Capítulo 4: Los estudios en la Academia de Centinelas
En un abrir y cerrar de ojos pasó un mes desde que Rudy y los otros doce aspirantes a centinela iniciaron su formación en la academia. Durante todo este tiempo, en el que los trece estudiantes llegaron a conocerse muy bien entre sí, Rudy no tuvo ningún inconveniente con la rutina de las mañanas. Sin embargo, las tardes se convirtieron en algo muy aburrido y tedioso para él, y en una pesadilla para los instructores que tenían que aguantarlo.
Una tarde de cielo anaranjado y viento suave, los muchachos se encontraban sentados en sus pupitres oyendo una clase de geografía.
–…y ahora tomaré el examen oral a los que faltan –comunicó la profesora Flor, una mujer alta, de corta cabellera negra y de rostro serio y a la vez elegante–. Levanten la mano los que no dieron el examen ayer. Solo tres estudiantes, entre los que estaba Rudy, levantaron la mano. La profesora cogió su lista y tras verla por un rato asintió.
–Señorita Susan, mencione los nombres de los quince países del mundo conocido –la profesora se dirigió a una muchacha de aspecto desaliñado, larga cabellera negra, y cuya característica más resaltante era un parche negro que cubría su ojo izquierdo.
La muchacha dio un largo suspiro. –Tarffin, Rasdel, Gotia, Manfis, Klagma, Montdars, Yk, Poldsmik, Fasbill, Ports, Landfin, Caglare, Partdise, Jux, y Mabsve –recitó con voz despreocupada la joven–. Estos son los quince países del continente.
–Excelente, ahora es su turno, señor Clark –dijo la profesora al chico de la trenza dorada que Rudy y Scarlett habían conocido hace un tiempo–. Dígame como se les conoce a los diez países que rodean Rom.
–Se les conoce como los países del borde –contestó Clark.
–Respuesta correcta –lo felicitó la profesora–. Y ahora –la profesora se interrumpió para dar un suspiro de resignación–, su turno, señor Rudy. ¿Por qué se le conoce al territorio de Rom como el “Bosque Prohibido”? –preguntó.
–Es obvio que porque está prohibido ir allí –respondió Rudy con total seguridad. Varias risas discretas se oyeron en el aula tras oír tan singular respuesta.
–Ilustre a su compañero, señorita Scarlett –dijo la profesora al ver que la mencionada estaba levantando la mano.
–A Rom se le conoce como el Bosque Prohibido porque hasta ahora todo el que ha entrado a este bosque jamás ha vuelto. Lo único que se sabe de él es que está conformado por árboles gigantes que pueden verse desde mucha distancia. Se cree que está habitado por enormes monstruos devora hombres, aunque hasta ahora nadie se ha aventurado a comprobar la veracidad de este rumor –respondió Scarlett.
A la salida de la clase Rudy se encontraba charlando de forma despreocupada. Se había hecho amigo de varios de los aspirantes, aunque de entre ellos con el que más paraba era con Bill, un muchacho de ojos rasgados, gordo y cabeza rapada, que se reía a carcajadas de la mayoría de sus comentarios.
–Oye Bill, ¿ya empezaste tu dieta? –le preguntó Rudy–. Recuerda que el instructor físico te advirtió que si no enflaquecías en un mes te haría entrenar el triple que al resto.
–Eso trato, pero mis padres siempre me mandan comida al cuartel –replicó Bill.
–¿Y porque no les dices que ya no te la manden?
–Eso sería una ofensa hacía ellos.
–Entonces recíbela, pero no te la comas.
–Eso sería aún más ofensivo.
–Rayos, Bill, las costumbres de tu país son un problema: no puedes rechazar nada que ya se considera una ofensa.
–Acabas de insultar a las ancestrales costumbres de mi país. Estoy sumamente ofendido.
Rudy no pudo más y estalló en carcajadas. Bill, que ya estaba acostumbrado a las excentricidades de su amigo, lo imitó y también se echó a reír.
–A veces yo también me pregunto por qué en Yk las cosas son así –comentó Bill. Él era oriundo de Yk, un país ubicado al este de Rom, pero desde hace unos años residía en Ciudad Capital. Sus padres decidieron convertirse en soldados de la República, por lo que abandonaron su país natal. Bill no quiso ser un militar ordinario, y emocionado por los comentarios respecto a ser un centinela, decidió probar suerte.
–Oye Rudy, ¿Por qué no respondiste bien a la pregunta de la profesora? –le preguntó Scarlett desde su detrás. Ella iba acompañada de su nueva mejor amiga: Susan.
–Lo siento, no recordé la respuesta en ese momento –rio Rudy entre dientes.
–¡Pero si me leíste ese libro anoche! –exclamó Scarlett–. Incluso deberías saber más que yo.
–Te lo leí porque me lo pediste, no porque yo haya querido –se defendió Rudy–. Las cosas que no me gustan las olvido fácilmente.
Resulta que debido a su problema de la vista Scarlett siempre necesitó que alguien le leyera los libros de estudio. Antes siempre había sido su padre, pero en la academia, al no estar Oliver, quien asumió esa responsabilidad fue Rudy.
–Deberías tomarte los estudios y la meditación más en serio, Rudy –le aconsejó Scarlett–. Recuerda que ser un centinela no es solo entrenamiento físico. Sí no entrenas tu mente, jamás dominarás el halo.
Todos los estudiantes llegaron a una habitación de paredes blancas y sin ningún mueble u objeto en su interior, con la excepción de varias antorchas colgadas en las paredes y unos platillos sobre las llamas de los que se evaporaban unos relajantes perfumes. Tales objetos daban al lugar un aire misterioso y mágico.
–Siéntense en el suelo de la misma forma que yo –les indicó una joven cuya presencia no fue notada por nadie hasta que habló. La mujer miraba a los recién llegados con unos enigmáticos ojos color esmeralda mientras que sus dedos jugueteaban con su ondulada cabellera color canela. Ella se encontraba sentada en posición de loto.
Cuando todos estuvieron sentados del modo indicado por la joven, esta cerró los ojos e indicó a sus alumnos que hicieran lo mismo, y además les ordenó que despejaran su mente hasta dejarla en blanco.
–Ahora traten de conectar con su alma –ella dijo con voz calmada–. Sientan la energía espiritual circulando por su cuerpo.
La instructora se encontraba de cara a los alumnos y de espaldas a una gran ventana, desde la cual se podía ver el azul profundo del estrellado cielo nocturno. Este cielo era hermoso, aunque el único de la habitación que lo observaba en ese momento era Rudy.
Las clases de meditación eran lo que más le aburría a Rudy de la academia. No podía soportar estar por más de una hora sentado y sin hacer nada. Todo el rollo de la meditación le parecía una pérdida de tiempo. Sin embargo, esa noche su mente tenía varias cosas en las que pensar, por lo que no le importó tener un rato de calma.
“¿El Bosque Prohibido? Qué gracioso, ese nombre solo me hace sentir más ganas de explorarlo. Ahora que lo recuerdo, sí había leído sobre ese lugar en el libro de geografía, así que no comprendo por qué cuando la instructora me lo preguntó mi mente se quedó en blanco. Scarlett sí que tiene buena memoria al haberlo recordado, ¿o será que debo concentrarme más cuando leo? Como sea, Scarlett me aconsejó entrenar mi mente, y si estudiar y meditar son la única forma de hacerlo, pues que me queda…”
Rudy cerró sus ojos y trató de concentrarse. No pasó nada. “Debo conectar con mi alma”, se repetía Rudy para sus adentros, pero la verdad es que no sabía cómo hacerlo. Así se la paso por un buen rato, hasta que al final se cansó de seguir con lo mismo y decidió aprovechar las circunstancias para echarse una pequeña siesta.
–¡Oye Rudy, despierta! La clase ya ha acabado y la señorita Venus ya se fue –Rudy sintió una voz familiar y unas manos que lo zarandeaban.
–¿Qué pasa? ¿Acaso ya amaneció? –Rudy habló con voz cansada.
–Solo un idiota se podría quedar dormido en plena meditación –comentó Susan a su amiga.
–¡¿A quién le has dicho idiota, chica cíclope?! –Rudy soltó las primeras palabras que se le vinieron a la mente para responder al insulto.
–Perdón, pero… ¿me has llamado “chica cíclope”? –preguntó Susan tratando de contener su ira.
–Eh, no, claro que no. Ósea, si he dicho chica cíclope, pero no a ti. Seguramente estaba hablando dormido –trató de excusarse Rudy. Bill, que se había quedado en el salón a la espera de su amigo, ya no pudo aguantar más el mantener la seriedad y soltó una fuerte risotada, la cual hizo eco por un buen rato en la austera habitación.
Tras la cena, los estudiantes se dirigieron hacia sus respectivas habitaciones para dormir. Cuando Rudy se hecho en su cama, aún tenía la mejilla enrojecida por la bofetada que recibió por parte de Susan.
–Oye Rudy, entiendo la razón por la que Susan te pegó, pero, ¿Por qué también me abofeteó a mí, ¡si yo no le hice nada!? –se quejó Bill desde la cama baja del camarote que compartía con su amigo.
–No lo sé, Bill, a veces las mujeres son difíciles de entender –bostezó Rudy, y al poco rato se quedó profundamente dormido.
–¡Vamos, vamos, más rápido novatos! –gritaba el instructor Aníbal, un fortachón alto y cejudo, a los aspirantes a centinela. Los muchachos, avasallados por los rayos del sol de mediodía, avanzaban sin descanso por entre una larga serie de obstáculos, tales como vallas, cercos, sogas colgantes.
–Ya no puedo más –jadeó Bill mientras corría al lado de Rudy.
–Eso es porque estas tan gordo como una vaca.
–Vamos Rudy, se supone que deberías darme palabras de aliento, no bajarme la moral.
–Pero si son el bruto y el gordo, que sorpresa que aún no los hayan echado de la academia – rio Tony, el muchacho delgado y de lentes que había preguntado en la clase de presentación a cargo del comandante Gomis sobre el despertar de la tercera potencia del alma.
–¿El gordo y el bruto? Bueno, el gordo es Bill, pero, ¿y el bruto? No veo a nadie por acá que tenga ese defecto –Rudy señaló de mala gana.
–Aparte de bruto, lerdo –comentó Tony e, inmediatamente, su inseparable amigo Phillipe, un muchacho de barba corta y ojos inquietos, soltó una seca risotada.
–Tony, el cuerpo de fideo, y su mascota Phillipe, el pervertido, ¿de verdad creen que me podrían afectar las burlas de un par de personajes como ustedes? –bufó Rudy. “Muy cierto, muy cierto, amigo Rudy”, Bill asintió repetidamente con su cabeza.
–¡Haber esos cuatro, dejen de conversar y pónganse a entrenar, o de lo contrario se quedarán venciendo obstáculos hasta el anochecer! –les llamó la atención el instructor.
–Te recuerdo que hasta ahora no has podido responder bien a ninguna pregunta de las que te han hecho durante las clases de la tarde –murmuró Tony.
–Considero que los estudios no son necesarios para ser un centinela –respondió Rudy–. No quiero perder mi tiempo en cosas sin sentido.
–Te refrescaré la memoria sobre la importancia de los estudios con las palabras que nos dio la instructora Venus en la primera clase de meditación –insistió Tony–: “para dominar el halo primero debes conocerte a ti mismo, y para conocerte a ti mismo primero debes conocer el mundo”.
–Oye Rudy, Tony tiene razón, yo también recuerdo esas palabras, y además recuerdo que la señorita Venus dijo que conocernos a nosotros mismos era esencial para conectar con el alma –intervino Bill.
–¿Y de que me sirve conectar con el alma si lo único que quiero es incrementar mi energía espiritual? –preguntó de mala gana Rudy.
–Por eso digo que eres un bruto –intervino Phillipe–. Conectar con el alma es lo que le permite a uno manifestar su halo en el mundo real, ¡idiota!
–¡Argh! Esas cosas son muy complicadas de entender para mí –se quejó Rudy, a quien ya parecía estarle saliendo humo del cerebro por tantas cosas que no podía procesar.
–Vaya Rudy, creo que Tony y Phillipe tienen razón cuando te dicen bruto –comentó Bill.
–¡Ahora tu eres quien me baja la moral, Bill; luego no te quejes! –le replicó Rudy.
Fue algo extraño, pero las palabras de Tony y Phillipe lograron despertar en Rudy algo que por más que le insistieron sus mejores amigos, principalmente Scarlett, no habían conseguido despertar: su interés por el estudio. Bueno, en realidad no era un interés en el estudio en sí mismo, sino en su utilidad para dominar el halo. Lastimosamente, tal interés a Rudy no le duró mucho tiempo.
Una tarde de cielo anaranjado con toques de púrpura, Rudy y los hermanos Farro se encontraban sentados sobre el piso del aula de meditación, mientras mantenían una fluida charla. Los Farro eran tres hermanos de origen campesino, cuyas características principales eran muchas pecas y pelo desgreñado. El mayor se llamaba Bob (20 años), la intermedia Hana (19 años), y el menor Klaus (17 años). Estos tres muchachos compartían con Rudy muchas cosas en común, como por ejemplo que en el pasado todos habían convivido con la naturaleza, que los cuatro no eran fanáticos del estudio, y, lo más importante, que hasta la fecha ellos eran los únicos estudiantes que no habían logrado despertar el halo.
–Hola muchachos –los saludó Scarlett tras ingresar al salón. Ella entró acompañada de una muchacha de ojos grises y sombreados, largo cabello negro que le cubría un lado de la cara y que le llegaba hasta la cintura, y de labios carnosos y color rosa.
–Les presento a quien les enseñará a dominar el halo –dijo Scarlett–: ¡Lucrecia Cahill!
–¿La chica rara de la clase? –Rudy se mostró decepcionado.
–¿Qué nos va a enseñar, a ser unos antisociales o a ser mudos? –preguntó burlonamente el mayor de los Farro, ante lo cual sus hermanos soltaron unas risitas discretas.
Lucrecia no contestó a las burlas, simplemente se dio media vuelta y avanzó hacia la salida.
–¡No sean idiotas! –los reprendió Scarlett–. Lucrecia fue la primera de todos nosotros en despertar su halo, y, además, según nos dijo la señorita Venus, el tiempo que tardó en dominarlo fue record.
–¡No, no te vayas, Lucrecia! ¡Lo sentimos, no quisimos ofenderte! –se disculparon Rudy y los hermanos mientras corrían hacia la salida para tratar de retener a su enigmática compañera.
–La maestra siempre nos dice al inicio de cada meditación que pongamos nuestras mentes en blanco –empezó su explicación Lucrecia, luego de que, con muchas insistencias y palabras de arrepentimiento y disculpas, Rudy y los hermanos lograron retenerla–. Sin embargo, eso no significa que durante toda la meditación van a permanecer así. Simplemente, imaginen su mente como un lienzo de pintura, al principio está en blanco, pero luego se va llenando con los trazos del artista, en este caso, con sus más profundos pensamientos y sentimientos. No fuercen a su mente, que todo surja de forma espontánea, pues solo así tarde o temprano conseguirán sentir que están contemplando el cuadro más bello para ustedes, es decir, el estado más puro de su alma. Créanme que cuando eso ocurra ustedes lo sabrán de inmediato, y por primera vez lograrán sentir como fluye la energía espiritual por todo su cuerpo.
–Poético –comentó Hana.
–Cósmico –expresó Bob.
–¿Qué te has fumado? –agregó Klaus.
Un león de tamaño imponente correteaba en medio de la nada. Rudy se veía a sí mismo encontrándose con el león y abrazándolo tiernamente a la vez que le repetía una y otra vez: “soy un centinela, Azor. Te dije que lo lograría”. De pronto, Rudy notó como si pudiera sentir la circulación de su sangre fluyendo por todo su cuerpo, pero no, no se trataba de su sangre. Esto era una energía mucho más poderosa, mucho más trascendental. –¡Es mi alma! –gritó Rudy.
Todos en el salón se quedaron en silencio. El cuerpo de Rudy en esos momentos pasó a emitir un aura de luz muy brillante y potente. Parecía que todo su vigor y vitalidad se habían materializado en ese resplandor hipnótico.
–Es increíble –comentó Scarlett–. Lo lograste, Rudy. Realmente lo lograste.
–¡Detén tu halo, Rudy! –de forma repentina, Lucrecia le ordenó con su característico tono lúgubre. Pero Rudy no se detuvo, y cada vez su halo se fue haciendo más y más potente.
–¡Para Rudy! –le gritó Scarlett muy angustiada, y de inmediato se abalanzó sobre su amigo y lo apretujó con un efusivo abrazo.
Rudy entonces abrió los ojos y gritó con todas sus fuerzas “¡paaaaraaa!”. Y como un fuego que se va quedando sin combustible, su halo fue disminuyendo su intensidad hasta que finalmente desapareció.
–Eres una gran maestra –comentó Bob. Sus dos hermanos asintieron en un gesto de aprobación. Y por primera vez desde que llegó al salón, Lucrecia esbozó una sonrisa.
Era de noche y el resplandor de una delgada media luna contrastaba vivamente con la oscuridad del cielo nocturno. En la azotea del pabellón de los centinelas un frío viento recorría todos los rincones y acariciaba los rostros de tres muchachos que en esos momentos observaban hacia lo alto.
–¿Qué harán durante la semana libre que nos han dado, muchachos? –preguntó Rudy.
–Yo iré a mi casa y comeré como nunca –contestó Bill.
–¡¿Comer?! –exclamó Clark escandalizado–. ¡Se supone que esta semana debemos entrenar para tratar de materializar nuestro poder final!
–Tranquilízate, Clark –intervino Rudy–. Yo pienso que esta semana debemos relajarnos. Al menos yo me dedicaré a conocer la ciudad.
–Es increíble que ya haya transcurrido un año desde que empezamos la academia –suspiró Bill–. El tiempo sí que se ha pasado volando.
–Y lo peor de todo es que en una semana ya es la prueba de graduación –se quejó Clark–. Miren que si durante la examinación no logramos materializar nuestro poder final todo habrá sido en vano.
–Otro año más hasta la siguiente prueba –agregó Bill.
–No le digan a nadie, pero a mi Bob me ha confesado que este ya es su tercer intento –susurró Rudy.
–¡¿En serio?! –exclamaron Bill y Clark, incapaces de dar crédito a lo que acababan de oír–. Pero si hasta hace poco él era incapaz de dominar el halo, ¿Cómo es posible que después de tanto tiempo recién haya podido aprenderlo? –se preguntó Clark.
–Para que veas cómo son las cosas
–sonrió Rudy–. Por eso pienso que no debemos sentirnos mal si es que no nos
graduamos este año, amigo.
–Ya veo, muchas gracias por los ánimos,
Rudy.
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