PUNCH RAGE COCTAIL (PARTE FINAL)
Keyla estaba sentada en la penumbra de su apartamento,
con las luces apagadas y con el resplandor de un poste de la calle como toda
fuente de luz. Afuera una lluvia monótona golpeaba con insistencia contra los
vidrios de la habitación. La joven tenía la cruz de plata que siempre portaba
consigo sostenida entre los dedos, humedeciéndose con el sudor de sus manos. La
miraba como si estuviese buscando en el metal desgastado la respuesta a una
plegaria que no se atrevía a pronunciar en voz alta.
—Esto no fue lo que quería —finalmente murmuró en voz
muy baja, como si temiera que alguien pudiera escucharla.
Aquella cruz era el único recuerdo de Aneska, su madre
biológica, quien se cortó la yugular con un cuchillo cuando ella tenía apenas
siete años. Lo había hecho dentro de un ominoso círculo ceremonial, pero ella
no lo hizo por tratarse de una desequilibrada mental. Para nada. Si cometió
aquella locura fue porque no le quedó más alternativa, fue su último recurso
para salvarla cuando esa noche el horror se presentó ante ambas bajo la forma
de un grupo de hombres, de rostros cubiertos, que irrumpieron en su apartamento
para hacerle pagar a su pobre progenitora una deuda que cada día no había hecho
más que crecer debido a los desmesurados intereses. Hubo amenazas, intentos de
consumar el violento ajuste de cuentas, pero todo aquello se torció gracias al
acto final de Aneska. Keyla, aferrada al regazo de su madre, quedó en estado de
shock, al punto de que poco después terminó perdiendo el conocimiento. Sin
embargo, en su último momento de consciencia pudo sentir algo oscuro, además de
un olor nauseabundo a azufre, como si acabasen de abrirse las mismísimas
puertas del infierno. Definitivamente algo había respondido al sacrificio de su
madre. A la mañana siguiente pudo confirmarlo al despertar, cuando se encontró
con los cuerpos brutalmente asesinados de los extorsionadores.
Poco después, la policía intervino y Keyla fue enviada
a un orfanato. Allí la pequeña Keyla llegó con la cruz de plata que su madre
siempre se hubo colgado del cuello como único recuerdo de ella. Le costó mucho
adaptarse, sobre todo debido a sus continuas pesadillas con el macabro
acontecimiento que puso fin a la vida de su querida madre. Pasado un tiempo por
fin pareció que las cosas empezaban a mejorar, pero entonces, sin previo aviso,
Keyla comenzó a experimentar ataques de ira inexplicables y cada vez con mayor
frecuencia. Sin embargo, dichos ataques no eran realmente tan inexplicables
como todos los que la rodeaban creían. Keyla no tardó en descubrir que dichos
ataques no provenían exclusivamente de ella, sino que eran avivados por la
influencia de una oscura entidad ajena a su propio ser. Como consecuencia de
sus explosivos arranques de rabia desatada, Keyla provocó incontables desmanes,
entre los que destacaron el destrozó de una gran vitrina, el golpear a una
compañerita con una piedra, el desfigurar con arañones a una asistenta del
establecimiento. A pesar de todo, en sus momentos lucidos Keyla demostró ser
una niña muy lista y educada, por lo que no tardó en ser adoptada por una
familia adinerada. Sin embargo, en su nuevo hogar sus arranques no se
detuvieron. Por ejemplo, en cierta ocasión rompió un espejo con los puños
desnudos cuando le dijeron que no podría salir a jugar con sus amigas. Aunque
lo cierto es que poco a poco ella consiguió ganar autocontrol, al menos el
suficiente como para hacer más llevadera la convivencia. Lamentablemente, ya en
la universidad, sucedió su penoso incidente con el profesor que intentó
propasarse con ella. Nadie le creyó, pues su arranque había sido demasiado
violento. Aquel fue el punto de inflexión, cuando dio inicio su vida en el
mundo del punk.
Allí fue cuando descubrió el poder de la cruz de
plata. Gracias a esta Keyla por fin consiguió mantener a raya sus estallidos de
ira. Desde allí todo pareció ir viento en popa, pues con el tiempo consiguió
hacerse un lugar en la escena musical. Cantar en el escenario para ella como
exorcizarse, como desahogarse de todo el peso de su pasado, y el público la
adoraba por ello. Pero con el tiempo, Keyla empezó a notar algo terrible: la
rabia que ella creía contener en realidad no desaparecía, sino que tan solo se
desplazaba a los demás cual un virus muy contagioso, y lo peor era que la
fuente de contagio era, precisamente, su propia música. Keyla no quiso creerlo,
pero las pruebas estaban allí, en cada concierto, en cada pogo, y lo que es
peor, en los cada vez mayores rumores que circulaban en las redes sociales. Aun
así, ella se había negado a creerlo, pero cuando acudió al juicio de aquel
chico llamado Elías, con la esperanza de comprobar lo equivocada que estaba, no
hizo sino confirmar su peor temor. En efecto, la ira de su interior había
encontrado la manera de llenar nuevos recipientes para encender sus
destructoras llamas.
—Te rendiste conmigo... pero eso nunca significó que
yo haya podido derrotarte… —Keyla le dijo al vacío.
Desesperada, comenzó a buscar en internet alguna
solución. Empezó por escribir: "manifestaciones de energías demoníacas por
transmisión emocional". Pasó horas frente a la pantalla, hasta que un
artículo le llamó la atención: una detective espiritual llamada Mandy Carpio
había resuelto casos tan oscuros que parecían sacados de una antología de la
Weird Tales. Exorcismos, desapariciones, posesiones, pactos demoniacos...
Leyó sobre la detective. Se fijó en la dirección de su
oficina. Esperanzada, estiró la mano para tomar su celular y poder contactar
con ella, pero entonces la pantalla de su computadora parpadeó. Al mismo
tiempo, su teléfono vibró con un zumbido seco. Ambos dispositivos se apagaron
al poco rato. Y luego, un susurro ominoso llenó la habitación.
—No puedes escapar, Keyla —una voz siniestra habló, en
medio del rechinar de dientes que parecía provenir de todas partes. La
oscuridad se apoderó por completo de la habitación, y segundos después tomó
forma frente a ella. Se manifestó bajo la forma de una silueta negra envuelta
en un aura roja y que por todo rostro solo tenía una chirriante batería de
dientes. El demonio no tenía ojos, pero Keyla podía sentirse sojuzgada por una
dominante mirada infernal.
—Pensaste que podías enterrarme acudiendo a esa
estúpida cruz. Pero yo también soy una herencia de tu madre, niña, y una a la
que jamás podrás renunciar…
Keyla se aferró a la cruz, que, en aquel momento, ella
sintió que ardía contra su pecho.
—Ya no me dominas. No volveré a dejar que me consumas
bajo tu demoniaca influencia.
—Te consumirás sola, entonces. Mira a tu alrededor, la
gente empieza a hablar. Ya se han dado cuenta de que estás maldita, de que tu
voz está maldita, de que tu música está maldita. Cantar es tu vida, ¿no es así?
Si pierdes esto, ¿qué te quedará? No tienes a nadie, la gente puede sentir que
algo no anda bien contigo…
La voz de forma sutil se volvió un zumbido en su
cráneo, incitándola a odiar, a gritar, a destruir.
Keyla no se quedó de brazos cruzados. Desesperada
corrió hacia la calle sin pensárselo dos veces. Bajó las escaleras, salió a la
lluvia. Cruzó avenidas entre claxons e insultos de conductores sorprendidos. El
demonio la seguía, aferrada su oscuridad a la de su propia sombra. Le hablaba
directo a su mente, le impregnaba su hedor de maldad en cada rincón del alma.
“No eres nadie, nunca lo serás. Tu madre era una
basura. Murió como basura. Solo me tienes a mí, deja que tu sangre hierva,
recuerda lo bien que se sentía cada vez que abrazabas tu rencor y te dejabas
consumir por él. Esa sensación es lo único que tienes, yo te ofrezco mi poder,
¿no recuerdas la gran fuerza, el gran ímpetu que de pronto te invadía cada vez
que me dejabas entrar a tu corazón…?”, la entidad le hablaba ahora con zalamería.
Keyla solo siguió corriendo.
—Esa mujer te miró como si fueras basura, ¿no vas a
hacerte respetar? Ese hombre te mira el trasero de forma lasciva, ¡deberías
ponerlo en su lugar! Esos chiquillos te contemplan como si fueses una zorra,
apuesto a que se te acercarán para preguntarte cuánto cobras, ¿no te indigna en
lo que se ha convertido el mundo? ¡Corrige a estas ramas torcidas! Las personas
jamás van a entender con palabras bonitas, eso solo las invitará a aprovecharse
de ti. El mundo es de aquellos que se imponen, de los que materializan su
voluntad por medio de la fuerza y la brutalidad… ¡deja que arda tu ira!
¡estalla y que el mundo aprenda a temblar ante ti! —el demonio cada vez se
tornaba más insistente. Y lo peor era que muchas de las observaciones que le
hacía sobre las personas con las que se iba cruzando en su andar a Keyla le
parecían reales. En más de una ocasión estuvo a punto de golpear a alguien,
pero en esos momentos de vacilación su recurso desesperado fue aferrar con su
mano derecha su cruz de plata con todas sus fuerzas. La joven temblaba, los
músculos se le crispaban, pero nunca respondía. Sentir la cruz ardiendo en su
mano cerrada le daba valor. Pasaba junto a transeúntes, que la miraban
empapada, desencajada, con la mirada perdida. A pesar de todo Keyla seguía
corriendo sin cejar su ritmo. Por momentos la invadía una abrumadora sensación
de vértigo, sentía que la ciudad era un monstruo de concreto, que el mundo se
abría bajo sus pies para tragársela por completo. Pero en su cabeza por encima
de todo lo demás solo se repetía una cosa, la dirección de la detective, su
última esperanza. “Ella podrá ayudarme, estoy segura que ella podrá ayudarme…”.
Al fin, llegó al edificio en donde quedaba la oficina.
Las luces del piso superior estaban encendidas. Subió las escaleras
tambaleándose. Sangraba por la nariz debido al intenso esfuerzo, tanto físico
como de mente. Tocó la puerta antes de caer al suelo de rodillas, incapaz ya de
sostenerse en pie.
Fue la misma Mandy quien abrió. Una mujer joven, casi
muchacha, de rostro redondo, con ojos que a Keyla le parecieron púrpuras.
Dichos ojos parecían haber visto cosas tan temibles como a la que ella misma se
enfrentaba en aquel momento. Reconoció de inmediato a la detective, no podía
ser otra persona, aquella joven de pie en su delante definitivamente tenía algo
especial.
—Me ahorraste el trabajo de tener que buscarte para
investigar si los crecientes rumores sobre ti y tus canciones eran ciertos
—Mandy habló antes de que Keyla pudiera siquiera abrir la boca para suplicarle
por su ayuda.
De improviso, Keyla se incorporó de un salto. Su
cuerpo era un contorsionado espectro de músculos tensos y mirada vacía. Los
ojos ya no eran suyos, ahora emitían un brillo rojizo profundo, cual un abismo
palpitante. Asimismo, su piel parecía latir. La cruz de plata cayó al suelo con
un sonido hueco. Las paredes de la oficina de Mandy crujieron, como si el aire
mismo se resistiera a contener lo que estaba emergiendo.
—¿Sabes quién soy, insignificante mujercita? —escupió
Amon con voz bifurcada, como si una docena de lenguas hablaran a la vez—. Soy
el eterno tormento al que le dieron forma en la primera furia de Caín. ¡Yo soy
la ira que funde reinos, la llama que pudre civilizaciones!
Mandy retrocedió un solo paso. Su mirada no era de
miedo, sino de cálculo. —Y sin embargo —dijo ella con voz firme—, no me das
miedo. Conozco cosas, seres… no eres ni de cerca lo peor que he visto en mi
vida. Tu arrebato me da risa.
Amon rugió con la fuerza de una tormenta. Las luces
estallaron, los vidrios se quebraron hacia adentro. Libros salieron volando de
los estantes. Keyla—o lo que quedaba de ella—avanzó a zancadas, los dedos
convertidos en garras, la mandíbula desfigurada por una rabia que no le
pertenecía.
—¿Sabes por qué nunca ha podido librarse de mí? —gritó
Amon—. Porque ya estaba rota. Nunca podrá olvidar lo que sucedió aquella noche
con su madre. Y tú... tú también estás rota, puedo notarlo a simple vista.
¡Encontraré tu grieta, Mandy, una sola basta, y por allí me introduciré para
devorarte por dentro como lo hice con esta patética humana llamada Keyla!
Mandy cerró los ojos. El suelo vibraba, la madera se
hendía bajo sus pies. Y entonces extendió ambas manos. Una onda negra emergió
de su cuerpo. No luz. No fuego. Algo más denso. Como si la propia sombra del
mundo le obedeciera. La oficina entera pareció girar, como si el centro de
gravedad se inclinara hacia ella. Amon titubeó. Por primera vez, se oía el
desconcierto en su voz.
—¿Qué clase de magia es esta...? No eres sacerdotisa.
No eres médium... ¡¿qué rayos eres tú?! ¡¿Cómo es que posees semejante poder?!
—No —respondió Mandy, abriendo los ojos—. Soy una
mujer que ha intentado ser devorada por seres mil veces peores que tú, pero que
al final consiguió producirles una terrible indigestión —a estas alturas ella
sonrió—. ¿Te gustaría conocerlos?
Del suelo, del techo, de las paredes mismas surgieron
dos formas inconmensurables. No eran físicas exactamente, sino más bien como espantosas
sombras infernales. Amon reconoció de inmediato aquellos perfiles. El cuerpo de
Keyla retrocedió con pasos vacilantes.
—¿Los conoces? —preguntó Mandy, caminando hacia él—.
Yo creo que sí, ¿eh? Están conmigo, y aunque no les guste responden ante mí.
—Es imposible, ¿Cómo tú, una simple mortal, puede
contener a tan poderosos Lores de la Oscuridad…? —Amon intentó seguir
retrocediendo. Pero el cuerpo de Keyla ya no lo sostenía. Se retorcía. Se
deshacía en espasmos. Algo jalaba a Amon, intentaba arrancarlo del alma de la
joven.
—¡Perdóname, te lo suplico! —Amon se debatió, se
retorció y chilló frenético.
—¿Me prometes que nunca más volverás a molestarla?
—¡Te lo juro, me iré, volveré al infierno y nunca más
regresaré! —Amon continuó.
Mandy esbozó una sonrisa. En un instante las sombras
infernales desaparecieron. Amon de inmediato abandonó el cuerpo de Keyla y
abrió un portal. Desapareció por este en un parpadear. El cuerpo de Keyla cayó
inerte. Mandy corrió y la atrapó antes de que tocara el suelo. El corazón de la
vocalista palpitaba débilmente, como si volviera a aprender a latir por sí
mismo.
Keyla abrió los ojos. La cruz colgaba otra vez de su
cuello. La luz de una lámpara cálida la envolvía. Se hallaba recostada sobre un
sofá de cuero, en la oficina de la detective. Observó en derredor. Por esta
parecía haber pasado un huracán. Mandy se le acercó con una taza de té. —Todo
terminó.
Keyla la miró, los ojos empañados por las lágrimas.
—¿De verdad?
—Sí. Ya no hay nada en tus canciones que no te
pertenezca únicamente a ti.
Keyla se echó a llorar. Aquellas lágrimas las sintió
dulces, refrescantes. Por primera vez en mucho tiempo sus lágrimas no nacían
del miedo, sino de un franco alivio. —¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo pudiste
deshacerte de algo tan terrible? —la joven preguntó una vez pudo calmarse.
Mandy bebió de su taza, en tanto se encogió de
hombros. —Secreto profesional —respondió al poco rato.
Keyla la miró. No pudo evitar el echarse a reír. Ambas
rieron. “Cielos, definitivamente en este mundo hay gente más rara que yo”,
Keyla pensó. Por alguna razón, Keyla intuyó que aquella joven había pasado por
peores infiernos que los que ella misma tuvo que atravesar a lo largo de su
vida. Sin embargo, por lo visto ambas habían conseguido salir airosas, y eso le
dio una gran alegría.
FIN
Si quieres saber más sobre Mandy, la enigmática detective, pincha aquí

Excelente historia, gracias.
ResponderEliminarWow!! Increible… excelente. No podia parar de leer. 👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻
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