Capítulo 8: El tan ansiado día ha llegado, ¡la fiesta de quince años de Mandy! (3era parte)
El salón para la
fiesta fue ambientado como si se tratase del interior de un palacio de la
ciudad de los elfos de Rivendel.
Había arcos y portales de blanco mármol inmaculado y surcados con arabescos de
caprichosas formas que recordaban a hojas y tallos, las mesas estaban cubiertas
con manteles blancos adornados con entramados en hilo de oro que representaban
a antiguas runas de los druidas, las sillas eran blancas y de elegante y
puntiagudo espaldar alto… En el salón todo transmitía magia y encanto.
Rina y Xian recorrieron el hermoso recinto a paso lento, hasta que
llegaron a las gradas que daban al segundo nivel. Una alfombra roja con bordes
dorados cubría las escaleras. Rina explicó que por allí descendería Mandy del
brazo de sus padres luego de ser anunciada por el maestro de ceremonias, el
que, para sorpresa de Xian, se trataría de la misma Rina. Pero la sorpresa
mayor le llegó al poco rato, cuando Rina lo guio a un costado de las gradas.
Allí, emplazada en la cúspide de una pileta iluminada con luces ámbar, se
encontraba la estatua de Morgana, una doncella tan hermosa como el amanecer,
ataviada con la ostentosa vestimenta de una reina medieval. Tanto la estatua
como la pileta estaban hechas de mármol blanco. La estatua era iluminada directamente
por un reflector de luz que simulaba un aura dorada que la cubría desde el
cielo. La vista de todo el conjunto resultaba un espectáculo maravilloso para
los ojos. Y así se lo hizo saber Xian a su amiga.
Cerca de las nueve y cuarenta y cinco de la noche la mayoría de los
invitados ya estaban reunidos en el salón. Cuando Roberta y sus amigas
entraron, se toparon con que la mayoría de las mesas ya estaban ocupadas.
Deambularon un rato en busca de una mesa con tres asientos libres en los que
poder estar las tres juntas. En la mesa de una esquina, muy cerca de la pileta
coronada con la estatua de la reina hada Morgana, por fin encontraron lo que
buscaban. De hecho, de los quince asientos dispuestos en círculo alrededor de
la redonda mesa, solo cinco habían sido ocupados. Cuatro los ocupaban Samara y
su pandilla (Dani, Gabriela y Omar), en tanto el otro era ocupado por un
solitario Rigoberto. Tres asientos libres quedaban entre el que ocupaba
Rigoberto y el que ocupaba Samara. Allí se sentaron las chicas.
–Qué mala suerte tenemos, ¿verdad? –Samara le comentó en voz baja a
Roberta–. Todas las demás mesas ya han sido ocupadas y solo quedó esta, con el
monstruo ese sentado entre nosotras; ¡diablos, debimos haber entrado al salón
más temprano!
–Oye, no seas así. El pobre no se transforma en monstruo porque
quiera. Es más, ni siquiera es algo fortuito. Solo debemos evitar que se
refríe, aunque por lo visto no creo que necesite de ayuda alguna. Fíjate nomás
lo abrigado que está, con ese enorme saco encima del terno, y esa chalina beige
tan mullida. Además, esta mesa es la más alejada de la puerta, por lo que el
frío del jardín no llega hasta aquí. Yo creo que estamos a salvo.
–¡Dios! Ojalá tengas razón. Porque de solo imaginarme volver a tener
al frente a esa criatura verde tan horripilante… ¡ay! Creo que hasta me va a
dar un infarto.
Roberta intentó hablar en voz baja para evitar que Rigoberto la
escuche y por ende evitar herir sus sentimientos, pero Samara no tuvo la misma
delicadeza, y por el contrario despotricó a viva voz. Inevitablemente Rigoberto
escuchó los comentarios de Samara.
–Vamos, no te desanimes, Rigo –Bianca, que estaba sentada al lado de
Rigoberto, tuvo compasión de su compañero e intentó animarlo cuando vio que él
bajó la cabeza.
–No te molestes –Rigo por un momento levantó la mirada. Bianca se
encontró con un par de negros ojos tristes–. Todos ya han visto mi forma
monstruosa y jamás la olvidarán. Tendré que acostumbrarme a que todos en el
colegio me teman y se alejen de mí. Antes solo me habían visto transformado mis
padres y mi tío, pero ahora… en fin, ¿qué le voy a hacer?
–Yo no me he alejado de ti.
–Gracias –dijo Rigo, aunque aún con su tono triste y resignado.
–Por cierto, ¿cuántas veces te has transformado desde que comenzó tu
maldición?
–Solo dos, incluida esta última vez.
–Así que la otra fue la que mencionaste que solo te vieron tus
padres y tu tío.
–Ese día estábamos de visita en la chacra de mi tío. Yo me
encontraba dándole de comer a las gallinas, cuando un pollito se me atravesó en
el camino, y por no pisarlo perdí el equilibrio y caí en un charco de agua. De
inmediato me transformé. No recuerdo nada de lo que pasó después, pero mi padre
me contó que tuvo que atropellarme con el tractor. Por suerte mi tío es brujo y
conoce de hechizos y maldiciones, así que cuando me revisó mientras yo
permanecía inconsciente descubrió la naturaleza de mi maldición. Esa vez tardé
un poco en librarme de la gripe, dado que en la chacra no había las medicinas
necesarias para una curación inmediata. En vista de ello, a mi familia no le
quedó más remedio que encadenarme y encerrarme en el establo hasta que me
recupere del todo. Me acomodaron mucha paja y frazadas, así que no pasé frío.
En dos días me recuperé y ya no volví a transformarme. Desde ese día fui consciente
de la verdadera dimensión de mi maldición, y de que resfriarme era algo que
debía evitar a toda costa.
–Que maldición tan molesta, sí que lo es. No puedo creer que Daysy,
habiendo sido tu enamorada, haya sido capaz de hacerte algo tan cruel.
–Ah (suspiro), bien dice mi padre que no hay nada más terrible que
una mujer despechada.
–Es verdad. Las mujeres somos de temer cuando nos hacen enojar,
¡roar! ¡Jajaja!
–Juro que jamás volveré a hacer enojar a una mujer en mi vida, ¡ya
he tenido más que suficiente!
–¿Lo dices en serio? Mmm, pues que interesante –Bianca se tomó el
mentón.
–¿Por qué esa mirada maquiavélica, Bianca? ¿Qué estas planeando?
–Nada, esclav… ¡ejem! Nada Riguito lindo –Bianca sonrió y al mismo
tiempo le pellizcó una mejilla a su compañero.
–¡Glup! –el pobre Rigo tragó saliva.
Se hicieron las diez y media de la noche. De pronto las luces se
apagaron con excepción de un reflector que continuó iluminando la figura de
Rina, quien permanecía de pie y con un micro inalámbrico en la mano derecha.
Ella se hallaba justo delante de la pileta que contenía al hada reina Morgana.
–¡Buenas noches, damas y caballeros! ¡Ya estamos listos para el momento
más esperado de la velada! ¡Por fin se ha terminado la espera!
La melodía infaltable en todo quinceañero, el Danubio
Azul de Johann Strauss, sonó por los parlantes. Un sofisticado
dj fue el encargado de reproducir la pieza. Tal era la calidad del equipo de
sonido, que parecía estar siendo tocada en vivo.
En ese momento los reflectores apuntaron a lo alto de las gradas.
Allí, parados ante el borde del primer peldaño, aparecieron Mandy y sus padres.
El señor Harold tenía la cara bañada en sudor y miraba a todos lados con ojos
nerviosos. La señora Susan por su lado lucía con mucha seguridad un vestido
azul eléctrico de elegante diseño minimalista.
Por su parte, Mandy, la estrella de la velada, llevaba puesto un
vestido que le dejaba desnudos los brazos y la parte superior de la espalda,
así como los hombros. La parte superior del vestido se trataba de una hermosa
pieza de color rojo bordada con elaboradas tramas de diminutas figuras de rosas
y tallos. Un cinturón ancho de color dorado se ceñía a su esbelta cintura. Debajo
una falda roja de fina tela caía cual una cascada de sangre apasionada que
llegaba a cubrir sus pies. Un elegante collar, una hermosa pieza de orfebrería
en oro, le colgaba de su delgado cuello. Finalmente, bajo su alto moño, una
delgada corona dorada daba el toque final al atractivo conjunto.
De los brazos de sus padres Mandy bajó las escaleras a paso lento e
inseguro. Con una sonrisa trémula ella saludaba a todos los invitados. Se
sentía tan nerviosa que las piernas a duras penas podían sostenerla mientras
bajaba los escalones.
Una vez Mandy y sus padres descendieron al salón, Rina invitó al
señor Harold y a la señora Susan a decir unas palabras. Ellos agradecieron por
la fiesta y expresaron el orgullo y la alegría que les significaba ver a su
niña convertida en una guapa señorita. Acabado el emotivo momento, los padres
de Mandy fueron invitados a compartir la mesa con los padres de Rina. Ellos se
presentaron y saludaron. Tanto la señora Susan como el señor Harold se
sintieron más tensos que nunca. Aun así, lograron responder al saludo. Una vez
superaron los nervios, ambos se deshicieron en agradecimientos y halagos para
con los padres de Rina.
–¡Y bien, amigos y amigas! –Rina se llevó el micro a la boca. Ella, seguida
por el reflector, se situó al lado de la quinceañera–. ¡Ahora ha llegado el
momento que todos estábamos esperando! ¡La tradicional ceremonia del baile de
la quinceañera con su chambelán!! ¡Así que, sin más, señoras y señores, con
ustedes los chambelanes!! –Rina señaló hacia la mesa que compartían sus padres
con la familia Carpio. De esta se levantaron tres chicos: Max, Lorenzo y
Rodrigo, los tres bien acicalados y engalanados con sus mejores ternos.
–¡Fiu-fiuuu, están muy guapos los tres! –Rina exclamó–. Cuanto te
envidio, amiga –ella posó la palma de su mano derecha sobre el hombro desnudo
de Mandy. Esta última sintió un escalofrío.
–Je je –Mandy mostró una tímida sonrisa.
–¡Pero bueno! ¡Estimados y estimadas, en vista de que tres
chambelanes para una misma quinceañera es algo que definitivamente va en contra
de la tradición, he decidido realizar un pequeño concurso para elegir al que
será el chambelán oficial! ¡¿Quieren saber de qué tratará el concurso?!
La mayoría de asistentes manifestaron su aprobación por medio de excitadas
exclamaciones, gritos, emocionados silbidos y manos levantadas. Mandy se puso
blanca como el papel.
–Será algo sencillo. Los tres galanes bailarán la canción escogida
por nuestra querida amiga Mandy para la ocasión. Al final los tres se pararán
aquí al frente, y cada uno por turnos será aplaudido por ustedes. Por supuesto,
el que reciba más aplausos será el ganador.
La gente aprobó la propuesta con mucha emoción.
–Por último, para hacer el concurso más interesante, el ganador recibirá
un premio. Será algo simbólico, aunque a la vez muy significativo: un inocente
pico de nuestra hermosa quinceañera…
Si antes todos se habían emocionado, ahora se volvieron locos.
–Esa Rina es muy buena como maestra de ceremonias –comentó Estela
con Roberta–. A todos los tiene comiendo de la palma de su mano.
–Sabía que esa harpía estaba tramando algo. Pobre Mandy –Roberta se
lamentó.
–¡Alto, alto! Guarden la compostura, por favor –Rina elevó la voz.
Una vez los invitados se tranquilizaron, ella continuó–. Todavía es muy pronto
para emocionarse, amigos míos, ya que nada de esto será posible si Mandy,
nuestra estimada agasajada, nuestra compañera tan querida por todos, repito,
nada será posible si ella no da su aprobación. Y bien, Mandy. ¿Qué dices?
¿Podemos llevar a cabo el concurso? –Rina le acercó el micrófono a Mandy cerca
de su boca para oír su respuesta.
“¡Di que sí! ¡No seas aguafiestas, Mandy! ¡Solo será un piquito!
¡Queremos ver el concurso!”, la mayoría de invitados azuzaron a viva voz. “¡Di
que sí, di que sí, di que sí!”, a continuación, todos comenzaron a arengar, cual
si se tratase de las exigencias de una huelga.
Mandy comenzó a sudar frío. La luz de los reflectores que caía sobre
ella la cegaba y le hacía sentir calor. El bullicio de sus invitados la
aturdía. Sintió vértigo. Una desagradable sensación de frío recorrió su
espalda. Abrió los labios para contestar, pero las palabras no le salieron.
“¡Que diga sí, que diga sí, que diga sí!”, la gente continuó con sus
gritos.
–Yo…
–¿Sí? ¿Ya nos compartirás tu respuesta?
–Yo…
Los abucheos comenzaron. “¡No seas aguafiestas!”, algunos le
gritaron.
–Sí –Mandy respondió en un susurro. Rina de inmediato le quitó el
micrófono de la boca para que no pueda agregar nada más.
–No un momento, quise decir no. ¡Rina, quise decir no! –Mandy se
dirigió a su compañera, pero ella ya se había alejado hacia los participantes e
iniciado con las respectivas presentaciones.
“Mierda, yo quise decir no, ¡quise decir que no!”, Mandy se lamentó
para sus adentros. Los nervios la habían traicionado. Ella se sintió la mujer
más desdichada del mundo. Pensó en corregir su error, en ir a donde Rina,
arrebatarle el micro y decir en voz alta que no se prestaría para sus
tonterías. Pero no lo hizo. Ver a tanta gente expectante, a sus padres conversando
de lo más contentos con los padres de Rina, todo contribuyó a amedrentarla.
“Solo será un pico, no es tan malo… lo haré tan rápido que nadie notará que en
realidad no he pegado mis labios a los del que sea que gane. Sí, eso haré, mejor
dicho, solo eso me queda… ya es demasiado tarde para detener este estúpido
concurso”, ella se dijo resignada. En su lugar esperó impaciente a que comience
el concurso. Se sobó las manos con nerviosismo. Sus palmas sudaban a mares.
Mandy sintió escalofríos. Bajó la mirada.
Xian no lo podía creer. Aun así, tenía la sensación de que Mandy no
se encontraba para nada cómoda con todo aquello. Entonces reconoció a Max. Lo
recordó de la vez que en la que ambos coincidieron en la casa de Mandy, cuando
ella se encontraba enferma. “Ese buscapleitos, ojalá pierda”, él se dijo para
sus adentros. Cerró los puños y observó expectante. No pudo evitar sentirse
ansioso.
Rina se acercó al dj y le dijo algo el oído. Este último asintió con
un movimiento de cabeza.
–¡Muy bien, todo ya está listo! –Rina informó a los invitados por
medio del micrófono. A continuación, invitó a Mandy al centro del salón, el
cual había sido acondicionado como pista de baile. Todos los invitados se
pusieron de pie y rodearon la pista de baile. Tanto público observándola puso a
Mandy aún más nerviosa de lo que ya estaba.
–¡El primer participante: Rodrigo! –anunció Rina.
El mencionado hizo su ingreso a la pista de baile. Nervioso, él
levantó sus temblorosas manos y tomó las de Mandy. Ella estaba ensimismada en
sus pensamientos, por lo que al sentir que le cogían las manos, encima con unas
manos gordas y sudorosas, no pudo evitar soltar un respingo.
“Mi plan salió a la perfección. Sabía que dirías que sí, aunque no
quisieras: la insistencia de la gente, los nervios, la presencia de tus padres,
la fastuosidad de la fiesta; ¡todo te jugó una mala pasada, moradita! Una mente
débil siempre cede ante la presión del momento: simple psicología básica, baby. Y bueno, Xian querido, respecto a
nuestra apuesta, te estaré esperando en mi dojo”, Rina se jactó para sus
adentros. Una tenue sonrisa se dibujó en su rostro.
–¡Eh, ¿ya vamos a bailar?! –Mandy preguntó sobresaltada.
–¡E-eso cre-creo! –Rodrigo se contagió de los nervios de Mandy.
–¡Suéltame la música, dj! –Rina exclamó.
Thinking Out Loud de Ed Sheeran se oyó en el salón. Rodrigo levantó las manos, con
las manos de Mandy entrelazadas entre las suyas. Comenzaron a bailar, mediante pasos
lentos hacia los lados. Entonces Rodrigo se soltó de una de las manos de Mandy
y la posó en su cintura. Lo hizo lentamente y con cautela, pero aun así Mandy
se sorprendió por aquello. La verdad es que no se esperó tal atrevimiento por
parte de alguien tan tímido como Rodrigo. Por puro instinto ella se apartó.
Luego se arrepintió de su comportamiento al ver como Rodrigo se entristecía.
–Perdóname, es que estoy tan nerviosa –Mandy se disculpó.
–No-no te preocupes –Rodrigo contestó.
Siguieron bailando a ritmo lento y pausado, cuando en eso Mandy notó
que uno de los zapatos de Rodrigo se había desatado.
–Rodrigo –Mandy le dijo.
–¿Quién, yo?
–¡¿Quién más está aquí, estúpido hongo gordo?!
–Di-dime…
–Tienes el zapato desatado.
–¿Eh? –Rodrigo se mostró sorprendido. Los ojos se le abrieron como
platos y él se sonrojó.
–Que tienes un zapato desatado, ¡sordo!
–¡Oh, Mandy! ¡Este es el día más feliz de mi vida!
–¡¿Ah?! ¿De qué mierda me estás hablando?
–Yo también te amo.
–¿Qu-qu-qué? ¡¿Qué has dicho?! –Mandy retrocedió violentamente. Ella
lucía aterrada. En su trayecto pisó uno de los pasadores de Rodrigo. Él perdió
el equilibrio y cayó hacia adelante.
Mandy soltó un alarido y se hizo a un lado. Su habilidad para
esquivar la salvó. Rodrigo se fue de bruces contra el suelo.
“¡Ouch!”, la gente exclamó. “¡Terremoto!”, alguien bromeó por lo
bajo. Algunas pocas risas apagadas celebraron la ocurrencia. Mandy entonces se
percató de que muchos filmaban el baile con sus celulares. –¡Qué vergüenza! –ella
murmuró, y se purpurizó. No se dio cuenta de su actuar, pero lo cierto es que
en aquel momento la joven púrpura tenía los puños cerrados.
–¡El segundo participante: Lorenzo! –Rina exclamó una vez finalizó
la participación de Rodrigo.
–No intentes nada raro, desgraciado –Mandy le advirtió apenas
Lorenzo estuvo a su alcance.
–¡Lánzame esa canción, dj! –indicó Rina.
La misma canción del primer baile volvió a sonar. Desde un comienzo
Lorenzo posó una mano en la cintura de Mandy, y la otra en su hombro desnudo.
Sin más opciones, a ella no le quedó más remedio que adecuarse a la postura de
su pareja de baile.
–Mandy, este ya es el día más feliz de mi vida, aunque… si gano el
concurso y puedo tener el enorme placer de rozar tus tiernos labios: ¡ah! ¡En
ese momento estaré en el paraíso!
–Para eso primero tendrías que morirte…
–Me muero por ti, mi chiquita.
–¡Pues ya muérete de una vez, loro desplumado!
–Eres mala conmigo, Mandy. Pero sé que detrás de esa máscara de
frialdad e indiferencia, en el fondo me amas –Lorenzo insistió, y como quien no
quiere la cosa, deslizó su mano hasta más abajo de la cintura de Mandy.
–¡Grrr! –Mandy rechinó los dientes hecha una furia.
“¡SLAP!”, ante la sorpresa de todos los presentes, Lorenzo recibió
un sonoro bofetón. Muchos de los invitados se echaron a reír, algunos con
sonoras carcajadas.
–¡Tú tienes la culpa por querer pasarte de listo! –Mandy se defendió
ante la triste mirada que le dirigió Lorenzo.
–Bailemos, Mandy. ¡Siente mi ritmo! –de pronto Lorenzo recuperó su
buen humor. Cogió a Mandy de la cintura e imprimió mayor velocidad y
atrevimiento a sus movimientos. Mandy fue agarrada por sorpresa, de modo que no
le quedó más opción que dejarse llevar. Algunos aplausos, silbidos y
comentarios de ánimo se oyeron entre el público.
La canción estaba por terminar. Lorenzo vio su oportunidad. Echó a
Mandy hacia atrás y acercó sus labios a los de ella.
–¡Idiota! –Mandy exclamó, y le propinó a Lorenzo una patada en donde
más le duele al hombre. El pobre retrocedió tomándose el área afectada. Mandy
lo contempló con los brazos cruzados. Al final él cayó de rodillas.
–¡Cielos, vaya final para más impactante! ¡Estuvo de película! –Rina
exclamó. “La cosa está saliendo mucho mejor de lo que me esperaba. Si me pasara
esto a mí… ¡uff! A estas alturas yo ya estaría muerta de la vergüenza,
¡jajaja!”, para sus adentros ella se regocijó de lo lindo. Todos estallaron en
carcajadas al ver lo sucedido en la pista de baile. Solo los padres de Mandy se
mostraron avergonzados y sin saber dónde ocultarse.
–Tienen una hija muy ocurrente –comentó la señora De La Riva.
–¿Sí? Je je… –la señora Susan rio con nerviosismo.
–¡Y finalmente, el tercer y último participante: Max! –anunció Rina
esta vez.
La música comenzó; otra vez la misma canción.
–Y aquí estamos, ¿eh, Mandy? –Max fue el primero en hablar mientras
bailaban.
–Sí…
–¿Qué te parece tu fiesta hasta ahora?
–No me quejo, bro.
–Mandy, ¿recuerdas que hace unos días te comenté que tenía algo que
decirte?
–¿En serio? –Mandy mostró poco interés. Pero de pronto se purpurizó.
Presentía lo que se venía.
–Yo, este… ¿sabes? Desde hace mucho yo me he dado cuenta de que, de
que yo… estoy enam…
–¡Pongámosle más sabor al baile, Max! –Mandy lo interrumpió. Ella
cogió a Max por la cintura e inició una frenética danza. Max le siguió el
ritmo. La gente comenzó a aplaudir, contagiados del ahora animado baile.
–¡Vaya! Qué diferencia con los otros dos bailes, ¡hasta parece que
lo disfrutara! –Martina comentó con Xian. Él no respondió nada, pero sus puños
se apretaron aún más fuerte. En ningún momento su mirada se despegó de la
pareja que en ese momento danzaba en medio de la pista de baile.
Acabó la canción. Aplausos y exclamaciones de ánimos reverberaron
por todo el salón. La gente había quedado emocionada. El bullicio era total.
–¡Vaya, vaya! –Rina se llevó el micrófono a la boca–. ¡Por lo visto
ya tenemos al ganador!
Los invitados aumentaron la intensidad de sus aplausos, vítores y
demás muestras de apoyo.
–Bien, bien –Rina ingresó a la pista de baile. Los reflectores
iluminaron a Mandy y a Max–. ¡El ganador! –Rina levantó la mano derecha de Max
en alto. Más aplausos y vítores se oyeron por todo el salón–. Y ahora, damas y
caballeros, la recompensa esperada: ¡el tan ansiado premio! –dicho esto, Rina
se apartó a un lado. Los reflectores continuaron alumbrando a la pareja. El
silencio se hizo total.
–Mandy –Max fue acercando su rostro al de ella.
–Max, no quiero hacer esto, por favor entiend…
Antes de que Mandy pueda terminar de hablar, Max la besó en la boca.
Fue un beso fugaz, suave; ella apenas lo sintió. Max apartó los labios tan rápido
como los atrajo. Sin embargo, ya estaba hecho, el pico había sido dado.
“¡Owww!!”, los invitados expresaron su emoción. Mandy se purpurizó.
Miles de emociones pugnaban en su interior. Ella sentía vergüenza, frustración,
humillación, ira. Al final esta última emoción fue la que terminó imponiéndose
a las otras.
Mandy no dijo ni una palabra. Era tanta su rabia por lo sucedido que
se le hacía insoportable. Aun así, intentó controlarse, no explotar. Sin
embargo, cuando viró el rostro para no encarar a Max y así evitar recordar el
beso, miró a Rina. Ella sonreía, era una sonrisa de satisfacción, de satisfacción
a su costa. –Rina –Mandy gruñó–, ¡me las vas a pagar!! –acto seguido ella
exclamó a todo pulmón. Mandy no se dio cuenta, pero encima de su cabeza acababa
de aparecer la nube de la mala suerte. Tal fue su ira desatada cuando gritó,
que la nube concentró una enorme cantidad de energía negativa en un relámpago,
uno más grande que cualquier otro que hasta entonces haya podido lanzar.
La descarga fue lanzada con una velocidad impresionante, e impactó
en el pecho de Max. Él se miró el pecho desconcertado, luego levantó el rostro
y observó a Mandy con expresión perpleja.
–No, no, no… ¡NO!! ¿Qué he hecho? –Mandy se tomó de los cabellos.
Acababa de recordar la advertencia de la hechicera Asura. “A más potencia tenga
la descarga, más peligroso será para quien la reciba”. “No, no, ¡definitivamente
no! No quiero que Max sufra por mi culpa, ¡no puedo permitirlo!”, ella se dijo
presa del pánico. Sabía que tenía que actuar, y rápido. “…debo advertirte que
mientras más potente sea la descarga de tu nubes
profugus, la muestra de afecto que brindes como antídoto deberá ser más
intensa. Así que, si se llega a dar el caso, olvídate de los remilgos y ponte
manos a la obra, o antes de que te des cuenta ya será demasiado tarde”, la
pobre recordó esta vez. No había tiempo que perder. Asura le había advertido muy
claro que para neutralizar los efectos del relámpago de la mala suerte ella
debía de actuar lo más pronto posible. De modo que no se lo pensó dos veces.
Mandy sabía lo que tenía que hacer. Max además era su amigo desde que eran
pequeños; dicha circunstancia fue la que finalmente consolidó su convicción de
no permitir que por su culpa el pobre termine lastimado, herido, o incluso algo
mucho peor.
Todos se quedaron boquiabiertos cuando Mandy se acercó a Max y, tras
sostenerle las mejillas con las manos, le estampó un prolongado beso. El
primero en sorprenderse fue el mismo Max. Él se quedó petrificado en su lugar,
incapaz de reaccionar.
Xian por su parte no podía dar crédito a lo que acababa de ver. En
un primer momento él creyó que aquello se trataba de una ilusión, de una mala
pasada de su imaginación.
–No me lo puedo creer: ¡Mandy se chapó a Max sin ningún reparo! ¡Es
increíble!! –Martina chilló fuera de sí.
Xian no pudo soportarlo más. Se puso de pie y abandonó el salón casi
corriendo. En ese momento su cabeza era un mar de dudas, de preguntas y sobre
todo de decepción, aunque no sabía explicarse el porqué de esto último, o,
mejor dicho, no quería hacerlo.
–¡Xian! –una preocupada Martina fue tras él. El resto de los chicos
en la mesa simplemente los observaron alejarse. Ninguno entendió lo que les pasaba.
La nube de la mala suerte desapareció al poco rato.
Sintió todas las miradas clavadas en su persona. Mandy jamás había
pasado por un momento tan incómodo como ese en toda su vida. Quería que la
tierra se la tragase, desaparecer sin dejar rastro, que todos se olviden de
ella para siempre. O aún mejor, quería retroceder en el tiempo y nunca haber
aceptado la proposición de Rina de hacerle su fiesta. Pero ya era demasiado
tarde para arrepentimientos. Lo hecho, hecho estaba y ya no había más vuelta
que darle. En un primer momento Mandy quiso huir, salir corriendo de aquel
infierno sin siquiera mirar atrás. Pero entonces se fijó en sus padres, en sus
amigos, en todas las personas que habían venido para su fiesta. “No puedo
hacerlo, debo aguantar”, Mandy se dijo resignada.
–¡¿Por qué tanto silencio?! ¡Esto es una fiesta, no un funeral!
¡Suéltame ese remix, dj! –Rina exclamó de pronto. “Ju ju, tenía un puñado de
sorpresitas más bajo la manga, en caso que lo del concurso de baile no cumpla
con mis pronósticos, pero lo sucedido ha excedido con creces mis expectativas.
Alégrate, moradita, ya no tendrás que sufrir más”. Apenas Rina dio la señal, los
reflectores se apagaron. Una mezcla de música urbana invadió de pronto todo el
salón–. ¡Vamos a bailar! –Rina sacó a Lorenzo al centro de la pista de baile.
Las luces de colores comenzaron a girar, neblina blanca salió de máquinas
especiales, y luces parpadeantes le dieron el toque psicodélico al salón. La
gente pronto se animó y muchos salieron a bailar.
“¡Perfecto! Las cosas resultaron mil veces mejor de lo que planeé… no
entiendo lo del apasionado chape, pero intuyo que Mandy lo hizo por alguna
razón lógica y no por simple apasionamiento. En fin, qué más me da. Lo único
que me importa es que seguro Xian lo vio todo y por eso ahora ya no se le ve por
ningún lado. ¡Ah, estoy feliz, tan feliz!! ¡No hay duda de que las mejores cosas
no se planean, simplemente suceden y te sorprenden!”, Rina pensó jubilosa.
Estaba tan contenta y ensimismada en sus pensamientos, que pasó por alto el
atrevido y pegadito baile que en ese momento Lorenzo le ofrecía.
–…y pensar que al día siguiente de mi transformación en el colegio
la policía me citó a la comisaría para hacerme preguntas como si fuese un
criminal, ¿se puede ser más desgraciado que yo? –Rigoberto se lamentaba con voz
deprimida.
–¡Basta ya! Olvídate de una buena vez de lo que ya pasó y mejor
vamos a bailar, ¡ven! –Bianca se puso de pie y tomó la mano de Rigo.
–Oh, no, que yo no sé bailar. Solo haré el ridículo –Rigo se excusó
con su típica vocecilla apenas audible.
–¡Déjate de tonterías y mejor vamos a bailar, o me voy a enojar
contigo! Y tú no quieres volver a hacer enojar a una chica, ¿verdad? –Bianca le
increpó con el ceño fruncido.
–¡Ah! Está bien, vamos a bailar –resignado, Rigoberto se puso de pie
y se dejó llevar por Bianca hacia la pista de baile.
Mandy bailó por un buen rato con Max. No le gustaba el reggaetón,
pero sentía que en ese momento lo necesitaba. “Esta música es como un licor
barato para ahogar las penas, ¡y vaya que ahora necesito embriagarme!”, ella
reflexionó. Comenzó a bailar con más ganas. Improvisó pasos y hasta se animó a
tararear la canción de turno. Llevó a Max hacia donde Roberta y Estela bailaban.
–¡Y vente pa´ la rumba! –cantó a viva voz, y se contorneó hasta el suelo al ritmo
de la rítmica melodía–. ¡Hasta abajo, Roberta! –le dijo a su amiga. Roberta al
poco rato la imitó.
–¡Estas que das la hora, Mandy! –Roberta le dijo con una sonrisa.
–Es mi gran fiesta, amiga, ¿qué esperabas? –Mandy le respondió, y a
continuación rio cual una desquiciada. Entonces Roberta lo supo, pues conocía
demasiado bien a su amiga como para dejarse engañar: Mandy reía por fuera, pero
por dentro la tristeza la embargaba, y su corazón lloraba desconsolado.
🤩 Si te gustó el capítulo, no te olvides de hacérmelo saber en los comentarios y de recomendarlo con tus amigos. ¡Hasta la próxima! 👋
😻¡Infinitas gracias por leerme!😻


Comentarios
Publicar un comentario