Capítulo 3: El místico poder del alma que solo unos pocos poseen

 


Bajo el crepúsculo de la tarde, la cola de los aspirantes a ingresar a la academia por fin estaba llegando a su fin. Rudy se encontraba ansioso, pues por fin su turno había llegado. Apenas el soldado que iba llamando a los candidatos dijo: “siguiente”, Rudy se apresuró y atravesó el par de grandes puertas de madera que el soldado le abrió.

La habitación con la que se encontró Rudy era un cubículo de decoración austera y que estaba iluminado únicamente por los desfallecientes rayos del sol del atardecer. Sentado tras un escritorio de madera reluciente y con el escudo de la República esculpido en el lado que miraba hacia la puerta, se encontraba de espaldas y viendo hacia la ventana el examinador.

“Comandante Humberto Gomis”, leyó Rudy con dificultad en una pequeña placa del escritorio.

–¿Listo para la prueba, señor Rudy? –preguntó el comandante Gomis.

–Yo te conozco, tú eres…

–No es momento para reuniones, solo conteste a mi pregunta.

–Estoy listo.

–Muy bien, entonces coja este papel –ordenó el comandante, y le entregó a Rudy un pequeño pedazo de papel de un blanco inmaculado.

Apenas Rudy cogió el trozo de papel, este se consumió por unas llamas invisibles, hasta que finalmente no quedó de aquel nada más que cenizas.

–Lo siento, no quería malograrte tu papel –se disculpó Rudy–. De verdad no sé qué fue lo que pasó.

–Está aprobado –dijo el comandante, con un tono más alegre del que había tenido hasta hace poco. Rudy no lo podía creer.

Esa noche, la casa de los Parker estaba de fiesta por el ingreso de los chicos a la academia.

–La prueba fue muy fácil –comentó Rudy–. No puedo creer que solo trece aspirantes la hayamos pasado.

–Los centinelas somos personas poco comunes, pues poseemos una energía espiritual muy superior a la normal –explicó Anastasia–. Ese papel que ustedes recibieron era un medidor de energía espiritual: cuando alguien que la posee en gran cantidad lo toca, el papel se incinera en un instante.

–Mi padre me contó que la energía espiritual era indispensable para dominar el halo –recordó Scarlett–. Sin embargo, nunca supe muy bien lo que era, ¿me lo podrías explicar ahora, Anastasia?

–Es algo difícil de explicar, en la academia ya lo aprenderán adecuadamente –Anastasia trató de zafarse.

–No seas aguafiestas, Scarlett, ahora estamos en plena celebración. Ya después te enterarás –intervino Rudy.

–¿En plena celebración? ¡Tú lo que estás haciendo es embutirte como un cerdo! –le replicó Scarlett.

–Aún no canten victoria, chicos –en eso intervino Eusthace con voz seria–. Recuerden que aún les falta graduarse de la academia.

–Papá tiene razón, porque mamá me contó que para que papá se gradué de la escuela militar, tuvo que dar el examen final tres veces –recordó inocentemente la pequeña Kathreen.

–Silencio, ellos ya captaron el mensaje –Eusthace le susurró avergonzado a su hija mientras fingía un ataque de tos para disimular. Sin embargo, la réplica fue hecha demasiado tarde, pues las risas a costa suya no se hicieron esperar.

A primera hora de la mañana siguiente, Rudy y Scarlett se despidieron de la familia Parker y le agradecieron por la hospitalidad. El día anterior, después de que acabó la prueba de selección, el comandante Gomis se había reunido con los trece aprobados para explicarles cómo serían sus vidas de ese momento en adelante. “Durante el año que dure la academia, ustedes vivirán en el pabellón de los centinelas. Allí aprenderán todo lo necesario, y si se esfuerzan lo suficiente lograrán obtener el título de Centinela de la República”, Rudy recordó claramente aquellas palabras del comandante mientras, junto a Scarlett, ingresaba al cuartel general.

–El pabellón de los centinelas se encuentra a espaldas del edificio principal, en el patio trasero. Solo deben seguir de frente hasta el fondo –indicó un soldado a los muchachos cuando estos le preguntaron por el lugar.

Rudy y Scarlett tuvieron que atravesar por varios patios pequeños ubicados dentro del edificio principal, por pasillos y salones, y, por fin, tras una larga caminata, llegaron al patio trasero anhelado. Este era casi tan grande como el patio principal, con la diferencia de que en este, justo delante de la muralla del fondo, había un pequeño edificio custodiado por dos uniformados con la capa de centinelas.

–¿Ustedes son de los nuevos estudiantes? –les preguntó uno de los guardias–. Lo siento, pero tendrán que enseñarme sus credenciales.

–Tendrán que enseñarme sus credenciales –lo remedó Rudy–. Ya van como veinte veces que nos piden lo mismo desde que llegamos al cuartel, ¿acaso no se aburren?

–Es el protocolo –contestó a secas el guardia.

Los muchachos mostraron los papeles de mala gana y luego entraron al edificio. Dentro, el lugar era exactamente igual a las instalaciones del edificio principal, aunque aquí se respiraba un aire un tanto más acogedor. Rudy y Scarlett fueron conducidos a un pequeño salón, en el cual solo había unas cuantas carpetas, la mayoría ya ocupadas por los otros estudiantes, y un escritorio en el que se encontraba el comandante Gomis.

–Antes que nada, permítanme felicitarlos nuevamente por haber ingresado a la Academia para Centinelas –dijo el comandante luego de que los recién llegados ya habían ocupado sus lugares–. Y ahora que ya están los trece reunidos, pasaré a explicarles las nociones básicas que todo centinela debe conocer.

“En primer lugar, el alma. Todos los seres vivos la poseen, pero, a diferencia de la mayoría, el ser humano posee dos facultades únicas: la inteligencia y la voluntad. Mediante un entrenamiento adecuado, tanto físico como mental, ustedes lograrán fortalecer estas potencias del alma, y por ende podrán incrementar su energía espiritual.

En segundo lugar, el halo. El entrenamiento para incrementar su energía espiritual hará que llegue un punto en el que ésta ya no pueda ser contenida por el cuerpo. Sin embargo, este desborde de energía no se manifestará hasta que logren ’conectar’ con su alma, es decir, que hasta antes de ese momento tal energía únicamente permanecerá oculta. Esa manifestación de energía espiritual es lo que se conoce como halo. El halo les servirá como una ‘piel’ de energía que protegerá su cuerpo, y a la vez mejorará todas sus habilidades.

En poco tiempo podrán aumentar o disminuir su energía espiritual a voluntad, con lo cual el halo solo aparecerá cuando ustedes lo deseen. El lograr esto en el menor tiempo posible es esencial, pues un uso muy prolongado del halo consumirá toda la energía espiritual de su cuerpo, y por ende ustedes morirán.

Finalmente, como tercer y último punto, ustedes deben lograr despertar la ‘tercera potencia del alma’, que consiste en la capacidad de materializar ‘el poder final’. Esto puede resultar un poco complicado de entender para quienes lo oyen por primera vez, pero se los trataré de explicar de forma simple: desde que uno nace va acumulando en su corazón experiencias y deseos, de los cuales, los que traspasen la simple banalidad y logren depositarse en lo más profundo de su ser serán los que determinarán la habilidad especial y única que ustedes obtendrán cuando despierten la tercera potencia de su alma, es decir, cuando su energía espiritual logre materializar en el mundo real el reflejo de sus más profundos sentimientos”.



Cuando el comandante acabó su explicación, el salón quedó en silencio. Todos los estudiantes tenían unas caras que reflejaban un franco desconcierto por lo que acababan de oír.

–¿Cómo sabremos cuándo ha despertado nuestra tercera potencia del alma? –un tipo flaco y de lentes cuadrados rompió el silencio del salón.

–Sucederá cuando estén listos. Ningún usuario del halo sabe cuándo le llegará ese momento. Simplemente se dará; el poder final será materializado por su halo de forma involuntaria, y tras un corto rato, se desmaterializará y volverá a sus almas –contestó el comandante–. Y cuando esto último suceda, ustedes recibirán de golpe en sus mentes una lluvia de conocimientos sobre su nuevo poder, de modo que les parecerá como si lo hubiesen tenido desde que nacieron. Sabrán todo sobre su poder final, y de la misma forma que con su halo, en el futuro podrán utilizarlo a voluntad. Al respecto, quiero compartirles un pequeño truco sobre el uso del halo: cuando vayan a hacer uso de su poder final o de cualquier otra técnica vinculada al halo, decir el nombre específico de dicho poder o técnica antes de su uso les permitirá maximizar su efectividad al cien por ciento…

–Disculpe la interrupción, comandante, pero… ¿cómo sabremos esos nombres específicos? –preguntó Scarlett.

–Ya lo mencioné anteriormente, pero no tengo inconveniente alguno en volverlo a repetir –señaló Gomis–. Una vez que su poder final vuelva a sus almas tras haberlo materializado por primera vez, una lluvia de conocimientos inundará su mente en el acto. Naturalmente, entre estos conocimientos se encuentran los nombres. Es importante que los conozcan, pues pronunciarlos en voz alta reforzará el vínculo entre el mundo de su alma y el mundo exterior, y por ende sus materializaciones serán más poderosas.

–Deberías prestar más atención Scarlett –comentó Rudy con aire de muy erudito–. Piensa en que el comandante no puede estar perdiendo el tiempo en andar repitiendo cada explicación que da. Scarlett no contestó nada, pero le dirigió una mirada de furia a su compañero. Tras ver la reacción de la pelirroja, el bromista soltó una risita entre dientes.

–¿Y también tendremos que limitar el uso de nuestro poder final para no quedarnos sin energía espiritual? –un muchacho de tez morena y mirada rebelde tomó la palabra.

–Es obvio que sí –le respondió con voz fuerte una joven casi idéntica al muchacho de tez morena, con la diferencia de que ella tenía una gruesa trenza y un par de pequeños aretes con forma de mariposa.

–El halo es parte de ustedes, es su alma –explicó el comandante–. Recuérdenlo siempre.

–¡Comandante, comandante! –levantó la mano Rudy–. ¿Puedes mostrarnos tu poder final?

–Oye Rudy, no seas tan confianzudo. Trata al comandante Gomis con más respeto –le murmuró Scarlett.

Todos en el salón quedaron impresionados por la familiaridad con la que Rudy trataba al comandante. Por todos lados se oían murmullos que decían: “¿qué se creerá este?”, “¿acaso será pariente del comandante?”, “¿será reprendido por su insolencia?”, y otros muchos más.

Sin embargo, para extrañeza de todos, el comandante no se molestó y, al contrario, se concentró por un instante, hasta que una luz blanca rodeo todo su cuerpo. Todos quedaron sorprendidos al ver el halo del comandante, y aún más sorprendidos cuando de su cuerpo emanaron unos delgados relámpagos blancos que en segundos materializaron una ballesta en su mano.

–Este es mi poder final –dijo el comandante Gomis–. Su nombre es Ballesta silbadora.

–Y, ¿qué hace? –preguntó Rudy.

–Silba –contestó el comandante.

Esa noche los trece estudiantes fueron llevados al segundo piso del edificio y distribuidos en dos cuartos llenos de camarotes, en uno se instalaron los hombres y en el otro las mujeres. El centinela que fungió de guía les recomendó dormir, aunque la verdad es que nadie le hizo caso. Todos se quedaron charlando hasta la madrugada; la emoción por empezar las clases había embargado a todos.

–¡Atención! –ordenó un centinela a los estudiantes que en ese momento estaban formando una fila a las afueras del edificio–. ¡Es un honor presentar a una de las tres cabezas de nuestra distinguida división y a la vez uno de los centinelas más reconocido de todos los tiempos: el general Ryan Payne!

Dos columnas, conformadas por todos los centinelas que se encontraban en el cuartel se distanciaron una de la otra para abrir paso a tres uniformados. Uno de ellos, que iba a un costado, era el comandante Gomis; el del otro extremo era un tipo alto, fornido y de pelo corto y canoso; y el que iba al centro era un tipo de mirada fría, rostro serio y cabello al ras. Este último, aunque era más bajo que los otros dos, se veía más imponente, y a su vez se distinguía del resto por llevar una capa con capucha, no granate como el resto de centinelas, sino blanca, y que además llevaba bordado un escudo dorado en vez del característico plateado de los centinelas ordinarios.

–Ellos son los reclutas de este año, ¿verdad? – preguntó con voz glacial el tipo del centro a Gomis, luego de que los tres se posicionaron frente a la fila de estudiantes.

–Así es, general Payne –respondió con sumo respeto el comandante Gomis.

–Permítanme presentarme, reclutas –esta vez Payne se dirigió a los muchachos–. Yo soy el general Ryan Payne, y espero de todo corazón que en su promoción todos sirvan con orgullo a la República.

–Je je, ya nos dijeron tu nombre, no era necesario que lo repitas –se oyó de pronto una voz entre los reclutas. Todos en el patio quedaron en silencio.

“Rudy, eres un idiota”, murmuró Scarlett con preocupación.

–¿Quién fue el que dijo eso? –preguntó con tranquilidad el general.

–Fui yo –Rudy levantó la mano, y, entonces, en un parpadear, el general se le apareció al frente.

–De ahora en adelante, procura tratar con respeto a tus superiores –el general reprendió secamente a Rudy, y le propinó un violento rodillazo. El hecho ocurrió tan rápido que cuando todos se fijaron en lo que estaba pasando, el pobre de Rudy ya se encontraba desplomado en el piso. Había perdido el conocimiento.

El general hizo una seña con la mano, y dos centinelas salieron de las columnas y se llevaron a Rudy del lugar. Luego, como si nada hubiera ocurrido, el general continuó con total naturalidad su charla con los estudiantes.

–Mucha suerte para todos ustedes –dijo el general luego de un rato. Los estudiantes le respondieron con un saludo militar y con un “gracias, general”. Entonces, el general se dio media vuelta y, acompañado por el tipo alto y fornido, se alejó del lugar.

Tras la partida del general, los presentes, con excepción de los reclutas, rompieron filas y cada quien se fue rumbo a sus quehaceres del día. Anastasia, que había estado en una de las columnas de centinelas que formaron aquella mañana, se acercó preocupada a donde el comandante Gomis y le preguntó sobre sí la conducta de Rudy traería consecuencias.

–No te preocupes, mujer –sonrió el comandante–. Lo único que le va a pasar a Rudy es que se volverá más respetuoso con sus superiores. Anastasia quedó aliviada con esta respuesta, y poco después se marchó tranquila a realizar sus quehaceres del día en el cuartel.

A continuación, el comandante Gomis se dirigió a la fila de estudiantes.

–Desde hoy comenzará su entrenamiento –él informó–. La rutina para ustedes durante su estancia en la academia será de ejercicios físicos por la mañana, y estudios intelectuales y meditación por las tardes. ¡Buen provecho, jovencitos!


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