CAPÍTULO XVI (2DA PARTE)
Nicolás nuevamente
salió desde muy tempranas horas de su casa. No soportaba permanecer allí, a
merced de sus pensamientos fatalistas y depresivos. Las paredes tanto de su
habitación como del resto del apartamento le parecían aludes de tierra y roca
que en cualquier momento lo sepultarían irremediablemente. Allí adentro se
sentía prisionero, encajonado, encadenado a sus miedos e incapaz de dar paso
alguno. Afuera al menos el viento le devolvía cierta vitalidad, la amplitud que
se mostraba ante sus ojos le otorgaba cierta esperanza, la esperanza de que el
mundo no era en realidad un callejón sin salida. Nicolás pasó por la glorieta del
parque y contempló a una señora barriendo las hojarascas que caían desde los
árboles. Él se preguntó qué podría estar pensando aquella trabajadora del
municipio. Seguramente tendría una familia que mantener, por lo que probablemente
sus pensamientos estarían enfocados en las preocupaciones monetarias del hogar.
“Yo no tengo tales
preocupaciones. Gracias al éxito de mi comic jamás tendré que volver a
preocuparme por eso. Sin embargo, mi vida me parece la más desgraciada del
mundo. No entiendo cómo actuar ante la difícil situación por la que está
atravesando el país. Más de una vez he pensado en abandonarlo todo, en largarme
al extranjero. Tengo todo para poder hacerlo, bueno, tal vez me tarde un poco
con la visa, dependiendo del lugar al que finalmente decida irme para empezar
de nuevo… Sin embargo, al final nunca me atrevo a dar el primer paso, ¿qué es
lo que me pasa? No siento nada por Wanda, tantas veces he reflexionado al
respecto y siempre he llegado a la misma conclusión. ¿Qué más me ata a este
país vapuleado y decadente? No tengo ningún familiar que se preocupe por mí, no
tengo a nadie a quien pueda llamar un verdadero amigo, a nadie a quien pueda
confiarle mis penas y preocupaciones. Nadie aquí me entiende. Entonces, ¿por
qué me resisto a abandonar esta tierra?”, con el ceño fruncido, Nicolás pasó
rumiando por un costado de la barrendera. Ella se le quedó mirando extrañada.
Las avenidas eran
el lugar preferido de Nicolás durante sus salidas sin rumbo. El bullicio y caos
del tránsito y de los peatones eran música para sus oídos, o, mejor dicho, un
exótico elixir que lo aturdía tanto que le impedía poder pensar en cualquier otra
cosa. Pero en esas épocas de turbulencia las avenidas pronto comenzaron a
cambiar. Nicolás no tardó en encontrarse ante una multitud que avanzaba por
media pista en tanto recitaba una serie de arengas antisistema. Por su
alrededor los negocios comenzaron a cerrar y los transeúntes a resguardarse. A
los vehículos por su parte no les quedó más remedio que cambiar su ruta para
evitar cruzarse con los enardecidos manifestantes.
“¡Nuevas elecciones
ya!”, era el grito que prevalecía entre los marchantes, aunque también había
otros gritos que no se quedaban atrás, como el de “¡exigimos una nueva
constitución!”, o el de “¡abajo los monopolios y las avariciosas corporaciones!”.
Nicolás ya estaba harto de todo aquello, de modo que dobló por una esquina a
toda prisa.
Terminó
refugiándose en un silencioso parque situado tras un malecón desde donde podía
verse el mar y la autopista de la costa. Se acercó a una baranda y se apoyó en
el bajo muro de ladrillos. Desde dicha posición pudo contemplar el alto
precipicio que descendía hasta la autopista. Mullida vegetación crecía en medio
de amplias mallas dispuestas allí con el propósito de contener la tierra y las
rocas de aquel barranco. Desde su privilegiada posición Nicolás aspiró la brisa
marina. La refrescante ventisca le agitó los cabellos y le acarició las
mejillas. Él se sintió reconfortado. Con la tranquilidad que acababa de hallar,
se dispuso a retomar el hilo de sus pensamientos, aunque ahora con el alivio de
encontrarse mejor dispuesto y más relajado.
Maullidos resonaron
en su cabeza cada vez con más fuerza. Parecían el coro de una balada triste.
Nicolás comprendió que en esos momentos no tenía ganas de pensar. En vez, él
tomó un pedazo de ladrillo y comenzó a trazar unas líneas sobre la baranda en
la que había tenido apoyados los codos. Terminó dibujando a una joven con
rasgos gatunos. Ver tal imagen le trajo lejanos recuerdos que despertaron su
melancolía.
“Miau, miau, no
dejas de atormentarme con tus maullidos interminables. Tu recuerdo no puedo
arrojarlo por este acantilado, ya estarás contenta. ¡Ah! Si tan solo no
hubieses sido tan cobarde. O quizá la culpa fue mía por no comprenderte lo
suficiente, ¿Quién sabe? Tal vez yo soy el monstruo después de todo. Mi padre
fue un asesino en serie, ¿ya lo olvidaste? ¿Cómo pudiste esperar que yo sea un
santo hecho de pura paciencia y empatía? Así confabuló el mundo para que lo
nuestro ardiese hasta las cenizas. Creer en el amor fue mi pecado, esperar algo
de mí fue el tuyo. Ambos terminamos hiriendo al otro, recordar cómo te alejaste
de mí en medio de tan sentidas lágrimas me parte el corazón. Pero soy un tonto
rematado, un terco sin remedio… aun a estas alturas espero algo de ti, la más
mínima señal, siempre lo supe, siempre lo supe, ¡maldita sea! Por ti es que no
me largo de este país. Pero yo también soy un cobarde. Y yo también me aferro a
este estúpido orgullo que no me deja ir a postrarme ante ti y suplicar tu
perdón. Aunque no se trata solo de orgullo. En realidad, es el miedo lo que más
me frena, el miedo siempre ha sido mi peor enemigo, ¿sabes? Y para colmo han
pasado tantas cosas… el país a punto de irse al diablo, la violencia que no
deja de golpear y de golpear a este ya tan vapuleado pueblo, Wanda y sus amigos
que parecen haber sido poseídos por esta irracional sed de destrucción, las despiadadas
críticas de la gente hacia mi comic y hacia mí por haber provocado el suicidio
de mi madre… Pero estaba hablando del miedo, de ese miedo en especial, el peor
de todos los miedos: el miedo a tu rechazo. Sí, porque ese es el peor miedo de
todos. Si me enterase de que me odias, yo… no, lo que realmente me aterra es la
posibilidad de que algún día llegues a olvidarte de mí”, de pronto las lágrimas
comenzaron a descender frías y silenciosas por las mejillas de Nicolás. En ese
momento él quiso tomarse de la cabeza y gritar con todas sus fuerzas. Ya estaba
a punto de vencer a la vergüenza y a todo complejo para hacerlo, cuando en eso
sonó su celular. Alguien lo estaba mensajeando una y otra vez.
“Necesito hablar
contigo urgentemente”, él leyó uno de los múltiples mensajes. –¿Gina? –Nicolás
se preguntó muy extrañado. Aun así, un incierto presentimiento comenzó a
formarse en su interior. Y no uno precisamente bueno.
Se encontraron en
una plazoleta ubicada en el centro de la ciudad. Gina ya lo estaba esperando
sobre una banca. Nicolás se sentó a su lado luego de saludarla. Le resultó
evidente la preocupación y tensión que aquejaban a la joven.
–No hay tiempo que
perder, así que iré directo al grano, Nicolás –Gina le clavó la mirada. El
mencionado tragó saliva–. Se trata de Harleen. Ella me ha hablado mucho de ti,
de lo que pasó entre ustedes. Tranquilo, no te odia ni mucho menos. Según sus
propias palabras: “ninguno de los dos estaba preparado para lo que sucedió”.
Olvídate de eso, ahora no hay tiempo para mayores explicaciones. Lo que quiero
decirte es que Harleen cometerá una desquiciada imprudencia esta tarde. Ya no
falta mucho para que se haga la hora. Ella está, ¿cómo decirlo?, obsesionada
con el tema del crecimiento espiritual. Verás, últimamente ella ha tenido un
sueño que se le ha vuelto muy recurrente. En este ella desentierra cofres en
una playa durante la noche. De cada cofre que desentierra sale una mariposa que
se eleva hasta llegar a lo más alto del cielo, en donde se convierte en una
estrella. Un gato negro de ojos “oceánicos”, como ella lo llama, es el
encargado de guiarla. Pero llegado un momento el gato se detiene sobre unas
formaciones rocosas y le indica que debe cavar allí. Obviamente Harleen no consigue
abrirse paso en tan dura superficie. ¡Ups! Olvidé decirte que en todo momento
ella cava con sus manos desnudas. Como sea, ese cofre enterrado bajo las rocas
tiene obsesionada a Harleen, y más todavía desde que en el club le
interpretaron su sueño…
–¿Qué? –Nicolás
observó a Gina perplejo. En ese momento la joven recién cayó en la cuenta de
que Nicolás no sabía nada del club ni de lo que se refiere a la interpretación
de los sueños. Consiente de su error, ella aspiró un poco de aire, y acto
seguido comenzó a explicarle al muchacho todo lo relacionado con el club
“Belladona del Amanecer” y sobre cómo es que Harleen había terminado
uniéndoseles.
–Yo también me uní
hace poco al club. Fue gracias a Harleen. Ella ha cambiado mucho gracias al
club. Es… ella es ahora mucho más centrada, mucho más comprensiva, mucho más
paciente… en pocas palabras, ella ha madurado bastante. Mira que perdonarme
después de que le quité a su novio cuando estábamos en el colegio. Esa historia
sí te la sabes, ¿no?
Nicolás dudó por un
momento, pero entonces recordó todo el tema de Arthur. Asintió con lentitud.
–Pues ya lo ves.
Ella me perdonó. ¿Tú sabes cuantas personas están dispuestas a perdonar una
traición de ese calibre? Y peor aún, ¡viniendo de quien se supone era tu mejor
amiga! Por suerte todo eso ya quedó atrás. Ya te dije que Harleen me perdonó.
Pero si lo hizo fue porque ha crecido muchísimo, que no te quepa la menor duda…
–Gina, no entiendo
a dónde quieres llegar con todo esto. Dijiste que tenías algo muy urgente que
hablar conmigo y que no había tiempo que perder. ¿Es que acaso le ha pasado
algo malo a Harleen?
–¡Oh, sí! Tienes
razón. Soy tan despistada. Te quería hablar de que Harleen planea cometer una
locura esta tarde. A las cinco para ser más exactos. Ella, como ya te mencioné,
está obsesionada con el crecimiento espiritual, pues cree que solo cuando
alcance un grado muy alto de crecimiento espiritual, ella recién en ese momento
podrá ser capaz de afrontar lo que le oculta el cofre enterrado bajo las rocas.
Ya te hablé de las interpretaciones de los sueños, de lo que en el club le
comentaron que su sueño significaba. Así que ese es el problema, con tal de
poder superar a ese “algo” que simboliza el cofre enterrado, nuestra amiga está
dispuesta a hacer cualquier cosa. Ella habla de que el destino siempre nos pone
“pruebas para el alma”, y está convencida de que solo superando tales pruebas
conseguirá alcanzar la madurez espiritual suficiente como para poder afrontar
lo que le esconde el cofre. Dichas pruebas son, ¿cómo explicarlo?, cualquier
cosa que te resulte muy difícil de hacer pero que contribuya con algo positivo,
ya sea en beneficio de una sola persona o de muchas: a este tipo de actos es a
lo que ella llama “pruebas para el alma…”.
–Gina, por lo que
más quieras –Nicolás la tomó de los hombros–. ¿Qué es lo que planea hacer
Harleen ésta tarde? ¿Puedes decírmelo? ¡Vamos, que para las cinco ya no falta
prácticamente nada!
–Sí, claro que sí.
¡A veces soy tan tonta! Pues bien, ella planea ir a la avenida x, ya que allí
queda el congreso y es allí en donde los manifestantes que están en contra del
nuevo presidente planean concentrarse.
–¡¿Cómo?! ¡¿Y se puede
saber por qué diablos planea hacer eso?!
–¡Ah! ¿Ya ves
porque te hablé sobre todo el tema de sus sueños y de su obsesión con el
crecimiento espiritual? Harleen pretende plantarse entre los manifestantes y la
policía y con un megáfono hacer un llamado a la paz.
–¡Pero, ¿qué…?!
¡Harleen está loca! ¡¿En serio piensa que esos revoltosos la escucharán?!
¡Ponerse en medio de tamaño pandemonio es un completo suicidio! Puede caerle
una piedra, una bomba lacrimógena… ¡puede pasarle cualquier cosa! ¡¿Es que no
se ha puesto a pensar en las consecuencias?! ¡La realidad es muy diferente a lo
que uno idealiza en su cabeza! Si fuera tan sencillo parar las guerras, este mundo
viviría en una eterna paz; ¡pero no es así!
–Lo sé, lo sé,
traté de explicárselo. Incluso los demás miembros del club intentaron
convencerla de que desista. Le propusieron otras formas menos arriesgadas para
promover la paz en el país, pero ella no quiso escuchar. Está obsesionada con
sus “pruebas” y sus temas espirituales, ya te lo dije. Por eso es que he
recurrido a ti. Tal vez a ti sí te escuche, ya sabes, por todo lo que hubo
entre ustedes… Harleen me contó que solo contigo llegó a sentir que era
realmente comprendida, aunque bueno, esa sensación no le duró mucho… ¡pero de
todas formas tú fuiste capaz de hacerle sentir algo que el resto jamás le hubo
podido hacer sentir! Por eso creo que eres el único que puede hacerla
reflexionar, el único que…
–¡No perdamos más
el tiempo! –Nicolás se puso de pie de un brinco, y de un tirón tomó a Gina de
la muñeca. Poco después ambos abandonaron corriendo la plazoleta.
“¡Policía comprada!”,
“¡Dejen de defender a estos ladrones y corruptos!”; los manifestantes les
gritaban a los policías que les impedían el paso. Ellos exigían a viva voz que
el congreso apruebe las inmediatas nuevas elecciones, además de un referéndum
para convocar una asamblea constituyente. Algunos protestantes más avezados
lanzaron rocas y palos a los policías, quienes tuvieron que cubrirse con sus
escudos para evitar ser heridos por los objetos. Los ánimos cada vez estaban más
caldeados, pues los agentes del orden pronto perdieron la paciencia y
comenzaron a lanzar bombas lacrimógenas y a arremeter contra los manifestantes
que intentaban romper su cerco.
En medio de todo
aquel caos fue que Harleen se apareció con un megáfono. Desde una esquina ella
avanzó hacia la pista en la que se venía desarrollando el enfrentamiento, y al
mismo tiempo comenzó a exclamar a viva voz: “¡La violencia nunca ha resuelto
nada! ¡Paz entre hermanos, paz entre todos!”. Tanto policías como manifestantes
dejaron por un momento sus puyas y observaron perplejos a la recién llegada.
Ninguno conseguía explicarse de donde habría podido salir aquella hippie a la
que parecía faltarle un tornillo.
Para mayor asombro
de los presentes, Harleen se abrió paso por entre la multitud hasta que llegó a
situarse en medio de la gresca. Numerosos manifestantes la rodearon con caras
de pocos amigos, aunque ninguno le dijo nada. –¡¿Ya ven qué fácil es dejar a un
lado nuestras diferencias?! El país ya no quiere más sangre, todos tienen
amigos y familiares que los esperan de vuelta. ¡No se sacrifiquen por unos
líderes que los tratan como a sus peleles! ¡Todos somos hermanos! ¡Juntos
podremos salir adelante! ¡Eso es lo único que nos falta! ¡Unirnos y confiar los
unos en los otros!
–¡A un lado! –una
voz iracunda se hizo escuchar. Tras un par de empujones, ante Harleen se
apareció Raúl con su propio megáfono en mano–. Ya me parecía que había
escuchado antes esa voz tan hipócrita. Harleen, ¡ah!, mi estimada Harleen, ha
pasado tanto tiempo.
–Raúl, lo que haya
pasado antes entre nosotros ya quedó olvidado. Ahora lo único que importa es
que le digas a toda esta gente que lo que están haciendo está mal. La violencia
nunca…
–¡JA! ¿Han oído lo
que acaba de decir esta niñita mimada? ¡Dice que nosotros estamos mal! ¡¿Ósea
que nuestros reclamos no tienen ningún sustento?! ¡¿Debemos dejar que los ricos
y poderosos sigan tratándonos con la punta del zapato?! ¿Eso es lo que tratas
de decir?
–¡No, claro que no!
Yo solo…
–¡Esta chiquilla no
conoce lo que es la pobreza, lo que es sufrir todos los abusos y carencias que
este tirano sistema corrupto nos impone al pueblo! ¡¿Creen que si ella hubiera
sufrido lo que nosotros, que si ella tuviese nuestra humilde condición; creen
que ella estaría soltando todos estos disparates?!
–¡NOOO! –la
respuesta de los manifestantes fue unánime.
–Yo solo digo que
la violencia no es el camino, que hay otras formas de hacerse escuchar…
–¡Miren con lo que
nos sale ahora! Mamita, solo respóndeme una cosa: ¿Cómo crees que se
consiguieron los actuales derechos humanos? ¿Cómo crees que los pueblos
lograron independizarse de sus colonizadores? ¿Sentándose y tomando el té? ¡Por
supuesto que no! ¡Los tiranos solo entienden por las malas! ¡Mientras no les
afecte, a ellos les tiene sin cuidado lo que al pueblo nos pase! ¡Cuando
nuestras voces no son escuchadas solo nos queda el camino de la lucha! ¡La
patria no se vende, la patria se defiende! ¡Que viva el paro, compañeros!
–¡QUE VIVA!! –todos
los manifestantes clamaron a una sola voz.
–¡Eres un
manipulador! –agotada ya toda su paciencia, Harleen lo acusó–. A tus compañeros
podrás haberles lavado el cerebro, pero conmigo no la tendrás tan fácil –la
joven se armó de valor e hizo oír su voz.
–¡¿Lavado de cerebro?!
¡Miren con lo que nos viene ahora ésta “pituquita”!
–¡Hablas del pueblo
y de ser humilde, pero tú eres el ser más egoísta y corrupto que he conocido!
¡¿Por qué no les hablas de cómo te aprovechas de tus beneficios como dirigente
para hacer de las tuyas?! ¡En la universidad mueves tus influencias para que
todos hagan lo que quieras, y si alguien se atreve a contradecirte, haces de
todo para hundirlo! ¡¿Por qué no les cuentas a toda esta gente como es que me
has vetado de los centros culturales, e incluso como has puesto a los
profesores en mi contra?! ¡Y todo porque no accedí a ser una más de tus rameras!
–Harleen terminó exclamando fuera de sí. Ella se había dejado llevar por la
ira, y es que le enervaba el nivel de cinismo al que podía llegar aquel sujeto
con tal de seguir manteniendo sus privilegios.
Aquellas palabras
le dolieron a Raúl, aunque por supuesto el fingió la mayor de las
indiferencias.
–¡Aquí estabas, por
fin! –Gina llegó al lugar en compañía de Nicolás. Ambos se encontraban agitados,
aunque por encima de ello aterrorizados por todo lo que habían oído desde que
reconocieron la voz de Harleen a la distancia.
–¡Aleluya! Así que
por fin llegaron a llevarse a esta loca –Raúl señaló despectivamente a la joven
de las pecas en las mejillas. Mientras tanto la policía se mantenía quieta en
sus posiciones. A muchos efectivos les divertía la discusión de los jóvenes, aunque
por encima de ello lo cierto es que les producía un gran alivio el que aquella
muchachita hubiese irrumpido en el momento justo en el que el enfrentamiento
parecía que iba a tomar un rumbo mucho más brutal y salvaje.
–¡Sabes que todo lo
que he dicho es cierto! ¡De loca yo no tengo nada!
–¡Esta chica
simplemente está dolida! –Raúl habló por el megáfono–. ¡Ella quería besarme en
una fiesta, pero yo en ningún momento accedí! ¡Tengo enamorada, y la tenía en
ese entonces, así que yo no podía faltarle el respeto de ninguna manera! ¡Pero
esta tipa está obsesionada conmigo, o mejor dicho con mi posición! ¡Ella es la
que quiso aprovecharse de mí para tener privilegios! ¡Me rogó para que la
promueva como escritora dentro de mis círculos, y que a cambio me entregaría su
virginidad! ¡Yo por supuesto me negué a ser parte de algo tan indecoroso y
vulgar! ¡Tengo principios, todos los que me conocen lo saben, ¿no es así?!
Vítores y
exclamaciones de apoyo retumbaron en la avenida. Harleen no lo podía creer. El
nivel de falsedad de aquel sujeto no tenía límite, se trataba de algo que ella nunca
antes había visto. Pero por encima de todo, ella en ese momento se sintió
ultrajada, insultada y principalmente muy humillada. Harleen ya no se pudo
contener más, y sin previo aviso le propinó un soberano bofetón a Raúl. Él por
un instante se le quedó mirando perplejo. No podía creer el atrevimiento de
aquella chiquilla. Sin embargo, su orgullo estaba herido, él no podía dejar
aquello impune, y menos aún frente a todos sus camaradas. Cegado por la
soberbia, él le propinó a Harleen un fuerte puñetazo que la mandó contra el
suelo. Para su mala suerte la joven se golpeó la cabeza contra una piedra de
las muchas que los manifestantes habían estado lanzando.
–¡Harleen, no!!
–Gina corrió hacia su amiga y se arrodilló a su costado. A toda costa ella trató
de detener el sangrado que había empezado a salirle de la cabeza.
–¡Esto no se va a
quedar así!! –Nicolás, quien hasta el momento a duras penas había podido
mantener la compostura, finalmente estalló. La violenta reacción de Raúl había
sido la gota que rebalsó el vaso.
–¿A sí? ¿Y qué me
vas a hacer tú? ¡Idiota! Un momento… yo te conozco, pero si eres el autor de
ese comic tan infame. ¡Claro, Harleen trabajó contigo en ese proyecto, lo leí
en las noticias! Cómo pudiste aprovecharte de la desgracia de tu padre para
hacer esa historia tan retorcida. Por tu culpa tu madre se suicidó. Ahora lo
entiendo, tú y Harleen son tal para cual. Por cierto, ¿qué te ofreció para que
la dejes participar de esa abominación? ¿Acostarse contigo? Sí, lo hizo,
¿cierto? Puedo verlo en tu rostro. Sí, esa Harleen no tiene escrúpulos cuando
se trata de alcanzar sus objetivos, me lo vas a decir a mí que conozco tan bien
sus mañas…
–¡Cierra la boca, maldita
escoria de mierda! –los sentidos de Nicolás en ese momento se tiñeron de rojo.
Sin pensar en lo que hacía él cogió una piedra cercana y se abalanzó sobre
Raúl. Fue tan rápido su actuar que Raúl no tuvo tiempo de reaccionar. Nicolás
le reventó la piedra en la cabeza, y cuando lo tuvo en el suelo continuó
asestándole furibundos golpes. A esas alturas recién reaccionaron los
manifestantes de las cercanías, quienes se abalanzaron sobre Nicolás para
detenerlo.
–¡Policía, un
demente ha matado a uno de los nuestros! ¡Arréstenlo! –exigieron los
manifestantes, y a rastras llevaron a Nicolás hacia los agentes del orden. En
ese momento la policía recién se espabiló y comenzó a tocar sus silbatos.
Pronto los agentes tomaron el control del lugar y dispersaron a la multitud.
Sendas ambulancias fueron llamadas para llevar a Harleen y a Raúl al hospital.
Cuando Nicolás vio el desfigurado rostro de Raúl todo ensangrentado y magullado
en el suelo recién fue consciente de la gravedad de lo sucedido.
Se le había pasado
la mano, el monstruo lo había poseído durante aquel instante. El legado de su
padre era inevitable. Nicolás se puso pálido como el papel. Se dejó arrastrar
por los policías hasta un patrullero. Una vez le colocaron los grilletes y el
auto se puso en movimiento, él observó por la ventana a la ambulancia que
llegaba. Vio a una histérica Gina señalándoles a los paramédicos el cuerpo
caído de Harleen. En ese momento todo pensamiento sobre sí mismo se esfumó.
–Harleen, no te
mueras. ¡Por lo que más quieras no te mueras! –Nicolás rogó en un susurro.
–¡Silencio! –un
policía lo mandó callar. Nicolás entonces recordó su difícil situación. Para
sus adentros rogó para que Raúl no se muriese, aunque lo cierto es que después
de ver el estado en el que lo había dejado, su esperanza se redujo a un
insignificante hálito.
“Miau”, un repentino
maullido de ultratumba le escarapeló todo el cuerpo. A Nicolás aquel maullido
le pareció el trompetazo de un ángel que anunciaba el comienzo del apocalipsis.
A su alrededor todo comenzó a derrumbarse. El rojo que aún se mantenía del
desfalleciente crepúsculo de pronto se transformó en fuego infernal, y este a
continuación pasó a consumir todo su universo.
Estoy perdido, estoy perdido, estoy perdido…

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