Capítulo 11: Maestro y alumno

 


Los pajarillos revoloteaban por sobre los árboles del inmenso jardín de una elegante mansión. Era una mañana tranquila en el recóndito bosque en el que se erigía la imponente propiedad. Sobre un balcón de la enorme casa, Jack y Simona conversaban.

–¿Esos muros que se pueden ver a lo lejos son los límites de tu propiedad? –preguntó un sorprendido Jack.

–Así es, mi estimado socio –sonrió Simona–. Pero ya basta de sorprenderte por pequeños detalles. Vayamos a lo que nos concierne.

–Es que me resulta muy difícil de asimilar el que Montgomery haya asesinado a todos los grandes empresarios de Poldsmik. Y, por si esto fuera poco, encima me dices que él tiene comprado al gobierno entero de mi país. ¿Cómo es posible que haya hecho todo eso sin que nadie lo notara? ¿Cómo puede haber corrompido de tal forma a las autoridades de mi país?

–El poder lo es todo, querido Jack –explicó Simona–. Era eso o que las autoridades de tu país sean asesinadas…

–Pero, tú… ¿Cómo sabes tanto sobre la situación de Poldsmik? ¡Ni siquiera vives allí!

–Para que me creas te contaré un secreto –Simona miró a Jack a los ojos–. Antes yo era una aliada de Montgomery. Ambos luchábamos para que las cosas cambien en nuestro país natal. Sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que los métodos de Montgomery y su propio ideal eran elementos errados, y que muy al contrario de mejorar la situación del país, solo la harían más miserable. Me rebelé contra él, aunque eso casi me cuesta la vida. Es así que no me quedó más remedio que huir a Mabsve y refugiarme aquí, en este bosque solitario en el que nos encontramos ahora. Desde aquí mis aliados y yo planeamos constantemente como salvaremos a nuestro país de las garras del tirano de Montgomery. Lo lamentable es que no hemos logrado nada hasta ahora. Todos nuestros sacrificios han sido en vano. Por eso te necesito, Jack.

–Yo quiero ayudarte, pero no creo ser lo suficientemente fuerte como para acabar con Montgomery…

–Tu determinación y tu fuerza de voluntad son admirables. Es por eso que, como te lo prometí, yo te entrenaré. Te volveré poderoso para que así lo que tanto anhelas no se quede simplemente en una ilusión.

Jack en ese momento se sintió muy feliz. Siempre había creído que estaba solo contra el mundo, que jamás podría cambiar la situación de su país. Pero ahora la oportunidad estaba al alcance, y, es más, en la figura de una bella mujer que le había atendido sus heridas, no solo las físicas, sino que también las del corazón. Ella le dio esperanza.

Lo que más le llamó la atención a Rudy de lo que podía ver por la ventana del tren cuando este ingresó a la ciudad de Keinj, la capital de Yk, fueron sus edificaciones, principalmente por la singular forma de sus techos con bordes y puntas encorvados hacia arriba. Otra cosa que también captó su interés fue el percatarse de que en esta ciudad el color predominante era el rojo.

Cuando el tren finalmente se detuvo Rudy ya había contemplado gran parte de Keinj.  Una vez afuera de la estación, él le comentó al general Winston lo enorme que le había parecido la ciudad.

–No hay de que sorprenderse –sonrió el general–. Después de todo, luego de Ciudad Capital esta es la ciudad más grande de todo el continente.

–Vaya, aquí sí que las construcciones son sorprendentes –comentó Rudy–. Sobre todo, por esos techos de forma tan rara.

–Mejor no te entretengas demasiado, jovencito, que aquí solo estamos de pasada –señaló el general–. Nuestro destino final está al norte. Es el Bosque Sombrío para ser más preciso. Allí será donde te entrenaré.

–Tiene un nombre muy peculiar ese bosque, me recuerda al Bosque Prohibido.

–El bosque al que vamos a ir no es ni la mitad de peligroso que el Bosque Prohibido.

–Qué aburrido entonces –exhaló Rudy desilusionado.

–No te apresures en sacar conclusiones –le dijo Winston–. El Bosque Sombrío está lleno de peligrosas criaturas salvajes y de trampas naturales.

–¡¿Y con todo eso solo es la mitad de peligroso que el Bosque Prohibido?!

–El Bosque Prohibido sería mucho para ti –comentó el general–. En marcha. Tu primer entrenamiento será ir a pie hasta el Bosque Sombrío. Deberás seguir mi ritmo, o de lo contrario te dejaré atrás.

–No me subestimes, viejo –contestó Rudy desafiante.

–¡Apresúrate o te perderás! –le gritó Winston desde lo lejos.

–¡¿Cuándo llegó hasta allá?! –se preguntó Rudy anonadado, pero rápidamente recobró la concentración y se apresuró a alcanzar al anciano.

El sol ya estaba por ocultarse. Durante su trayecto, en su afán por alcanzar a su escurridizo maestro, Rudy chocó con varios transeúntes, carruajes y puestos ambulantes. Winston dobló por una esquina y Rudy se apresuró a seguirlo. Sin embargo, una vez que Rudy viró por allí no logró encontrar al general por ninguna parte.

–Es increíble –se dijo Rudy a sí mismo–. Jamás me imaginé que el viejo sería tan rápido.

A medida que Rudy comenzó a avanzar por la calle, se dio cuenta de que esta era particularmente bulliciosa y “alegre”. Numerosos bares y similares locales muy coloridos abarrotaban el lugar. Algo que le llamó la atención fueron las amables mujeres que hacían guardia a las afueras de los negocios. Llevaban ropas muy coloridas y sugerentes, y estaban muy maquilladas.

–Señorita, ¿no has visto pasar por acá a un viejo de capa blanca? –preguntó Rudy a una de las mencionadas mujeres.

–No, mi amorcito, lamento no poder ayudarte con eso –contestó la mujer–. Pero te noto tenso, ¿no quieres acompañarme adentro a tomarnos unos tragos con unas amigas?

–Bueno, la verdad es que yo debo seguir buscando al viejo… –Rudy trató de excusarse. “Pero Scarlett me enseñó (a punta de golpes) que nunca debo desairar a una dama. Además, estoy cansado y un poco de agua no me vendría mal”, sin embargo, él reflexionó al poco rato–. Está bien, señorita, acepto tu invitación –Rudy dijo finalmente.

–Perfecto, vamos entonces –sonrió la joven–. Por cierto, me llamo Fen, y ¿tú?

–Yo soy Rudy –sonrió el joven centinela.

Ya adentro del recinto, Rudy se sentó en medio de tres jovencitas, incluida la que lo invitó. Junto con ellas bebió todo lo que estas le ofrecieron. Ya era cerca de la medianoche, y el joven centinela aún permanecía despierto junto a las damiselas, aunque su cordura ya no estaba de lo más sana.

–Oye, ¿A dónde llevas mi mano, Fen? Yo no quiero acariciarte el cuerpo, y menos tus grandes pechos –dijo Rudy con una voz extrañamente aguda.

–Pero, ¿acaso no te gusto, amorcito? –preguntó la mujer.

–Je, no lo sé, creo que me puedo acostumbrar –contestó Rudy antes de soltar un sonoro “¡hip!”.

Otra de las mujeres se sentó sobre sus faldas y comenzó a besarle el cuello. Rudy solo sonreía. En ese momento su cabeza le daba vueltas y vueltas.

Mientras tanto, calle abajo el general Winston buscaba a su aprendiz sin descanso. Hace como una hora que se había dado cuenta de que Rudy ya no lo estaba siguiendo, aunque no se fijó en el momento exacto en el que este se había separado de él.

–¡Rudy! ¡Rudy! –gritaba sin descanso–. ¡Me lleva! ¿Dónde se habrá metido este muchacho? ¿Lo habrán secuestrado acaso? ¡Demonios! No debí haber ido tan rápido.

En esas estaba el general, cuando de pronto oyó una conocida voz acompañada por las sensuales risitas de unas féminas.

–¡¿Qué demonios?! ¿Esa voz no es de…?

–¡RUDY!!! ¡¿Qué significa esto?! –bramó el general cuando ingresó al local del que provenía la familiar voz.

–Lo siento chicas, pero ya vinieron a buscarme –se disculpó Rudy con las muchachas. Trató de incorporarse, pero a los pocos pasos tropezó y cayó de bruces al suelo. Una vez allí soltó un soberano ronquido. Estaba profundamente dormido.

–Señor, usted debe ser el abuelito de Rudy –dijo una de las mujeres–. ¿No desea unírsenos a tomar unos tragos?

–¡Por supuesto que no! –rugió el general mientras levantaba a Rudy y lo cargaba sobre uno de sus hombros–. ¡Esta fiesta se terminó! ¡Adiós!

Una molesta luz despertó a Rudy de su profundo sueño. Él se encontraba echado sobre un catre sin colchón, cerca de una ventana. La habitación en la que estaba era la única de una ruinosa cabaña.

–Vaya, como me duele la cabeza –se lamentó el joven centinela–. ¿Dónde estoy? Lo último que recuerdo fue que una mujer muy simpática me invitó a tomar…

–¡idiota! –el general Winston le asestó un fuerte coscorrón en la cabeza–. ¡Jamás pensé que eras esa clase de gente, y encima desde tan joven! ¡Degenerado!

–¡¿Qué te pasa, viejo?! –le reclamó Rudy–. ¡Esa mujer me dio una bebida extraña que me hizo perder la memoria! ¡No me reclames de algo de lo que ni recuerdo!

–Así que no recuerdas nada, ¿eh? –bufó el general–. ¡No puedo creer que alguien de tu calaña sea un centinela de la República!

–Claro que lo soy. Y si no me crees, te mostraré mi colgante de oro para que te quede claro.

Rudy se puso a buscar el colgante por todos lados, pero no lo encontró.

–Me creerás que no lo encuentro –él dijo con una risita nerviosa.

–¡Qué vergüenza! –gruñó el general–. Ya me parecía raro que esas put… quiero decir, que esas jovencitas no te hayan cobrado nada. ¡Se llevaron tu colgante de oro, idiota!

–¡No puede ser! ¡Eso quiere decir que ya no soy un centinela…! –Rudy cayó de rodillas y se lamentó estrellando la cabeza contra el suelo.

–Levántate, torpe. Eso ya no importa ahora –gruñó Winston–. Sin embargo, si antes tu entrenamiento iba a ser duro, ahora, como castigo por tu estupidez me aseguraré de que sea una tortura.

–Que puede ser mayor tortura que el remordimiento de haber sido engañado por una ladrona de grandes pechos –sollozó Rudy.

–¡Ahora sí ya colmaste mi paciencia! –rugió el general Winston–. Si antes solo tenía pensado llevarte a ver el Torneo Dragón de pelea de Yk para que te inspires en tu entrenamiento, ahora te inscribiré en él. ¡Así que más te vale que en el mes que falta para el torneo te tomes en serio el entrenamiento, pues, de lo contrario, no te garantizo que salgas vivo del evento!

Rudy se quedó petrificado y sin decir una sola palabra. Solo atinó a tragar saliva, lo cual fue mucho más expresivo que cualquier otra cosa que hubiera dicho o hecho en ese momento.

El entrenamiento en el Bosque Sombrío fue duro y arduo. Todos los días, con los primeros rayos del alba Rudy y Winston salían de la cabaña y corrían sin descanso, atravesando obstáculos y enfrentándose a toda clase de feroces criaturas, hasta que finalmente llegaban a un pequeño lago rodeado por altos árboles. Allí, ambos practicaban combates, meditaban, cazaban su merienda y luego seguían entrenando. Todo esto lo hacían hasta el anochecer, cuando por fin se detenían y optaban por regresar a su pequeña morada para dormir.


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