Capítulo 6: Graduación
Una blanca pared estaba frente a él cuando abrió los ojos. Rudy se fue levantando lentamente de la cama en la que se encontraba y observó a su alrededor. Se hallaba en una habitación de paredes y techo blanco. A un lado había una ventana con cortinas entreabiertas, por las cuales se filtraba la luz del sol de la mañana. Rudy volteó hacia el otro lado y observó una cómoda de madera, sobre la cual había regadas cartas, pequeños obsequios, y un recipiente con agua sobre el que reposaban gran cantidad de flores de todos los tamaños y colores. Más allá se encontraba sentada una persona de uniforme militar echándose una siesta. Rudy la observó más de cerca y descubrió que se trataba de Anastasia.
–Oye, despierta –la samaqueó.
–¿Que pasa…? ¡Oh! Rudy, ya despertaste, ¡qué alegría!
–¿Dónde están los demás? ¿Se encuentran bien?
–Tus cuatro compañeros están fuera de peligro y pronto se recuperarán. No te preocupes.
–Qué bueno, pero, ¿y qué pasó con el marionetista y con los niños del orfanato?
–Los niños ya han sido reubicados en otro orfanato. Por cierto, te han dejado varios obsequios y cartas de agradecimiento –Anastasia señaló hacia la mesita.
–¿Y qué ocurrió con el marionetista?
–No lo ubicamos. Puras marionetas inertes fue lo único que encontramos.
–La marioneta de un niño… supuestamente Sigmund trasladó su alma a esa marioneta. ¿Hallaron la marioneta de un niño en el segundo piso?
–Si –contestó Anastasia–. Pero era una simple marioneta más. Por cierto, ¿quién es Sigmund?
–Sigmund More, así se llamaba el marionetista. Él me lo dijo.
–Ya veo.
–¿Qué, lo conoces?
–Así es, hace tiempo fue hallado muerto. Se trataba de un criminal muy peligroso. Sin embargo, lo curioso del caso es que cerca de su cuerpo los investigadores hallaron enterrados los restos de una marioneta que, al parecer, había sido usada como bomba. Lo recuerdo porque un amigo que trabajó en el caso me lo contó, y aparte porque fue la comidilla de los periódicos de la ciudad por un buen tiempo.
–Entonces, ¿Qué me estás tratando de decir?
–Que lento que eres, Rudy. Lo que te quiero decir es que el marionetista fue quién mató a Sigmund. Él te engañó.
–Ya veo – se lamentó Rudy desanimado.
–Bueno, mejor te dejo descansar. Iré a ver como se encuentran los otros.
–Espera, ¿Qué será del examen?
–El examen ya se realizó, pero no te preocupes. Ustedes cinco lo podrán dar la próxima semana –contestó Anastasia. Poco después ella salió de la habitación.
Rudy se quedó pensativo por un rato. Ya estaba a punto de volverse a dormir cuando de pronto los recuerdos del momento en el que destrozó al niño marioneta volvieron a su mente. Recordó la sensación que tuvo momentos antes de abalanzarse sobre la marioneta: una gran cantidad de información relacionada con su poder final había circulado en su mente cuando volvió a materializarlo. Pero, según él recordaba, estos datos debían llegar a la mente de uno apenas desactivaba su halo tras la primera vez que materializaba su poder. ¿Por qué en él eso ocurrió recién cuando por segunda vez materializó su poder final? Sin embargo, estás dudas no eran lo que más le preocupaba a Rudy, sino la información que había pasado por su mente en aquel momento.
“Cuando materialicé mi poder final por segunda vez, por mi mente pasaron unas imágenes horribles. Me vi a mí mismo como un monstruo despiadado que sólo pensaba en destruir y en alimentar su odio. No sé si esto les haya ocurrido a los otros, pero lo que sí sé es que en aquel instante sentí un gran deseo de destruirlo todo. Ahora que lo recuerdo, agradezco que no haya habido nadie aparte de esa marioneta en ese momento; no creo que hubiera sido capaz de diferenciar amigos de enemigos”, meditó Rudy, y al poco rato se durmió.
–¡Antifaz celestial! –exclamó Scarlett, y de inmediato unos minúsculos relámpagos blancos materializaron un antifaz plateado en el rostro de la joven.
–Excelente, excelente –asintió el comandante Gomis mientras hacía anotaciones en unas hojas–. Está aprobada, señorita Scarlett.
Scarlett saltó de alegría y salió de la habitación escoltada por un soldado.
–¡Que pase el último! –exclamó el soldado. Entonces, Rudy se incorporó de su asiento e ingreso a la habitación. Tras de sí entró el soldado y cerró la puerta.
–¿Cómo te fue, Scarlett? –preguntó Susan.
–Aprobé, ¡qué alegría!
–Qué bueno. Hasta ahora todos hemos pasado. Seguro que a Rudy también le va a ir bien –comentó Clark.
–No lo sé –dijo Bill pensativo–. Desde que salimos del hospital lo he visto preocupado y meditabundo. Nunca antes había visto a Rudy con esa actitud.
–Muy bien Rudy, ¿te parece si empezamos? –preguntó con tono amable el comandante Gomis.
Rudy asintió y activó su halo.
–¡Fuerza salvaje! –él exclamó, y entonces unos colmillos, garras afiladas y una larga cola de león se materializaron en su cuerpo.
–Muy bien, muy bien. Estás aprobado –dijo el comandante y luego hizo unas señas al soldado para que acompañe a Rudy hacia la salida.
–Señor, antes de irme quisiera preguntarle algo.
–Adelante.
Rudy le contó todas las dudas y temores que había tenido cuando despertó en el hospital. El comandante oía atentamente. Cuando Rudy terminó, la habitación quedó en silencio por unos instantes. El comandante quedó pensativo.
–Ya sé cuál es la raíz de tu problema –Gomis dijo finalmente–. Verás, el poder final de los usuarios del halo normalmente no se ve afectado por el lado emocional de la persona. Sin embargo, por lo que me has contado he podido darme cuenta de que tu poder final está influenciado en su mayoría por lo emocional. El tuyo es un caso del que no había oído en muchísimo tiempo. Lo que te aconsejo es que aprendas a controlar tus emociones, sobre todo las negativas, como el odio o la ira. No debes dejar que te dominen, o de lo contrario terminarás muy mal… y lo que es peor, no solo tú.
Cuando Rudy salió de la habitación, su rostro estaba más serio que nunca. Sus amigos se acercaron a él para preguntarle sobre cómo le había ido en el examen, a lo que Rudy respondió con un desanimado pulgar levantado. Luego se alejó del lugar dejando atrás al resto.
–Lo ven, les dije que algo andaba mal con él –indicó Bill.
–Ahora que lo dices, yo también lo he notado algo distante estos últimos días –comentó Scarlett–. Le preguntaré qué le pasa y si puedo ayudarlo en lo que le preocupa.
–Vamos todos a preguntarle –sugirió Clark.
–Pero en otro momento en el que esté menos evasivo. Por ahora pienso que lo mejor es dejarlo solo –recomendó Susan.
En el patio del cuartel general, justo frente al edificio de la división de los Centinelas de la República, varias columnas de centinelas lideradas por sus respectivos capitanes estaban formadas frente a un estrado improvisado. El sol de mediodía era abrasador, pero nadie expresaba su cansancio ni calor. En ese momento, con voz seria el general Ryan Payne daba un discurso. Todos los demás escuchaban en silencio, y si no fuera por los débiles ruidos que llegaban desde fuera de los muros del cuartel y de los intermitentes canticos de los pajarillos que revoloteaba por el lugar, esa voz habría sido el único sonido presente.
Luego del discurso siguió la entrega de la característica capa de los centinelas a los recién graduados, y la entrega de un fino colgante de oro con un medallón en su centro de forma circular y que llevaba labrado el escudo de los centinelas: la figura humana sosteniendo en una mano una balanza y en la otra una lámpara relampagueante.
Habían pasado dos días desde que los cinco amigos dieron el examen. Rudy aún se encontraba preocupado, pero ya no lo expresaba de forma tan evidente; había aprendido a sobrellevar su problema para no preocupar a sus amigos, al punto que a veces realmente llegaba a olvidarse del asunto.
Luego de que los trece recientemente nombrados centinelas recibieron sus condecoraciones, ellos bajaron del estrado, se formaron en fila frente a este, y realizaron un respetuoso saludo militar al general Payne y a los otros altos rangos que lo acompañaban en el estrado. Payne y sus acompañantes respondieron con otro saludo militar, y luego Payne tomó la palabra.
–El colgante que se les ha entregado es su identificación como centinelas. La balanza representa la justicia y la linterna el poder de un alma pura. El que ambos objetos estén sostenidos por una figura humana sirve para recordarles que jamás deben abandonar su humanidad. Recuérdenlo, desde ahora son oficialmente Centinelas de la República, y por lo tanto es su deber el cumplir con todas las misiones que les asignen sus superiores en aras del bienestar de la alianza. Precisamente, ese colgante es el símbolo de tan sagrado compromiso –el general les dijo.
Esa tarde el departamento de Anastasia se encontraba de fiesta. En este estaban reunidos los trece nuevos centinelas junto con sus seres queridos, entre los que se hallaba el padre de Scarlett.
–¡Que deliciosa está la comida! –exclamó Rudy mientras engullía sin parar los bocadillos que había sobre la mesa.
–¡Compórtate, Rudy! ¡Nos avergüenzas a todos! –se quejó Scarlett.
–Nada de eso, más bien creo que deberíamos seguir su ejemplo –sugirió Bill, y al instante se abalanzó sobre la mesa–. No está mal romper con la dieta de vez en cuando –él agregó con la boca llena.
–Par de cerdos –bufó Susan mientras se alejaba del lugar.
Más allá, Tiki y Kina, los mellizos de tez morena, estaban intentando dilucidar sobre qué clase de misiones les darían al día siguiente.
–Pienso que nos mandarán a algún país a cazar criminales –comentó Tiki.
–No lo sé. Creo que nuestra primera misión deberá ser algo sencillo –respondió su hermana.
–Rayos, a mí me parece injusto que tan rápido ya nos den misiones –se quejó Tony tras oír la conversación de los hermanos.
Mientras tanto, en otro lado de la concurrida sala, Phillipe estaba intentando flirtear con Hana, pero Bob y Klaus no estaban dispuestos a ponérselo fácil.
–Tus pecas son muy bonitas, señorita –la piropeó Phillipe mientras le sonreía.
–No digas esas cosas, que haces que me sonroje –contestó Hana embobada.
–Oye Phillipe, y ¿Qué misión crees que nos den mañana? –preguntó Bob.
–¿Crees que será algo fácil? –agregó Klaus.
–Vamos, muchachos, no ven que estoy un poco ocupado –les dijo Phillipe, expresándoles así su incomodidad por su presencia.
–Te aseguro que cualquier misión que nos den no será tan aterradora como lo que te haremos si intentas algo con nuestra hermana –amenazó Bob.
–Así que ten cuidado con lo que hagas, granuja –agregó Klaus.
–¡¿A quién le dices granuja, desgraciado?! –replicó Phillipe.
–¡Este tipo quiere pelea! –gruñó Klaus–. Vamos hermano, hay que darle una lección.
–Mi tipo son los hombres fuertes y decididos –indicó Hana–. Así que si no puedes con mis hermanos lo siento por ti, Phillipe.
–¡¿Qué?! ¡Yo pensé que ibas a defenderme! –exclamó Phillipe, sin poder dar crédito a lo que acababa de oír.
Los hermanos ya se iban a abalanzar sobre Phillipe, cuando en eso unas manos les tocaron los hombros.
–Creo que mi amigo no está preparado para un partido tan exigente como su hermana –sonrió Tony sin dejar de soltar los hombros de los dos hermanos.
–Tienes razón, Tony. Ya será en otra ocasión –dijo Phillipe mientras se alejaba a toda velocidad.
–Me salvaste, amigo –rato después Phillipe le agradeció a Tony por su providencial intervención.
–Eso te pasa por andar dándotelas de galán, idiota –le reprochó Tony.
En tanto, Scarlett y Susan habían salido del departamento y se encontraban en el pasillo charlando, cuando al poco rato se percataron de que había alguien sentado en las gradas que iban hacia la planta superior del edificio.
–¿Qué haces acá, Lucrecia? –preguntó Susan cuando junto a Scarlett se acercaron a las gradas.
–Estar con tanta gente me pone incómoda –respondió Lucrecia con su típica voz lúgubre.
–Vamos, que no te de pena. Ya verás cómo adentro te divertirás –la animó Susan.
–No lo sé.
–Levántate, amiga. Si no quieres bailar, entonces puedes comer y beber con nosotras mientras charlamos –le ofreció Scarlett mientras le daba unas palmaditas en el brazo, incitándola a ponerse de pie.
–Bueno, creo que comer algo no es mala idea –comentó Lucrecia, y se incorporó.
Adentro una pequeña banda de músicos tocaba animosas melodías en las que destacaba el violín y la guitarra. En cuanto a los asistentes, algunos bailaban, otros conversaban y otros se dedicaban a comer.
–Sabes, desearía que Azor estuviera aquí –Rudy le decía a su amigo con la boca llena.
–¿Azor? ¡Oh! Te refieres al león parlante que te crio –recordó Bill–. No te preocupes, estoy seguro de que en el futuro te reunirás con él y le contarás todos tus logros.
–¡Ahhhh, no puede ser! ¡Rudy y Bill: paren de comerse todo y dejen algo para los demás! –se quejó Scarlett cuando, junto con sus dos amigas, llegó a la mesa de la comida.
–Pero Anastasia dijo que podíamos comer lo que queramos –se defendió Rudy.
–Qué asco, ¿Cuándo vas a aprender buenos modales? ¡Es una falta de respeto hablar con la boca llena!
–¡Jum! Entonces ya no te hablaré.
–Serás… –rabió Scarlett. Por su parte, sin poderlo evitar, Lucrecia soltó una risita discreta.
–Creo que Rudy lleva razón –ella opinó.
Scarlett ya se estaba acercando a Rudy con violentas intensiones, cuando su padre se le acercó y le dio conversación.
–Dime hija, ¿sientes que ha mejorado tu vista con el entrenamiento? –preguntó Oliver.
–Por supuesto papá –contestó Scarlett notablemente contenta–. Aunque normalmente mi vista es solamente un poco mejor que antes, cuando activo mi halo esta mejora enormemente, y más aún cuando materializo mi poder final. ¡Con el antifaz puesto soy incluso capaz de ver a través de las paredes!
–Ya veo, así que tu poder final es un antifaz.
–Y no solo me da una súper-visión, sino que me permite acumular energía en cualquier punto de mi cuerpo y expulsarla como una onda de choque con solo pensarlo. Y si acumulo esa energía en mis ojos la puedo lanzar aún con más potencia…
–Por favor, hija, dame un respiro –bromeó Oliver.
–¡Scarlett es una charlatana! –rio Rudy a espaldas de ambos.
–¡Yo no quise decir eso, Rudy! –le reclamó Oliver.
–¡¿Cómo que charlatana?! ¡Idiota! –gruñó Scarlett.
Susan y Lucrecia se miraron entre
sí, y sin poder aguantarse más se echaron a reír. Mientras tanto Bill seguía
comiendo en la mesa sin inmutarse.
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