Capítulo 5: Las temibles marionetas vivientes
El edificio del senado de la República, conocido como el Foro, consistía en una monumental obra arquitectónica con una cúpula en cuya cima se cernía una asta con la bandera símbolo de la alianza de las naciones humanas. Precisamente, un profundo sonido de repique de campanas se oyó desde una de sus torres durante aquella mañana. Las campanadas marcaban que ya era mediodía. Mientras tanto, por los alrededores Rudy y algunos amigos se encontraban deambulando por entre un mar de gente.
–Oye Rudy, ¿en serio no estás preocupado por ser el único de nosotros que hasta ahora no ha podido materializar su poder final? –preguntó Scarlett.
–Para nada.
–Déjalo, Scarlett. Lo que pasa es que ya se resignó –comentó Susan.
–¡No me he rendido, idiota! –replicó Rudy–. Es solo que no quiero preocuparme por gusto.
–Pero Rudy, aunque sea deberías entrenar un poco –le aconsejó Clark–. No es posible que toda la semana te la hayas pasado vagando, e incluso ahora, un día antes de la prueba, sigas como si nada.
–Creo que los chicos tienen razón, Rudy –acotó Bill.
–Vaya, vaya, así que ahora todos se han propuesto arruinarme mi último día libre –se quejó Rudy–. ¡Pero ni crean que lo conseguirán! Por cierto, me acaba de dar mucha hambre, así que mejor me iré a comer algo, ¡adiós!
–Oye Scarlett, ¿no piensas seguirlo? –preguntó Susan en tono burlón.
–No será necesario, mira, allí regresa.
–¡Dame dinero, Scarlett! ¡Tengo hambre!
–No te daré nada hasta que no logres materializar tu poder final.
En estas discusiones estaban los muchachos cuando de pronto un tipo pasó corriendo por su lado, y tras él pasó una niña vestida con harapos que lo perseguía. –¡Devuélveme mi dinero, ladrón! ¡Lo necesito! –lloriqueaba la pobre.
Los muchachos contemplaron la escena, y al poco rato, en tanto Scarlett y Susan se acercaron a la niña para consolarla, Rudy, Clark y Bill fueron en persecución del presunto delincuente.
El ladrón corrió por varias cuadras y luego viró a la derecha por un estrecho callejón. Los muchachos, que nunca le perdieron el paso, tomaron la misma dirección. –¡Hey, detente ladrón! –gritó Rudy, pero el tipo le fue indiferente.
–¡Ya me cansé de este jueguito! –exclamó Rudy, y activó su halo. En un segundo, él se situó delante del presunto ladrón, quien cayó al piso tras chocarlo. ¡Hasta aquí llegaste, ladronzuelo! –sentenció Rudy–. ¡Ahora, devuelve lo que te robaste!
–Usted no lo entiende, señor –lloriqueó el presunto ladrón, que resultó tratarse de un chiquillo de cuerpo demacrado y mirada triste–. Esa supuesta niña en realidad es una marioneta enviada por el director del orfanato en el que vivimos para vigilarnos.
–¿Qué fue lo que sucedió, Rudy? –preguntó Clark mientras corría al encuentro de su amigo junto con Bill.
–¿Para vigilarte? ¿Por qué habría de vigilarte? –preguntó Rudy extrañado.
–El director nos obliga todos los días a llevarle dinero al orfanato, y si no lo conseguimos hasta el anochecer nos golpea y nos encierra por varios días –contestó entre lágrimas el muchacho–. Muchos, hartos ya de recibir tantos maltratos, hemos intentado huir, pero las marionetas del director siempre nos vigilan.
–¿Oigan, ustedes saben que es una marioneta? –Rudy se dirigió a sus amigos.
–Mmm, es un muñeco de madera al que su dueño lo controla mediante hilos –contestó Bill luego de meditar por un buen rato.
–Pero si son simples marionetas deberías ser capaz de deshacerte de ellas fácilmente –observó Clark luego de enterarse de la situación.
–Normalmente es imposible, porque las marionetas están unidas a nosotros mediante hilos, y al menor intento de querer huir, se nos pegan para apuñalarnos –explicó el chico–. Esta vez me las arregle para cortar sus hilos y huir, pero ella se dio cuenta y de inmediato me comenzó a perseguir.
–¿Cómo te llamas, amiguito? –preguntó Bill.
–Charles.
–No te preocupes, nosotros te ayudaremos, Charles –le prometió Bill.
Los muchachos junto con Charles se encaminaron de regreso a donde habían dejado a sus amigas y a la supuesta niña. –¿En verdad le has creído, Bill? –susurró Clark a su compañero–. Puede que el muchacho nos esté engañando para salir bien librado.
–No lo creo –contestó Bill–. Pero de todos modos lo comprobaremos.
Al llegar a la plaza los muchachos se reunieron con Scarlett y Susan. La niña aún estaba allí, pero ahora Rudy y sus dos compañeros ya no la veían del mismo modo a como lo habían hecho hasta hace un rato.
–Aquí hemos traído al ladrón, amiguita –dijo Bill–. Dinos que es lo que te robó para que te lo devuelva.
La niña no contestó nada y se acercó a Charles, pero a medio camino Rudy la detuvo. –Charles tenía razón, esto en realidad es una marioneta –dijo Rudy, mientras en su mano sostenía unos hilos casi invisibles que habían estado a punto de pegarse al cuerpo del chiquillo. Entonces, Bill activó su halo y con un potente puñetazo destrozó en mil pedazos a la niña marioneta.
–¡¿Qué rayos has hecho, Bill?!! –gritaron Scarlett y Susan escandalizadas, pero de inmediato se callaron cuando vieron que la supuesta niña se volvió pedazos de astilla y que de entre sus ropas cayó un afilado cuchillo. Clark les explicó la situación y por fin las muchachas tuvieron claro lo que en verdad estaba pasando. Una vez aclaradas las cosas, los muchachos se presentaron con Charles, y además le reafirmaron su promesa de ayudarlo con su problema.
–¿Dónde queda el orfanato en el que vives? –le preguntó Clark.
–Está cerca, a unas pocas cuadras de aquí. Yo puedo guiarlos si quieren –se ofreció el chiquillo.
–Iremos a la comisaría a hacer la denuncia, y luego tú nos guiaras junto con los policías hacia el orfanato, ¿de acuerdo, Charles?
El muchacho asintió, y así todos se dirigieron hacia la comisaría más cercana. Sin embargo, a medio camino, varias niñas marioneta les cerraron el paso. De entre todas, una avanzó al frente y se dirigió a Rudy y sus amigos.
–Mis compañeras están vigilando a los otros chiquillos del orfanato. Si no quieren que les pase nada, más les vale olvidarse de ir a la comisaría –los amenazó.
–Todo está perdido –se lamentó Charles–. Debí suponer que nunca podría escapar del director. ¡Fui un estúpido al haberme ilusionado!
Scarlett y Susan trataron de calmarlo, pero el niño estaba inconsolable. Mientras tanto, Rudy y Bill se pusieron en guardia, con toda la intención de destrozar a las despreciables muñecas, pero Clark los detuvo.
–Arreglaremos esto entre nosotros –dijo la niña marioneta–. Síganme…
Los muchachos estaban entre la espada y la pared. Desobedecer la orden significaba poner en un grave riesgo a los niños del orfanato, pero hacer caso a la invitación de la niña resultaba algo muy peligroso, tanto para ellos como para los niños del orfanato. Los chicos barajaron sus opciones por un corto rato. Al final optaron por seguir a la marioneta.
Escoltados por el resto de niñas marionetas, los muchachos siguieron a la marioneta guía hasta llegar a un lúgubre edificio con tejas de un rojo descolorido. Entraron a través de una verja de rejas negras y atravesaron un jardín lleno de mala hierba y arbustos crecidos. Los chicos y las niñas marioneta se detuvieron ante una gran puerta de madera que daba acceso al orfanato, y tras un corto periodo de espera esta se abrió lentamente con un quejumbroso chirrido.
El interior del orfanato estaba iluminado por delgados rayos solares que se filtraban a través de empolvadas cortinas. El lugar lucía sucio y polvoriento. Unos pocos muebles poblaban la amplia sala, y más al fondo unas escaleras llevaban a la segunda planta.
–Buenos días, caballeros, los saluda el conserje de esta casa –se presentó un anciano de nariz respingada y vestido de mayordomo–. El señor los ha estado esperando. Por favor aguarden aquí mientras voy a avisarle de su llegada.
Rudy y sus amigos quedaron sorprendidos por la repentina aparición de este singular personaje, y más aún porque les resultó difícil de creer que alguien de tan buenos modales pudiera ser parte de los despreciables actos cometidos por el director.
El conserje subió por las escaleras hasta perderse de vista, y al rato volvió acompañado por un sujeto alto, de pelo grasiento y vestido con un traje remendado y con un sombrero de copa con parte del ala rota.
–Les doy la bienvenida, mis invitados de honor –sonrió el tipo recién llegado, y mostró unos dientes amarillentos y chuecos.
–¿Ese tipo tan repugnante es el director? –preguntó Susan con disimulo a Charles. El chiquillo asintió con temor.
Entonces la puerta de detrás de los chicos se cerró de golpe. Los muchachos activaron su halo y se pusieron en guardia. Charles se ocultó tras ellos.
–Arreglaremos esto aquí y ahora –volvió a soltar una repelente sonrisa el director del orfanato, y luego, tras hacer un ademán con su mano, todas las niñas marionetas empuñaron los cuchillos que ocultaban bajo sus vestidos y se abalanzaron sobre los muchachos.
La batalla fue corta. Cuando finalizó los chicos se encontraban de pie frente al director y al conserje. En tanto, tras ellos quedaron regados los restos de las niñas marionetas.
–¡No nos derrotarás con esas insignificantes muñecas! –exclamó Rudy, aún un tanto agitado por el reciente enfrentamiento.
–Ilusos, sepan de una vez que esta batalla yo la tuve ganada desde el principio –expresó el director del orfanato con total tranquilidad.
Los muchachos voltearon tras oír abrirse la puerta principal, y, para su sorpresa, se encontraron en la entrada con un enorme grupo de niños escoltados por una misma cantidad de niñas marionetas que portaban afilados cuchillos.
–Como ya lo habrán notado, la victoria siempre estuvo de mi lado –señaló el director del orfanato–. Ahora, si no quieren que todos esos niños mueran, déjense asesinar por mí. Lo sé, mi petición es una locura, pero una mayor locura fue el que ustedes crean que podrían hacer algo por esos miserables chiquillos…
En esos momentos, Rudy se puso realmente furioso. A pesar de que trataba de controlar sus sentimientos, la ira le brotaba por todo su cuerpo. Sus compañeros también estaban sumamente indignados con la situación, pero ellos al menos no lucían tan fuera de sí.
–Tranquilízate, Rudy –lo calmó Scarlett–. Debemos pensar con calma en nuestro siguiente movimiento, pues si nos apresuramos sin medir las consecuencias estos niños acabarán muertos.
–Sabía decisión –rio el director del orfanato–. Ahora, mi buen conserje, acábalos.
El anciano vestido de mayordomo, apenas oyó la orden se remangó el pantalón y sacó un par de espadas que estaban enfundadas en sus rodillas de madera.
–Así que hasta el conserje se trataba de una marioneta –comentó Bill tras un siseo.
“Quería mantener mi poder final en secreto hasta el día de la prueba, pero en vista de las circunstancias tendré que utilizarlo ahora”, pensó Susan, y de inmediato activó su halo y se quitó el parche de su ojo izquierdo. –¡Cadena ocular! –ella exclamó, y en menos de un segundo, unos relámpagos blancos emanaron de su ojo izquierdo y materializaron una cadena con afilada punta de flecha, la cual a una velocidad sorprendente atravesó a todas las niñas marioneta y las lanzó con violencia hacia el jardín.
–¡Huyan! –exclamó Scarlett, y todos los niños, incluido Charles, salieron corriendo del orfanato.
–¡Desgraciada! –bramó el director–. ¡Te mataré con mis propias manos!
Mientras el director, quien también resultó tratarse de una marioneta, se abalanzó sobre Susan, el conserje se enfrentó contra el resto de los muchachos. Estos últimos activaron su halo para luchar, pero se dieron con la sorpresa de que la fuerza y velocidad del anciano marioneta era muy superior a la de las niñas marioneta. Tras un rato de batalla, Rudy terminó con algunos cortes poco profundos, pero, a diferencia suya, sus amigos no salieron tan bien parados: Scarlett tenía un profundo corte en el hombro; Bill, uno en la pierna izquierda; y Clark un corte en un lado del abdomen.
En otro lugar de la sala Susan se encontraba manteniendo una fiera pelea contra el director del orfanato. Él logró imponerse, pues a pesar de los veloces ataques de la cadena de Susan, el director no recibió ningún daño, y, por el contrario, le propinó a Susan unos demoledores golpe que terminaron haciéndola caer de rodillas.
–¡Antifaz celestial! –pronunció de pronto Scarlett.
–¡Mazo juez! –exclamó Clark.
–¡Manoplas aceleradoras! –hizo lo propio Bill.
En un instante los tres muchachos habían materializado sus respectivos poderes finales: Scarlett, un antifaz de color plateado; Clark, un pesado mazo con un mango tan largo como una lanza; y Bill, unas manoplas color cobre.
Con estas mejoras la lucha contra el conserje marioneta se hizo más intensa, aunque en poco rato los tres muchachos ya comenzaron a sentir que su energía espiritual estaba disminuyendo a niveles riesgosos.
–¡Debemos acabar con esta batalla lo más pronto posible, o sino…! –advirtió Clark, pero el rápido movimiento que tuvo que hacer para esquivar una violenta estocada del conserje le impidió terminar la frase.
–¡Rudy! –exclamó repentinamente Scarlett, y con un dedo apuntó las escaleras.
En un principio Rudy no entendió lo que le quiso decir su amiga, pero tras acercarse a las gradas y toparse con el conserje, quien a toda velocidad fue a bloquearle el camino, comprendió la situación.
–¡Tú me has hecho enfadar muchísimo; te haré pagar por todo lo que les has hecho sufrir a los pobres niños de este orfanato! –rugió Rudy, y entonces intensificó su halo y unos minúsculos relámpagos blancos materializaron en su cuerpo afiladas garras y colmillos, y una larga cola prensil, muy similar a la de Azor. Apenas ocurrió esto, el director dejó de luchar contra Susan y, a toda carrera, se abalanzó sobre Rudy para tratar de evitar que este suba las escaleras.
–¡Demasiado tarde! –exclamó Rudy, y tras un explosivo arranque se dirigió a toda carrera hacia la segunda planta del orfanato. El conserje y el director trataron de retenerlo, pero sus avances fueron bloqueados por los compañeros de Rudy.
–¡¿Dónde estás, maldito cobarde?! –gritaba Rudy mientras buscaba por todas las habitaciones de la segunda planta–. ¡Enfréntanos cara a cara en vez de mandar a tus estúpidas marionetas!
Tras un rato de búsqueda en el que destrozó cada una de las puertas que le impedían revisar el interior de las habitaciones, Rudy finalmente encontró lo que andaba buscando tan desesperadamente: el marionetista que movía todos los hilos desde las sombras.
Sin embargo, toda la ira de Rudy se desvaneció en un instante y fue remplazada por el impacto y la indignación. Fue como un baldazo de agua fría el descubrir que el marionetista se trataba en realidad de un niño pequeño. El infante, que por su aspecto parecía tener unos diez años, era delgado y de abundante cabello castaño. En ese momento el pequeño iba vestido con pantalones oscuros viejos, una camisa y un chaleco remendado, y un par de descoloridos zapatos negros con hebillas descascaradas.
–Este niño no puede ser el marionetista, ¡es imposible! –se dijo a si mismo Rudy, como para tratar de convencerse de que lo que estaba viendo no era verdad.
–Por la expresión de tu rostro puedo darme cuenta de que no te esperabas esto –rio con voz dulce el niño–. Pero así es, yo soy el que controla a todas las marionetas: esa es la pura verdad.
–Eso es imposible –insistió Rudy–. ¿Cómo puede un niño de tan corta edad ser tan malvado? Es más, ¿Cómo puede una persona ser tan cruel?
–Aún eres muy joven como para comprender la dura realidad de nuestro mundo –contestó el niño–. Solo te diré que los problemas que nos plantea el destino son los únicos responsables del camino que elegiremos para el resto de nuestra vida.
–Yo creo que todos somos libres de crear nuestro propio destino –le increpó Rudy–. Además, ¡qué me hablas de que soy muy joven para comprender el mundo, si tú apenas eres un niño pequeño!
Al oír la réplica de Rudy, el niño estalló en carcajadas. Esta era una risa que sonaba tierna e inocente, aunque a Rudy le pareció que era la mismísima risa del diablo.
–Mi nombre es Sigmund More, un peligroso asesino y criminal que hace algunos años dieron por muerto –se presentó el niño–. La policía encontró mi cuerpo sin vida en un río al sur de la ciudad, pero lo que no sabían fue que gracias a mi poder final yo seguía más vivo que nunca, aunque claro, ya no en mi cuerpo original.
–¿Qué clase de fenómeno eres en realidad? –preguntó Rudy con asombro y a la vez con temor.
–Un prodigioso marionetista que pone el alma en sus creaciones –rio Sigmund.
Mientras tanto, ya a varias cuadras de las instalaciones del orfanato, los niños se sentían muy preocupados por sus benefactores. Temían que estos ya hayan sido asesinados por el director y sus marionetas, y les aterraba pensar en que ellos serían los siguientes.
–¿Por qué el director de repente nos llevó a la entrada del orfanato y amenazó con matarnos? –preguntó un niño de cabello ondulado llamado Louis.
–Aunque el director siempre nos obligaba a salir todo el día para vender sus extraños caramelos, yo no lo odiaba, pues desde que llegó al orfanato nunca pasamos hambre ni necesidad alguna –comentó un chiquillo–. De verdad que no entiendo por qué de pronto quiso asesinarnos.
–Yo jamás creí que las muñecas que nos acompañaban fueran tan peligrosas –acotó otro niño–. Se supone que solo nos acompañaban para ayudarnos en las ventas.
–Una de esas muñecas quiso matarme –intervino Charles–. Me lanzó unos hilos al cuerpo e intentó pegárseme para apuñalarme.
–¿Y por qué tan de repente quiso apuñalarte? –preguntó Louis.
–Bueno, este… –Charles quedó callado por un rato–. La verdad es que estaba cansado de caminar tanto, así que decidí ir a un mercadillo para vender de una vez todos los caramelos.
–Pero sabes que el director nos prohibió vender los caramelos en lugares muy concurridos –le increpó Louis–. Aunque de todos modos no creo que desobedecer esa orden fuera tan grave como para que quisiera matarte.
–¡Ah! La verdad es que al final los rematé a un precio mucho menor al que nos indica el director que los vendamos –indicó Charles–. Sé que hay gente muy estúpida que compra estos simples caramelos a los elevados precios que nos indica el director que los vendamos, pero yo estaba cansado, así que no iba a esperar a que se me apareciera alguna de esas personas idiotas.
–El director es un negociante empedernido –comentó Louis–. Pero aun así, ¿asesinarte solo por eso?
–Este –Charles tragó saliva–. La verdad es que no quiso asesinarme en serio. Solo fue para llamar la atención y así poder quitarle la bolsa de caramelos a la señora que los compró. Pero esa treta sí que me hizo asustar, así que me arranqué los hilos y hui…
–Ya nada de eso importa. Más bien, lo que debemos hacer ahora es ir a donde la policía para contarles lo ocurrido –sugirió Louis. El resto de niños asintió, y poco después todos se dirigieron hacia la comisaría más cercana.
Los dedos de las manos de Sigmund se doblaron hacía atrás, y dejaron al descubierto unos agujeros por los cuales comenzaron a salir un sinfín de balas. Rudy intensificó su halo y pudo amortiguar el daño, pero de todos modos quedó algo aturdido por el ataque.
–No sé qué les habrá dicho ese chiquillo, pero yo no soy tan malvado cómo crees –dijo Sigmund luego de soplarse los humeantes agujeros de sus manos por los que habían salido las balas.
–Me dijo lo suficiente como para comprender la clase de canalla que eres –replicó Rudy–. No servirán de nada tus palabras, porque yo te derrotaré pase lo que pase.
–Rayos, creo que la historia de ser un criminal y asesino muy buscado le afectó demasiado –murmuró Sigmund para sí mismo, en tanto continuó atacando con sus ráfagas de disparos.
–Maldición –se quejó Rudy–. A pesar de que he logrado materializar mi poder final, no me he hecho más fuerte. Siento como si me estuviera olvidando de algo, pero, ¿de qué?
Rudy salió de la habitación y corrió por el pasillo. Detrás suyo el piso iba siendo agujereado por los chispeantes disparos de Sigmund. Tras huir por un corto rato, Rudy entró en una habitación y cerró la puerta tras de sí.
–Debo ahorrar mi energía espiritual, así que por ahora desactivaré mi halo y me ocultaré hasta recuperar algo de energías –se dijo Rudy a sí mismo, y luego se escondió debajo de una de las tantas camas que había en la habitación.
–¡Sé que estas aquí, pequeño roedor! –exclamó Sigmund desde afuera de la habitación.
Mientras tanto, en el primer piso del orfanato, Scarlett, Clark, Bill y Susan enfrentaban al director y al conserje marionetas. Debido a que había usado una gran cantidad de energía espiritual en su primer ataque, Susan era en esos momentos la más vulnerable de los tres. En vista de ello fue que sus compañeros optaron por ocupar la primera línea.
Gracias a su poder final, Bill era muy ágil y podía propinar veloces puñetazos a sus enemigos. Uno, dos, tres, cuatro, y un demoledor quinto golpe fue finalmente el que lanzó al director-marioneta contra la pared.
–¡Peso de la ley! –exclamó Clark mientras levantaba su mazo, y entonces una luz dorada salió de este y cayó sobre el conserje-marioneta. Apenas este recibió el luminoso ataque, se estrelló contra el piso, como si un elefante le hubiera caído encima.
–El cuerpo de los malvados se hace pesado cuando sienten el peso de sus propios pecados –declaró Clark luego de efectuar su técnica.
–¡Ahora es mi turno! ¡Visión fatal! –exclamó Scarlett, y de los agujeros para los ojos de su antifaz salió una onda invisible de poder que impactó contra el ya estrellado director-marioneta.
–¡Ten cuidado Clark, la marioneta vestida de mayordomo se está levantando! –advirtió Susan a un distraído Clark que ya se imaginaba victorioso.
–Rayos –se lamentó Clark–. El efecto de mi técnica es demasiado corto, espero que con la práctica en el futuro pueda durar más.
–¡Cadena ocular! –exclamó Susan, y la afilada cadena que salía de su ojo izquierdo arremetió contra el conserje marioneta, aunque este pudo bloquearla con sus espadas. Una lluvia de chispas salió del punto en el que las armas de ambos contrincantes chocaron.
–¡Ah! –Susan lanzó un gemido de dolor y de inmediato su cadena ocular se desintegró en unos minúsculos relámpagos blancos que se terminaron desvaneciendo en el aire. Susan ya no tenía su halo, y estaba tan agotada que cayó desmayada. Bill, quien estaba cerca, corrió a atraparla y luego la llevó a un lugar apartado.
Clark y Scarlett, aunque no al extremo de Susan, también se hallaban muy agotados. Ambos estaban conscientes de que en cualquier momento llegarían a su límite, pero por encima de ello entendían que no podían permitir que las marionetas ataquen a su, en ese momento, indefensa compañera.
–No puede ser –se quejó Clark–. Por más que los hemos atacado con nuestros poderes, estos títeres se vuelven a incorporar. Comparados con las niñas marionetas, definitivamente estos dos están en otro nivel.
Una violenta explosión derribó la puerta de la habitación en la que estaba escondido Rudy. Sigmund entró con pasos calmados en tanto dio un vistazo a la habitación.
–Veo que has encontrado un buen escondite –dijo el pequeño–. Pero si no sales me veré obligado a volar en pedazos este lugar.
Apenas terminó de hablar, Sigmund abrió su boca, y de esta salió una barra de dinamita con la mecha encendida. A continuación, Sigmund la cogió con la mano y la lanzó contra la cama que tenía más cerca.
Astillas y mantas incineradas volaron por los aires, en tanto un estridente ruido acompañó a la explosión. La onda expansiva remeció la habitación entera. Poco después todo el lugar volvió a quedar en silencio.
–Eres despreciable –Rudy habló desde su escondite–. No te importa hacer sufrir a inocentes con tal de satisfacer tu avaricia.
–No soy un demonio –contestó Sigmund–. Tengo mis razones para hacer lo que hago. No me entenderías por más que te lo explicara.
–Estuviste a punto de asesinar a niños inocentes, ¿y dices que no eres un demonio?
–Solo quería asustarte a ti y a tus amigos, si de verdad hubiera querido matar a esos niños, créeme que la cadena de tu amiguita no hubiera llegado a tiempo.
–De todos modos, querías matarnos a nosotros. Eso es suficiente para considerarte un monstruo despiadado.
–Tus palabras me ofenden –rio Sigmund con sarcasmo–. Escucha, yo tengo una misión de suma importancia para el bien de mi país, y todo aquel que se interponga en mi camino se merece el peor de los castigos. Yo no soy un monstruo, los monstruos son todos aquellos que prometieron un mundo mejor, pero que por culpa de su egoísmo lo terminaron convirtiendo en un infierno.
–¡Cállate! –gritó Rudy tras salir de su escondite, y se plantó frente a Sigmund. Su halo estaba activado y rebosaba por todo su cuerpo; Rudy en ese momento estaba realmente furioso–. ¡El egoísta eres tú!
Sigmund cogió otra barra de dinamita de su boca, pero, antes de que pudiera lanzarla, unas afiladas garras destrozaron su cabeza y lanzaron su cuerpo contra la pared de fuera de la habitación. El estruendo fue ensordecedor y una gran cantidad de polvo y escombros saltaron del lugar en el que se estrelló el cuerpo de Sigmund.
Rudy escupió los restos de la mecha mientras en una mano sujetaba la barra de dinamita. Su aspecto en ese momento era aterrador, esto debido a la ira que para entonces se había apoderado de todo su ser.
A la entrada del orfanato llegaron Charles y el resto de niños acompañados de un pequeño contingente de policías y de Anastasia.
Cuando Anastasia y los policías entraron al salón del orfanato, se encontraron con que este estaba hecho un desastre, y con que sobre su suelo yacían los cuerpos inconscientes de Scarlett, Bill, Susan y Clark. Un grupo de policías fueron a su encuentro, y, tras comprobar que estaban vivos, los sacaron del lugar y los llevaron al centro médico más cercano.
Anastasia observó con detenimiento el salón, y encontró varias marionetas inanimadas y destrozadas que yacían regadas por el piso.
–Registren la planta superior –ordenó Anastasia, y un pequeño contingente de policías subió al instante a la segunda planta.
–Capitán, hemos encontrado inconsciente a este muchacho en un pasillo de la segunda planta –dijo uno de los policías luego de que su grupo volvió de registrar la planta superior.
–¡Rudy! –exclamó Anastasia con preocupación, y de inmediato corrió a su encuentro.
Esa tarde el orfanato estaba atestado de policías y militares que registraban el lugar de arriba a abajo. Entre lo que hallaron estaban varias armas de contrabando guardadas en cajas de madera, decenas de sacos con droga en forma de caramelos, y varias marionetas de todos los tamaños y formas.
–¿Cree que todo esto sea obra de algún grupo terrorista, capitán? –preguntó un policía.
–Es lo más probable – respondió Anastasia tras un suspiro.
–¡Queremos hablar con la señorita Anastasia! –Charles y un grupo de niños habían llegado al orfanato, pero unos policías les impidieron el paso. Anastasia, que desde lo lejos vio la escena, se acercó a la verja y les preguntó a los niños sobre el motivo de su llegada.
–¿Cómo se encuentran Rudy y los demás? –preguntaron los infantes–. Queríamos agradecerles por habernos ayudado, pero en la comisaría nos dijeron que los muchachos estaban en el hospital.
–No se preocupen, ellos ya están fuera de peligro y pronto se recuperarán –sonrió Anastasia con ternura. Luego hizo unas señas y un par de policías se acercaron. Anastasia les susurró unas indicaciones y poco después estos se llevaron a los niños del lugar. Desde la dirección opuesta se cruzó con ellos el comandante Gomis, quien se dirigía hacia donde estaba Anastasia.
–¡Llegué tan rápido como me enteré de lo ocurrido! –él exclamó.
–Aún no sabemos quién o quiénes están detrás de esto, pero lo que sí puedo asegurarle es que nuestros jóvenes cadetes hicieron un gran trabajo, comandante.
Mientras tanto, sobre el techo de un edificio de los alrededores, un enigmático sujeto que vestía un largo abrigo negro con bordados naranjas y un sombrero adornado con pequeños cráneos, observaba todo el alboroto del orfanato con las piernas cruzadas y fumándose una larga y delgada pipa. El tipo, un hombre de larga y pelirroja cabellera y de ojos hundidos, soltaba con total tranquilidad largos soplidos de humo.
–Lástima que salió sello –él dijo en voz alta mientras jugueteaba con una moneda–. Se salvaron esos niñatos. Aunque, ahora que lo pienso bien, reanimar mis marionetas me hubiera tomado su tiempo, y antes de conseguirlo esos policías ya me habrían caído encima… ese muchacho… su ataque sí que me sacó de cuadro; me hizo perder el control sobre mis otras marionetas. Espero que en el futuro pueda enfrentarlo de nuevo…
–Mmm, ¿ahora qué hago? ¿Regreso a Mabsve a contarle lo ocurrido a mi cliente, o resuelvo el problema por mi cuenta? –se preguntó el misterioso tipo. Acto seguido lanzó al aire la moneda con la que había estado jugueteando, luego la atrapó y la colocó sobre su otra mano–. Sello: primera opción. ¿Qué se le va a hacer? Hubiera querido quedarme a divertirme un rato más en Ciudad Capital, pero la suerte es la suerte.
El enigmático sujeto se incorporó,
dio una última pitada a su pipa, se acomodó el sombrero, y acto seguido se
alejó con calma del lugar.
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