AQUELLOS OJOS TURQUESA (PRIMERA PARTE)
El general no
podía creer lo que le contaban los sobrevivientes de la emboscada. Aquella
tarde un escuadrón entero de las tropas del emir Salusin habían sido atacadas
mientras llevaban provisiones al campamento. Por supuesto todos los víveres se
perdieron.
Luego de que los
sobrevivientes terminaron de contar su historia y se retiraron de la tienda, el
capitán se acercó al general y le dijo: —Oh, gran general, sin suministros
estamos perdidos.
El general por
toda respuesta se llevó una mano al rostro. Aun no podía creer lo que le habían
contado aquellos dos soldados que se presentaron ante él con las armaduras
destrozadas y los rostros cubiertos de sangre y arena.
—¿Deberíamos
pedirle al emir que le solicite al sultán la ayuda de sus legiones imperiales?
Ya sabe, para que protejan los convoyes de suministros —ante el silencio en el
que permanecía su general, el capitán se animó a sugerir.
—Es inútil. A
duras penas el emir pudo conseguir el permiso del sultán para comenzar con la
invasión. Si a estas alturas le pide ayuda lo único que obtendrá es la burla del
sultán —contestó el general.
—¿Entonces qué
hacemos, mi general? —insistió el capitán.
—Que el Altísimo
nos ampare —tras un prolongado silencio, esta respuesta fue todo cuanto pudo
ofrecerle el general a su subordinado.
El príncipe
Donmasi no podía creer que las fuerzas enemigas se hayan rendido. Cuando su
padre lo colocó al mando de las tropas y sin más lo envió a enfrentar al
poderoso y experimentado ejército del emir Salusin, el joven Donmasi sintió que
el mundo se le acababa. “Jamás podré derrotar a tan poderoso enemigo”, se
lamentaba una tarde ante el estandarte del reino. En eso entró su hermana al
salón del trono, quien por muchos era considerada como la próxima gran
sacerdotisa del reino Logad. Ella le dio ánimos a su hermano y le prometió que
si le conseguía cierta suma de dinares podría resolver su problema sin falta.
—¿Cómo lo harás?”,
el príncipe le preguntó incrédulo.
—Grande es la
misericordia del Altísimo, así como grandes son mis recursos. Conozco a alguien
muy diestro en el combate, solo eso puedo decirte. Confía en mí y yo podré
ayudarte —con tal convicción habló la joven que toda duda que hubiese podido
tener el príncipe terminó por disiparse.
La suma que le
exigió la princesa fue muy grande, pero el príncipe Donmasi no se lo pensó dos
veces y vendió gran parte de sus posesiones para poder solventar el precio.
Valió la pena,
pues ahora que ante sus propios ojos el general enemigo le entregaba su espada
y le pedía misericordia, Donmasi pudo saborear la gloria más grande que jamás
hubiese podido imaginar tener en su vida. Pero no se dejó cegar por el orgullo,
pues entendía que sin la providencial ayuda de su hermana nada de aquello
hubiese sido posible. Ahora entendía por qué en el templo sagrado las
sacerdotisas solo tenían palabras de elogio para su hermana. “En verdad ella es
la enviada por el Altísimo para guiar a nuestro reino hacia la grandeza. Gozosa
y afortunada seas por siempre, querida hermana mía”, el príncipe se dijo para
sus adentros.
Carminsha, la
princesa y próxima gran sacerdotisa del reino Logad, se encontraba en medio de
su paseo matutino por los jardines de palacio, cuando en eso ante ella se
apareció su hermano. —Hermano mío, las palabras no bastan para felicitarte por
tu gran hazaña. Gracias a ti el reino está a salvo, y no solo eso, sino que
ahora está cubierto de gloria y honor. Nuestros enemigos se lo pensarán dos
veces antes de intentar algo contra el país que fue capaz de hacer rendir a las
mismísimas fuerzas de un emirato del imperio —Carminsha lo saludó.
Ante tales
palabras, el príncipe se aclaró la garganta y respondió: —Venerada hermana,
futura gran sacerdotisa del reino, no merezco tus halagos y tú lo sabes más que
nadie. Todo el crédito le pertenece a esa persona que contrataste, pues solo
gracias a ella el ejercito del general Butón se quedó sin suministros y así
pudimos ganar la guerra. Pero dime, oh, iluminada Carminsha, ¿Quién fue aquel
capaz de tal hazaña? ¿Fue en verdad una única persona la que hizo posible tal
milagro? No, no me malentiendas, no desconfío de tu palabra, es solo que deseo
con todo mi corazón agasajar y condecorar a tan valiente guerrero. Es más,
planeo hacerlo general supremo, comandante de todos los ejércitos del reino.
Padre, que el Altísimo siempre lo proteja, está de acuerdo conmigo. Así que,
por favor, venerable hermana, preséntame a tu amigo y te estaré eternamente
agradecido.
Con gentiles
palabras Carminsha se negó. Su hermano no se rindió en su tentativa, pero por
más que insistió no pudo sacarle el secreto.
La hazaña del
misterioso guerrero pronto se expandió por todos los horizontes. No había
creyente que no supiera de su historia, e incluso en los lejanos reinos del
oeste se llegó a conocer su leyenda. Nada se sabía de su identidad, con
excepción de cierto detalle sobre su aspecto que propagaron los sobrevivientes
de sus continuas emboscadas. “Sus ojos eran como dos océanos turquesa, uno
sentía que quería zambullirse en ellos y nadar en sus serenas aguas, hasta que
de pronto te dabas cuenta que te estabas ahogando en sus peligrosas
profundidades. Y cuando apartabas la vista de aquellos ojos, con horror
descubrías que todo a tu alrededor se había transformado en sangre y muerte”,
las declaraciones de los sobrevivientes coincidían entre sí de tal forma que nadie
dudó ni por un instante de su veracidad.
En una posada
ubicada a las afueras de la capital del imperio Retter, una figura encapuchada
bebía de un tarro de vino. Dejó el tarro sobre la mesa y se puso de pie para
marcharse. Afuera ya era de noche. Cerca de la salida oyó la conversación de
unos soldados. Sonrió bajo la tela con la que cubría su boca y nariz. Una vez
más oía a admirados tipos hablar sobre su reciente hazaña. Le daba risa como la
gente se imaginaba que era su aspecto: Un guerrero tan alto como un camello,
tan fornido como un elefante, con una mirada tan mortal como la del basilisco
de la mitología…
“Si supieran la
verdad no podrían creerlo. Aunque lo entenderían si se enterasen del secreto
detrás de mi poder... ¡No!, eso jamás sucederá. Soy la única sobreviviente del
clan Benggdurit, los invencibles del desierto, los terribles guerreros bajo el
sol capaces de hacer temblar hasta a los mismísimos efrits, así que debo
respetar el juramento de sangre, mi secreto es el secreto del clan. Si alguien lo
descubre yo habré deshonrado a mis ancestros y jamás podría volver a levantar
la mirada… Por Alsia el Altísimo, tengo que quitarme este mal hábito de
divagar. Mejor me apresuro, que aún hay muchos pobres y desposeídos con los que
compartir mi grandiosa recompensa. Le agradezco de todo corazón a mi única
amiga, la iluminada Carminsha, por haberme ofrecido el trabajo”, la figura
encapuchada se dijo para sus adentros, y acto seguido se perdió de vista por
entre el gentío que circulaba en la calle de las afueras de la posada.
Se cuenta, pero el
Altísimo es más sabio, que Carminsha fue la primera gran sacerdotisa en asumir
su rol cuando aún su predecesora seguía viva. Y esto sucedió así, según se
dice, porque de esta forma lo quiso su predecesora. Tan histórico hecho fue
relatado como sigue por un eminente poeta: “Era una doncella dotada de tal
sabiduría que incluso los grandes doctores se rendían ante su ciencia. Quienes
la oían jamás volvían a abandonar el camino del creyente. En el templo sagrado
de la capital del reino Logad todas las sacerdotisas entendieron que cada cosa
debe ocupar su lugar, y con suma claridad vieron que el lugar de Carminsha era
el de gran sacerdotisa. Por ello es que la gran sacerdotisa en el momento de la
consagración de su sucesora levantó las manos al cielo y exclamó:
—¡He oído tu
palabra, oh, poderoso entre los poderosos, y por eso es que ahora, como fiel
sierva tuya que soy, yo solo escucho y obedezco tu mandato!
Durante tres días
y tres noches la gran sacerdotisa Carminsha recibió a los fieles que fueron a
rendirle sus respetos y a pedirle su bendición. Como era la costumbre, la gran
sacerdotisa repartió las ofrendas entre los pobres y los menesterosos. También
se dice que realizó milagros, pero que hizo jurar a quienes los recibieron que
jamás contarían a nadie acerca de su obra. Al cuarto día después de su
consagración, Carminsha por fin descansó de sus deberes. Al quinto día ella se
dispuso a partir para recorrer los demás territorios del reino y así difundir
la palabra del profeta.
Carminsha se
encontraba a la espera de que su caravana estuviese lista para la partida, de
modo que para matar el tiempo salió del templo sagrado de incógnito, con la
intención de repartir unas monedas que le habían dado en ofrenda. Sin embargo,
Carminsha no pudo iniciar tan pronto con su buen propósito, pues al poco rato
de haber abandonado el templo una figura encapuchada se colocó a su costado y
le dijo: —Oh, gran sacerdotisa, la iluminada entre iluminadas, pero por encima
de todo, mi única amiga. Te saluda Fahima, tu amada protegida. He venido para
presentarte mis respetos por tu consagración. Espero puedas aceptar esta
humilde ofrenda.
Carminsha vio con
asombro que de su cuello Fahima se descolgaba un dije. Era un disco de oro con
incrustaciones de piedras preciosas que formaban el escudo del antiguo clan del
desierto Benggdurit: el lobo que le aúlla al sol.
—No puedo
aceptarlo, es la herencia de tu familia, el único recuerdo de tu clan —la gran
sacerdotisa le replicó.
Ante la negativa,
Fahima se bajó la tela con la que cubría su nariz y boca. Un rostro tan bello y
pálido como la luna fue revelado. Fahima clavó sus ojos turquesa en Carminsha y
con seriedad dijo: —Si rechazas mi presente lo entenderé, pero ya no podré
considerarme tu amiga.
Tras su ultimátum,
Fahima comenzó a alejarse, pero entonces Carminsha la tomó del hombro y le
habló: —Siempre tan seria. Está bien, aceptaré tu presente. Sin embargo, debes
saber que mi deber como gran sacerdotisa es vivir en la más completa
austeridad, de modo que tendré que vender tu valioso dije para repartir su
precio entre los más necesitados. Así lo quiere Alsia el Altísimo.
Fahima por toda
respuesta sonrió. Carminsha entonces entendió lo que su amiga realmente quería
decirle. En verdad ella había cambiado. Atrás quedó la sanguinaria cazadora de
infieles que conoció alguna vez, la renegada que no tenía ni una pizca de luz
en su oscura vida. Carminsha le devolvió la sonrisa a su amiga. Luego, ambas
volvieron al templo, pues Fahima le había hecho una petición a su amiga que le
pareció insólita, aunque a la vez le alegró.
Al templo sagrado
entró un eunuco que trabajaba como sirviente para anunciarle a la gran
sacerdotisa que todo estaba listo para su partida. En la ciudad ya comenzaba a
desfallecer la tarde. —Debo marcharme, pero me alegra que te hayas animado a
realizar el rito de la confesión. Yo, una humilde sierva de Alsia, el único
Dios, en su nombre te perdono por tus pecados. Ahora ve en paz y que la luz del
Altísimo guie tu camino —Carminsha dijo, y acto seguido se puso de pie.
Fahima también
dejó su cojín. Su rostro se hallaba circunspecto. Ella levantó la mirada y sus
ojos se cruzaron con los de la gran sacerdotisa. Entonces le preguntó: —¿Alguna
vez podré abandonar por completo mi sed de sangre? Así sea por una causa justa,
sé que matar nunca estará bien. Pero yo lo sigo disfrutando, menos que antes,
pero aun así siento que lo disfruto. Yo…
—No te tortures
más, querida Fahima, que un reino no se levanta de la noche a la mañana. Lo
importante siempre será seguir el camino de la luz, paso tras paso. Mientras no
te desvíes y continúes por la senda del creyente, todo estará bien.
—Muchas gracias,
fuiste mi salvadora en el pasado y lo eres también ahora, te lo agradezco y te
lo agradeceré por toda la eternidad.

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