Capítulo 4: Le regalo un cepillo, señorita. ¡Ya dije que no quiero!

 


La historia que Rigo nos contó ha sido… ¡wow! Estoy impactada, sorprendida, anonadada… ya no sé cómo más sentirme. La maldición que padece Rina es algo verdaderamente terrible, ahora entiendo porque ella se lamentaba tanto de tenerla. Aunque si me lo preguntan, lo que ella le hizo a Daysy, mira que meterse con su enamorado solo por vengarse de una tontería, eso es algo tan, pues es… ¡Rina se merecía lo que le pasó! Por supuesto que sí. Que diferencia con mi caso, ¡mierda! Mira que maldecirme solo por hacerle una insignificante bromita. Mi situación es difícil. Rina es millonaria, estoy segura de que con todo el dinero y empresas que posee no le será difícil encontrar a Daysy. En cambio, yo… ¡rayos! Supongo que no me queda más alternativa que hacerme amiga de Rina, a pesar de que ella no me caiga tan bien que digamos. ¡Basta! Ya fue suficiente de estresarme: estamos fin de semana, y como la ley divina manda, estos días se han hecho para relajarse y despejarse de las preocupaciones. Roberta me ha invitado a mí y a las demás al gimnasio, así que aprovecharé para divertirme y evitar pensar más en mis problemas. ¡Y eso es todo!

***

–¡Me marcho! –Mandy se despidió de sus padres, quienes se encontraban en ese momento alistando a sus hermanitos.  

–Hija, ¿estás segura de que no quieres venir con nosotros al aniversario? –le preguntó su madre–. En el colegio de tus hermanos habrá juegos y comida, además de que una banda de rock tocará en vivo…

–¡Sí Mandy, ven con nosotros! –le suplicó Tabata.

–¡Habrán muchos juegos! ¡Más que el año pasado! –agregó Robin.

–Más tarde los alcanzo, ¿sí? Ahora ya quedé con mis amigas.

–¿A qué hora es más tarde? –le preguntó la señora Susan.

–Mmm, pues supongo que a las doce. Solo iremos un rato al gimnasio en el que se ha inscrito Roberta, porque nos ha conseguido ingreso libre. No creo que me entretenga demasiado.

–Me llamas de todas formas, hija. Ya sabes que me preocupa que te andes sola por las calles.

–Que va, ya no soy una bebé, mamá. Bueno, me voy que se me ha hecho tarde –Mandy cogió su patineta, que estaba apoyada contra una columna del comedor.

–¿Irás en la patineta, hija?

–Por supuesto. No tengo plata para ir en taxi, y en combi no voy ni muerta.

–Ay, hija, me contestas cuando te llame, ¿ok?

–¡Adiós! –Mandy abrió la puerta de la casa y salió a toda velocidad.

–¡Nos vemos más tarde! –a la distancia la joven púrpura oyó que le decía la voz de su padre.

–Cielos, a pesar de que recién van a ser las nueve, el sol ya está terrible –Mandy se acomodó su gorro, un modelo de visera rosada con la mitad de adelante blanca y la mitad trasera del gorro también rosa, y que en el centro de la parte blanca tenía cocido el escudo de la ciudad en hilo rosa. Ella dejó caer su patineta sobre la acera y de un salto se montó sobre ella. La calle por la que iba era de bajada, de modo que no tuvo que molestarse por tomar vuelo para avanzar. 

–¡A un lado! –Mandy exclamó cuando una madre con su niño se le atravesaron tras salir de una panadería. Nuestra amiga púrpura terminó haciendo saltar su patineta sobre el filo de la vereda y se deslizó por este realizando un notable feeble grind–. ¡Wuuu! –Mandy expresó cuando la vereda se acabó y la patineta cayó sobre la pista. Un carro cruzó veloz por las líneas peatonales a los pocos segundos de que Mandy las atravesó.

De un salto Mandy realizó un giro de 180° para evitar chocar con una pareja de enamorados. Comenzó a sudar. –Que buen calentamiento. Ya no necesitaré hacer cardio en el gimnasio. Eres toda una previsora, Mandy Carpio. ¡Jajaja!

Ella extendió los brazos hacia los lados para usarlos como timón a la hora de esquivar obstáculos. Con solo inclinar brazos y tronco a un lado, y mover ligeramente los pies, su patineta curvaba su trayectoria con sorprendente precisión en medio de los numerosos transeúntes que caminaban por la acera de la avenida en la que ahora se encontraba. Muy cerca en la pista los motores de autos, buses, motos y combis, sumado a los bocinazos, llamados de los cobradores del transporte público y silbatos de los policías de tránsito daban forma al bullicio citadino.

Transcurrieron los minutos. Mandy cruzó la Plaza de Armas y se abrió paso por la siempre concurrida calle Mercaderes. Aquí tuvo que hacer gala de toda su pericia como skater para evitar impactar con los numerosos turistas, ambulantes y demás transeúntes que a esas horas se paseaban por allí.

Cruzó la calle Pizarro. Pasó por una pequeña plaza y continuó con su camino. O, mejor dicho, quiso hacerlo, pues apenas abandonó la pequeña plaza un vendedor ambulante se le apareció al frente.

–¡Cepillos, capillos! Señorita, cómprame un cepillo. Dos solcitos, nada más –un joven alto y bronceado le ofreció.

–Oh, cuanto lo lamento. No tengo dinero –Mandy intentó esquivarlo.

–No te preocupes, niña. Te lo regalo por esta vez.

–¿En serio? ¡Gracias! –Mandy cogió el cepillo y se lo guardó en el bolsillo de su buzo. Se dispuso a retomar su viaje, pero el hombre le interrumpió el paso.

–Apóyame, señorita. No cuento con trabajo y tengo que mantener a mis pequeños. Ayúdame a llevarles un pan a la mesa.

–Lo siento, tampoco tengo pan.

–¡Je! Que graciosa eres, niña. Ya veo porque vas maquillada toda de morado y tienes esa peluca…

–¡No soy un maldito payaso!

–Yo no dije eso, niña bella. Perdóname de todas formas.

–Mmm, no sé si perdonarte. Déjame pensarlo –Mandy avanzó unos centímetros tras impulsarse débilmente con un pie. Llevaba las manos atrás–. ¡Sí, te perdono! ¡Ahora chau! ¡Y gracias por el cepillo! –Mandy arrancó de improviso a toda velocidad.

–¡Apóyame, chica! –el vendedor se interpuso nuevamente delante de ella.

–¡¿Cómo diablos le haces?! ¡¿Es que eres Flash disfrazado o qué?! –Mandy no se lo podía creer.

–Una mano en el corazón y otra en el pecho, niña bella. Colabórame, no seas indiferente que papá diosito sabrá recompensártelo.  

–Está bien, está bien… tú ganas –Mandy se lamentó, y metió la mano derecha en su bolsillo. El ambulante extendió la palma derecha a la espera de su paga–. Vaya, y yo que ya me había ilusionado con tener un cepillo gratis…

–Gracias por apoyarme, niña bella –al vendedor le brillaron los ojos. Ya no podía esperar más para ver esos dos soles en su poder.

–Toma –con cierta tristeza, Mandy sacó el cepillo del bolsillo y se lo devolvió al vendedor. Este último casi se va de espaldas al ver lo que acababa de ocurrir.  

–¡¿Pero me estás tomando el pelo o qué?! –el ambulante se quejó.

–Lo lamento, de verás.

–Cepillo aceptado, cepillo pagado. Es la ley del mercado, niña bella.

–¡¿Eh?! –Mandy se mostró desconcertada–. No amigo, lo siento. De verdad que no tengo dinero. Toma tu cepillo, te lo devuelvo.

–Págame, chica. No seas tacaña –el vendedor se le acercó agitando con vehemencia la palma de la mano derecha.

–Lo siento. Debo irme, ¡adiós! –Mandy emprendió la carrera. Pero el vendedor la alcanzó mientras ella huía sobre la patineta.

–¡Cepillo recibido, cepillo pagado! –insistió el joven.

–¡Tú me lo regalaste! ¡Ahora no me vengas con tonterías! Es más, ¡toma, te lo devuelvo! –Mandy le lanzó el cepillo. Pero el tipo lo repelió con otro cepillo y se lo regresó a Mandy. Ella lo esquivó, pero sin que se dé cuenta, el cepillo describió una curva en el aire y regresó como un boomerang.  

–No hay cepillo, amigo. Sorry –Mandy se encogió en hombros, muy segura de ya haberse librado del cepillo.

–Yo no estaría tan seguro –el joven señaló.

¡PAF! El cepillo le dio a Mandy en la nuca. Ella casi se va de bruces por culpa del impacto.

–Si no me devuelves el cepillo tendrás que pagarme –el joven insistió.

Mandy lo quiso tomar para lanzarlo lo más lejos posible, pero un parche con pegamento especial de la caja del cepillo lo adhirió a su polo en una zona de la espalda difícil de alcanzar.

–No te saldrás con la tuya, tramposo –Mandy ya estaba por alcanzar el cepillo, cuando el tipo le impidió cogerlo lanzándole más cepillos–. ¡Ya déjame en paz! –Mandy se quejó, y como pudo esquivó los disparos. Aunque, tal y como sucedió con la primera caja, todos los cepillos retornaron cual boomerangs y se pegaron en diversas partes del polo y del pantalón de Mandy. Uno se quedó pegado incluso en su frente–. Infeliz, me las vas a pagar –gruñendo, Mandy se llevó la mano a la frente y se sacó el cepillo. Se dispuso a lanzarlo lo más lejos posible cuando…

–¡Alto! –mientras corría a su lado, pues Mandy seguía avanzando sobre su patineta, el joven vendedor le gritó–. ¡Si no vas a comprar tienes que devolverme los cepillos, no tirarlos!

–¡¿Cómo?! –Mandy no se lo podía creer. 

–Pierdes uno me lo pagas –le advirtió el chico.

–¡Canalla! –Mandy rabió mientras blandía el puño derecho.

–¡A la orden! –sin previo aviso, el vendedor le lanzó una lluvia de cajas de cepillos. Mandy los esquivó. “Ahora seguro que regresarán. ¡Ja! Ya me sé tú truco barato, vendedorcito de pacotilla”, se dijo ella para sus adentros, y entonces se refugió tras un poste. Todos los cepillos impactaron contra el poste, y se quedaron pegados a su superficie.

–¡Jumm! –Mandy le sacó la lengua al vendedor, pero entonces una nueva lluvia de cepillos le cayó encima–. ¡Ahrg, ya tuve suficiente!! –Mandy estalló hecha una furia–. Así que si no te devuelvo los cepillos tendré que pagarlos, ¿eh? ¡Pues toma tus cepillos! ¡Te los devuelvo todos! ¡Todos! –en ese momento Mandy pareció haber enloquecido. Con cada mano tomó un puñado de cepillos y se preparó para lanzarlos.

–Si los pierdes me los pagas, ya te lo dije –le advirtió el tipo.

–Je je, tranquilo, que te los devolveré toditos, te lo acabo de decir –Mandy respondió muy segura de sí misma. Y sin más lanzó los cepillos. El joven vendedor esquivó la mayoría. Sacó una calculadora para sacar cuentas de cada cepillo que lograba evitar.

–Me debes 30 soles hasta ahora –el joven le mostró a Mandy la pantalla de su calculadora.

–¿A sí? Fíjate de nuevo, mejor –Mandy señaló hacia atrás del vendedor. Apenas él volteó hacia atrás, un enjambre de cajas de cepillos le impactó en toda la espalda y rostro–. ¡Jajaja! Para que veas que no eres el único que puede usarlos como boomerangs. ¿Cómo te quedó el ojo? ¿Eh? –Mandy se burló.  

–Esto es la guerra –el comerciante ambulante sentenció. 

–Pues prepárate para perder –Mandy no se amilanó en lo más mínimo. Por el contrario, en cada mano ya tenía listo un puñado de cepillos que despegó de sus ropas y patineta.

–Ya lo veremos –el vendedor tomó del bolso que le colgaba del hombro un puñado de cepillos para cada mano. Para ese momento los dos se habían detenido y se tenían el uno frente al otro. Ambos aguzaron la vista y tensaron el cuerpo, cual los vaqueros de la película “El bueno, el malo y el feo” en su duelo final. Producto de la persecución ellos habían terminado en pleno centro de la plaza de Santa Marta. Numerosas personas se reunieron a su alrededor para presenciar el desenlace de la batalla. Algunos creyeron que se trataba de una estrategia publicitaria para promocionar cepillos, otros, que era un show de cómicos ambulantes. Todos permanecieron a la expectativa de lo que sucedería.

–¡IAIAAIAIA! –Mandy fue la primera en disparar. Una lluvia de cajas de cepillos cayó sobre el joven vendedor. Sin embargo, él no se quedó de brazos cruzados y contratacó lanzando sus propios proyectiles. El resultado fue un cruce de metralla de cepillos alucinante. Mandy arrancó hacia la derecha sobre su patineta. El joven la siguió desde su posición–. ¡Toma, toma, toma! –Mandy nuevamente acometió. El vendedor respondió al fuego de igual forma. Pero esta vez Mandy se refugió detrás de la multitud, de modo que otras personas fueron quienes recibieron los disparos de las cajas de cepillos–. ¡Si se les han quedado pegados a la ropa o a cualquier parte de su cuerpo son gratis! ¡Aprovechen la promoción! –exclamó Mandy.  

–¡¿Qué?! ¡Oye, eso no se vale! –el vendedor le reclamó, cogido por sorpresa por el inesperado accionar de la chica púrpura.

–Tranquilo, ¡que también hay para ti!! –Mandy le lanzó los pocos cepillos que aún estaban adheridos a su ropa. El vendedor los recibió en plena testa y casi se cae de espaldas producto del impacto–. ¡Jajaja!, eso le enseñará a no meterse conmigo –Mandy se alejó de la plaza con una sonrisa de satisfacción en el rostro.

–¡No tan rápido! –de forma totalmente inesperada, el tipo se le apareció justo delante. En cada mano tenía muchísimos cepillos.  

–¡Diablos! Me olvidé que este tipo era más rápido que Flash –Mandy se lamentó. Retrocedió en su patineta, pero su espalda chocó contra el tronco de un árbol. “Oh, no. Estoy acorralada, ¿ahora que se supone que voy a hacer?”, ella se lamentó para sus adentros.

–¡Muere, por tacaña!! –el vendedor se preparó para lanzarle todos sus cepillos.  

–¡Argghhh! ¡Está bien! ¡Toma tus estúpidos dos soles! –Mandy lanzó muy lejos la moneda. Fue lo único que se le ocurrió para sobrevivir.  

–¡Niña bella, muchas gracias por colaborarme!! –el joven vendedor dejó caer todos sus cepillos y fue tras la moneda.

–Es mi oportunidad – Mandy se dijo, y sin tiempo que perder se alejó en su patineta–. Cierto, lo olvidaba –ella regresó y tomó uno de los cepillos del suelo–. Ahora sí, ¡me largo! –Mandy huyó cual un relámpago.

Muy agotada, Mandy por fin llegó al gimnasio en donde había quedado para encontrarse con sus amigas. Tras buscarlas en vano llamó a Roberta. –Lo siento, pero ya nos fuimos. Es que creímos que ya no ibas a venir –se disculpó Roberta. Mandy no se lo podía creer–. Pero mañana he vuelto a quedar con las chicas para venir, solo que esta vez será a las diez de la mañana. Ahora si vente a la hora pues, ¿ok? Para que no te abandonemos…

Mandy colgó. Con cuidado guardó su celular en el bolsillo de su buzo. Caminó hacia la salida del gimnasio con toda la compostura de la que fue capaz. –¡Mierda!! –sin embargo, ella ya no pudo más y descargó toda su frustración cuando salió del establecimiento. Sin un solo centavo en el bolsillo, tuvo que resignarse a ir al colegio de sus hermanitos en la patineta. Emprendió la marcha, cuando a menos de una cuadra, una muchacha la llamó.

–¡Pan con pollo, pan con pollo! Muy delicioso. Pruebe sin compromiso, jovencita, que si no le gusta no lo paga –la vendedora le tendió a Mandy un sándwich que sacó de su canasta.

–¡Nooo!! –Mandy retrocedió cual si en su delante le hubiesen puesto al mismísimo demonio. Piernas le faltaron durante su huida, la que realizó en medio de desesperados alaridos.

    –Pero ¿y a esta chica púrpura que le pasa? –la joven vendedora se mostró contrariada. Se encogió de hombros y luego continuó ofreciendo su producto a los transeúntes que pasaban por allí. 


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