Capítulo 1: ¿Cómo que no nos dejan usar la pista de patinaje? ¡El intenso duelo de skaters!

 

¡Uaaaa! Qué sueño tengo. No hay duda de que la fiesta de ayer estuvo muy buena… Rayos, si tan solo me hubiera acordado de llamar a mamá a la hora que me dijo que lo haga. Ahora está hecha una furia y, por lo que veo, planea desquitar toda su rabia haciéndome cumplir desde ya con la tonta promesa que le hice ¡Ya voy mamá, déjame tan solo dormir un instante más! ¿O quieres que te haga caer todos los platos del servicio por lavarlos medio dormida? ¡Diablos! Y lo peor es que si no le hago caso no me dejará en paz ni un segundo… ¡Que fastidio!

***


Sabrina, Pietro y Dylan, ¡“patas” del barrio!


–¡Mandy, no me hagas volver a repetírtelo! –la señora Susan vociferó desde afuera del cuarto de su hija–. ¡Corre a lavar el servicio de una buena vez!  

–Un ratito más, mamá… –con media frazada en el suelo y medio cuerpo fuera de la cama, Mandy descansaba a pierna suelta–. Por favor…

–¡Ni un segundo más! Tu padre tiene que hacer el desayuno y no tiene donde porque todo está sucio. ¡Baja de una vez a lavar el servicio o me vas a conocer!

–¡Por dios, mamá! que nadie se ha muerto por desayunar un poquito tarde…

No hubo respuesta.

–Parece que se rindió… en fin, a seguir durmiendo… ¡aaaa fiuuuu! –Mandy soltó suaves ronquidos.

¡CLICK! En eso la puerta se abrió. La señora Susan entró a paso decidido a la habitación de su hija. –¡Mandy, ¿vas a bajar a lavar los platos, tal y como lo prometiste, sí o no?!

–Rayos, mamá… por lo que más quieras ya deja de torturarme… –Mandy abrió uno de sus ojos de forma apenas perceptible.

¡SPLASH! Sin previo aviso, la señora Susan le arrojó a su hija un baldazo de agua helada. Por poco Mandy logró esquivarlo. Ella terminó agazapada en la esquina de su cama y con los ojos desorbitados. –¡Santos cielos! ¡¿Qué es lo que te pasa, mamá?! –Mandy le reclamó.

–Corre a lavar los trastos de una buena vez –la señora Susan señaló hacia la puerta.

–Está bien, está bien… si me lo pides tan amablemente –Mandy murmuró mientras bordeaba el área mojada de su cama y luego se ponía las pantuflas.

–¡¿Qué estás murmurando?! ¡No respondas a tu madre, o te irá peor!

–Sí mamá –con voz cansada Mandy asintió–. Vieja loca –ella murmuró cuando ya salía de su habitación.

¡SPLASH! Desde detrás ella recibió un baldazo de agua helada, ahora sí de lleno. Resulta que la señora Susan había llevado uno extra que mantuvo escondido del otro lado de la puerta.  

–¡AAAY! –Mandy exclamó mientras se abrazaba a sí misma y tiritaba de frío–. ¡Mamá, estás loca!!

–Baja de una vez a lavar los platos o te irá peor –su madre ya estaba llenando uno de los baldes vacíos en el lavabo del baño de la habitación. 

–¡Iré, iré! –Mandy corrió gradas abajo hacia la cocina. A los pocos segundos su madre oyó el caño del lavadero abriéndose y los trastos comenzando a ser lavados.

–¡A mí con tonterías, abrase visto! –la señora Susan cogió el balde y lo vacío en el wáter del baño de la habitación de su hija. Pero cuando salió del baño se encontró con que su hija estaba en su habitación nuevamente.

–¡Espera, espera! ¡Solo he venido a cambiarme! No querrás que tu hija se pegue un resfriado, ¿verdad? –asustada, Mandy se defendió cuando su madre hizo el ademán de regresar al baño para llenar el balde.

–Que sea rápido –fue la parca respuesta de su madre.

–Vieja abusiva –Mandy refunfuñó entre dientes, ya en la cocina lavando los trastos. En eso ella oyó unos pasos acercarse a la cocina–. ¡No he dicho nada, no he dicho nada! ¡Lavar, lavar, los platos brillando quedarán, la la laaa! –Mandy comenzó a silbar fingiendo despreocupación y a la vez concentración en su labor.

–¡Iiiiiaa! –Mandy soltó un aterrado chillido cuando sintió que algo tocó su hombro. Todo el cuerpo se le escarapeló a la pobre.

–¡Hola, hermana! –la saludó Robin. Cuando Mandy volteó lo vio con un matamoscas levantado hacia lo alto. Precisamente con este instrumento le había tocado el hombro.

–¡Fiu! Solo eras tú, je je… –Mandy sintió que el alma le volvía al cuerpo.

–¡Mandy, ¿ya están esos platos limpios?! –de improviso, desde el segundo piso se oyó la voz de la señora Susan.

–¡Diablos! –Mandy se apresuró en terminar de lavar los platos.

–Wow, la hermana parece una máquina de lavar platos –a la cocina también llegó Tabata. Ella se estaba frotando los ojos. Bostezó.  

–Uaaa, tengo sueño –Robin se estiró.

–¡Mandy mala, tu escándalo nos ha despertado!

–Vamos a seguir durmiendo, Tabata.

–Sí, vamos a dormir… Uaaa… hoy creo que me levantaré muy tarde.

–Yo igual, uaaaa… ¡chau, hermana! Nos vemos al mediodía para desayunar…

Mandy permaneció en su lugar con los dientes rechinándole. Apretó un vaso con tanta fuerza que lo rajó. –Engendros del demonio… ¡ya lárguense de aquí!! –ella viró de forma violenta y hecha una furia les vociferó a sus hermanitos.  

“¡AHHHH!”, sus dos hermanitos huyeron despavoridos.

–¡Ja! Eso les enseñará –Mandy retomó su labor–. Ah, qué bien me siento, ¡fiu fiu fiuuu! –ella comenzó a silbar.

Eran más de las dos de la tarde. Mandy y Max, montados ambos sobre sus respectivas patinetas, bajaban una calle rumbo al parque en donde se encontraban las rampas de patinaje.

–Después de mucho tiempo que vuelves a venir con nosotros, Mandy… en la pandilla te has hecho extrañar, causita –Max le dijo a su amiga.

Sorry, amigo. Ya sabes, mi vida es tan ocupada… ¡ash!

–Botada.

–¡Jaja! ¡Cállate oye! –Mandy le dio un amistoso empujón a su amigo. O esa fue su intención. Resulta que el empujón no fue tan suave como ella lo esperó. Max se desvió hacia un cubo de basura y no pudo evitar chocar contra este. Su cuerpo salió disparado y él terminó de cabeza sobre el cubo de basura.

–¡Jajajaja! ¡Lo siento!! –Mandy se acercó a donde había caído su amigo. Lo cogió de una pierna y lo ayudó a salir del cubo de basura. Como pudo le limpió los desperdicios que tenía pegados al cuerpo y al cabello. –Ji ji, te juro que no fue intencional, bro –Mandy le quitó una cascara de plátano de la cabeza y la botó al cubo de basura.

–Mandy, estoy enojado…

–¡Sorry! ¡Perdóname por favor, no lo hice a propósito! –Mandy le suplicó juntando las manos.

–No insistas, estoy enojado –Max cerró los ojos, se cruzó de brazos y frunció el ceño.

–¡Ya pues! ¡Haré lo que me pidas! ¡Pero perdóname, por favaaar!!

–¿Lo que quiera? –Max abrió un ojo.

–¡Lo que quieras!

“Mandy, si supieras lo que quiero en este momento… yo… te amo tanto. Lo único que quiero, lo único que te pido es, es… ¡quisiera que tú me correspondieras de igual manera! ¡Eso es lo único que quiero!”. Max soltó una resignada exhalación. No se atrevió a decir lo que pensaba.

–¿Y bien? ¿Ya me perdonaste?

–¡Te perdonaré si puedes atraparme antes de llegar al parque! –Max saltó sobre su patineta y se alejó a toda velocidad.

–¡Oye, espérame! ¡Tramposo! –Mandy aceleró con su patineta y partió tras su amigo.

Cuando ambos llegaron al parque, se encontraron con sus amigos sentados sobre la acera que daba a la pista. Todos lucían cabizbajos. 

–Chicos, ¿qué hacen aquí? –les preguntó Max–. ¿No dijeron que nos esperarían en las rampas de patinaje?

–¿Por qué esas caras largas? –hizo lo propio Mandy.

–Unos chicos más grandes se han ocupado las rampas –una chica delgada, muy blanca y de larga cabellera negra y lacia respondió. Tenía ojeras y sombra negra en los párpados. Vestía ropa negra y un brazalete de púas en la muñeca derecha. Su voz era deprimente.

–Les dijimos para compartir las rampas, pues son muchas y ellos no son más que cinco; ¡hay espacio de sobra para todos allí! Pero los muy egoístas se negaron y nos amenazaron con golpearnos si no nos íbamos –un chico de baja estatura, lentes cuadrados de montura roja, rostro rectangular y cabellos rubios cortos y parados que parecían cerdas de cepillo, explicó.

–“¡Vayan a jugar con sus muñecas, hijitos de mami, que solo los skaters de verdad tienen derecho a usar esta pista de patinaje!”, nos dijeron los muy odiosos –un chico delgado, de nariz redonda, pecoso y que portaba un casco verde del que se le desprendían algunos rizos negros habló.

–¡¿Qué cosa?! –Mandy estalló. Sus amigos la miraron algo asustados–. ¡Vamos a donde esos atorrantes, que ahora mismo me van a conocer! –sin más preámbulo, Mandy se dirigió hacia las rampas de patinaje.

–Ya extrañaba sus arrebatos –la chica de las sombras en los ojos comentó con sus compañeros.

–Y que lo digas, Sabrina –el chico del casco verde sonrió.

–¡Sabrina, Dylan! No se queden atrás o se perderán de la diversión –el chico de los lentes de montura roja llamó a sus compañeros. Él junto con Max ya se habían adelantado tras de Mandy.

–¡Wuju, esto es la ley, hermanos! –un chico de unos dieciocho años gritó a sus amigos mientras realizaba un vert de 180°. Sus amigos aplaudieron y chiflaron.

–¡Oye, tú! –Mandy bramó cuando el chico ya estaba por elevarse nuevamente por encima de uno de los lados de la rampa con forma de U.  

“¡Mierda!!”, producto de la sorpresa que le produjo el repentino grito de Mandy, el chico perdió el equilibrio y cayó de espaldas. Por suerte llevaba casco, un casco rojo con llamas dibujadas a los costados, de modo que no se hizo daño en la cabeza.

–¡Tú, maldita idiota, por poco y haces que me mate! –el chico se levantó pesadamente del centro de la rampa y subió como pudo. Sus amigos, sentados sobre una de las barandas que bordeaban la rampa, se levantaron en el acto de sus lugares y corrieron hacia donde estaban Mandy y sus amigos.

El chico del casco de llamas era un joven de barba y bigote cortados al ras. Vestía un polo blanco con el estampado de un skater esqueleto en el centro, que por lo ceñido le resaltaba su musculosa figura, y también vestía short negro y rodilleras negras. Amarrado al cuello le colgaba una pañoleta roja. En las orejas le pendían aretes plateados con forma de diminutos cráneos.

–Tú tienes la culpa, abusivo. ¿Cómo es eso de que no podemos compartir la rampa de patinaje? ¿Eh? –Mandy se cruzó de brazos–. ¿En dónde dice que solo ustedes tienen derecho a usarla?

–Nosotros somos profesionales, no venimos aquí a jugar, niñit… –en eso el chico se fijó bien en Mandy. Se le acercó y comenzó a observarla cual si estuviese ante un indescifrable cuadro abstracto.

–¿Qué-qué me estás mirando, bobo? –Mandy le increpó–. Me pones nerviosa.

–Eres púrpura –el tipo sentenció como si acabase de descubrir la pólvora–. ¡Tu piel y tu cabello son morados! ¡Qué locura!

Todos casi se van de espaldas al oír el “descubrimiento”.

–¡Deja de sorprenderte a mi costa! Estamos aquí para resolver lo de las rampas de patinaje y eso es lo único que importa ahora –Mandy lo señaló iracunda.

–¡Ja!, por gusto es. Ustedes no tienen lo que se necesita para utilizar estas rampas.

–Jefry, no lo sé –uno de los amigos del chico del casco con llamas le dijo–. Tal vez deberíamos dejarles usar alguna de las rampas para que no sigan molestando…

–¡Eso sería súper! –el amigo de Mandy de los lentes de montura roja exclamó.

–¡Pietro, no seas conformista! –Mandy le increpó a su amigo–. Esta situación ha llegado al punto en el que solo el mejor tiene derecho a quedarse con la pista de patinaje. Los otros por su parte pueden irse a llorar con su mami…

–¡Mandy! ¡¿Pero qué estás diciendo?! –Max le increpó–. No, amigos, verán… disculpen a nuestra amiga, ella es así, a veces no sabe lo que dice… je je –acto seguido él se excusó con Jefry y sus amigos.

–¡Sé muy bien lo que digo, Max! –Mandy le reclamó.

–No, está bien… me gusta la actitud de la moradita –Jefry asintió, y se acercó a Mandy hasta que quedaron frente a frente–. Tengamos un duelo. ¿Qué te parece? El que gane de nosotros se quedará con las rampas. ¿Qué dices?

–Trato hecho –Mandy de un pisotón levantó su patineta y la cogió con la mano derecha.

–Yo comenzaré –Jefry se situó al borde de una de las rampas–. Realizaré un giro de 180° en el otro lado de la rampa, luego regresaré y ejecutaré en este lado un airwalk. ¿Está bien para comenzar?

–Dale.

Jefry se deslizó rampa abajo y fue ganando velocidad. Una vez saltó en el otro lado, realizó la media vuelta y retornó. Todos los presentes observaron expectantes, pues era el momento de la verdad. Aparentemente sin mayor esfuerzo, Jefry ejecutó un airwalk perfecto en el aire.

–¿Y bien? Tu turno, chica púrpura.

–Me llamo Mandy, para que lo sepas, remedo hormoneado de Tony Hawk.

“¡Jajaja, uuyy!”, los amigos de Jefry exclamaron.

–Si Mandy pierde ya podemos ir regresando a nuestras casas –Sabrina se lamentó.

–Tendremos que ir a llorar a donde nuestras mamis –bromeó Pietro.

–¡No sean negativos, chicos! Ya hemos llegado hasta aquí, así que lo único que nos queda ahora es apoyar a Mandy –Max intervino–. ¡Vamos, Mandy, tú puedes! ¡Confiamos en ti!  

–Gracias, chicos –Mandy les mostró el pulgar a sus amigos. Se colocó en el borde de la rampa. Se aseguró el casco, un casco color rosa, y tomó aire–. Aquí voy –se lanzó hacia abajo. Realizó una vuelta de 180° al otro lado y un airwalk al retornar. Todos se quedaron boquiabiertos.

–¡Glup! No eres tan mala, después de todo, Tony Hawk sabor chicha morada –Jefry admitió. Max y sus amigos no pudieron evitar reírse por la broma que hizo el oponente de Mandy.

–Ahora me toca a mí proponer lo que haremos –Mandy se señaló el pecho con el pulgar–. Veamos si puedes con esto, Tony Hawk de la cachina.

–¡Esto está que quema! –uno de los amigos de Jefry armó jaleó con sus compañeros. Ellos asintieron y observaron lo que sucedería a continuación cruzados de brazos y con los ojos bien abiertos.

Mandy tomó aire. Bajó por la rampa a toda velocidad. En el otro extremo realizó un giro de 180°. Al retornar realizó un method. Nuevamente partió y esta vez en el otro extremo realizó un airwalk de gran altura. Los amigos de Jefry no lo podían creer. Pero la performance de la chica púrpura aún no había acabado. Al retornar Mandy ejecutó un giro de 540°, es decir, una vuelta y media en el aire.

A Jefry la mandíbula se le fue hasta el suelo. –¡Es imposible! –se le escapó.

– ¿Y bien? Te toca, “skater profesional” –le dijo Mandy.

Jefry tragó saliva. Comenzó a sudar frío. Miró de soslayo a sus amigos y luego a los amigos de Mandy. Su vista terminó depositada en la chica púrpura. Ella lo observaba cruzada de brazos y zapateando con la punta del pie derecho en señal de impaciencia.

–¡Ay, mi espalda! –Jefry de pronto se echó al suelo y se tomó la espalda en la zona lumbar–. Tal parece que cuando me caí por culpa de tu sorpresivo y ensordecedor grito, me lesioné –él explicó, y al mismo tiempo señaló con dedo acusador a Mandy–. ¡Ayayayyy, como duele, como me duele!

–Mentiroso –Mandy le dirigió una mirada desconfiada.

–¡Ayayayyy! ¡Ayúdenme a levantarme, idiotas! –Jefry exclamó hecho una furia. Sus amigos de inmediato corrieron en pos de ayudarlo–. Este duelo quedará pendiente, Mandy… ya nos veremos –Jefry comenzó a alejarse, apoyándose en dos de sus amigos.

Mandy y sus amigos siguieron con la mirada a Jefry y sus compañeros mientras se alejaban, hasta que finalmente los perdieron de vista.

–¡Mandy, eres lo máximo! –exclamó Max. Los demás estaban igual de emocionados y contentos–. Pero, en serio… ¿Cuándo te volviste tan buena? Danos tu secreto.

–¡Jajaja, ¿verdad que soy la ley?! –Mandy soltó orgullosas carcajadas en tanto depositó las manos en la cintura.

–Y pensar que la última vez sufrías para realizar un simple 50-50 grind –recordó Dylan.

–Je je je… ¡Bah, pero si eso es pan comido! –Mandy le restó importancia al asunto.

–¡Es cierto! Yo también lo recuerdo, la última vez que vinimos jamás fuiste capaz de realizar un 50-50 grind –Max se llevó un dedo al mentón.

–Idiotas, ya verán como les haré tragarse sus palabras –Mandy avanzó hasta detenerse delante de una baranda baja. Retrocedió varios pasos para tomar vuelo.

–Recuérdalo bien, Mandy: un 50-50 grind solo cuenta como bien ejecutado cuando te deslizas sobre un borde con los dos ejes de tu patineta al mismo tiempo –le advirtió Pietro.

– Ya lo sé, tonto. No me trates como a una novata –bufó Mandy. Ella tomó aire y bajó su patineta–. Aquí voy –ella se dijo, y acto seguido partió de su posición a toda velocidad. Logró saltar encima del tubo de la baranda baja que tenía al frente, pero a medio camino perdió el equilibrio y cayó como un costal al suelo. Sus amigos fueron corriendo en su ayuda.

–¡De veras que eres todo un caso! ¡No puede ser que seas capaz de ejecutar como si nada giros de hasta 540°, y no puedas realizar un simple 50-50 grind! –le increpó Dylan.

–Cierto, cierto –Sabrina asintió un par de veces con la cabeza.

–¡Cállense! –Mandy se puso rápidamente de pie–. El 50-50 grind simplemente no es lo mío. ¡No puedo ser buena en todo!

–¡Te reto a un duelo de 50-50 grind! –Jefry y su pandilla reaparecieron de la nada.

–¡¿De dónde salieron ustedes ahora?! –Mandy no se lo podía creer.

–¡Hey, ¿y tú espalda, amigo?! –Max le increpó a Jefry.

–¡Ja!, pues ya me recuperé. Como verán, Jefry Gómez es un hueso duro de roer.

–¡Entonces retomemos nuestro duelo pendiente! ¡Te reto a que realices el giro de 540° en la rampa de patinaje! –Mandy le reclamó.

–¡Esta bien, pero primero tendrás que vencerme en el duelo de 50-50 grind! –le respondió Jefry.

“¡Grrr!”, ambos se fulminaron con la mirada.

–Chicos, creo que lo mejor será que compartamos las rampas de patinaje –Sabrina sugirió. Tanto sus amigos como los amigos de Jefry estuvieron de acuerdo. Poco después todos ellos ya se habían marchado a patinar en las rampas.  

–¡Vamos, que es hora del duelo del giro de 540°! –insistió Mandy.

–¡Primero tengamos el duelo de 50-50 grind! –le replicó Jefry.

Tanto Mandy como Jefry se habían quedado discutiendo en sus lugares. Ambos se fulminaban con la mirada.

–¡Primero mi reto! –Mandy no dio su brazo a torcer.

–¡No, primero el mío! –Jefry se mostró igual de terco.

–¡No, el mío primero!

–¡Ni hablar! ¡Primero mi reto!

Y así, ambos skaters continuaron con la interminable discusión. Pasaron las horas. Tanto los amigos de Mandy como los de Jefry se fueron despidiendo. El crepúsculo ya estaba por dar paso a la noche.  

–Mandy, ¿ya nos vamos? –Max fue el último en quedarse.

–¡Mi reto primero!

–¡No, mi reto primero!

–Vaya par de tercos vinieron a juntarse –Max soltó una resignada exhalación. Se sentó sobre una baranda a esperar a Mandy. La discusión entre ella y Jefry continuaba tan intensa como al comienzo. Al final Max terminó durmiéndose en el pasto.

–¡Eres un gallina!

–¡Tú eres la cobarde!

La discusión seguramente acabaría en algún momento. ¿Cuándo? Quién sabe. Max continuó durmiendo. 


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