Capítulo 8: ¿Y mi banderola? ¡El encuentro internacional de tunas!

 


¡Uf! Menos mal que Rina se sintió tan avergonzada por lo sucedido en el laboratorio que pagó por todos los destrozos causados. Y pensar que mi mamá tuvo que hacerse un préstamo para pagar el microscopio que rompí la anterior vez, ¿se imaginan lo que hubiera pasado si yo tenía que compartir los gastos de los recientes destrozos? Brrr, de solo pensarlo se me hiela la sangre. Pero bueno, supongo que tuve suerte esta vez, aunque creo que ni tanta, porque la profesora Inés se puso tan furiosa cuando recuperó el conocimiento que de inmediato se fue a quejar con la directora. Y así fue como a Rina, a Roberta, a Bianca, a Estela y a mí nos suspendieron por tres días. Y cómo era de esperarse, para variar la directora citó a nuestros padres. Adivinen quién nuevamente está castigada… ¡bah! De que me preocupo, ¿qué es una raya más para el tigre? Lástima que solo pueda hablar por mí, pues a las pobres de Rina y de mis amigas vaya que sí les ha afectado. Supongo que tendré que animarlas, aprovechando que soy la más curtida en la materia, ¿no les parece? ¡Jajaja!

***

Sábado por la mañana en la escuela de artes marciales Chìbǎng. Un puñado de diez estudiantes formaba una fila delante del padre de Xian. Él maestro se paseaba frente a sus alumnos a paso lento y con los brazos tras la espalda.  

–Como decirles la clase pasada, día de hoy practicaremos con una de las principales armas que el sistema de combate Jet Kune Do domina: referirme al arma hecha leyenda gracias a maestro Bruce Lee, los…

–¡Buenos días con todos! –Mandy saludó agitada. Ella acababa de llegar en su patineta. Con la mano derecha se apoyó en el umbral de la entrada para recuperar el aliento. En tanto, con el pie derecho ella dio un pisotón a uno de los extremos de la patineta. Esta saltó directo a su mano izquierda.  

–Chica morada llegar tarde, ¡yo no soportar a gente que llegar tarde! –el maestro Chìbǎng dirigió una mirada severa a la joven.

–¡Ah! ¿Cuándo aprenderá a ser responsable? –Xian exhaló resignado cuando vio llegar a su amiga. 

–Lo siento maestro, de verás. Lo que ocurre es que se me olvidó por completo que Xian me había dicho para venir más temprano el día de hoy y así poder entrenar con el resto de la clase. No sé ni cómo me acordé. Pero juro que apenas lo hice me vine volando…

–Xian, tú ser responsable por esta chica. Como estudiante con más experiencia y jerarquía y además por ser mi sucesor, tu obligación ser guiar por el buen camino a las ovejas descarriadas, ya habértelo repetido muchas veces.

–Lo siento, pap… maestro –Xian se disculpó.

–Después discutir esto. Ahora ya no perder más tiempo que clase de hoy muy importante. ¡Y tú, chica púrpura!, pasar de una vez. ¡Apurarte!

–¡Nǐ hǎo! ¡Nǐ hǎo! –chocando el puño derecho contra la palma izquierda en tanto hacía leves reverencias, Mandy fue saludando a todos los presentes hasta llegar a su lugar en la fila al lado de Xian, quien tuvo que apartarse a un lado para hacerle campo.

Una serie de murmuraciones por lo bajo inundaron el lugar. El desconcierto que Mandy produjo en los estudiantes era evidente. Y es que para todos ellos era la primera vez que veían a una jovencita tan llamativa.

–¡Silencio! ¡Todos cerrar bocas! –el maestro levantó la voz. En el acto los alumnos pegaron los brazos al cuerpo y se enderezaron en posición de firmes. Solo Mandy siguió conversando, pues acababa de recordar que Xian le comentó que en aquella sesión aprenderían el uso de un arma increíble que el legendario Bruce Lee utilizó con maestría en sus años mozos.  Precisamente en aquel momento ella le estaba preguntando sobre de qué arma se trataría.

–¡Chica púrpura, cerrar la boca ahora mismo, o por Buda jurar que te saco de la clase! –el maestro estalló.

–¡Ay, diosito! –a Mandy se le escarapeló todo el cuerpo. En el acto ella adoptó la posición de firmes, y con la mano derecha hizo el ademán de cerrarse la boca como si esta tuviese un cierre.

–Insensata… por eso yo haberla puesto en turno aislado. Aparte de que con su solo aspecto ya distraer a cualquiera, encima no saber cuándo guardar la compostura –el señor Chìbǎng refunfuñó, y dirigió una mirada de reproche a su hijo.

“Ay Mandy… cuando no contigo, ¡cuando no! Siempre me tienes que estar metiendo en problemas”, Xian se lamentó para sus adentros.

–Bien, ahora sí creer puedo continuar –el maestro Chìbǎng indicó una vez el silencio se apoderó de la estancia–. Como estaba diciendo –él reanudó su paseo ante la fila formada por los estudiantes–, el día de hoy ser una clase muy importante porque yo enseñarles uso de una de las armas más letales y versátiles de las artes marciales. Estar hablando de los nunchakus. ¿Alguien haber oído algo de estas armas? ¿Alguien saber? –preguntó–. Que no sea mi hijo –agregó cuando Xian hizo el ademán de levantar la mano.

–Nadie, por lo visto. Mejor no perder más tiempo y mostrárselas –el señor Chìbǎng metió su mano a uno de los lados de su chaqueta de satén y sacó la mencionada arma, dos palos unidos entre sí por una cadena. –¡UIIAAA! –él realizó a continuación una demostración de acrobáticos movimientos con el arma, pasándosela por alrededor de los brazos, de la cintura y de la espalda. Al final el arma se detuvo cuando uno de los palos fue frenado por el brazo izquierdo del maestro, que él cerró de golpe contra su abdomen.

¡CLAP, CLAP, CLAP! Impresionados, los estudiantes aplaudieron calurosamente.

–¡A ya, era eso! –Mandy chasqueó los dedos–. ¡Por supuesto que he visto esa arma antes! ¡En infinidad de películas! Solo que no sabía que se llamaba así…

–Casi nadie lo sabe –Xian se encogió de hombros.

–Bien. Ahora que ya haber visto el arma y demostración de cómo debe de usarse, ¿Quién querer ser primer voluntario en probar suerte con ella? –preguntó el señor Chìbǎng.

–¡Yo, yo! –por encima de los demás, Mandy se hizo oír elevando la voz, saltando lo más alto posible y con las manos extendidas hacia arriba.

–Tú, venir al frente –el maestro llamó a un joven de rostro alargado y cabello corto.

–¡¿Y yo?! –Mandy se quejó.

–Tranquilizarse, estudiantes. Todos tendrán oportunidad de probar nunchaku –indicó el señor Chìbǎng, y se dirigió a una puertecilla corrediza de madera que había en la pared. De adentro sacó varios nunchakus más. Cada uno se lo dio a un estudiante–. Primero ver intento de voluntario. Yo usarlo como ejemplo para que vean errores más comunes en manejo del arma.

El chico comenzó a darle tímidas vueltas al arma.

–¡Más velocidad! ¡Con ese ritmo no matar ni una mosca! –le exigió el maestro.

El muchacho aceleró sus movimientos, pero al poco rato terminó dándose con uno de los palos en la cabeza.

–Este ser error más básico –señaló el maestro. Todos los estudiantes se echaron a reír–. ¡Xian! Venir aquí –el señor Chìbǎng llamó a su hijo–. Dales demostración con dos nunchakus –le dijo, y le lanzó el que tenía en la mano. Ahora con un nunchaku en cada lado, Xian dio inicio a su exhibición. Las armas se movieron de manera tan fluida, rítmica y veloz que parecían ser extensiones naturales del cuerpo de Xian. Todos quedaron impresionados.  

Cuando terminó su demostración, los aplausos hicieron eco en el gimnasio. Ahora más que nunca todos estaban muy motivados para practicar. El maestro Chìbǎng le indicó a su hijo que vuelva a su lugar, y entonces dio una serie de pautas para el manejo de la legendaria arma. Una vez culminó con su explicación, invitó a todos los estudiantes para que practiquen. –Yo iré pasando por lugares para indicarles que estar haciendo bien y qué aspectos deber corregir.

Dicho esto, todos los estudiantes se pusieron manos a la obra.

–¡Tsch! Eres un creído, Xian –Mandy le sonrió a su amigo–. Ya verás como yo con tan solo unos minutos de práctica lo haré tan bien como tú, e incluso mejor.

–Deberías tomártelo con calma, Mandy –Xian sonrió algo nervioso. “No sé porque, pero tengo el presentimiento de que Mandy meterá la pata… una vez más”, las preocupaciones nunca le faltaban a Xian cuando tenía a la chica púrpura cerca.

–¡JAA IA IA IA UHAA! –Mandy comenzó a hacer girar el nunchaku. Xian la contempló sorprendido.

–Increíble, para ser tu primera vez lo haces de maravilla –admitió él.

–¿Qué puedo decir? ¡Soy una maldita genio! –Mandy sonrió. Sin embargo, durante esta breve distracción el nunchaku se le soltó de la mano y salió disparado hacia atrás.  

–Tener más cuidado –el señor Chìbǎng atrapó el arma en pleno vuelo con una sola mano. Se la devolvió a Mandy y continuó con su camino. “¡Waoo!”, todos quedaron admirados por la tremenda agilidad y reflejos demostrados por el maestro.

La clase prosiguió.

Mandy ya iba golpeándose la cabeza tres veces. Luego de su primer intento, las cosas ya no le salieron tan bien como al principio.

–Por lo visto tu primer intento fue un mero golpe de suerte –Xian comentó cuando por cuarta vez Mandy se golpeó la cabeza.  

–¡Grrr, no me rendiré!! –Mandy hizo girar el nunchaku con su mano derecha. Tomó aire y se preparó para comenzar con las acrobacias. ¡Fum! Sin previo aviso ella replegó el brazo. El arma la hizo pasar por su espalda y la cogió con la otra mano. Así comenzó a hacerla rotar por su tronco. Cada vez fue haciéndolo más rápido.

–¡Eso, Mandy! ¡Lo estás haciendo muy bien! –Xian la animó emocionado.

¡PAF! Sin embargo, un segundo después él recibió un varazo en plena quijada. Xian terminó de espaldas sobre el suelo y sobándose con ambas manos el área afectada.

–¡Xian! oh, cuanto lo siento –Mandy tiró su nunchaku y corrió preocupada hacia donde su amigo.

El maestro levantó su taza de té verde y vigiló cómo iban las prácticas. –Veo que alumnos ir progresando –comentó satisfecho, y se acercó la taza a la boca para darle un sorbo.

¡SPLASH! En eso la taza saltó de forma inesperada hacia arriba, derramándose todo su contenido en el rostro del maestro. Luego cayó y se hizo añicos. Al lado de los restos de su taza, el maestro vio a la causa de su desgracia: un nunchaku que debió habérsele escapado de las manos a alguno de los estudiantes.

–¡Lo lamento!! –Mandy llegó corriendo a donde el maestro y recogió el nunchaku–. Vaya, mire nada más como lo he dejado. Espere, voy a secarle el rostro –ella buscó con la mirada algo con que hacerlo. En eso vio el cojín sobre el que solía sentarse el maestro. De inmediato lo levantó y con este le secó la cara al señor Chìbǎng.

–Ya está –ella tiró el cojín a un lado una vez terminó.

–Chica púrpura ser tan irritante como mosca en la sopa –el maestro refunfuñó. “Contrólate, contrólate… aplicar meditación, la paz interior, tantos años de práctica para mantener el dominio sobre la voluntad: ¡Om!”, el señor Chìbǎng tuvo que hacer gala de toda su sabiduría zen para no perder los estribos.

–¡Mandy, ¿pero qué has hecho?! ¡Esa era la taza favorita de papá! ¡Y ese era su cojín favorito, ¿cómo se te ocurre limpiarle la cara con el cojín?! –Xian le reclamó a su amiga cuando ella regresó a su lado para seguir practicando.

–Je je… ¡ups!, lo siento –Mandy sacó ligeramente la lengua en tanto se rascó la nuca.

–Por Buda, Mandy. ¡Un día vas a hacer que a mi padre le dé un infarto!

–Que va, no seas exagerado, hombre –Mandy retomó la práctica con el nunchaku–. Tu padre es como un monje xaolin, como un jedi. Con tanto entrenamiento sobre sus hombros estoy segura de que jamás habrá algo que logre perturbar su paz interior… ¡mierda! –nuevamente a Mandy se le escapó el nunchaku de las manos. 

¡TOC! Un varazo en la coronilla sorprendió al señor Chìbǎng justo cuando se había agachado para recoger los pedazos de su taza rota. En ese momento el maestro sintió que un volcán estallaba en su interior. –¡La clase a terminado! ¡Poder irse! –él exclamó intentando por todos los medios reprimir su ira. Rápidamente se retiró hacia la puerta que conectaba el gimnasio con el resto de la casa.

–¡Cuidado! –Mandy exclamó de pronto.

Al oír esta advertencia el señor Chìbǎng volteó aterrado.

–Je je, falsa alarma, no llegó a escapárseme esta vez –Mandy agitó su arma y sonrió.

El maestro soltó una exhalación de alivio y regresó el rostro hacia el frente.

–¡Maestro, cuidado con…! –Mandy exclamó nuevamente.

El maestro sintió que todo el cuerpo se le tensaba. Iba a virar de nuevo, pero entonces se estampó contra la pared situada a la izquierda de la puerta.

–…la pared. Rayos, no me oyó a tiempo… –Mandy exhaló resignada.

El maestro no dijo nada ni miró atrás. Cruzó el umbral de la puerta y a continuación la cerró de un portazo.

–¿Qué le pasará a tu padre, Xian? Mira que estar tan distraído como para chocarse contra la pared –Mandy le comentó a su amigo.

–Sí, ¿no? ¿Qué le pasará? –Xian no se lo podía creer, y le dirigió a la chica púrpura una mirada cargada de reproche.

–¿Por qué me miras así? ¡Oye, que yo no le he hecho nada a tu padre, ¿ya?! –ella se defendió.

–¡No, no! ¡Claro que no! –Xian pensó que se iba a volver loco.

–¡Idiota! –Mandy le sacó la lengua a su compañero–. Mejor seguiré practicando, ¿ya? –le dijo, y retomó sus ejercicios con el nunchaku.

Varios minutos transcurrieron. Los estudiantes, con excepción de Mandy, ya se habían retirado del gimnasio. Ella estaba tan concentrada y abocada en entrenar con el nunchaku que perdió la noción del tiempo. Por su parte, Xian recogió los nunchakus que habían dejado los estudiantes y los guardó en su lugar.

–Qué desastre –Xian comentó mientras con un recogedor y una escoba que trajo del interior de su casa limpiaba los restos de la taza de su padre.

–¡Xian! –de pronto Mandy lo llamó–. ¡Mira todo lo que he mejorado! ¡Te vas a quedar de piedra!

–Ahora no, Mandy, que estoy limpiand…

“Clavelitos, clavelitos, clavelitos de mi corazón…”, varias voces cantando a un solo coro interrumpieron a Xian.  

–Viene de afuera –señaló Mandy–. ¿Qué podrá ser? –ella se preguntó, y salió del gimnasio. Afuera, frente a la puerta que daba acceso al jardín de la casa, se encontró con un grupo de jóvenes universitarios, todos vestidos con la típica indumentaria negra de los tunos: jubón, capa, calzas, bombachos, zapatos. Además, todos llevaban una camisa blanca bajo el jubón. Algunos portaban colgada de los hombros una beca color azul.  

“Hoy te traigo clavelitos, colorados igual que un fresón…”, los tunos continuaron entonando con vigor la canción al mismo tiempo que tocaban con ritmo sus instrumentos: laúdes algunos, guitarras otros, bandurria otros más, y pandereta uno de ellos, que además se movía de aquí para allá al son de la melodía. Entonces de detrás saltó hacia adelante un tuno que Mandy no había visto hasta el momento. Este personaje corrió hasta el centro del jardín de la casa, y allí inició una serie de vistosas acrobacias con una banderola negra. Los dedos incansables de los demás tunos animaron la coreografía tañendo con más vigor las cuerdas de sus instrumentos.

–¡Qué genial! –Mandy aplaudió el espectáculo. 

–¡Jet, hey! –Xian llegó al lado de Mandy y llamó a su hermano.

–¡Pero claro! –Mandy chasqueó los dedos–. Ya me parecía familiar el chico de la banderola. ¡Así que eras tú, Jet!

–Una rosa roja para la bella novia púrpura de mi hermano menor –Jet dejó caer su banderola al pasto y se acercó a Mandy. Una vez frente a ella se hincó en una rodilla y se sacó del jubón la mencionada flor.

–¡¿Pero qué cosas dices?! –purpurizada a más no poder, Mandy se tomó las mejillas y desvió la mirada.

–¡Jet! ¡¿Puedes decirles a tus amigos que paren?! –Xian tuvo que elevar la voz para hacerse oír.

–¿Parar? ¿Pero qué disparate dices, hermanito? ¡¿No vez lo animados que estamos todos?! –Jet depositó la rosa en el bolsillo de la chaqueta de Mandy, y acto seguido retornó a donde había dejado la banderola. La levantó y continuó con su espectáculo.

–¡JET!! –desde la ventana del segundo piso se asomó el maestro Chìbǎng con los crespos hechos–. ¡¿Puedes decir a orates de tus amigos que paren su maldito escándalo?!!! –él vociferó. A Jet se le cayó la banderola de la mano.

La banda de tunos calló tras el estremecedor grito. –Jet, creo que mejor nos vamos –le dijo el tuno de la pandereta.

–Disculpen, chicos, disculpen –Jet se inclinó numerosas veces.

–¡Nos vemos esta noche! –los tunos se despidieron.  

–Xian, ¿se puede saber qué mosca le ha picado a papá? ¡Si a él siempre le ha gustado oír a mi grupo de la tuna universitaria! –se quejó Jet.

–Te lo advertí, pero tú nunca me escuchas. Papá ha tenido un mal día durante la clase de esta mañana. Por eso se encuentra de tan mal humor.

–¿Un mal día? ¡¿Eh?!! ¡¿Y se puede saber qué diablos le ha pasado?!

–¡Wao, qué banderola tan bonita! –Mandy corrió a donde la banderola y la cogió–. ¡Chicos! ¡Miren como yo también puedo hacer acrobacias con la banderola! –Mandy lanzó la banderola al cielo. Su intención no era lanzarla tan arriba, pero no midió su fuerza, de modo que la banderola terminó aterrizando sobre la antena para la televisión ubicada en el techo de la casa.

–Mandy hizo de las suyas en la clase de hoy, hermano. Eso pasó –Xian le contestó a Jet.

–Ya veo… ¡Pero ¡¿qué mier…?! ¡Mi banderola!! –Jet cayó de rodillas sobre el pasto.

–¡No fue a propósito! ¡El viento! ¡Fue culpa del viento! –Mandy negó con los dedos de forma frenética–. Lo siento, ¡de verás que lo siento! ¡Sorry!! Pero no te preocupes, que en un santiamén te bajo tu banderol…

–¡¿Entiendes la gravedad de la situación?!! –Jet vociferó hecho una furia–. ¡Sin esa banderola el show de mi agrupación de tunos está perdido!! ¡No sé cómo, pero me bajas esa banderola ahora mismo! ¡Me la bajas así sea lo último que hagas!!

–Te la bajaré, don´t worry, desperate boy –Mandy respondió con voz rápida y nerviosa.

–¡Jet!! –una voz femenina llamó a Jet desde su detrás. 

–¡¿Qué cosa?!! –Jet respondió furibundo, pero de inmediato se arrepintió cuando reconoció a la dueña de aquella voz. Una chica de cejas poblada, grandes ojos color caramelo y de manos finas y hermosas como si hubiesen sido talladas por el mismo Miguel Ángel yacía frente a él. Ella retrocedió ofendida.  

–Jet… ¡me has gritado! –la joven abrió sus grandes ojos a más no poder.

–¡Amy! No, yo… lo que pasa… pensé que eras ese fenómeno púrpura… ¡tú sabes que a ti jamás te gritaría, mi amorcito! –poco faltó para que Jet se postre a los pies de la joven.

–¡Oye! ¡¿A quién llamas fenómeno?! –Mandy le reclamó.

–¡Tú deja de perder el tiempo y bájame de una buena vez mi banderola!! –Jet le replicó.

–¡Uf, que geniecito! –Mandy negó con la cabeza y se dirigió a donde Xian–. ¿Me ayudas? –le preguntó, y mientras tanto lo jaló de la manga con suavidad–. Porfis, porfis, ¡¿sí?!

–Ay contigo, Mandy. Definitivamente eres un caso, ¡todo un caso! –Xian se lamentó, y acompañó a su amiga para bajar la banderola.

–¡Cielos! –de forma repentina, Amy se olvidó de todo su enojo. Ella ahora estaba sumamente sorprendida–. ¡Increíble! ¿Así que esta es la chica púrpura de la que me hablaste? ¡Lo veo y no lo creo! –ella señaló a Mandy.

–Ella misma –Jet contestó con desdén.

–¡Hola, ¿Cómo estás?! ¡¿Cómo te llamas?! –Amy corrió hacia Mandy y la saludó con un beso en la mejilla–. Vaya, es increíble –ella observó a Mandy de pies a cabeza–. En serio que no parece maquillaje. Dime, dime, ¿es verdad eso de que por culpa de una maldición te volviste púrpura? Es que, ¡wow! No me lo puedo creer…

–Ya veo –Mandy se cruzó de brazos–. Así que tú eres la novia de Jet.

–Así es –Amy sonrió–. ¿Y tú? ¿Eres la novia de Xian?

Mandy casi se va de bruces al oír esta pregunta. –¡La banderola! Debo bajarla del techo o Jet no podrá dar su show de tunos, ¡nos vemos, Amy! ¡Fue un gusto! –Mandy se alejó corriendo.

–Mejor vamos adentro, amorcito –Jet tomó de la mano a su enamorada.

–Amor, ¿es cierto eso de tu banderola? ¿Y ahora? ¿Qué será de tu presentación en el encuentro de esta noche? –Amy se mostró preocupada.

–Tranquila, amorcito. Te prometo que esta noche te dedicaré la victoria de nuestra tuna universitaria –Jet sonrió. Con mimos y mutuos cariñitos los enamorados se adentraron en la casa.

–Se nota que esos dos están muy enamorados –Mandy comentó cuando los vio alejarse tomados de la mano.

–Pues sí –señaló Xian–. Ya llevan cerca de tres años de relación, después de todo.

–Con razón, ¡eso ya va para matrimonio!

–Y para funeral vamos a ir nosotros si no conseguimos bajar la banderola –Xian señaló hacia el techo de la casa.

–Rayos –se lamentó Mandy.

El señor Chìbǎng se acomodó en el sofá de su sala. Prendió el televisor y lo puso en el canal de deportes. –Partido ya comenzar, vamos equipo, vamos –él cogió su vaso de té helado y le dio un sorbo. En la pantalla los equipos ya estaban acomodados en la cancha. El árbitro consultó su reloj y tocó su silbato.

Sin embargo, sin previo aviso la pantalla se puso azul. “No signal”, el señor Chìbǎng leyó. –¡¿Pero qué diantres haber pasado ahora?!! –él se quejó muy ofuscado.

–¿Qu-qué? ¡Mandy!! ¡¿Cómo se te ocurre hacer eso?! –Xian le gritó fuera de sí.  

–Que mala suerte… aunque pude sacarla de la antena, la banderola aún sigue en el techo…

–¡Acabas de bajarte la antena con tremendo piedrazo, ¿y solo te preocupa la banderola?! ¡Eres una… argh, no me lo puedo creer! ¡Es el colmo!! –Xian se tomó de los cabellos.

–Lo siento… Xian, en serio no lo hice a propósito –Mandy corrió a donde había caído la antena y la levantó con sumo cuidado–. Además, ¡mira! No luce tan mal.

–¡Mierda, mierda, mierda! ¡Papá va a matarme! –Xian ya se imaginaba su propio funeral.

–¡Xian!! –en eso se oyó la voz del señor Chìbǎng vociferando–. ¡¿Se puede saber qué haber pasado con antena?! 

–Adiós mundo cruel –Xian cerró los ojos.

–¡Mira, la banderola está cayendo! –Mandy señaló de pronto. Una repentina ventisca había empujado la banderola hasta dejarla colgando de una teja del techo.

–¡Xian, ¿es que no me has oído?! –el señor Chìbǎng salió por la puerta que conectaba el gimnasio con el resto de la casa tras abrirla de golpe. La mencionada puerta remeció toda la casa al chocar contra la pared. Gracias a esto la banderola logró soltarse de la teja y caer al jardín.  

–¡Voy por ella! –Mandy dejó caer los restos de la antena al pasto y corrió tras la banderola–. ¡Eso, ven con mami! –ella la tomó, y para celebrar la lanzó al aire, pero calculó mal y la banderola salió disparada por encima del muro que separaba el jardín de la calle. Terminó cayendo sobre la parrilla de un auto en movimiento.

–¡MANDY!! –Xian la reprendió fuera de sí. Ella ya estaba bajo el umbral de la puerta que daba a la calle, viendo con horror como el auto se alejaba–. Por lo que más quieras, recupera esa banderola. Apenas la encuentres ven aquí a devolvérsela a mi hermano.

–Cuenta con ello –Mandy le mostró el pulgar.

–Por favor, Mandy. Trae esa banderola. No quiero que mi hermano también me mate…

–¿También?  

–¡La antena!!! –el señor Chìbǎng cayó de rodillas sobre el pasto–. ¡¿Cómo haber terminado así la antena?!! –sollozando, él cogió la antena con sumo cuidado y la aferró a su pecho–. ¡Xian! ¡Explícame esto!! –sin previo aviso el maestro se puso de pie y echando chispas por los ojos se dirigió a su hijo.  

–Ay diosito –Mandy se persignó. Ella levantó ligeramente la mano para despedirse de su amigo–. Hasta siempre, vaquero –ella dijo, y acto seguido abandonó la casa de los Chìbǎng a toda carrera.

Eran cerca de las nueve de la noche. En la plaza Campo Redondo, una amplia explanada ubicada en el tradicional barrio arequipeño de San Lázaro, una enorme estructura se había montado como escenario. Luces púrpuras y celestes refulgían en los pilares de la armazón, en tanto numerosos reflectores iluminaban el centro del escenario. Abajo se habían dispuesto sillas para las principales autoridades. Más atrás una multitud de personas ya abarrotaban la explanada de la plaza. En el mismo centro de esta, por encima del conglomerado de cabezas se elevaba un obelisco de sillar. La gente aplaudía y hasta se animaba a corear la canción que en ese momento la agrupación de tunos de turno estaba interpretando. En lo alto de la estructura dispuesta como escenario, en una especie de arco de metal situado a modo de techo, se podía leer el número de aniversario que el presente año cumplía la ciudad, y más abajo se podía leer “X… Encuentro Internacional de Tunas”.  

En el lado izquierdo de la plaza, cerca de una cafetería, Xian y sus padres observaban el espectáculo a la espera de que llegue el turno de la agrupación de Jet. Los tres estaban muy nerviosos, pues sabían de lo ocurrido con la banderola. Hace como una hora Mandy había llamado a Xian para decirle que por fin había recuperado la banderola, y que se estaba dirigiendo a su casa, a lo que él le respondió que mejor se venga de frente a la plaza, pues el encuentro ya había comenzado. Sin embargo, después de aquella llamada él ya no supo más de Mandy, y por más que la llamaba no logró comunicarse con ella.

Mientras tanto, detrás del escenario, Jet y su grupo de la tuna universitaria esperaban su turno. Todos estaban preocupados por el asunto de la banderola, principalmente Jet.

–Tranquilo, amor –Amy le acarició la espalda para animarlo–. Ya verás como todo se solucionará.

–¿Todo se solucionará? ¡Ja! Lo dudo… tratándose de la idiota de Mandy lo dudo muchísimo. ¡Mierda! ¿Por qué mi hermano tuvo que involucrarse con ese fenómeno? –Jet se lamentó, y con los dedos se tomó el ceño.  

–Vamos hombre, anímate que no es el fin del mundo –el joven de la pandereta se le acercó y le tomó el hombro.

–Gracias, Joaquín… pero entiéndeme, ¡era nuestro momento, nuestra gran oportunidad de demostrar los frutos de todo nuestro esfuerzo! Maldita sea, tanto trabajo para nada…

Envuelta en una ceñida chaqueta negra, Mandy bajó de la combi y corrió hacia el pasaje Violín. –¡Combi del demonio! ¡Hace una cuadra que dije que me bajaba! –ella refunfuñó. En la mano derecha llevaba la banderola. Metió la mano libre a uno de sus bolsillos. No encontró lo que buscaba. Desesperada rebuscó en todos los demás bolsillos. Nada–. ¡Ay no! ¡Y para colmo resulta que me he olvidado el celular! ¿Ahora cómo demonios sabré donde están Xian y su hermano? –ella se lamentó, pero aun así continuó corriendo, pues sabía que ya era demasiado tarde para lamentaciones–. Solo me queda buscar y rogar por encontrarlos a tiempo –ella se dijo, y aceleró aún más su carrera. 

Mandy ingresó apurada al tradicional pasaje Violín, una estrecha callejuela flanqueada por edificaciones de sillar que databan de hace más de un siglo. Al poco rato hizo su ingreso también una agrupación de tunas. Ellos comenzaron a tocar sus instrumentos y a cantar.

Mandy ya estaba por salir del pasaje, cuando las gentes de las cercanías se conglomeraron alrededor de ella. “¡Wao!, una chica púrpura con una banderola de tuno”, “¿A qué agrupación pertenecerá?”, “Esto si es ser original”, “¿Será parte de alguna delegación extranjera?”, “Que maquillaje tan bien hecho, y la peluca púrpura no se queda atrás, ¡todo parece tan natural!”, los comentarios y murmuraciones que la gente hacia tras ver a la singular chica púrpura parecía que no tenían fin.  

–¡Oigan, déjenme pasar! ¡No tengo tiempo para estas tonterías! –Mandy intentó abrirse paso a empujones. “Y tanto que me demoré en encontrar la banderola, todo mi cansancio y mi persistencia… ¡no puedo permitir que por culpa de estos idiotas mi esfuerzo se vaya al garete!”.

“…Dime que me correspondes y no amas a nadie más que a mí…”, la agrupación de tunos que ingresó al pasaje detrás de Mandy alcanzó la salida que daba a la plaza. La gente aplaudió y coreó la canción. Entonces el miembro de la agrupación que portaba la banderola saltó adelante del resto de sus compañeros y realizó una serie de vistosas y enérgicas acrobacias.  

–Esta es mi oportunidad –Mandy se dijo, y aprovechando la distracción de la gente se dispuso a escabullirse. Sin embargo, cuando ya estaba por perderse entre la multitud, el tuno de la banderola la tomó de una muñeca.

–Acepte acompañarme en esta pieza, bella jovencita de la banderola –la invitó él.

–¡Nooo, ¿Por qué a mí?! ¡Y justo ahora que estoy contra el tiempo! –Mandy se lamentó entre dientes. Pero antes de poder intentar nada, el tuno le hizo dar media vuelta y la llevó al centro del espacio que la multitud había despejado para dar paso a la tuna.

–¡Que baile, que baile! –la multitud coreó muy excitada. 

–¡Demuestra de lo que estas hecha, jovencita! –el tuno de la banderola la reto, y ejecutó una serie de rítmicos movimientos con su banderola: la hizo girar por sobre su cabeza, por su espalda, por entre su cintura, en tanto se contorsionaba con suma habilidad.

–Bah, qué remedio –Mandy se resignó a su suerte. Ella saltó al ruedo y comenzó con el show. En un principio las cosas no le salieron demasiado bien, pero entonces se le ocurrió aplicar lo aprendido con los nunchakus. Ella impuso energía y fuerza a sus movimientos. Dos veces se le cayó la banderola de las manos, pero a pesar de ello al terminar la canción, todos la aplaudieron calurosamente.

–Gracias, muchas gracias –Mandy realizó numerosas venias a la multitud.

–Mira, ahora va a presentarse la agrupación de la tuna universitaria de… –alguien comentó más adelante. Oír estas palabras le recordó a Mandy a lo que había venido.

–Solo me queda ir hasta el mismo escenario, ¡no hay de otra! –se dijo ella, pero entonces se fijó en toda la gente que había en la plaza–. ¿Ahora cómo me abriré paso hasta el escenario? ¡Con tanta gente no llegaré ni mañana! –ella exclamó, pero entonces se le ocurrió una idea. Recordó como toda la gente se había abierto hacia los costados para dar paso a la tuna que llegaba–. ¡Eso es!

–¡Abran paso, abran paso, que la dama de las tunas va a sacudirse al ritmo del baile de la banderola eléctrica! –Mandy improvisó una canción a viva voz. En tanto, con la banderola la joven púrpura inició una serie de frenéticos movimientos acrobáticos basados en lo primero que se le ocurriese.  

La gente de su delante no pudo aguantar la curiosidad y voltearon a contemplar a la joven danzante púrpura.  

–¡Aplaudid y abriros paso! –Mandy exclamó con acento español–. ¡Debo llegar al escenario para deleitar a todos con mi danza apasionada!

Su plan dio resultados. Cual el Mar Rojo que se divide en dos al Moisés hundir su vara y ordenarlo en nombre de Dios, la gente se hizo a los costados para dejar pasar a Mandy. Ella avanzó sin pérdida de tiempo, y a medida que se acercaba al escenario comenzó a acostumbrarse y hasta a disfrutar de su propio baile, y sobre todo de los aplausos y los ánimos que la gente le brindaba. 

–¿Qué diablos es eso? –Jet notó desde el escenario como la multitud de la explanada de la plaza se iba abriendo y luego volviéndose a cerrar. Sus compañeros ya tocaban la primera canción de su repertorio. Jet solo acompañaba cantando, lo único que le quedaba ante la ausencia de su banderola.

–¡Jet!! –de pronto él oyó un grito. La voz le resultó muy familiar. La gente que estaba ubicada más cerca al escenario se abrió a los costados, y dejó paso a Mandy, quien en lo alto agitaba de un lado para el otro la banderola. Jet no se lo podía creer. La gente aplaudía y vitoreaba a la chica púrpura. Ella respondía a las muestras de afecto danzando y sonriendo.

“Esta es mi oportunidad”, a Jet se le ocurrió de forma repentina una idea. –¡Chicos, mándense con “la traidora”! –él exclamó. De inmediato la agrupación interpretó el tema solicitado.

“¿Para qué me acariciabas, me acariciabas, me acariciabas? Ay traidora…”, cantaron los muchachos, y a la vez tocaron sus instrumentos con gracia y ritmo.

–¡Vengan esas palmas! –Jet saltó hasta el borde del escenario y extendió la mano derecha. Mandy entendió el mensaje, y le lanzó la banderola con todas sus fuerzas. Jet elevó el brazo derecho y en pleno aire atrapó la banderola. Su espectáculo de acrobacias comenzó. El Campo Redondo estalló en algarabía. Fue la locura.  

Mandy acompañó con aplausos el show. La agrupación de Jet terminó su presentación interpretando el tema ya vuelto un clásico “soy de Arequipa”. Una vez culminaron y se despidieron del público, los aplausos y exclamaciones de admiración de la gente se prolongaron por un buen rato. 

–¡Mandy, me has dejado impresionado! ¡Eres lo máximo! –en eso alguien le habló a sus espaldas a la joven púrpura, y le colocó con suavidad una mano sobre el hombro. Mandy se llevó una grata sorpresa al voltear. Allí estaba Xian, con una sonrisa de oreja a oreja en el rostro.

–Pues claro que soy lo máximo, dime algo que no sepa, papito. ¡Jajaja! –Mandy también sonrió.


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