El habitante de la luna
Esta madrugada me he despertado agitado y sudando frío.
Tuve una pesadilla de lo más extraña. En mi sueño yo era un ser de manos
blancas y escamosas. Vivía en una inmensa metrópoli futurista, con enormes
rascacielos y autos voladores. Miré al rojizo cielo, hacia el enorme sol
carmesí que comenzaba a ocultarse en el horizonte. Aquel atardecer de pesadilla
yo me encontraba ante un pelotón de fusilamiento. Apreté los puños de mis manos
enmarrocadas, traté de controlar mi agitación, sentía que me ahogaba. Nada contribuía
a darme ni la más mínima pizca de paz, ni los soldados de pulcros uniformes
verdes, de caras blancas y de rasgos reptilescos, ni la pétrea mirada de ojos
amarillos de basilisco con la que me miraba el comandante del pelotón. Él
mantenía sus botas juntas y con una de sus manos sostenía una vara en alto.
Intuí que cuando la bajase mi destino quedaría sellado. ¿Por qué aquellos
extraterrestres querían acabar con mi vida? Ahora que lo recuerdo, ellos
también tenían las manos blancas y escamosas… de modo que yo era uno de ellos,
uno más de su raza. ¿Por qué me trataban así siendo hermanos de la misma
especie? Pronto el comandante respondió a mi pregunta, cuando empezó a enumerar
los cargos por los que se me condenaba. Solo entendí las palabras “alta traición”
y luego las palabras “mala influencia para las tropas”. Poco después el
silencio volvió a reinar en aquel patio de cuartel. El comandante bajó su vara.
En ese momento, de las largas y amenazantes armas de brillo plateado y luces
parpadeantes salieron sendas descargas relampagueantes en dirección hacia mí.
Instantes después todo se me hizo negro. Por un breve instante llegue a sentir
el desolador vacío eterno de la muerte. Luego abrí los ojos y me encontré en mi
habitación, como ya dije, agitado y sudando frío, como si acabase de salvarme
por los pelos de las terribles fauces dentadas del dios del inframundo.
Durante el trayecto hacia mi trabajo, apoyada mi cabeza
contra la ventana del ómnibus del transporte público, yo meditaba sobre el
sentido que podría tener aquel sueño. Alguna vez leí algo sobre los sueños,
sobre que tienen un significado secreto que es necesario descifrar para poder
comprender los miedos y anhelos de nuestro yo más interno y profundo. Un mundo
futurista, yo convertido en un criminal extraterrestre, en un traidor, y además
condenado a la pena máxima… ¿qué significado puede tener todo esto? Analicé mi
vida mientras contemplaba el bullicio del tráfico durante aquella ajetreada
mañana en la avenida Independencia. Había tenido una infancia tranquila: hijo
único, dos padres que trabajaban prácticamente todo el día, pero que aun así siempre
trataban de darse un tiempo para mí, compañeros de escuela algo alocados, pero
en el fondo buenos tipos… nada que pudiese considerarse como un trauma de
consecuencias terribles para mi yo actual. Una vez que me gradué del colegio no
sabía qué hacer con mi vida. Postulé a la universidad nacional, a ingeniería
industrial; no ingresé. De allí decidí probar suerte en una carrera técnica.
Quería empezar a trabajar lo más pronto posible. Culminé un curso de
administración de empresas, de allí me dediqué a buscar trabajo y tras varios
meses finalmente conseguí hacerme con una plaza en un banco. Desde ese entonces
trabajo atendiendo gente en una ventanilla, desde las nueve de la mañana hasta
las seis de la tarde, a veces un poco más cuando se me presenta el riesgo de no
poder cumplir con las metas exigidas por el banco. Mis padres estaban tan
orgullosos de mí, soy hijo único después de todo, es perfectamente entendible
que lo estén a pesar de mi mediocre progreso en esta vida. Aun así, yo siempre
les agradeceré por su incondicional apoyo. Lástima que tanta felicidad no podía
durarme para siempre, pues hace un par de años mamá murió de coronavirus y poco
después le siguió papá. La pandemia me golpeó muy fuerte. Ahora ya la gente
comienza a rehacer sus vidas, incluso se ha levantado la norma que obligaba a
usar las mascarillas. Qué remedio, la vida continua a pesar de todo. ¿Será la
muerte de mis padres la razón de esa pesadilla tan terrible? Es posible, aunque
lo cierto es que ya ha pasado mucho tiempo y yo creí ya haber superado sus
decesos. Por otro lado, desde que comenzó la pandemia perdí prácticamente todo
contacto con mis amigos. No es que tuviese muchos, pero al menos tenía algunos.
Ahora yo… ahora solo tengo a mi trabajo. “Sí, tal vez se trate de esto”, pensé.
La soledad es un monstruo que golpea muy fuerte. Mi vida tan ocupada no me había
permitido percatarme de ello. Recién ahora, faltando unas pocas cuadras para
llegar a mi centro de labores, es que lo he notado. Sí, la soledad, la fría y
dura soledad…
Salí de mi trabajo pasadas las siete y media de la noche.
Otro día de agotador trajín en el banco. A veces me pregunto sobre el sentido
de todo esto. Digo, me levanto, me ducho, desayuno, me alisto para ir a
trabajar, me paso prácticamente todo el día en el banco, salgo agotado, voy al
gimnasio, me ejercito un poco, me vuelvo a duchar, regreso a mi casa, veo un
poco de televisión mientras preparo y como la cena, luego caigo rendido en mi
cama, y así todos los días hasta el domingo, día en el que me la paso viendo
series y películas todo el día, hastiado de salir, con ganas de no levantarme
ni de hacer nada. Repito, ¿Cuál es el sentido de todo esto, de esta rutina
monótona y descolorida? Veo a mi alrededor y compruebo que la vida del resto de
la gente no difiere demasiado de la mía. Uno que otro detalle distinto (hijos,
otros trabajos, otras ocupaciones en sus pocos ratos libres), pero en el fondo
todos tan atrapados en una rutina igual de repetitiva y obstinada, como si
fuésemos casetes que nos reproducimos en las mañanas y nos rebobinamos durante
las noches para al día siguiente volver a reproducir la misma canción. Llegué
al gimnasio, me cambié y guardé mi maletín en mi casillero. Una vez más a
realizar la rutina de pecho. Dios, “rutina”, esa maldita palabra ya me tiene
harto.
El domingo decidí hacer algo diferente, ya cansado de repetir
siempre la misma melodía. Me fui al parque de Selva Alegre, a ver si respirando
un poco de aire fresco me despejaba un poco. Recorrí el parque, los juegos para
niños, los caminos, el lago con sus barcas navegando perezosamente… me senté en
una banca frente a las calmadas aguas, cerca de un resbalón de concreto.
Mientras observaba a un tipo pedaleando en un pequeño bote se me ocurrieron
cosas de lo más extrañas. Verán, el tipo por más que pedaleaba no lograba
avanzar, terminaba yendo en círculos y eso era tan desesperante que llegué a
sentir lástima por el pobre. Esos botes han sido diseñados para que los manejen
dos personas, pues una sola difícilmente puede avanzar. Aun así, ese tipo se
subió solo al bote. Vamos, no lo culpo ni nada, probablemente no tenía a nadie
que lo acompañe, pero de todas formas quiso subirse. Estaba en todo su derecho,
¿es que acaso los solitarios tienen prohibido el divertirse? Aunque, cielos, el
tipo seguro que terminó arrepintiéndose de haberse subido solo. Diversión mis
cojones. En fin, ver a aquel tipo me hizo pensar en muchas cosas. Por ejemplo, que
la vida es como aquel bote, pues muchas veces vamos en círculos y no avanzamos
en lo absoluto. Sin embargo, allí no quedó la cosa, pues hacer dicha
comparación me llevó a preguntarme: ¿qué es avanzar? ¿Cómo podemos asegurar que
“estamos avanzando”? El tiempo puede ser tan cruel, el tiempo… Einstein hablaba
de la relatividad, de que no existe nada absoluto en el universo. Su postulado
y el bote yendo en círculos me llevaron a plantearme una teoría de lo más
perturbadora. De pronto se me ocurrió que el tiempo es un invento del hombre,
que en realidad el pasado y el futuro no existen, que lo cierto es que todos
nosotros únicamente vivimos en un eterno presente en el que ya todo está
escrito. Lo que hacemos, nuestras decisiones… todo, absolutamente todo ya está escrito,
y nosotros simplemente somos marionetas que seguimos el guion establecido por
una fuerza mayor tan basta que nuestra limitada capacidad no nos permite
distinguir en lo absoluto. Oh, mierda, ahora entiendo a qué se refieren cuando
dicen que el mayor secreto para ser feliz es mantenerse en la ignorancia… ¿Qué
me está pasando? ¡Yo jamás he tenido pensamientos sobre estas cosas tan
complicadas!
Últimamente no he podido dormir bien. Cada vez he tenido
más pesadillas con mi versión alienígena. En ellas vivo su día a día, su
creciente sufrimiento y descontento, siento en carne propia el amargo sabor que
le deja el sanguinario estilo de vida escogido por su raza. Conquistadores de
mundos, una raza guerrera que vive de la matanza, de los placeres desenfrenados
durante las celebraciones por las victorias, víctimas de un lavado de cerebro
permanente que les hace ver el camino de las armas como el único correcto y
determinante para poder dotar de valor a sus mortales existencias. Amor a la
patria es tomar las armas y salir al campo de batalla sin rechistar. Esa es la
máxima de vida de los drumorianos… oh, ya lo recordé, sí, así se llama la raza
a la que pertenece el yo de mis pesadillas. Allí yo traté de cambiar las cosas.
Me vi boicoteando eventos, irrumpiendo en las clases de los cadetes, haciendo
convocatorias para marchas y desmanes en favor de una vida más pacífica y
feliz, no solo para nuestra raza, sino que sobre todo para el resto de razas
del universo. Y es que las barbaries cometidas por los nuestros contra las
razas conquistadas son algo que me escarapela todo el cuerpo. Si me preguntasen
cómo me imagino que es el infierno, yo respondería sin dudarlo que como los
campos de concentración de los drumorianos. En fin, pocos sueños después
descubrí que si mis hermanos aguantaron por tanto tiempo mis insubordinaciones únicamente
fue porque yo era un reputado científico en el campo de la tecnología militar. Ahora
que lo pienso bien, yo contribuí en gran medida a proveer de lo necesario a los
nuestros para poder perpetrar sus inmisericordes masacres. Maldita sea, ¿por
qué siento este opresivo cargo de conciencia? El yo alienígena de mis sueños no
es real, el haber ofrecido mis conocimientos para el triunfo del dolor y la
miseria no es algo que yo en la vida real haya hecho o pudiese hacer jamás. Aun
así, la sensación no se va, sigue aquí, oprimiéndome el pecho, sin dejarme en
paz. Y las pesadillas continúan, cada vez más vividas y terribles.
Hace unas noches tuve un sueño de lo más perturbador. Mi
yo alienígena presentía que la paciencia de su raza estaba por agotarse, y por
ende que su final estaba cada vez más cerca. En vista de ello es que el yo de
mis sueños decidió tomar sus medidas. Lo que más temía en el mundo era que luego
de su muerte su sueño quedase en el olvido. Paz y justicia para el universo,
¿es tanto pedir? Su legado, el legado de mi yo drumoriano no podía simplemente
desaparecer, él no podía permitírselo bajo ningún concepto. Es por ello que
transfirió su conciencia, todos sus conocimientos, pensamientos y recuerdos, a
un diminuto dardo cibernético. Su objetivo era sencillo: lanzarlo al espacio
dentro de un dron inteligente para que busque a un receptor a quien poder
inocularle el líquido dentro del dardo que contenía su legado. La orden que le
dio mi yo alienígena fue la siguiente: “si encuentras un mundo que cumpla con
al menos veinte de las doscientas especificaciones que grabé en tu memoria
artificial, allí deberás buscar al heredero de mi legado”. ¿Qué es el alma? ¿Es
acaso un cúmulo de datos y recuerdos? ¿Es su alma lo que mi yo drumoriano
transfirió al dardo? Si ese es el caso, entonces yo no puedo evitar el
preguntarme: ¿qué es en realidad la existencia? Yo soy mis recuerdos, mis
experiencias, pensamientos y conocimientos… pero ahora tengo estas pesadillas
con una versión mía de otro planeta. ¿Quién es el verdadero yo? ¿Sigo siendo
William Isley, el humano que trabaja en una ventanilla de banco y que vive una
monótona vida en la ciudad de Arequipa? ¿O ahora soy algo distinto, algo más
que William Isley? Lo único que me tranquiliza es que nunca recuerdo al
despertar como se llamaba mi yo alienígena. Sé que tiene un nombre, recuerdo
que en mis pesadillas lo nombran con uno. Sin embargo, nunca lo recuerdo
durante mi estado de vigilia. No saben el alivio que eso me da. Sin un nombre
su presencia en mi cabeza se reduce al concepto de un mero sueño y nada más.
Por ahora podré seguir creyendo que sigo siendo el yo de siempre.
La anterior noche tuve un sueño completamente distinto.
Atrás quedaron las pesadillas con mundos extraterrestres y con razas guerreras
y sanguinarias. Esta vez soñé con mi ciudad, conmigo recorriendo sus calles
durante la noche, buscando criminales para impartir justicia. El legado de mi
yo alienígena parece haber sido heredado por esta nueva versión mía de mis
sueños. Esta vez yo era humano, o al menos eso quiero creer, aunque lo cierto
es que en mi sueño podía saltar sobre el aire, hacerme invisible, lanzar un láser
congelante de los ojos, además de que poseía una gran fuerza, agilidad y
resistencia… mentí, durante mi infancia si me sucedió un hecho traumático. Una
noche salí tarde de la casa de un amigo. Mi casa no quedaba tan lejos, así que
decidí volver a pie. En un parque poco iluminado me interceptaron unos tipos.
Uno me golpeó en el estómago en tanto el otro me rebuscó en los bolsillos. Al
final me robaron mi celular y unas pocas monedas que guardaba. Por semanas no
pude dormir por culpa del terrible susto; hasta llegué a pensar que esos
miserables no eran humanos, sino monstruos ansiosos por alimentarse con mi
miedo y mi dolor. Desde ese entonces siempre les he tenido rencor a los
delincuentes de mi ciudad. Al menos este sentimiento es propio y no parte de un
“legado”. En fin, en mi sueño, durante aquella noche en la que asumí el rol de
vengador justiciero, conseguí hacer escarmentar a varias escorias. Admito que aquello
me hizo sentir muy bien.
Esta mañana me dirigía a mi trabajo en el transporte
público. Iba de pie, colgado de un pasamanos y sumido en mis pensamientos,
cuando en la radio presentaron una noticia que me dejó en shock. El locutor
hablaba del hallazgo de numerosos cadáveres cercenados y congelados en
distintos puntos de la ciudad. Como única pista para poder identificar al perpetrador
la policía halló la cinta de una cámara de seguridad. Según el hombre de la radio,
la cámara captó a un tipo vestido con un extraño traje negro y de corte
futurista descendiendo de la luna, y segundos después abatiendo con afiladas
hojas con forma de media luna que separó de la zona de sus orejas a un tipo que
acababa de robarle a un transeúnte. Por todo rostro el asesino tenía una media
luna de celeste resplandor y dispuesta en forma horizontal a la altura de los
ojos. “¿Qué rayos acabo de ver? ¿Se trata acaso de un habitante de la luna que
ha decidido descender a la Tierra para acabar con la delincuencia?”, el locutor
se preguntó francamente perplejo. En ese momento yo llegué a preguntarme si
seguía soñando. Mis dudas no duraron demasiado. El bocinazo de un auto pronto
se encargó de devolverme a la realidad. Frío sudor comenzó a descender por mi
frente, un helado y muy real sudor, tan real como la voz del desconcertado
locutor que continuaba hablando por la radio.
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😻¡Infinitas gracias por leerme!😻

Gran relato. Lo insto a que haga una versión sobre un druomoriano que soñaba que era un humano que trabajaba como dependiente en un banco...
ResponderEliminarMuchas gracias por leerme. Me alegra que te haya gustado mi historia. Y sobre el aporte, muy interesante, lo tendré en cuenta para un futuro relato.
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