Capítulo 6: ¿Qué haces tú aquí? ¡Mandy y Rina coinciden en el gimnasio!

 


¡Y por fin estamos domingo! Ah, el día perfecto para descansar. Por algo domingo se escribe con “d” de dormir. Mmm… no sé porque, pero me parece que me estuviese olvidando de algo. ¿Qué podrá ser? Qué raro… haber… estamos domingo, y los domingos nunca se hace nada. Vaya, que será… ¡Uhaaa! Qué más da, seguiré durmiendo… ¡Un momento! ¡El gimnasio! Es cierto, Roberta me dijo que hoy día también iría con las chicas. ¡¿Qué hora es?! ¡Uf, aún estoy a tiempo! Hora de alistarse. Ayer ya no pude ir por culpa de ese fastidioso vendedor, pero ahora así llueva o truene iré. ¡Voy porque voy!

***

–Señorita Rina, el desayuno ya está listo –una mucama tocó la puerta de la habitación de Rina.

–Ya bajo, Dilma –con voz amodorrada, Rina respondió desde su cama.

–Entendido, señorita –se oyeron los pasos de la mucama alejándose de la habitación. Al poco rato sonó la alarma del celular de Rina. Ella se levantó y de la pared que tenía en su delante corrió las cortinas beige claro con bordados en hilo de color oro. Una puerta doble de vidrio quedó al descubierto. Rina la abrió y salió al balcón que daba al enorme patio de su mansión. Soltó un bostezó tras apoyar los codos sobre la balaustrada del balcón. Abajo observó a dos hombres del servicio de limpieza cepillando las paredes de la piscina que había sido secada previamente. Más allá un jardinero trabajaba incansable podando los setos que separaban el área de la piscina de la cancha de tenis. En esta última vio a sus padres jugando un partido con una pareja de amigos que seguramente se habían traído a la casa tras una velada en quien sabe que fiesta de sociedad.

–Umm, revisaré la agenda para hoy –Rina regresó a su cama y se sentó en el borde cercano a su mesa de noche, un elegante mueble de madera pintado de blanco y con finos detalles que recordaban a la fachada de una iglesia barroca. Cogió una tablet y allí revisó sus pendientes–. ¡Diablos, hoy había quedado para salir con mi prima Doris! –ella exclamó–. Qué remedio, tendré que alistarme para ir a recogerla. 

Rina desayunó sola en la cocina. Desde su lugar en la mesa, por la ventana que daba al patio podía ver el partido de sus padres con sus amigos. Una vez terminó su tazón de cereal importado cogió una campanilla que había sobre la mesa y la hizo sonar una vez. La mucama llegó al poco rato. –Dilma, ya puedes recoger la mesa.

–Entendido, señorita –la mucama muy solicita atendió a lo solicitado. Rina se levantó y regresó a su habitación para alistarse. A los minutos salió ya cambiada. Vestía leggins deportivos plomos, zapatillas y polo de deportes azul. El pelo se lo había recogido en una cola de caballo con una coleta también azul. Colgado del hombro llevaba un pequeño maletín deportivo. En la cocina sacó una botella de agua importada de su refrigeradora y la guardó en su pequeño maletín. Cogió su celular y llamó–. René, espérame en la cochera y ya listo en el auto. Iré en un momento para que me lleves –la joven dijo, y colgó la llamada. Salió de la casa. Sus padres no parecieron fijarse en Rina cuando pasó por un costado de la cancha para dirigirse a la cochera. Allí, con el uniforme negro de chofer, un elegante terno negro con un kepi también negro para la cabeza, René la estaba esperando ya en el asiento del conductor.

–Buenos días, señorita. ¿A dónde la llevo? –saludó el hombre.

–A casa de mi prima Doris –respondió Rina–. Luego de recogerla nos dejas en el gimnasio… ubicado en la calle…

–Muy bien –el chofer asintió, y encendió el elegante auto Mercedes negro.

El auto estaba detenido frente a un edificio de apartamentos. Rina volvió a coger su celular. –Dodo, ¿ya vas a bajar? ¡¿Hasta qué hora crees que voy a estar esperándote?! –ella habló impaciente una vez le contestó su prima. Colgó pasando el dedo por la pantalla con fuerza. Se cruzó de brazos a esperar.

Diez minutos después Doris salió del edificio. Ella era una jovencita de catorce años de edad. Su pelo era largo y ondulado, y de un castaño que resplandecía de lo limpio y bien cuidado que estaba. Sobre la cabeza portaba una vincha rosa con un rozón. Vestía un conjunto deportivo color rosa y en un pequeño maletín llevaba a un diminuto chihuahua, el que asomaba la cabeza fuera del maletín y observaba todo con la lengua afuera.

–¡Rina, primita querida! –apenas entró al auto, Doris se lanzó sobre su prima con los brazos abiertos y la saludó con una oleada de abrazos y besos.  

–Buen día, señorita Doris.

–¡Hello, René!

–¡Oye, Dodo! ¿Se puede saber porque tardaste tanto? –le reclamó Rina. El auto ya se había puesto en marcha.

–Es que estaba alistando a miss Elizabeth –indicó Doris.

–¿Te demoraste tanto porque estabas alistando a la pulgosa? –Rina no se lo podía creer–. ¡Es el colmo!

–Es que… ¡owww! ¿No es una ricurita? ¡Mírala, con su bucito se le ve tan tierna! –Doris sacó a su perrita del maletín. En efecto, miss Elizabeth llevaba puesto un pantaloncillo rosa y diminutas zapatillas en cada una de sus patitas.

–¡Dios mío! Doris, explícame una cosita, por favor. ¿Se puede saber por qué razón has traído a tu perrita, si se supone que vamos a ir al gimnasio a entrenar? ¿Me lo puedes explicar?

–Es que mis padres dijeron que iban a salir y no quería dejarla sola. Además… ¡Eli también necesita ejercitarse! Ella quiere estar tan fitness como su ama, ¿no es así, Eli? ¿Eh, lindurita? Ven aquí, cosita hermosa –Doris abrazó a su perrita y le comenzó a dar besitos en el hocico.

–Qué horror –Rina entornó los ojos y desvió el rostro hacia la ventana.

Mientras tanto en el gimnasio...

–Mandy, ¿se puede saber porque ayer viniste tan tarde? –Estela le preguntó a su púrpura amiga. En ese momento las cuatro chicas se encontraban corriendo en las trotadoras.

–¡Ay, ni me hagas acordar lo que me pasó!

–¿Qué te pasó? –Roberta le preguntó.

–¡Cuenta, cuenta! –la instó Bianca.

–Déjame adivinar: ¡seguro que te peleaste con tu novio! –aventuró Estela.

–¡Que yo no tengo ningún novio, maldita sea!

–Ay sí, como no –Estela insistió.

–Qué remedio, habrá que decirle a Xian que Mandy no está para nada interesada en él –opinó Bianca.

–Buena idea –señaló Roberta–. Así le evitamos al pobre que siga perdiendo su tiempo…

–¡Ya cállense! ¡¿Van a oír mi historia, sí o no?!

“¡JAJAJA!”, a las amigas de Mandy les encantaba sacarla de sus casillas.

–¡Que locura! ¿Ósea que ese vendedor no te dejó en paz hasta que le compraste uno de sus cepillos? –Roberta no podía dar crédito a lo que acababa de oír.

–Les juro que no me quedó de otra. ¡Ya no lo aguantaba más, era tan insoportable!

–¿Y cómo le has hecho hoy día para evitar cruzártelo? –preguntó Estela.

–Pues que tuve que venirme en combi, no tuve más opción… aunque por suerte al ser domingo no estuvo tan llena como en los otros días…

“¡Ejem!”, en eso alguien tosió a espaldas de las muchachas. –¿Podrían decirme hasta que hora estarán cotorreando en las trotadoras? Si quieren conversar lo mejor sería que se vayan a la cafetería, ¿no les parece? Vamos, que hay gente que sí ha venido aquí a entrenarse.  

Mandy y sus amigas giraron lentamente para hacer frente a la inoportuna. Se trataba de una señora con cara de pocos amigos.

–Que tía esa, ¿no? De armas tomar resultó, ja ja –Roberta comentó con sus amigas. Las chicas ya habían abandonado las trotadoras y se dirigían hacia la zona de las máquinas para piernas.

–¡Hey, miren eso! –Mandy señaló de improviso a una bolsa de arena que colgaba en una esquina. Corrió hacia ella.

–¿Por qué tanta emoción por una bolsa de arena, amiga? –Roberta se mostró intrigada.

–Pues porque, porque… ¡porque aquí puedes patear y golpear todo lo que quieras, yuju! – expresó Mandy, y acompañando las palabras con la acción, se puso a dar patadas laterales altas y puñetazos certeros a la bolsa de arena.

–Vaya combinación de golpes, me impresionas –comentó Bianca.

–Alguien aquí quiere entrenarse para impresionar a su sensei, ¿no les parece, chicas? –señaló Estela.

–Yo sé a qué sensei te refieres, ¡yo sé!! Hablas del chinito Xian, el Bruce Lee del colegio Yaraví. ¿No es así, amiga? –Roberta habló entre risas.

–¡Respuesta correcta! –la felicitó Estela.

“¡JAJAJA!”, las muchachas se echaron a reír.

–No les haré caso… ¡idiotas, jumm! –Mandy les sacó la lengua a sus amigas. Al poco rato reanudó su práctica con el saco.

–¡Uhaaa! –Bianca bostezó.

–Nosotras iremos yendo a las máquinas, Mandy. Nos alcanzas pronto, ¿ya? –señaló Roberta.

–¡Ok! –Mandy contestó mientras golpeaba con rudeza a la bolsa de arena. Sus amigas se marcharon.

“¡JAIIA! ¡UHH! ¡JAAA!”, Mandy se estaba tomando muy en serio el entrenamiento. Ella se había emocionado. “Mis patadas son perfectas, no hay duda de que me he vuelto toda una experta en la materia”, ella se dijo orgullosa.

–¿A eso le llamas patada, tonta chica púrpura? –a sus espaldas, Mandy oyó una voz familiar. Cuando viró se encontró con Rina, quien de brazos cruzados la observaba con desdén.

–¡Rina! –Mandy no pudo evitar sorprenderse. Aún tenía fresco en la memoria lo ocurrido el viernes a la salida del colegio. Tragó saliva–. Tú aquí… que casualidad, ¿no? –ella añadió algo nerviosa.

–Te pregunto que si a eso que acabas de hacer se le puede llamar una patada decente –Rina ni se inmutó. 

–¿Eh? ¡Ah! Así que te ganaste con mi patada lateral alta… magnífica, ¿verdad?

–Un asco. Un obeso de la tercera edad lo haría mejor –bufó Rina.

–Je je, no lo creo… debes haber visto mal, Rina… –Mandy trató de guardar la compostura, pero comenzó a hacer cólera. Si no fuese porque aún se sentía culpable por lo ocurrido con Rina y porque, de alguna manera, quería ganarse su amistad para que ella la ayude a encontrar a Daysy, ni por un segundo hubiera dudado en mandarla al diablo. “No te enfades, no te enfades… es por tu bien, Mandy. Acuérdate de la maldición, todo sea por librarme de la maldición”, ella se repitió para sus adentros.

–Apártate –Rina avanzó hacia el saco de arena–. Te enseñaré como se hace.

A regañadientes Mandy se hizo a un lado. Una vez estuvo detrás de Rina, le sacó la lengua sin que ella se dé cuenta.

¡PAF! Rina asestó una patada lateral perfecta. La altura del impacto superó por una cabeza a la de su ejecutante. El saco de arena se tambaleó producto del potente golpe. Mandy se quedó boquiabierta.

–¿Y bien? ¿Qué te pareció? –Rina le dirigió una mirada altanera. Las manos las colocó en sus caderas. 

–Nada mal, nada mal –Mandy hizo de tripas corazón para tragarse su orgullo. Sin embargo, ni por asomo estuvo dispuesta a dar las cosas por terminadas. Sonrió levemente, pues confiaba en su as bajo la manga. Recordó las veces en las que su cuerpo se había visto dotado de una repentina fuerza sobrehumana. Hizo un esfuerzo por recordar qué tuvieron en común aquellos momentos que le permitieron dar rienda suelta a tan repentina explosión de poder. “Vamos, piensa… ¿qué fue lo que paso en todas esas veces que me permitió desatar tal fuerza? Dios, me va a explotar la cabeza… ¡no te rindas, Mandy! Vamos, debo descubrirlo, ¡no puedo dejar que esta boca de cactus me humille! ¡No permitiré que me ponga en ridículo!”.

–Mandy, ¡hey! –Rina chasqueó los dedos delante de la mencionada–. ¿Te pasa algo? Te has quedado embobada de pronto. ¡Hay que ver! ¿Será que tanto te ha impresionado mi destreza?

–¡Ni por asomo! –Mandy volvió a la realidad. Se palmeó las mejillas para despejarse. Volvió a concentrarse en intentar averiguar cómo poder utilizar su as bajo la manga.

–Cielos, Mandy. No sé qué será en lo que estás pensando, pero deberías dejarlo. ¡Ya hasta te está saliendo humo de las orejas!

“Maldición… esto de pensar no es lo mío…”, Mandy se sintió frustrada.

–En serio, purpurita. Pensar tanto te va a hacer daño, se nota que no es lo tuyo –Rina sonrió burlona.

–¡Grrr! –Mandy no pudo evitar expresar su enojo por el último comentario de Rina. “¡Estoy tan furiosa!”, se dijo. “Un momento… ¿Furiosa? ¡Furiosa! ¡Eso es! En las otras ocasiones en las que sentí esa fuerza sobrenatural recorrer mi cuerpo había estado realmente furiosa. ¡Ya lo tengo, esta es la característica en común que estaba buscando! Sí, eso es, ya puedo sentir el poder recorriendo mi cuerpo…”.

Mandy se dirigió al saco de arena. Se concentró por un instante. Sintió la energía que de pronto bullía en su cuerpo. Sin embargo, había algo que no le gustaba de aquella energía, la sentía, ¿cómo decirlo? Como una energía no muy agradable que digamos. Era más bien como si un ente maligno le estuviese prestando su poder, eso era. Tenía la misma sensación que la acometió cuando Daysy le echó la maldición, como si estuviese ante una inefable energía negativa y antinatural. Su cuerpo se estremeció. Ser consciente de aquel poder, era la primera vez que lo iba a utilizar con plena consciencia de su existencia, le resultaba una experiencia desagradable. Aun así, ella se decidió a usarlo.

–Observa bien esto, Rina. Te vas a sorprender –Mandy sonrió confiada, y descargó su patada.

¡PUM! El saco de arena fue golpeado con tal fuerza que el anillo que lo sostenía se soltó. El saco salió disparado. En todo el gimnasio se pudo oír el estruendo de la feroz coz.  

–Eli, ¡Eli! ¿Dónde estás, cachorrita? Cuchi-cuchi-cuchi, ¡ven Eli! –Doris llamaba a su pequeña mascota–. Ay, ¿dónde te habrás metido, mi traviesita?

Algunos metros más adelante, las amigas de Mandy se encontraban cargando unas pesas de poco peso. Mat, el instructor que fue chambelán de Roberta en su fiesta de quince años, asesoraba a las chicas.

–Mat, ¿así está bien? –Bianca le preguntó con voz coqueta, en tanto quebraba el cuerpo.

–Bien, lo estás haciendo muy bien –el profesor le mostró el pulgar, y, algo nervioso, desvió la mirada.

–¡Mira nada más a esa ofrecida! –Estela le dijo en voz baja a Roberta.

–Y tú no te quedas atrás –Roberta miró de reojo a su amiga, quien levantaba los brazos con más ímpetu del necesario en tanto que daba saltitos, provocando así que le reboten sus atributos delanteros.

–No sé de qué me estás hablando –Estela se hizo la desentendida.

–Se pasan ustedes dos… el pobre instructor está tan rojo que hasta parece que fuera a explotar en cualquier momento –Roberta les reclamó a sus amigas luego de que el instructor se fue a atender a una señora que acababa de llamarlo.

¡PAF! De pronto un enorme bulto se estrelló contra el instructor. Mat terminó desplomado en el suelo y cubierto con arena de pies a cabeza. Adolorido, él exhaló y una nube de arena salió de su boca. Resulta que el saco de arena había reventado cuando impactó contra su cuerpo.

–Vaya que tenías razón, amiga: ¡explotó literal! –Bianca señaló a donde estaba tirado el pobre instructor. Otros instructores y algunas personas que hacían ejercicios por los alrededores se le acercaron para tratar de auxiliarlo.  

–¡Te pasaste de boca salada! –le increpó Estela.

“¡Guau, guau!”, en eso, a lo lejos se oyeron los agudos ladridos de la pequeña Elizabeth. –¡Es mi pequeña! –Doris fue tras los ladridos sin pérdida de tiempo.

A Rina la boca se le cayó hasta el suelo cuando contempló la tremenda fuerza de la patada de Mandy y lo que ésta provocó.  

–Rina, Rinita –Mandy se acercó a la muchacha y posando el dedo índice en su quijada le cerró la boca con suavidad–. ¿Sorprendida, amiga? –le preguntó. A punto estuvo de estallar en carcajadas.   

–Mandy… el… instructor… ¡te lo has cargado, maldita demente! –Rina señaló fuera de sí.

–¿Qué? Oye, que eso no fue a propósito… cielos, mira que me han dado de pronto unas ganas locas de bailar… así que mejor me voy a la sala de danza, ¡bye-bye! –Mandy huyó sin pérdida de tiempo. 

No tardó la multitud que se había reunido alrededor de Mat en apuntar con sus ojos a donde se supone debía estar colgada la bolsa de arena. Rina sintió todas las miradas clavadas en su persona. –¡No! Esperen… ¡yo no fui! ¡Lo juro! –ella negó con la cabeza mientras agitaba las palmas de las manos. Gotas de sudor producto de los nervios le bajaron por la frente–. ¡Glup! Creo que a mí también me han dado ganas de bailar –apenas dijo esto, ella huyó del lugar.

“Mandy estúpida, ¡nuevamente me las has hecho ver negras! ¡Te odio, maldita chica púrpura, te odio!!”, Rina rabió para sus adentros. Llegó a la sala en donde una instructora se encontraba enseñando pasos de baile a un grupo de personas, entre ellas Mandy. Algo que de inmediato notó Rina es que su “enemiga” no lo hacía nada mal.

–¡Ja! ¿A eso le llamas bailar? –aun así, ella le increpó.

–¿Otra vez me estás retando? Por lo que veo mi anterior victoria no ha sido suficiente para ti…

–¡¿Victoria?! ¡¿Le llamas victoria a tumbarte a un instructor y luego huir como una cobarde?! ¡¿Lo dices en serio?!

–¡Ya te dije que no lo hice a propósito!

–Basta de charlas inútiles. Aquí y ahora decidiremos quien es la mejor de las dos. ¡Con un duelo de danza saldaremos cuentas! ¿Estás de acuerdo? ¿O tienes miedo?

–¡Obvio que estoy de acuerdo! Veamos de una buena vez quien es la mejor…

“En la suite 16, lo que empieza no termina…”, la siguiente canción comenzó. Se trataba de Lo hecho está hecho de Shakira. La instructora comenzó con un suave movimiento de caderas que fue incrementándose en intensidad a medida que avanzaba la canción.

“…Lo hecho está hecho, volví a tropezar con la misma piedra que hubo siempre…”.

Cuando la canción agarró más ritmo, justo en ese momento a la sala llegaron Roberta y las demás. Ellas contemplaron anonadadas el intenso duelo de baile que estaban teniendo Mandy y Rina.

–Increíble –comentó Estela.  

“…Y contigo nunca es suficiente…”.

–Ambas son muy buenas, hay que admitirlo –Bianca indicó boquiabierta.

La canción terminó. Otra canción le siguió. Esta vez era What is love de Haddaway. Con una versatilidad sorprendente la instructora inició su performance con una serie de frenéticos movimientos característicos del euro dance.   

–Te estas quedando sin energías, moradita, ¿o me parece? –Rina dirigió una fugaz mirada a su oponente. Ambas seguían al pie de la letra los pasos de la instructora. Los demás practicantes en el salón de baile quedaron sorprendidos ante el igualado duelo.

–Lo mismo te digo –algo agitada Mandy le respondió. La verdad es que, tras haber realizado su súper patada, ella sintió que la energía se le consumía demasiado rápido.

La siguiente canción que sonó fue Run Away, de MC Sar & The Real McCoy.  

–El electro dance sí que es agotador… de solo ver bailar a ese par ya hasta me pongo a sudar –Roberta comentó con sus amigas.  

Movimientos de piernas, saltos, giros, veloces ondulaciones de brazos; la danza era frenética.  

Varias canciones se sucedieron. El duelo seguía reñido y ninguna de las dos contendientes parecían tener la intención de rendirse. Para ese momento todos se habían reunido en círculo alrededor de las muchachas. La profesora señaló a las muchachas y les comunicó la grata sorpresa que le había significado el toparse con dos estudiantes tan buenas. –Bien, esta es la última danza –indicó la instructora–, pues ya acaba mi turno.

–¡Nooo!! –Mandy y Rina replicaron al unísono.

–¡Debe haber una ganadora, profesora! –exigió Mandy.

–¡Es cierto! –Rina hizo lo propio–. ¡Debemos seguir danzando hasta que una de las dos ya no pueda más!

–Ya veo, ¿así que ustedes dos están en un duelo de baile?

–¡Así es! 

–Entiendo. Pues bien. Si quieren una ganadora, entonces esta canción será la decisiva. Yo seré la juez que escoja a la vencedora. Será más rápido así, ¿no opinan igual?

Ambas muchachas asintieron.

–Excelente. Esta decidido, entonces. Sin embargo, antes que nada, debo decirles que las he visto a las dos desde que llegaron, y en serio que lo han hecho increíble. ¡Desde ya las felicito a ambas, pues me han dejado más que impactada!

Rhythm is a dancer, de Snap! fue la canción que sonó esta vez. La última y decisiva en la batalla de danza.  

Transcurrió la mitad de la canción y ambas contrincantes continuaban muy parejas. Ninguna daba tregua a la otra. La instructora decidió llevar las cosas a un nuevo nivel. Aceleró sus movimientos e incrementó la dificultad de los pasos, así como su sincronización.  

–¡Que genial!! –Doris, la prima de Rina, entró a la sala. En brazos cargaba a su perrita Eli, que contenta sacaba la lengua–. ¡Prima, no sabía que bailabas tan bien!

“¡Guau!”, la pequeña Elizabeth ladró. Apenas oyó el ladrido, Mandy casi se va de bruces. Todos los pelos se le erizaron. Intentó recuperarse, pero un nuevo ladrido le hizo perder nuevamente la concentración.

–¡Eli, no! –de pronto Doris exclamó. La perrita acababa de escapársele de los brazos. Esta corrió ladrando hacia donde estaba Mandy.  

“¡ARGHHH!”, apenas vio al pequeño can acercarse, Mandy corrió aterrada. –¡Alejen a esa cosa de mí! ¡Auxilio!!! –desde la distancia se le oyó gritar aterrorizada en tanto huía despavorida.

–¡Eli, vuelve aquí! –Doris corrió tras su mascota.

La canción finalizó.

–¿Y la chica púrpura dónde está? ¿Alguien sabe qué pasó con ella? –la instructora se mostró confundida–. Bueno pues, en vista de las circunstancias… ¡la ganadora! –ella señaló a Rina. La mencionada en el acto se puso a saltar de la alegría.

–¡Gané, gané! ¡Y en tu cara, Mand…! –Rina exclamó, pero se interrumpió cuando no vio por ningún lado a su rival–. Es cierto, esa boba huyó despavorida apenas la traviesa Elizabeth se le acercó… –en ese momento ella recordó.

–Pobre Mandy. Qué mala suerte tuvo nuestra amiga –Roberta se lamentó con sus amigas.

–No puedo creer que su fobia a los perros llegue a estos extremos –Estela lucía perpleja.

Las tres amigas de Mandy se tomaron la frente y exhalaron resignadas.

    –Con que fobia a los perros, ¿eh? Mmm, interesante, muy interesante –Rina, que no se encontraba muy lejos de las tres, se tomó el mentón, y entonces una maquiavélica sonrisa se formó en sus labios.  


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