CAPÍTULO IX (2DA PARTE)
Nicolás se encontró
con Harleen en la glorieta del parque frente a su casa. Aquel lugar le traía
tantos recuerdos; él lo consideraba como su refugio, como su lugar especial… y
es que, además, precisamente allí él también había conocido a Harleen. Ambos se
sentaron sobre una de las bancas y por cerca de un minuto guardaron silencio.
Cada quien observaba su alrededor con aprecio, como el viajero que después de muchos
años por fin vuelve al hogar. Un repentino estornudo de Harleen se encargó de
romper con el embriagador silencio.
–¿Tienes frío? –él
le preguntó, e hizo el ademán de quitarse su casaca.
–Oh, no, eso sí que
no –Harleen lo detuvo–. Mejor apurémonos en ir a tu casa. Me dijiste que allí
podríamos trabajar, ¿cierto?
–¡Sí, por supuesto!
–Nicolás se envaró en su lugar. Cuando le hubo comentado a Harleen que podrían
trabajar en su apartamento él no creyó que ella aceptaría. Le había advertido
que ambos estarían solos, y al hacerlo estuvo seguro de que Harleen al final
desistiría y le sugeriría que mejor trabajen en la glorieta. Pero ahora Harleen
acababa de instarlo a ir al apartamento. ¿Sería posible que en algún momento su
cercanía en un lugar tan íntimo pudiese dar lugar a algo más…? Nicolás se
palmeó las mejillas para espabilarse–. Tienes razón, si seguimos aquí sentados bajo
tan helada tarde seguro que nos resfriaremos –él se puso de pie e invitó a
Harleen a seguirlo. Ahora que lo pensaba bien, era la primera vez que llevaba a
una chica a su casa. Mientras avanzaban Nicolás fue meditando sobre cuál sería
el lugar más apropiado para trabajar. Aunque llegó a la conclusión de que la
cocina era la mejor opción, no dejó de darle vueltas por la cabeza la atrevida idea
de trabajar junto a Harleen en su habitación. El rostro se le acaloró al
imaginar un posible desenlace en tan personal espacio. Sin embargo, rápidamente
desechó la idea. “Mi relación con Harleen no es de ese tipo. Nosotros somos más
como hermanos, como amigos que están ahí el uno para el otro. Lo mejor será
olvidarme de todas estas fantasías tontas que lo único que hacen es poner en
peligro nuestra actual relación”, el muchacho de los negros rizos terminó concluyendo.
Decidió que lo mejor sería enfocarse plenamente en el trabajo. Así, apenas
llegaron al apartamento, Nicolás llevó a Harleen a la cocina, la invitó a tomar
asiento, y sobre la mesa desplegó sus bocetos y storyboards sobre el comic que ambos tenían planeado realizar.
Los días se fueron
sucediendo y la presencia de Harleen en el apartamento pronto se hizo
costumbre. Siempre que coincidían en sus tiempos libres en la universidad,
ambos se encontraban en algún punto del campus y juntos partían juntos hacia la
casa de Nicolás. Una vez instalados en el apartamento, el trabajo no se hacía
esperar. En más de una ocasión habían terminado amaneciéndose. En dichas
oportunidades Nicolás se vio tentado a invitar a su amiga para que se quede a
dormir, aunque lo cierto es que nunca se atrevió a hacerlo. Harleen por su parte
siempre terminaba llamando a un taxi por más avanzada que estuviese la hora.
Incluso en cierta ocasión Harleen dijo que su tía debía de estar muy preocupada
por ella debido a lo tarde que era, y, por supuesto, tales palabras fueron
tomado por Nicolás como una clara señal de que su invitación era algo fuera de
lugar y que por lo tanto no debía realizarla.
–Menos mal que te
saliste de la RAU –una tarde de neblina Nicolás comentó mientras ambos
trabajaban en la elaboración de unos guiones para el comic–. Debido a la
cercanía de las elecciones presidenciales, toda la organización se ha vuelto un
campo de batalla. Los que están a favor de los candidatos con propuestas más
radicales no paran de bombardear al resto con sus discursos y propagandas, y lo
peor es que lo hacen con tal descaro que muchos ya son los que se han hartado
de tanta arenga, de modo que las discusiones y enfrentamientos se han vuelto
algo inevitable. En la rama de artistas visuales de la RAU lo que te digo es el
pan de cada día, aunque por lo que me han contado en las demás ramas la
situación no es mucho mejor. De hecho, por allí me han comentado que, de todas,
la rama de los escritores es la peor.
Con el pasar de los
días las conversaciones entre ambos jóvenes se fueron haciendo más diversas y
casuales. Ellos solían hablar sobre cualquier cosa sin ningún reparo. A tales
alturas, la confianza entre ambos había crecido a pasos agigantados.
–Ni me lo digas. Si
en mis clases nomás algunos miembros paran irrumpiendo a cada rato para
soltarnos su insoportable adoctrinamiento, ¡no quiero ni imaginarme como estarán
en la asociación de escritores! Debe ser una insoportable olla de grillos, ¡en
buena hora que me largué de ese antro!
–Tenías razón sobre
el tal Raúl –Nicolás dijo en tanto borraba un mal trazo de su boceto–. Ese tipo
no se cansa de querer imponerse. ¡Imagínate que hasta ha acusado a nuestro presidente
de fascista por el simple hecho de que no nos hablaba de política durante
nuestras reuniones!
–Nunca voy a poder
superar el cinismo de ese energúmeno. Fíjate que durante nuestras reuniones se
la pasaba hablando de la igualdad y de la justicia como si fuese un gran
caudillo, y sin embargo no le temblaba la mano para aprovecharse de las pobres
chicas nuevas de la organización. Con mi caso ya tienes bastante ejemplo de lo
que acabo de decirte: los profesores me la tienen jurada por su culpa, en los eventos
culturales de la universidad siempre me ponen cualquier pretexto para no
dejarme participar… ¡incluso mis antiguos amigos de clases ahora me ignoran
para quedar bien con ese idiota! Por todos los cielos, como detesto su doble
moral: “¡no a la dictadura, abajo los explotadores y los saqueadores!”, siempre
repite como loro, y, sin embargo, él es el primerito en actuar como un dictador
y un corrupto. ¿Puedes creerlo? ¡Abrase visto tamaño descaro!
Nicolás oía
embelesado a Harleen. Ella podía ser muy apasionada cuando se lo proponía. Una vez
la joven de la castaña cabellera terminó de desahogarse, Nicolás rápidamente
desvió la mirada y comentó con un tono serio de voz. –Tienes razón, estamos
llenos de hipócritas y de mentirosos por todos lados.
–¡Ah, Nicolás! Me
siento tan liberada cuando hablo contigo. Eres el único que me entiende.
Gracias por siempre estar a mi lado.
–¡Claro que no!
–Nicolás súbitamente enrojeció–. Soy yo el que debería estar agradecido. Tú
eres la que me entiende a mí, la que siempre sabe cómo animarme. Incluso ahora
es gracias a tu idea que podemos estar aquí juntos, trabajando codo con codo en
favor de nuestros sueños…
–Ay, Nicolás, a
veces eres tan melodramático. Aun así, eres la mejor persona del mundo. En fin,
mejor no digo nada más que sino nunca vamos a acabar con el capítulo que
tenemos pendiente para hoy.
–Sí, tienes razón –Nicolás
respondió acompañándose de una corta risita.
Así siempre les
sucedía. Hablaban sobre lo que sea, se contaban sus penas y esperanzas, sus
ideas y pareceres, y al final siempre era Harleen la que daba por terminada la
conversación, aunque no sin antes soltarle algún elogio a su compañero. Nicolás
llegó a la conclusión de que esto último siempre sucedía cuando su amiga lo
descubría mirándola más de la cuenta, con unos ojos muy distintos a los que
debería poseer un chico que mira a su acompañante únicamente como a una amiga.
“Debo dejar de hacerlo, ella lo nota, se da perfecta cuenta de lo que hay en mi
interior, de este sentimiento que aflora desde lo más profundo de mi pecho y
que me corta la respiración… no quiero perderla, por nada del mundo quiero que
se aleje de mí. Debo sacrificarlo todo por el bien de nuestra amistad. Harleen,
me he enamorado de ti, cuanto lo siento. Todo es culpa de esta maldita soledad,
de mi débil y estúpido corazón tan hambriento de afecto. Pero tranquila… sé que
estás harta de que el mundo solo te vea como a una amante, tú misma me lo
contaste alguna vez, así que yo, yo… me sacrificaré por ti, me tragaré mis
sentimientos y los encerraré bajo siete llaves en lo más hondo de mi ser. Te lo
juro, es una promesa que jamás romperé. Solo, por favor, te lo suplico… solo no
te alejes de mí, no me dejes morir en la insoportable soledad”, Nicolás se dijo
una tarde luego de que Harleen volvió a ocuparse de su libreta para pulir el
guion que estaba preparando para el comic. Ella esta vez había cortado de forma
más abrupta que de costumbre la conversación. Nicolás no entendía el por qué;
él se había mostrado sereno y sosegado en todo momento, no había permitido que
sus emociones lo dominen ni por un segundo. Pero, aun así, Harleen acababa de
reaccionar como si él la hubiese estado devorando con la mirada. “¿Será que
esto ya escapa de mi control y que no puedo disimularlo por más que me
esfuerce? ¿Acaso mis ojos me han traicionado?”, Nicolás se lamentaba en tanto
intentaba volver a enfocarse en sus dibujos. Luego del incómodo acontecimiento
los muchachos ya no charlaron gran cosa hasta el final de la jornada, cuando
Harleen anunció que su taxi ya había llegado para recogerla.
Esa noche Nicolás
no pudo pegar pestaña. Se imaginó miles de escenarios posibles, en los que él
de alguna forma, ya sea directa o indirecta, le confesaba sus sentimientos a
Harleen. En algunas de sus proyecciones ella le correspondía, pero entonces la
situación se tornaba demasiado comprometedora. En dichas proyecciones él se
imaginaba a ambos acercándose el uno al otro y luego besándose, en un comienzo
con recato y con ternura, pero poco después con una creciente lascivia y anhelo
carnal. Él cortaba tales pensamientos en el punto en el que ambos empezaban a
desvestirse. Y es que seguir con aquello le resultaba una tortura francamente
insoportable. “Ella no me corresponde, eso es más que obvio. Pero aquí el único
que está en falta soy yo, por supuesto. ¡¿Cómo puedo exigirle que me
corresponda?! Yo traté de matarla, la amenacé con un cuchillo, por más que
ahora seamos amigos eso es algo que no puede olvidarse nunca. ¡Soy tan idiota,
tan, tan idiota!”, a estas alturas Nicolás se reprochaba a sí mismo, y acto seguido
pasaba a imaginarse la segunda posibilidad de la cuestión: cuando Harleen lo
rechazaba y luego se alejaba de él para siempre, tras acusarlo de haber roto su
confianza y de haber pretendido aprovecharse de la amistad que ella tan
desinteresadamente le había ofrecido. Una y otra vez las descritas reflexiones
se rebobinaron en su mente, y no lo dejaron en paz hasta el amanecer.
“Papá amó y se volvió un monstruo; ¡Maldito destino tan
cruel, ¿por qué me permitiste enamorarme?!”.

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