La casa abandonada del final de la calle

 


Leonardo era un niño de ocho años, delgado y pálido, que vivía con sus abuelos en un tranquilo barrio piurano. Hasta hace dos años él había vivido con sus padres en la capital, pero debido a un viaje de negocios, ellos lo dejaron con sus abuelos. Nunca pudieron volver a por su hijo, pues al llegar a su destino el avión sufrió un desperfecto y terminó estrellándose en la pista de aterrizaje. Desde ese día Leonardo se volvió retraído y taciturno. Solo su abuela logró en algo apaciguar su tristeza. Mamá Danna, como Leo pasó a llamarla de cariño, le regaló el día de su cumpleaños número siete toda su colección de libros que ella había ido adquiriendo a lo largo de su vida. En un comienzo Leonardo no se emocionó demasiado por el presente, pero esto cambió cuando su abuela le leyó uno de los libros durante la noche. Allí fue cuando el pequeño Leonardo descubrió que estos no eran libros comunes y corrientes, sino que eran libros que versaban sobre la magia y lo desconocido. Desde ese día él se volvió un lector empedernido. Y un serio aspirante a mago.

La mañana de Halloween de aquel año, Leonardo salió de su casa con su abuela para comprar dulces en el mercado. Era un caluroso sábado en la ciudad. Una vez regresaron con las compras, su abuela lo animó para que se quede un rato tomando sol en el jardín, a ver si así se le quitaba, aunque sea en algo, su extrema palidez. Leonardo se sentó sobre el columpio del jardín y comenzó a balancearse. En eso se percató que desde la acera del frente lo observaban dos chiquillos como de su misma edad. Eran un niño y una niña, ambos montados sobre sus bicicletas. “La niña parece la protagonista de esa película llamada El Quinto Elemento, aunque con el pelo castaño y más largo, y el niño parece que tuviera un nido de resortes negros en la cabeza. ¡Vaya par de personajes!”, Leonardo se dijo para sus adentros. A él le gustaba mucho observar y juzgar, y también imaginarse las vidas de los demás. Comenzó con sus cavilaciones, aunque estas no le duraron mucho, pues de un momento a otro la niña cruzó la pista conduciendo su bicicleta y no se detuvo hasta estar encima del pasto del jardín y a unos pocos pasos de Leonardo.

–Pensé que eras un vampiro. Es la primera vez que te veo afuera de tu casa y bajo la luz del sol –ella le dijo sin ningún reparo–. Como sea, esta noche Tyson y yo iremos a la casa abandonada del final de la cuadra. Ya sabes, Halloween no es Halloween sin una buena aventura de miedo. Te vendré a buscar a la medianoche.

Luego de decir esto ella se marchó. El niño que la acompañaba se despidió con un gesto de la mano y la siguió. Por supuesto, Leonardo creyó que la reciente escena se había tratado de una mera broma.

Esa noche Leonardo dormía en su habitación, cuando de pronto oyó algo que impactó contra su ventana. Tras el quinto golpe él recién se levantó. Fue a su ventana y observó por el espacio entre las cortinas. “¡Pero si es esa niña!”, él no se lo podía creer. –Si no sales gritaré –la niña le advirtió. Asustado, Leonardo abandonó su habitación tratando de hacer el menor ruido posible.

–¿Cómo sabías que allí quedaba mi habitación? –él preguntó apenas salió de su casa.

–Cuando paseamos en nuestras bicicletas solemos verte observando la calle desde allí. Pero olvídate de eso. Mi nombre es Brandi, y él es Tyson –la niña se presentó ella misma y a su compañero–. ¿Tú cómo te llamas?

–Leonardo.

Luego de las presentaciones Brandi le repitió a Leonardo su plan. Él no se lo podía creer. –¡¿Estás loca o qué?! –Leonardo le replicó.

–¿Es que no quieres experimentar al menos por una vez en tu vida lo que es un verdadero Halloween? –Brandi lo interrogó. Leonardo no supo qué responder. Por primera vez fue consciente de lo solitaria que era su vida, sin amigos de su edad con los que compartir, incluso durante una fecha tan esperada como lo era el Halloween. Antes de poder reaccionar, Brandi lo cogió de la muñeca y lo jaló tras de sí. Tyson se encogió de hombros y los siguió.

Se decía que en aquella casa se había cometido un terrible crimen hace muchos años. Cintas amarillas de “no pasar” cercaban el paso. Los muchachos las atravesaron rápidamente. “¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Cómo me he podido mezclar en tamaña locura?”, Leonardo se lamentaba mientras era arrastrado por Brandi. Recorrieron la casa de arriba a abajo. Entonces Leonardo supo que no era la primera vez que aquellos dos visitaban el sombrío lugar.

Se acomodaron en las gradas que daban al segundo piso de la casa abandonada. Allí Brandi miró a su alrededor, apuntando con la linterna de su celular en medio de la oscuridad. –Déjenme contarles una historia, chicos –ella comenzó.

–No me asustarás, ya verás que no –Tyson se jactó. Leonardo por su parte guardó silencio. Él estaba demasiado alterado por lo descabellada que le resultaba su presencia en aquel lugar tan escalofriante y terrorífico, y para colmo a tan altas horas de la noche.

–Hace mucho tiempo un ladrón era perseguido por la policía luego de asaltar un banco. Él llegó hasta este barrio y se escondió en esta casa. Los policías pronto lo alcanzaron, pero entonces él tomó de rehenes a la familia que vivía aquí. Eran una madre, un padre y una pequeña niña. “¡Sal con las manos en alto!”, le gritó un policía por medio de un megáfono. No obtuvo respuesta, aunque minutos después salió el padre con una nota entre sus manos. Eran las demandas del ladrón. De no ser cumplidas, él amenazaba con matar a la madre y a la niña. Los policías pidieron refuerzos. Un negociador llegó para tomar las riendas de la situación. Él era muy hábil, y todo parecía indicar que el ladrón terminaría por acceder al trato. En la casa del frente se situó a un francotirador para que actuará solo en caso sucediese algún imprevisto. El negociador esperó, pero el ladrón no salía. “Qué extraño”, se dijo el negociador. Pasó el tiempo, y viendo que la situación no variaba, el negociador entró a la casa. Pronto llamó a los demás policías. Allí adentro el ladrón había perpetrado una masacre y luego se había suicidado. El padre lloró a su familia, muy afectado. Pronto se acordonó la zona y llegaron muchos más policías. Un detective tomó con cuidado un cuchillo ensangrentado, el arma homicida, y lo guardó en su bolsa de pruebas. Al rato un colega le informó del hallazgo de una nota, en donde el ladrón había comunicado la razón de su radical decisión. “Prefiero morir antes que darles mi dinero. No saben por todo lo que tuve que pasar para conseguirlo. Ahora veamos si pueden arrebatármelo, malditos hijos de puta”, decía la nota. Como era de esperarse, el detective rápidamente concluyó que aquel ladrón se había vuelto loco.

–Hasta ahora ni una pizca de susto –Tyson bostezó.

–¡Cállate y escucha, que no he terminado! –Brandi le replicó. Leonardo por su parte la oía muy atento–. Bueno, como les decía, el detective concluyó que el ladrón había enloquecido al sentirse acorralado. Ordenó la búsqueda del dinero del banco, pero por más que buscaron, los policías no lograron hallar el botín. Pasó el tiempo y el padre de familia se mudó de la ciudad y nunca más se le volvió a ver por aquí. Por otro lado, debido a que el dinero no podía ser hallado, la casa continuó acordonada por varios días más. Una vez los policías se fueron, muchos son los que atraídos por la noticia intentaron buscar el dinero. Pero nadie fue capaz de hallarlo. Así pasaron los años y la casa pronto cayó en el olvido. Muchos de los que buscaron en vano el botín se encargaron de tal olvido, pues esparcieron los rumores de que durante sus búsquedas habían sentido unos inquisidores ojos clavados en su persona, y que incluso luego de irse de la casa, por muchos días siguieron sintiendo que alguien los espiaba desde las sombras. ¡Miren, precisamente allí mismo me parece haber visto a esos ojos penetrantes observándonos! –Brandi señaló de improviso a un rincón.

Tyson y Leonardo se pusieron rígidos en el acto. Lentamente giraron las cabezas hacia la dirección señalada por Brandi. –Esos ojos nunca descansan, siempre vigilan a todo aquel que intenta encontrar el dinero. “Veamos si pueden arrebatármelo. Inténtenlo y ya verán lo que les espera”, parecen estar diciéndole a todo aquel sobre el que se posan –Brandi continuó con su perorata.

–Por Dios, Brandi, no sigas con esto –Tyson le suplicó.

–¡Pero nosotros no le tenemos miedo a ese fantasma! –de forma repentina Brandi se puso de pie. A Tyson y a Leonardo casi les da un infarto.

Le suplicaron y le rogaron a Brandi para que no siga con su insensatez. Y es que ella muy campante les había anunciado que no se marcharía de la casa hasta haber encontrado el botín del ladrón. Los chicos la siguieron muy pegados a su espalda, constantemente mirando en todas direcciones. Cada vez tenían la mayor certeza de que unos ojos amargados y malignos los observaban desde las sombras. “¿Por qué tuviste que contarnos esa historia antes de buscar el dinero?”, Leonardo se lamentó para sus adentros.

–¡Aquí! –Brandi de pronto se paró en seco y señaló a unas tablas del piso de la sala. Tyson y Leonardo terminaron chocándose contra la muchacha.

–¡Puedes dejar de hacer eso! –Tyson le reclamó.

–¿Hacer qué? –Brandi le preguntó, toda inocencia ella.

–¡Gritar de forma tan repentina! ¡Me vas a volver loco!

–Creí que no le tenías miedo a nada, Tyson.

–¡Y no lo tengo, es solo que, que…!

–Mejor ayúdame a levantar estas tablas.

–¿Cómo estás tan segura de que aquí se esconde el dinero? –intervino Leonardo.

–No lo estoy, Leo. Es simple intuición femenina.

Levantar las tablas les resultó una tarea muy ardua, pues muchas aún seguían pegadas en gran parte al pavimento. A Leonardo se le llegó a clavar una astilla. Por toda solución Brandi le chupó el dedo dañado. El pobre de Leonardo se sonrojó terriblemente. Tras varios minutos de infructuoso trabajo, los muchachos se dieron por vencidos. –No hay nada, habrá que buscar en otro lado –Brandi sentenció. Sus compañeros protestaron, pero ella no les dio lugar para objeciones. Así, los tres al poco rato se pusieron una vez más manos a la obra.

Bajo una escalerilla que daba al patio trasero de la casa, los muchachos creyeron por fin haber encontrado el tesoro. –Solo nos queda este lugar, les apuesto que nadie ha buscado aquí jamás. Ya puedo ver esos billetes contantes y sonantes. Mmm, veamos… ¿Qué me compraré con mi parte? –Brandi fue tan elocuente que los chicos también terminaron imaginándose a sí mismos con sus respectivas partes del botín. Sacaron las tablas de los costados de la escalerilla y comenzaron a escarbar–. Lo sabía, ¡lo sabía! –Brandi exclamó de pronto–. Por algo es que aquí sentía más fuerte la siniestra mirada del ladrón –ella dijo. Leonardo y Tyson se envararon en el acto–. ¡Aquí está el dinero, el anhelado botín! ¡Somos ricos, muy ricos, chicos! –Brandi exclamó de pronto.

En un comienzo Leonardo no vio nada, pero a medida que Brandi iba hablando él fue distinguiendo más y más los billetes refundidos dentro de una bolsa de plástico. Brandi se apresuró a abrir la bolsa, y entonces la alegría de los tres no pudo ser mayor.

Cada quien regresó a su casa con su parte del botín. Leonardo no cabía en sí mismo de la emoción. Se preguntó que podría hacer con tanto dinero. En medio de esta felicidad se coló con sumo sigilo en su casa, con la llave que antes de salir había cogido del aparador. Una vez entró a su habitación, guardó su parte debajo de su colchón, y acto seguido se echó sobre su cama. Al poco rato se quedó dormido. Sin embargo, esa fue una noche inquieta para él, pues tuvo constantes pesadillas con los inquisidores ojos del ladrón. Se sintió paralizado en su cama, poseído por un miedo helado y viscoso. La primera vez que abrió los ojos tras despertar de la pesadilla, juró haber visto aquellos ojos malvados mirándolo desde la esquina más oscura de su habitación. Desde ese momento ya no se sintió capaz de volver a abrir los ojos. Así permaneció hasta que finalmente amaneció.

Cerca del mediodía, él y sus nuevos amigos se reunieron en la rotonda de la urbanización. Allí Tyson y Brandi se dedicaron a dar vueltas alrededor de la pista con sus bicicletas, en tanto Leonardo los observaba sentado sobre el sardinel de la rotonda. Él aún seguía muy aterrado por lo que acababa de vivir durante la noche, y además su rostro lucía demacrado e incluso más pálido de lo normal.

–¿Qué sucede, Leo? –Brandi finalmente se le acercó. Tyson también detuvo su bicicleta y se unió a los dos. Leonardo entonces les contó lo sucedido. En todo momento su terrible miedo fue muy palpable tanto para Brandi como para Tyson. Sin embargo, cuando finalmente Leonardo terminó de hablar, ambos se echaron a reír. Leonardo les pidió explicaciones, no podía creer que ellos no hayan tenido pesadillas con el terrible ladrón asesino–. Él no nos matará, puedes estar tranquilo –Brandi sonrió–. ¿Ya viste tu parte del botín? –a continuación, ella le preguntó. A Leonardo le resultó muy extraña esta pregunta. Él negó haberlo visto desde que lo escondió bajo su colchón, y le preguntó a Brandi el porqué de la pregunta–. No hay nada que temer. Lo entenderás cuando veas tu dinero –esta fue la enigmática respuesta de la muchacha.

Más tarde, después de almorzar, Leonardo subió a su habitación. Cerró la puerta y solo entonces fue hacia su colchón. Cuando lo levantó, él no se aguantó más y se echó a reír. –Me la has jugado, Brandi, me la has jugado –él llegó a decir en medio de sus carcajadas. Una vez más decidió levantar su colchón para comprobar si, en efecto, lo que acababa de ver era cierto. Ahora no le cupo la menor duda, lo que la noche anterior había escondido bajo su colchón no eran billetes, sino unas miserables hojas secas. Pero entonces una repentina duda lo asaltó, pues no podía creer que tanto él como Tyson hayan podido caer en un engaño tal, a menos que… Leonardo de pronto recordó sus libros de magia, y entonces ya ninguna duda le quedó. “Caímos bajo su encantamiento. Vaya, no sabía que en el barrio existiera una maga tan buena”, Leonardo reflexionó, y poco después reanudó sus risas. Mamá Danna pasaba en ese momento por el pasadizo de afuera de la habitación, de modo que oyó las risas de su nieto. Se emocionó mucho, pues desde hace bastante tiempo ella no lo oía reír así. Quiso saber el porqué de tan contagiosas carcajadas, pero entonces salieron a flote sus conocimientos sobre la magia y la risa. “Nunca es recomendable interrumpir un hechizo… y mucho menos una buena risa”, ella se dijo para sus adentros, y acto seguido continuó con su camino.

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