Solitario Escarlata
–¿Por qué nunca
me dejas en paz? –preguntó la chica.
–No puedes escapar de mí, Rea –respondió la voz.
–Eras todo para mí, yo jamás quise hacerte daño, en cambio tú…
–Déjalo. Lo suyo ya jamás podrá ser.
–¡Tú qué sabes!
–Lo sé todo sobre ti.
–No sabes nada de mí.
–Siempre estoy contigo. Veo a través de ti más claro que el agua.
–Todo el tiempo en el amor me han pisoteado, me han hecho sufrir, me han
maltratado, abandonado; a nadie le he importado jamás.
–Eso no es cierto.
–A veces quisiera irme a cualquier parte, con tal que sea lo más lejos
posible de aquí. Yo… quisiera salir una noche y no volver jamás.
–¿Por qué quieres hacer eso?
–¿No te das cuenta? ¿Y así dices que me conoces? ¡Quiero huir de ti!
–Te seguiré hasta el fin del mundo si es necesario. Sabes que a donde vayas
yo siempre estaré a tu lado.
–Peleé con mi madre en pos de salvar nuestro amor. Me alejé de ella a pesar
de que era mi única familia directa. ¿Y tanto para qué? ¡Todo se fue a la
mierda!
–Eres tan terca que jamás admitirás que ella tuvo razón.
–¡No es cierto! ¿Es que no tengo derecho a enamorarme?
–Reclámale eso a su tumba.
–¡Oh, eres tan despreciable! ¡Te odio!
–Tal vez si de una buena vez te dignases a visitarla en el cementerio, ella
quizá te perdone por haberla abandonado.
–¡No la abandoné! Solo me alejé… ella no aceptaba mis sentimientos.
–Solo quería lo mejor para ti. Ese chico no te convenía. Y vaya que tuvo
razón.
–¡No, no, y mil veces no! Es culpa del mundo que está contra mí. Está
escrito en las estrellas que yo jamás podré ser feliz. Te aseguro que el día
que yo encuentre la felicidad, el mundo se acabará en ese mismo instante.
–El mundo no se detiene por un solo individuo. A veces eres tan arrogante.
–¡Cállate, tú no sabes nada!
–Lo sé todo sobre ti, ya te lo dije.
–¡Es tan injusto!
–Deja de llorar. Llorar nunca resuelve nada.
–¡¿Y qué más me queda?!
–El mundo es grande.
–Grande es mi dolor. Si supieras lo mucho que duele tenerte siempre a mi
lado.
–Mientras no cambies jamás te librarás de mí.
–Yo soy yo, y siempre lo seré. Te burlas de mí, ¿verdad?
–Solo te hago notar lo patética que eres.
–Si tan solo alguna vez me dejaras en paz.
–¿Fuiste feliz con él?
–¡Muy feliz!
–En esos momentos yo aún seguía a tu lado, pero supongo que no te diste
cuenta.
–¡No es cierto! Fui feliz, muy feliz.
–Pues el mundo no se acabó.
–¡Mi mundo se acabó cuando volviste a aparecerte en mi vida! ¡Siempre lo
arruinas todo! Mi corazón… oh, mi pobre corazón ya no puede aguantarlo más. El
vacío que siente es, es como si una gran boca lo estuviese devorando desde adentro,
como si una rata famélica lo estuviese royendo desde el interior. ¡Eso es!
–Deja de llorar, ¡deja de llorar!
–Tú eres esa horrible rata.
–Tu madre también tuvo alojada esa rata en el corazón cuando te fuiste.
–Mi madre… ¡oh, mi pobre madre!
–¿Ahora sufres por ella? ¡Ya es demasiado tarde!
–Visitaré su tumba.
–Eres de lo peor. Mira cuanto tiempo ha pasado desde su muerte, y recién
ahora te acuerdas de ella. Claro, como por fin abriste los ojos a la realidad…
¡tu madre siempre tuvo razón!
–¡Fui al velorio, no tienes nada que reprocharme!
–Mentira, nunca llegaste a traspasar la puerta de ingreso. Pudo más en ti
la vergüenza de tener que mostrarte ante tus tíos y demás familiares, te
aterraba el hecho de que te recriminen por ser una hija tan desconsiderada y
egoísta.
–¡Ya cállate, ya cállate!!
–Siempre me tendrás a tu lado. (Silencio) ¿Por qué ya no hablas? ¡Oh, por
favor, ya deja de mirarlo así! Lo de ustedes se acabó para siempre, ¡para
siempre!
–¡No! Yo ya lo perdoné. Él me traicionó, me engañó con esa zorra de la
oficina… ¡¿sabes cuánto me dolió enterarme?!
–Claro que lo sé.
–Y aun así lo perdoné. Ya lo he perdonado. Todo ha quedado olvidado, ¿lo
ves?
–Veo que ya es demasiado tarde.
–¡No!!
–Nunca te das cuenta de nada. Eres tan testaruda… y mentirosa.
–¡Eso sí que no te lo permito! ¡No soy ninguna mentirosa! No lo soy, yo no
miento, yo no…
–Aun no lo has perdonado, ¿verdad?
–Te odio, te odio como no tienes idea. ¡Jamás he odiado tanto a nadie como
a ti!
–Lo sé.
–¿Es posible que nadie me entienda?
–Tal vez tú eres la que no entiende a nadie.
–¿Mi amor no fue suficiente? ¿No fui lo suficientemente buena para él? ¿Por
qué me traicionó?
–Lo ves, no entiendes nada.
–¡Jamás podré entender una traición, jamás!
–Lo sabía, no lo has perdonado.
–Tú dices saberlo todo de mí, ¿no? ¿De qué te jactas, entonces?
–Tienes razón, no tengo nada de lo que jactarme.
–¿Sabes que los cementerios me parecen uno de los lugares más románticos?
–Lo sé.
–¿Sabes que odio a los perros, pero amo a los gatos?
–A veces fantaseas con volverte una gatita.
–¡Ugh! ¡¿Hasta eso sabes?!
–Seca tus lágrimas y ponte de pie.
–No puedo.
–Claro que puedes.
–No puedo.
–Puedes.
–Está bien, puedo. Pero no quiero. Todavía no.
–¿Qué es lo que esperas?
–Un milagro.
–¿Un milagro? ¿Qué clase de milagro?
–Me imagino frente a un piano, tocando en la catedral de la ciudad el
réquiem de tu muerte. ¡Es tan hermoso! Los ángeles descienden de sus nubes y
acompañan mi música con sus trompetas de gloria. Todos los feligreses se ponen
de pie, lloran, aplauden, vitorean, exclaman: “¡jamás he oído melodía tan
hermosa, es celestial!”.
–Ya veo. Y seguro que para esa ocasión lucirás aquel vestido negro de corte
gótico que tanto te gusta, llevarás sombra en los ojos, y los labios los
tendrás pintados del más puro rojo, ¿verdad?
–¡Sí!! Así es como me imagino. Y delante, en el altar, se encontrará tu
ataúd contigo adentro. Cerrado, por supuesto, para que nadie pueda ver tu
horrible cara nunca, ¡nunca jamás!
–¿Y cómo esperas que ese magnífico sueño tuyo pueda llegar a concretarse?
–Sucederá cuando él vuelva conmigo, arrepentido y loco de amor por mí.
Cuando mi amado Andrei abra los ojos y descubra por fin que yo siempre fui la
única indicada para su corazón –Rea respondió muy confiada.
–Eso jamás pasará –le aseguró la voz.
Vetas del desfalleciente sol crepuscular se filtraban por entre las
persianas, tiñendo la habitación con su cobrizo resplandor. Rea, aun de
rodillas, tomó el cuchillo por el mango y lo sacó de la espalda del muchacho
que yacía muerto frente a su regazo. Levantó el arma homicida y contempló la
sangre que fluía por entre la afilada hoja.
–¿Por qué siempre permaneces a mi lado? –Rea preguntó tras mucho meditarlo.
Un prolongado silencio siguió a continuación.
–Eso tú lo sabes más que nadie –finalmente Rea se respondió a sí misma, o,
mejor dicho, al reflejo de su rostro en la hoja del cuchillo.
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😻¡Infinitas gracias por leerme!😻

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