Capítulo 9: En el Corso de la Amistad

 


¡Oh sí! Definitivamente el espectáculo de anoche ha sido una experiencia que no olvidaré jamás. ¡Me gustó muchísimo! Y lo mejor de todo es que cumplí con mi misión: logré llegar a tiempo y gracias a ello Jet se llevó el premio individual a mejor banderola. Lamentablemente a nivel de agrupación, Jet y sus amigos tuvieron que conformarse con el tercer lugar. Aunque aun así la noche estuvo genial, me divertí de lo lindo. ¡Cuántos recuerdos me vienen a la mente! Hace muchos años que no iba a un show de tunas. Más bien, a lo que si he ido todos los años y por nada del mundo me lo pienso perder este año es al Corso de la Amistad, el tradicional desfile por el aniversario de la ciudad. Antes iba con toda mi familia, pero desde hace ya unos años mis padres dicen que el corso ya no es tan bueno como antes y por eso ya no van. ¡Bah! A mí me da igual, este año volveré a ir con mis amigas. Ya hemos quedado. ¡Yo seguiré fiel a la tradición!

***

Las aceras de la avenida Independencia se encontraban copadas por graderías, sillas y toldos. Asimismo, estaban tan atestadas de gente que en ellas ya no cabía ni un alfiler. Y es que nadie quería perderse el tradicional corso.

Cuando Mandy llegó al lugar, se topó de lleno con el enorme gentío. Ella llevaba puesta en la cabeza su gorra blanca con el escudo de la ciudad bordado en hilo rosa, aunque de poco o nada este le servía para protegerse de los implacables rayos del sol. Caminó hasta una esquina y subió las gradas que daban a una elevación en donde normalmente funcionaban puestos de fotocopiadoras, aunque aquel día estaban todos cerrados. Desde allí contempló el panorama, a la cuantiosa multitud cubriendo las aceras, tanto la de su lado como la del otro lado de la pista. Sin embargo, del desfile no pudo ver mucho, pues una alta gradería había sido armada a pocos metros de donde ella se encontraba. Por más que saltó no logró observar gran cosa.

–Me pregunto dónde estarán las chicas –Mandy se dijo. Ella cogió su celular y marcó el número de Roberta. Se llevó el aparato a la oreja, pero le costó escuchar bien dado el bullicio de la música que en ese momento acompañaba a la agrupación que desfilaba al frente–. Mejor les escribiré –Mandy se dio por vencida y colgó la llamada.  

“¡¿Dónde están?!!”, escribió en el chat grupal que tenía con sus amigas. “Yo me encuentro en…”.

Al poco rato Roberta le respondió. Le informó a Mandy que ya se había reunido junto con Estela y Bianca, y que las tres se encontraban cerca de un parque enrejado que daba a la avenida. Mandy maldijo su suerte, pues resulta que aquella ubicación era al otro lado de la pista. –¿Ahora cómo miércoles se supone que voy a cruzar para el otro lado con todo este gentío de por medio? –ella se lamentó.

Mandy estaba de mal humor. Y es que le resultaba sumamente molesto que por donde sea que pasase la gente que la veía la señale y se pregunte sobre a qué agrupación del corso pertenecería tan llamativa muchachita. –No es como si estuviese disfrazada, estúpidos –Mandy refunfuñaba. 

Se paseó durante varios minutos en busca de alguna abertura por la que poder pasar hacia el otro lado de la pista. No encontró nada. –¡Rayos! –se quejó. Regresó sobre sus pasos para probar suerte avenida abajo. Unos pocos metros más allá de la elevación a donde se había subido inicialmente, en el cruce con una calle paralela, ella se topó con una larga fila de personas.

–¿Por qué harán cola toda esta gente? ¿Será para ir al baño? –la joven púrpura se preguntó. En eso la gente comenzó a avanzar. Una reja había sido movida por un policía, y toda la multitud atravesó el espacio dejado por esta y cruzó la pista hacia el otro lado–. ¡Aleluya! ¡Hasta que por fin encontré una vía para pasar al otro lado! –ella exclamó contenta, y corrió hacia el final de la cola.

–Espérese, señorita –el policía volvió a bloquear el paso con la reja cuando Mandy ya estaba a punto de cruzar.

–¿Qué? ¡¿Pero por qué?! –ella preguntó con cierta exasperación.

–La agrupación tiene que pasar primero para después recién poder hacer cruzar a la gente –le explicó el policía.  

–¡Tsch! –Mandy expresó su disgusto apenas vio a la agrupación que estaba desfilando en ese momento en la pista. Era un interminable batallón de danzantes de caporal.  Los hombres iban vestidos con chaquetas blancas adornadas con ricos bordados de hilo color oro, rojo y verde, pantalones de corte militar también blancos y botas negras con cascabeles colgándoles de los lados exteriores en hileras. Cada vez que avanzaban, saltaban o daban volteretas, los cascabeles resonaban imprimiendo una sensación de fortaleza a sus movimientos. Las mujeres por su parte vestían blusas blancas bordadas, minipolleras, calzado y sombreros conocidos como tipo borsalino. Ellas danzaban con movimientos gráciles y continuos giros de cadera. De cuando en cuando los varones lanzaban gritos corajudos para imprimirle mayor euforia a la danza.

Pasó algún rato más que a Mandy le pareció una eternidad, y la compañía de caporales aún no se terminaba. La chica púrpura consultó la hora en su celular. “Increíble, ya han pasado más de cinco minutos y estos caporales no se acaban, ¡son interminables!”.

Transcurrieron otros dos minutos más, y por fin la agrupación de caporales terminó de pasar.

–Ya pasaron, oficial… la reja, si pudiera… –Mandy le solicitó.

–Aun no. Todavía falta el carro alegórico de la agrupación –señaló el policía.

En efecto, al poco rato hizo su aparición un enorme camión acondicionado en su parte trasera con utilería que hacía alusión a la ciudad: la catedral, el Misti, el mirador de Yanahuara. Un grupo de personas apostadas en lo alto repartían cepillos de dientes. En la parte posterior, sobre una glorieta blanca una reina de belleza saludaba al público. Y situada a su lado, una persona con disfraz de muela y que empuñaba un cepillo a modo de cetro también saludaba a la gente.

Mandy volvió a consultar la hora en su celular. Estaba a punto de perder los estribos. Vio que Roberta la llamaba. –¡Bah! Ya después le devuelvo la llamada –Mandy guardó su celular.

–Ya está, ahora sí pueden pasar –el policía hizo a un lado la reja. 

–¡Milagro! –Mandy elevó las manos al cielo. Corriendo cruzó la pista, aunque pronto tuvo que frenarse para no chocar con la gente que venía desde el otro lado.

–En orden por favor –pidió el policía.

–¡Fuera m…! –Mandy gruñó entre dientes cuando lo oyó a la distancia.  

Tras atravesar el mar de gente que venía contracorriente, abriéndose paso a presión Mandy por fin logró cruzar hasta el otro lado. Ella se alejó de la multitud apostada en la acera y respiró como si acabase de emerger desde lo profundo del mar. –¡Ah, por fin aire puro! –Mandy expresó aliviada.

La joven púrpura sacó su celular. –Ahora sí llamaré a Roberta. Me pregunto que habrá querido decirme cuando me llamó.

–¡Mandy, hola! –saludó Roberta cuando contestó–. Quería decirte que nos hemos pasado para el otro lado. Te estamos esperando en el cruce de la avenida con la calle…, en donde nos dijiste que estabas cuando nos escribiste.

–¡¿Que han hecho qué?! –Mandy vociferó. Por poco se va de espaldas. Roberta tuvo que alejar el celular para no quedarse sorda. Se lo acercó tras esperar un tiempo prudencial, pero a la distancia oyó la iracunda voz de Mandy que seguía reclamando y quejándose.

–¿Qué fue? –le preguntó Estela cuando observó el extraño proceder de su amiga.

–No lo sé –Roberta se encogió de hombros–. Apenas le dije que nos habíamos venido aquí nuestra púrpura amiga se puso como loca.

–¡Jajaja! Ya me imagino que es lo que puede haber pasado –Bianca se mató de la risa.

Al observarla sus amigas le adivinaron el pensamiento. Ellas también entendieron entonces lo que había sucedido.

–Mandy, óyeme, no… ¡escúchame, aunque sea un momento, quieres! –Roberta le dijo a su amiga cuando se acercó el celular–. Te estuvimos esperando, pero como tardabas tanto decidimos ir a por ti… sí… no… espera… mira, nosotras iremos a donde estás tú, ¿entendido?

–¡Más les vale que se apuren, estúpidas! –Mandy le gritó al teléfono, y colgó la llamada.

Para hacer menos aburrida la espera, Mandy decidió buscar algún espacio libre desde donde poder contemplar el desfile. Pero aquí el gentío estaba más apretado que las hojas de un seto. Así, en busca de un sitio para poder ver el desfile, ella fue bajando la avenida.  

Cerca de un grifo por fin encontró un espacio por el que asomar la cabeza para contemplar el corso. Lo que vio fue a una agrupación de caporales bailando al ritmo de la canción “soy caporal”. –Vaya, más caporales para variar; creo que mejor me regreso a seguir esperando –Mandy exhaló decepcionada y volvió sobre sus pasos. 

Una vez reunidas las cuatro amigas, aunque tardaron, por fin lograron encontrar un lugar desde el cual poder ver el corso. Dicho lugar no era para nada cómodo. De hecho, las cuatro tuvieron que colgarse a la reja de una casa para poder presenciar el desfile.

Una agrupación de danzarines llegó bailando la pampeña arequipeña. Mandy y sus amigas bailaron sobre sus lugares contagiadas por la melodía. Luego pasó un carro alegórico que en la parte delantera había sido recubierto con la cabeza de un enorme león. –¡Ohhhh! –las chicas quedaron impresionadas.

–Ay, ya me duelen los brazos –pasado un rato, Estela se quejó con sus amigas–. ¿Por qué mejor no buscamos otro lugar?

–Sí, yo también estoy cansada de estar acá colgada como un mono –señaló Bianca.

–¡Ya sé! –Mandy saltó de la reja y aterrizó en la acera–. Vayamos avenida abajo hasta el lugar en donde acaba el desfile. 

–¿Hasta dónde acaba? ¡Ay no, que flojera! –Bianca también bajó de la reja. Sus otras dos amigas hicieron lo propio al poco rato.

–Pues no se me ocurre donde más encontrar un buen lugar –Mandy se cruzó de brazos.

–¡Ya lo tengo! –Roberta chasqueó los dedos–. En las gradas del coliseo puede que tengamos suerte. Es acá abajo, a unas pocas cuadras nada más.

–Pero lo malo es que el coliseo está al otro lado de la avenida –indicó Estela.

–¡Dios mío!, ¿otra vez vamos a tener que cruzar la pista? –hastiada, Mandy expresó su disgusto.

Las muchachas llegaron a las gradas del coliseo, pero se encontraron con que un enorme estrado para autoridades había sido armado delante. Por las inmediaciones del coliseo mesas y puestos de comida habían sido instalados. Algunas de las mencionadas mesas las ocupaban bulliciosos grupos de amigos que bebían cerveza.  

–¿Ahora qué? –Estela exhaló cansada.

–¡Miren, allí hay un espacio! –Mandy señaló de pronto muy emocionada. Todas corrieron al lugar señalado.   

–Por fin podremos ver el corso como dios manda –Bianca se mostró satisfecha.

Transcurrió cerca de media hora. Las cuatro amigas estaban muy aburridas.

–Caporales tras caporales, ¡estoy saturada de ver tanto de lo mismo! –Mandy se quejó con sus amigas.

–¿Vamos a mi casa, mejor? –sugirió Roberta–. Podemos comprar ingredientes y hacernos algo de comer. Luego podríamos ver una película.

–¡Genial! –Estela aplaudió.

–Moción aprobada, señoritas –sentenció Bianca.

–Vaya, ahora creo que entiendo porque mis padres ya no quieren venir –Mandy suspiró agobiada–. ¡Definitivamente tanto caporal ya aburre!

–¡¿Qué cosa te has atrevido a decir?! –una furibunda voz femenina recriminó a Mandy a sus espaldas. Ella y sus amigas voltearon sorprendidas hacia la dirección de la que procedía la voz. Se encontraron frente a frente con una joven de mediana estatura, vestida con el traje femenino típico de la danza del caporal. Este era de color negro y tenía preciosos y abundantes bordados en hilo dorado y plateado tanto en la blusa como en la minipollera. La muchacha llevaba su cabellera negra recogida en una larga trenza. Su rostro era ovalado y moreno, los ojos achinados y de un brillo atractivo. Sin embargo, lo que más destacaba de la joven eran sus voluptuosas piernas y su esbelta cintura, una combinación muy agradable a la vista de los hombres que pasaban por su lado e inevitablemente se detenían, aunque sea por un instante a observarla.

–Eh, este… ¿estás hablando conmigo? –algo confundida, Mandy se señaló a sí misma.

–¡Sí, contigo! –la chica tomó a Mandy del cuello de su polo–. Yo he practicado la hermosa danza del caporal desde que tengo memoria. Mi padre y mi abuelo también la han practicado. Yo he aprendido gracias a mi padre todo lo que sé del caporal. ¡Amo el caporal! Por eso no puedo permitir que alguien hable mal de la danza de mis ancestros y que tan gratos momentos me ha traído. ¡Es imperdonable!

–¡Yo en ningún momento he hablado mal de los caporales! –Mandy se soltó del agarre de la joven con un manotazo.

–Oye Mandy, mejor vámonos –Estela le susurró a su amiga–. Esta tipa parece que está borracha…

–¡Te he oído, chibola! –la joven señaló a Estela con dedo rabioso–. No estoy borracha, ¡mierda! Yo, Rubí Rodríguez Paz te lo juro por el caporal… ¡hip!

–Definitivamente está borracha –Roberta les confío en voz baja a sus amigas, y cogió a Mandy de la muñeca–. Discúlpate con ella y vámonos de aquí.

–¡¿Disculparme yo?! –Mandy le increpó a su amiga–. ¡¿Por qué debería de hacerlo?! ¡No he dicho nada malo!

–Niña insolente –Rubí clavó una rencorosa mirada en los ojos de Mandy–. Te crees la gran cosa, ¿eh? Seguro piensas que la danza que practicas es mejor, pero, ¿sabes qué? ¡Yo jamás he oído de ninguna danza en la que se pinten de morado y se pongan peluca morada! En pocas palabras, tu danza es una desconocida mierda. ¡Eso es! Ahora lo entiendo todo, tienes celos del caporal, por ser una danza tan popular. ¡Te mueres de la envidia! ¡Hip!

–¿Ah? ¿Pero de qué rayos estás hablando? Amiga, un consejo: ya deja el trago –Mandy le habló con voz maternal a la muchacha.

–¡Que no estoy borracha, por la #%& madre! –la joven cogió su sombrero y lo lanzó al piso presa de la cólera.

–Me gustaría seguir charlando, pero ya debemos irnos –Mandy se excusó. Ella se dio media vuelta y comenzó a alejarse. Sus amigas la siguieron.

–¡Tú no te irás a ningún lado!! –la chica caporal cogió a Mandy de un brazo y la jaló hacia sí. La joven púrpura quedó asombrada por la tremenda fuerza que poseía aquella señorita.

–¿Qué-qué es lo que quieres de mí? –Mandy se decidió a encarar a la muchacha, aunque la voz no le salió tan segura como hubiese querido. 

–Discúlpate por haber insultado a la danza del caporal –Rubí le habló muy seria. Ella tenía en ese momento los puños apretados y el ceño fruncido.

–¿Disculparme? ¿Por qué? Yo solo dije que me aburría de ver pasar a tanto caporal. ¡Entiende que en ningún momento he insultado a los estúpidos caporales!!

–¿A no? –Rubí se llevó las manos a la cintura.

–Je je… como diría el Chavo, “se me chispoteó” –Mandy se llevó la mano derecha a la nuca y soltó una risita cohibida.  

–¡Muere!! –sin previo aviso, la chica caporal lanzó una potente patada lateral. Mandy a duras penas logró agacharse. La patada se estrelló contra un poste, el cual se dobló en el acto.

–¡Waaa!! –Roberta, Estela y Bianca gritaron aterradas. Los ojos se les abrieron como lunas llenas debido a la impresión.

Mandy estaba en similar situación que sus amigas. –¿Pero de qué rayos están hechos esos zapatos? – ella no podía dar crédito a lo que acababa de presenciar.

–Mandy, ¡huyamos! –le gritó Roberta. La chica púrpura asintió. Se escabulló de cuclillas por un lado del poste, dispuesta a huir, pero cuando avanzó unos pasos se chocó con las piernas de Rubí, quien se había parado delante de Mandy antes que ella pudiera siquiera notarlo.

 –¡Discúlpate! –le exigió Rubí.

Mandy cayó de espaldas y espantada retrocedió varios metros.

–¡Discúlpate, carajo! –Rubí le repitió, y dio un pisotón en la zona de la acera que estaba justo entre las piernas de Mandy. El taco de la chica caporal hizo un agujero en el concreto. Mandy apretó los dientes del susto. De un salto se puso de pie y huyó despavorida.

–¡Auxilio, sálvenme de esta loca!! –ella gritó mientras corría.

–¡¿Loca, yo?! ¡Ahora sí que me has hecho enojar, maldita mocosa morada!! –Rubí corrió tras Mandy.

–¿Por qué siempre le tienen que pasar estas cosas a nuestra amiga? –Estela se preguntó mientras veía a Mandy escapar.

–Porque es una terca sin remedio –Roberta se llevó la mano derecha a la frente–. Con lo fácil que hubiera sido que se disculpe…

– Siempre es lo mismo con Mandy, ¿ahora que se supone que debemos hacer? –Bianca se cruzó de brazos.

–Pues ir tras nuestra amiga, ¡debemos rescatarla de esa desquiciada! –Roberta corrió en la dirección en la que Mandy había huido.

–Aquí vamos de nuevo –se lamentó Bianca, y fue tras su amiga. Estela se encogió de hombros y también emprendió la marcha.

 –¡Aléjate de mí!! –Mandy chilló aterrada mientras corría por su vida. Pocos metros detrás de ella, gritando ajos y cebollas, Rubí la perseguía infatigable. Las dos muchachas subieron por la avenida abriéndose paso entre el gentío.

–Ah, por fin la suerte me sonríe –un señor levantó su vaso de cerveza–. ¡Salud porque me vaya bien en mi nuevo trabajo en la mina! –brindó. Él estaba instalado en una mesa emplazada en plena calle, en compañía de un grupo de amigos.

–¡Salud por eso! –sus amigos levantaron sus vasos para brindar.

–¡Permiso! –Mandy tras virar por una calle lateral a toda velocidad se fue contra la mesa debido a que no pudo frenar a tiempo. Esta se volcó hacia un lado, pero felizmente nada se rompió, pues cada quien estaba con su vaso en la mano, y el hombre del brindis logró coger la botella de cerveza antes de que la mesa sea volcada.

–¡Ten cuidado! –el hombre le recriminó a Mandy, pero ella ya estaba bastante lejos como para oírlo.

–Amigo, la suerte está de tu lado, ¡salvaste la cerveza! –uno de los amigos del hombre le comentó. Entre todos levantaron la mesa.

–Bien, volvamos a lo que estábamos: mi brindis –el hombre se aclaró la garganta y levantó su vaso.

–¡Salud! –sus amigos levantaron sus vasos. Bebieron un sorbo y luego los dejaron sobre la mesa.

–¡Abran paso! –en eso llegó Rubí, y embistió contra la mesa sin importarle nada más que atrapar a la fastidiosa chica púrpura.

¡CRASH! La mesa se volcó, y vasos y botella se hicieron añicos.

–¡Grrr! ¡Vuelve aquí, bestia! –hecho una furia, el hombre del brindis fue en persecución de Rubí.  

–Pobre de nuestro amigo. Esperemos que esto no sea un mal presagio sobre su futuro empleo allá en la mina –uno de los muchachos de la mesa se lamentó moviendo la cabeza de un lado para el otro.

En cierto sector de la avenida una discusión se estaba desarrollando entre una señora y un señor. El motivo era que la señora había abierto su sombrilla para protegerse del inclemente sol, y con ello le había tapado la vista del desfile al señor que observaba de pie desde atrás.

–¡Baja tu sombrilla, señora! ¡No me dejas ver nada! –vociferó el hombre como un placero.

–Si tanto le molesta muévase más allá, caballero –respondió la señora.

–¡No me voy a mover, carajo! ¡La que tiene que moverse eres tú, vieja comodona!

–¡Ay, Dios mío! ¡Pero qué tipo para más vulgar con el que me he venido a topar! –indignada, la señora se llevó la mano al pecho.

–¡Baja tu sombrilla, vieja de mierda! –el señor se acercó a donde la señora con la intención de arrebatarle la sombrilla.

–¡Malcriado, mal educado! ¡Ni se atreva a tocar mi sombrilla o llamo a la policía! –la señora le advirtió.

–¡No te me escaparás! –Rubí gritó mientras perseguía a Mandy–. ¡Voy a hacer que te disculpes! ¡Discúlpate!!

–¡No te he hecho nada, así que no me disculparé! ¡Ya déjame en paz!! –Mandy aceleró su carrera. Ella viró de forma repentina, y gracias a sus reflejos evitó chocar contra el señor que se encontraba discutiendo con la señora de la sombrilla.  

–¡Entonces muere!! –Rubí se lanzó hacia Mandy con la intención de atraparla, pero el repentino giro de la chica púrpura hizo que ella se siguiera de largo sin poder frenar.

¡POG! Incapaz de detener su avance, Rubí se estrelló contra la espalda del señor quejoso, quien por la fuerza del impacto fue lanzado hacia la reja de seguridad. Él chocó su abdomen contra la reja de seguridad y se fue de bruces hacia la pista.

–Ahora sí no podrá quejarse de que no ve nada del desfile, ¡jajaja! –la señora de la sombrilla se burló. Algunas risas por lo bajo se oyeron entre las personas de alrededor.

–¡¿Quién ha sido el infeliz que me ha empujado, carajo?! –el señor se levantó iracundo.

–¡Fue una tipa vestida de caporal! –el hombre de la cerveza derramada llegó al lugar y le respondió mientras corría–. ¡Es la misma majadera que me volcó la mesa cuando pasó por mi lado!

–¡Esto no se quedará así! ¡Esa bruta me las va a pagar! –el señor quejoso estalló de rabia, y se unió a la persecución.

Al poco rato Roberta y las demás pasaron por el mismo lugar, también corriendo.

–Diablos, ya me estoy cansando de esto –Mandy se quejó–. ¿Es que esa tipa nunca se va a rendir?

Rubí persiguió a Mandy hasta que llegaron ante unas graderías armadas con tablas de madera y tubos de metal.  

–¡Toma! –Rubí lanzó un puñetazo, pero Mandy logró esquivarlo tras hacerse a un lado–. ¡Oh, no! –sin embargo, la chica púrpura se lamentó cuando su espalda chocó contra uno de los tubos que sostenían la armazón. Estaba acorralada.

–¡Ahora sí te tengo! –Rubí exclamó, y lanzó una poderosa patada lateral. Mandy se agachó lo más rápido que pudo. Consiguió esquivar la patada, pero en eso escuchó un preocupante “clack”. Viró la cabeza hacia la dirección desde la que había provenido aquel sonido, y con horror se percató de que un perno de los que mantenían fijo el tubo se había soltado producto de la fuerza de la patada. Ahora toda la estructura comenzó a tambalearse. Como pudo, Mandy sostuvo con ambas manos el tubo para evitar que las graderías, y con ellas toda la gente de encima, se vinieran abajo. Como consecuencia ella terminó en una posición muy comprometida, pues se le hizo imposible poder moverse con libertad sin antes tener que soltar el tubo.

–¡Ja ja ja! Ya no podrás escaparte de mí –Rubí se acercó a Mandy a paso lento y confiado, cual una fiera que ha herido mortalmente a su presa y sabe que ya no va a poder huir más. La joven caporal esbozó una malévola sonrisa e hizo crujir sus puños.

“Maldición… ¿y ahora que se supone que voy a hacer?”, Mandy se preguntó muy preocupada. Tenía que ocurrírsele algo, y rápido. –¡Está bien, está bien! –ella exclamó de improviso–. ¡Tú ganas! Me disculparé contigo…

–¡Ja! Hasta que por fin te resignas y das tu brazo a torcer –Rubí se colocó las manos en la cintura–. Pues bien, estoy esperando.

–Sí, claro, me disculparé… pero primero, por favor sostenme este tubo por un momento para poder disculparme como se debe –Mandy señaló con la mirada el tubo que con ambas manos aferraba.

–¡Hip! Muy bien, pero luego te disculparás, ¿entendido? ¡Y de rodillas! –Rubí se acercó y tomó el tubo con ambas manos.  

–¡Huy, no! Me llama mi mamá. Espérate un tantito que contesto y vuelvo en seguida –de improviso Mandy sacó su celular del bolsillo y se lo mostró a Rubí–. ¡Oye, primero discúlpate! ¡Y vuelve acá que ya me estoy cansando de agarrar este tubo! 

Pero Mandy ya no oyó más, pues sin tiempo que perder puso primera y arrancó a toda velocidad. Recién en ese momento Rubí se dio cuenta de que había sido engañada. Se imaginó a sí misma con la cara de un burro y con un letrero colgándole del cuello que decía “tonta”.

–¡Maldita estúpida! ¡¿Cómo te atreves a burlarte de mí?! –la chica caporal vociferó, y apartó el tubo de su lado empujándolo de golpe. Pero entonces la estructura volvió a tambalearse. La gente de las graderías sintió el movimiento esta vez, pues fue mucho más brusco, y huyeron despavoridas. “¡Esto se va a caer!”, Rubí oyó gritar a la gente. Ella quiso huir, pero el señor al que le volcó la mesa y al que ella empujó le cerraron el paso–. ¡Muévanse, idiotas! –ella les gritó. Pero ya era demasiado tarde. La estructura se vino abajo y los tres quedaron atrapados bajo ella–. ¡Esto no lo olvidaré nunca, chica púrpura! ¡Te juro que te encontraré algún día y te haré pagar muy caro lo que me has hecho!! –Rubí vociferó iracunda, en tanto permanecía atrapada debajo de una docena de tablas.

Roberta y las demás pasaron por el lugar al poco rato. Policías y personal médico habían llegado para ayudar a los heridos. Los tres afectados parecían más preocupados por consumar sus respectivas venganzas que por su salud cuando fueron subidos a las respectivas camillas. Rubí gritaba y lanzaba improperios contra la chica púrpura como una desquiciada. 

–Mejor vámonos de aquí, chicas –Roberta sugirió, y se alejó silbando como con quien no es la cosa. No tuvo que repetirse por segunda vez, pues sus amigas la siguieron en el acto.

Al poco rato Mandy las divisó a lo lejos, y las llamó agitando los brazos para hacerse notar. Las tres muchachas fueron a su encuentro.

–Ay Mandy, ¡ay Mandy! Mira nada más todo lo que has provocado por culpa de tu consabida terquedad –le increpó Roberta.

–Vamos Rob, que no es para tanto –Mandy replicó.

–¿A no? –intervino Bianca–. La loca del traje de caporal y dos tipos más terminaron en camillas porque la estructura de unas graderías se les vino abajo, ¿eso te parece poco?

–¡¿Cómo?! ¿En serio eso pasó? –Mandy se rascó la nariz–. ¡Qué hambre! ¿Vamos a tu casa, Roberta? –de pronto ella cambió bruscamente de tema.

–Ay Mandy, definitivamente tú no tienes remedio –Roberta tomó del hombro a su amiga.

–¡No soy yo! Es la mala suerte que me persigue. ¡Se los juro! –se lamentó Mandy. Bianca y Estela se echaron a reír. Al poco rato las cuatro amigas abandonaron el corso. Ya comenzaba a atardecer.


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