus objetivos…
–Eso ya lo sé –la interrumpió Allen–. Pero a pesar de todo aún siento que me estás ocultando algo.
Alanis ya no pudo aguantar más y rompió en llanto. Allen la cogió de las manos y trató de calmarla. Ya más tranquila, Alanis confesó a Allen algo que lo dejó sin palabras.
–Descubrí que Capricornio es en realidad Xavier De la Vega… mi hermano.
–¡¿Cómo?! Se supone que nadie conoce la verdadera identidad de Capricornio… ¿Estás segura de lo que dices? –Allen preguntó una vez que consiguió salir de su asombro.
–Completamente –contestó Alanis–. Es por eso que ya he tomado mi decisión: iré a Mabsve y yo misma lo arrestaré.
–Alanis, estamos en medio de una misión, no puedes abandonarla por asuntos personales. ¿Qué le dirás a Rudy y a los demás?
–Los centinelas a los que va a atacar mi hermano son amigos de Rudy, le pediré que me acompañe.
–No puedes hacer eso, ¿sabes del peligro al que lo expondrás? –le increpó Allen–. Rudy es un recién graduado, no tiene experiencia para una misión tan arriesgada como esa.
–Yo lo protegeré.
–Capricornio es el criminal más peligroso del mundo. El controla a las mafias de todos los países de la República…
–¡Es mi hermano! –exclamó Alanis.
–Todo esto me preocupa… ya que además de Capricornio están ese Montgomery y… los Filosofal. ¿Quién demonios son esos sujetos? Suenan como una agrupación muy poderosa…
–No me cambies el tema, Allen. ¡Iré a Mavsbe así sea lo último que haga!
–Está bien, está bien, iremos todos
–contestó Allen luego de haberse quedado pensativo por un buen rato–. Solo dame
un tiempo para arreglar ciertos asuntos y para hacer los preparativos. Yo te
avisaré cuándo partiremos. No te preocupes, me aseguraré de que sea lo más
pronto posible.
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😻¡Infinitas gracias por leerme!😻


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